(área de descanso nº 185)
Al hilo de (¿quién no ha usado nunca esta típica-tópica coletilla cuando se va a seguir con más de lo mismo?) lo dicho y comentado en el post anterior, el tema quedaría muy incompleto si no se tratara el asunto de las intenciones. Sí, las intenciones.
Las buenas intenciones para uno mismo se convierten, una vez que nos vamos adentrando en el mes de enero, en una especie en grave peligro de extinción. Eso sí, las buenas intenciones para los demás (sobre todo) pueden ser la excusa perfecta para justificar cualquier fracaso. Y esgrimirlas deja una alegría en el cuerpo que no se puede aguantar.
- Oye, que todo se ha ido a la mie...
- Sí, ya lo sé, pero te aseguro que tenía las mejores intenciones cuando decidí echarte una mano.
- Ah, vale, infinitas gracias, ya me siento mejor. Es que no lo parecía, pero si tú lo dices...
¿Cómo dudar de las buenas intenciones de alguien? De ninguna manera, eso no se hace. Solo podemos conocer nuestros propios pensamientos. De los pensamientos ajenos no podemos saber nada. Y tampoco de sus intenciones. Hay que conceder el beneficio de la duda.
O no.
Recuerdo cuando estudié Ética en el instituto, que en una lección se hablaba de los actos moralmente buenos. Y se decía que para que un acto fuera moralmente bueno tanto las intenciones como los resultados deberían ser buenos. Con solo buenas intenciones, pero malos resultados, no se podía decir que el acto fuera moralmente bueno. Eso provocó cierta disputa entre los alumnos y el profe. Los alumnos éramos partidarios de que unas buenas intenciones ya convertían al acto en bueno. De unas buenas raíces no podía salir un mal árbol. Vaya, pero sí que salía. Hasta el rabo todo es toro (dicen) y hasta la rama más elevada todo es árbol. Y la rama podía estar reseca.
A partir de ese día ya no quisimos hablar más de actos morales. Qué decepción.
Pero pocos días después leí esa conocida frase: El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Uf, a ver... ¿alguien se había propuesto fastidiar eso de las buenas intenciones? ¿Es que es mejor tener malas intenciones que buenas intenciones?
Parece que no, que mejor las buenas intenciones. Pero habría que preguntarle a alguien que qué prefiere: si malas intenciones de una persona pero que le reportan buenos resultados o si buenas intenciones que acaban en malos resultados. Elige tú mismo.
Para colmo, también me topé con una historieta-fábula.
Resulta que iba una elefanta tan contenta por donde sea que van las elefantas y de repente, oh sorpresa, se encontró en el suelo con un nido abandonado. En el nido había cuatro huevos que aún no habían eclosionado. Y se estaban enfriando, pobrecitos, pensó la elefanta... Llamó a voces para ver si asomaba su cabeza la mamá de los huevos, esa irresponsable. Pero nada. ¿Y si algún depredador se la hubiera ventilado de segundo plato...? Pero entonces... de ser así (volvió a cavilar la elefanta), esos pobres pollos-de-la-especie-que-sea ya nunca llegarían a ver la luz del día.
Y me le da a la elefanta un instinto maternal de grado 8.7 en la escala en que se miden esas cosas y decide que va a ser ella la que incube a los huevos desvalidos hasta que salgan los pollos. Y con todas sus buenas intenciones sentó sus posaderas sobre el nido para darles calor...
Aquella noche, en casa elefanta, cenaron tortilla.
Está visto que hay muchas personas en el puerto de los hechos despidiendo con sus blancos pañuelos a todo barquito que se aventura en el océano proceloso, pero demasiadas veces faltan tripulantes que lleven la embarcación sana y salva hasta el anhelado puerto de destino.
viernes, 29 de junio de 2012
martes, 26 de junio de 2012
si canto me llaman loco...
(área de descanso nº 184)
Anécdota curiosa es la que le sucedió hace ya unos 20 años, siendo ya un exitoso Gran Maestro de ajedrez, al actual campeón del mundo (título que ganó por primera vez en el año 2000, lo perdió en 2002 y volvió a recuperarlo en 2007), el indio Viswanathan Anand. Cuenta él mismo que, viajando en tren en su país, se sentó al lado de un anciano con ganas de hablar. El anciano le preguntó que a qué se dedicaba y Anand le respondió que era jugador de ajedrez. El anciano le replica que sí, que bueno, pero que cuál es su trabajo de verdad. Anand le dice que su dedicación está puesta en exclusiva en el ajedrez. El anciano, que no ha reconocido a su interlocutor pese a ser ya por aquellos años una figura de gran relevancia en la India, le responde: "Mire, joven, es una bonita ilusión, pero no creo que tenga futuro en eso. Desengáñese: no crea que va a llegar a ser como Viswanathan Anand".
Lo clavó, el viejito.
Escuchando la anécdota, recordaba a todas aquellas personas que viven aconsejando y organizando vidas ajenas. Siempre es más cómodo y más descansado que hacerlo con la de uno mismo. Además, si te equivocas, no sufres las consecuencias en propia cabeza, sino que puede ser otro incauto (o crédulo) el que pague el pato.
Por otra parte, eso de observar los toros desde la barrera (que se dice) parece darle a uno la autoridad moral suficiente como para convertirse en un crítico incisivo e implacable. Es más, llegado el caso, se puede criticar una cosa y la contraria. Ya puestos a criticar...
Decía una jotica de mi tierra (aunque también cuela como navarra):
Si canto me llaman loco / y si no canto cobarde; / si bebo vino borracho, / si no bebo miserable.
Deja pocas opciones para no recibir algún tipo de calificativo ignominioso.
Y una vez que queda comprobada esta estrategia destructiva por parte del personal observador-aconsejador, lo mejor es enviarlos a todos a hacer puñetas, agarrar la sartén por el mango y pasar de todo y de todos. Solo hay una vida para vivirla, así que mejor vivirla haciendo caso omiso a los que son parte del problema y nunca de la solución.
Don Juan Manuel, sobrino del rey Sabio, el décimo de los Alfonsos, dejó escrito en su obra "El Conde Lucanor" un cuento muy ilustrativo. Es el segundo del libro. AQUÍ hay un enlace para leerlo completo, pero también voy a dejar un breve resumen. Es un relato muy conocido.
Resulta que un padre y su hijo iban al mercado con su burro. Una vez son criticados por ir ambos a pie teniendo un burro que los pudiera transportar. Así que el padre decide que su hijo monte el burro. Ahora son criticados porque el padre, mayor, va a pie mientras que el hijo va todo cómodo sobre la bestia. Deciden volver a cambiar: ahora el padre montará el burro y el hijo irá a pie. Son criticados nuevamente por la desconsideración del padre al permitir que su joven hijo tenga que ir a pie mientras él carga sobre el burro. Cansados de críticas, deciden cabalgar ambos sobre el burro. Pero nuevas críticas: ahora el motivo es porque están abusando del pobre animal, los dos ahí subidos.
Concluye el relato de Patronio con una moraleja añadida por don Juan:
"No dudes: naturalmente
es del hortelano el perro.
Ni come ni comer deja,
ni está fuera ni está dentro".
(Lope de Vega, "El perro del hortelano", acto II)
Anécdota curiosa es la que le sucedió hace ya unos 20 años, siendo ya un exitoso Gran Maestro de ajedrez, al actual campeón del mundo (título que ganó por primera vez en el año 2000, lo perdió en 2002 y volvió a recuperarlo en 2007), el indio Viswanathan Anand. Cuenta él mismo que, viajando en tren en su país, se sentó al lado de un anciano con ganas de hablar. El anciano le preguntó que a qué se dedicaba y Anand le respondió que era jugador de ajedrez. El anciano le replica que sí, que bueno, pero que cuál es su trabajo de verdad. Anand le dice que su dedicación está puesta en exclusiva en el ajedrez. El anciano, que no ha reconocido a su interlocutor pese a ser ya por aquellos años una figura de gran relevancia en la India, le responde: "Mire, joven, es una bonita ilusión, pero no creo que tenga futuro en eso. Desengáñese: no crea que va a llegar a ser como Viswanathan Anand".
Lo clavó, el viejito.
Escuchando la anécdota, recordaba a todas aquellas personas que viven aconsejando y organizando vidas ajenas. Siempre es más cómodo y más descansado que hacerlo con la de uno mismo. Además, si te equivocas, no sufres las consecuencias en propia cabeza, sino que puede ser otro incauto (o crédulo) el que pague el pato.
Por otra parte, eso de observar los toros desde la barrera (que se dice) parece darle a uno la autoridad moral suficiente como para convertirse en un crítico incisivo e implacable. Es más, llegado el caso, se puede criticar una cosa y la contraria. Ya puestos a criticar...
Decía una jotica de mi tierra (aunque también cuela como navarra):
Si canto me llaman loco / y si no canto cobarde; / si bebo vino borracho, / si no bebo miserable.
Deja pocas opciones para no recibir algún tipo de calificativo ignominioso.
Y una vez que queda comprobada esta estrategia destructiva por parte del personal observador-aconsejador, lo mejor es enviarlos a todos a hacer puñetas, agarrar la sartén por el mango y pasar de todo y de todos. Solo hay una vida para vivirla, así que mejor vivirla haciendo caso omiso a los que son parte del problema y nunca de la solución.
Don Juan Manuel, sobrino del rey Sabio, el décimo de los Alfonsos, dejó escrito en su obra "El Conde Lucanor" un cuento muy ilustrativo. Es el segundo del libro. AQUÍ hay un enlace para leerlo completo, pero también voy a dejar un breve resumen. Es un relato muy conocido.
Resulta que un padre y su hijo iban al mercado con su burro. Una vez son criticados por ir ambos a pie teniendo un burro que los pudiera transportar. Así que el padre decide que su hijo monte el burro. Ahora son criticados porque el padre, mayor, va a pie mientras que el hijo va todo cómodo sobre la bestia. Deciden volver a cambiar: ahora el padre montará el burro y el hijo irá a pie. Son criticados nuevamente por la desconsideración del padre al permitir que su joven hijo tenga que ir a pie mientras él carga sobre el burro. Cansados de críticas, deciden cabalgar ambos sobre el burro. Pero nuevas críticas: ahora el motivo es porque están abusando del pobre animal, los dos ahí subidos.
Concluye el relato de Patronio con una moraleja añadida por don Juan:
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
.
Pues eso, que si cantas te llamarán loco. Y si no... ¡qué más da!
.
Equipaje:
ajedrez,
comportamiento,
decisiones,
don-juan-manuel,
libros,
vida
miércoles, 20 de junio de 2012
aire
(tratando de ver el paisaje desde una perspectiva distinta)
Dice la narración del Génesis que, en el momento en que el Creador formó al ser humano con la misma materia de la que estaba hecha la Tierra, lo primero que hizo fue soplar en él su aliento, para que ese cuerpo inerte tuviera vida. Una primera respiración. Y sucede que la vida de las personas se parece demasiado a un estado gaseoso, a un vapor, a una sustancia etérea casi impalpable, un algo que apenas tiene gravedad... Empero, leves variaciones de peso, prácticamente imperceptibles, pueden llevarlas hacia las estrellas o a sucumbir en el suelo.
Se viaja por la vida igual que si se tratara de globos aerostáticos. Fluctuando, arriba y abajo, mecidos por olas del cielo, empujados por vientos que trazan caminos en la atmósfera, como corrientes en el mar.
Hay días en que se calienta el aire que llena mi interior, alguien o algo lo logra, y entonces siento que puedo volar libre y sin cargas, o incluso me veo capaz de arrastrar todas esas cargas en una sobrecogedora ascensión, sin resentirme por el equipaje. Otros días, como los recientes, mi fluido interior se enfría de súbito, quizás no exista un motivo aparente, una causa reconocible, y entonces no soy capaz de despegar (o despegar-me) del terreno del que un día nos emancipamos todos por aquel aliento primigenio. Es posible que el duro azote de vientos gélidos haya comprimido mi aire, lo haya hecho más denso, más pesado. Plúmbeo espíritu, ánimo gris, precipitándose...
Y es ahora aire retenido a ras de suelo, en una superficie pantanosa de aguas estancadas y arenas movedizas. Un lugar donde acaba marchitándose todo aliento de los vivos y donde se abre una sima en la que hundirse cada vez más. Este no es el hogar de mi aire, no puede serlo. En cambio, es vivienda de miasmas, de espectros sulfúreos, de vapores espesos y cargantes, de todo efluvio que hace de plomada y lastre de los sueños.
El aire se convulsiona, envenenado, retorciéndose como la llama de una vela amenazada de extinción por el zarandeo del viento. Hay que abandonar el abismo, salir del pozo. Hay que calentarse, hay que agitar el aire que llena lo que es apenas una corteza, hay que provocar el sutil juego de convección. Templarse, entibiarse, excitarse, avivarse, enfervorizarse...
(sin embargo, abrirse una lata de cariño en conserva puede ser un alimento bastante pobre para entrar en calor)
Por fin, cuando me vea otra vez remontando, pensaré que solo se trata de aire caliente.
"Aire. Soñé por un momento que era aire:
oxígeno, nitrógeno y argón, sin forma definida ni color.
Fui aire, volador".
(José María Cano, Mecano, "Aire")
Se viaja por la vida igual que si se tratara de globos aerostáticos. Fluctuando, arriba y abajo, mecidos por olas del cielo, empujados por vientos que trazan caminos en la atmósfera, como corrientes en el mar.
Hay días en que se calienta el aire que llena mi interior, alguien o algo lo logra, y entonces siento que puedo volar libre y sin cargas, o incluso me veo capaz de arrastrar todas esas cargas en una sobrecogedora ascensión, sin resentirme por el equipaje. Otros días, como los recientes, mi fluido interior se enfría de súbito, quizás no exista un motivo aparente, una causa reconocible, y entonces no soy capaz de despegar (o despegar-me) del terreno del que un día nos emancipamos todos por aquel aliento primigenio. Es posible que el duro azote de vientos gélidos haya comprimido mi aire, lo haya hecho más denso, más pesado. Plúmbeo espíritu, ánimo gris, precipitándose...
Y es ahora aire retenido a ras de suelo, en una superficie pantanosa de aguas estancadas y arenas movedizas. Un lugar donde acaba marchitándose todo aliento de los vivos y donde se abre una sima en la que hundirse cada vez más. Este no es el hogar de mi aire, no puede serlo. En cambio, es vivienda de miasmas, de espectros sulfúreos, de vapores espesos y cargantes, de todo efluvio que hace de plomada y lastre de los sueños.
El aire se convulsiona, envenenado, retorciéndose como la llama de una vela amenazada de extinción por el zarandeo del viento. Hay que abandonar el abismo, salir del pozo. Hay que calentarse, hay que agitar el aire que llena lo que es apenas una corteza, hay que provocar el sutil juego de convección. Templarse, entibiarse, excitarse, avivarse, enfervorizarse...
(sin embargo, abrirse una lata de cariño en conserva puede ser un alimento bastante pobre para entrar en calor)
Por fin, cuando me vea otra vez remontando, pensaré que solo se trata de aire caliente.
lunes, 11 de junio de 2012
silencio de sirenas
(navegando en un mar inquietante)
Regálame tu canto, sirena. No calles ahora.
No guardes silencio ahora que voy rumbo a los escollos, ahora que me espera el arrecife. El mar aprisiona mi embarcación con sus severas zarpas líquidas, poderosos tentáculos, para engullirla en su boca de espuma salada. Se destruirá la nave contra las rocas, y no me resistiré.
Pero, por favor, canta para mí, no enmudezcas en este momento. Hipnotízame con tu hechizo. Prometo no tapar mis oídos, ni atarme a un mástil, ni escuchar otras voces que me distraigan de la belleza de tu tonada.
Estaré pendiente de tu canto. Me dejaré seducir, sin lucha. Seré dócil.
Si todo ha de terminar contra el rompiente, al menos concédeme este deseo, como si fuera un premio por el sacrificio.
Envuélveme (me dejaré), cautívame (me dejaré). Abrázame con tu melodía, hasta que pierda la razón, hasta que olvide todo, hasta que ya nada importe.
Y podrás cobrarte tu presa sin resistencia. Podrás hundir en mi mente tus colmillos dulces y melodiosos, para que el final no me resulte desolador.
Despídeme con tu canto y te mostraré una sonrisa de agradecimiento cuando todo termine.
"Resolution of happiness (...)
Execution of bitterness (...)"
("Don't change", INXS)
No guardes silencio ahora que voy rumbo a los escollos, ahora que me espera el arrecife. El mar aprisiona mi embarcación con sus severas zarpas líquidas, poderosos tentáculos, para engullirla en su boca de espuma salada. Se destruirá la nave contra las rocas, y no me resistiré.
Pero, por favor, canta para mí, no enmudezcas en este momento. Hipnotízame con tu hechizo. Prometo no tapar mis oídos, ni atarme a un mástil, ni escuchar otras voces que me distraigan de la belleza de tu tonada.
Estaré pendiente de tu canto. Me dejaré seducir, sin lucha. Seré dócil.
Si todo ha de terminar contra el rompiente, al menos concédeme este deseo, como si fuera un premio por el sacrificio.
Envuélveme (me dejaré), cautívame (me dejaré). Abrázame con tu melodía, hasta que pierda la razón, hasta que olvide todo, hasta que ya nada importe.
Y podrás cobrarte tu presa sin resistencia. Podrás hundir en mi mente tus colmillos dulces y melodiosos, para que el final no me resulte desolador.
Despídeme con tu canto y te mostraré una sonrisa de agradecimiento cuando todo termine.
miércoles, 6 de junio de 2012
misión de reconocimiento
(una mañana en la playa)
Aquello fue muy emocionante. Por primera vez en nuestra Historia recibíamos un mensaje de una raza alienígena, la prueba de que no estábamos solos. Era un mensaje rudimentario e incomprensible, pero en él ya se adivinaba que otros seres semejantes a nosotros habitaban la inmensidad de la galaxia. El hecho de que fueran capaces de enviar noticias al espacio exterior era una muestra de su grado de desarrollo científico y tecnológico y nos hacía albergar la esperanza de una alianza común, de la posible unión de nuestros destinos en el devenir del cosmos. En aquel momento yo cumplía con un periodo de destino en la estación orbital del sistema ▒▓▒░▓▒▒░░░▒, dominado por una hermosa estrella azulada, apenas una avanzadilla de la exploración galáctica en este sector. La estación recibió el mensaje y solicitó instrucciones al Consejo Científico. Con rapidez se organizó una misión de reconocimiento al sistema del que procedía la comunicación, en las proximidades de donde nos encontrábamos (¡cómo imaginar que ellos estaban tan cerca!), en esta remota región de la galaxia en la que nunca se habían depositado muchas esperanzas de éxito. Sin embargo, ahora se convertía en el lugar más importante de nuestras observaciones.
Fui reclutado como asesor bio-científico de la misión y, al poco, embarcado en la nave que nos llevaría hasta el sistema ░░▒░▓▒, el del planeta del que procedía el mensaje. Fue un viaje no muy largo a través de un plegamiento espacial improvisado y un ambiente expectante invadió a toda la tripulación al salir del canal y contemplar nuestro destino a escasos ÐÆ de distancia. Escaneamos las proximidades del planeta y no detectamos ningún satélite artificial, ni estaciones orbitales. Posiblemente, esta raza aún no se había aventurado a la exploración espacial y tan solo llevaba unos pocos ciclos emitiendo señales a quien las pudiera recibir. El director de la misión ordenó al comandante de la nave proceder según el protocolo para esta ocasión: el crucero debía ocupar un lugar en la órbita del planeta con el valor estipulado de gravedad, y luego se situaría en las proximidades de la vertical sobre el lugar (calculado por los goniómetras de la comisión científica) desde el que se emitió la comunicación. Allí nos encontrábamos. Se trataba de un planeta hermoso, muy similar al nuestro en tamaño, atmósfera, configuración... Incluso la estrella amarilla de este sistema era como la nuestra, pero eso ya lo habíamos observado antes de partir. Solo ahora contemplábamos la enorme similitud. Como no teníamos datos de la ubicación exacta de la emisión de la señal, elegimos como punto de contacto una zona de costa, próxima al lugar, un brazo de mar entre el continente y una isla. Ignorábamos si podíamos ser detectados, pero el protocolo establecía en estos casos activar el camuflaje de todas las naves que intervinieran en la misión. El contacto debía ser posterior a un informe de observación.
En una nave auxiliar con el camuflaje activado, un representante del Consejo Científico, un piloto y yo nos disponíamos a realizar esa primera observación para elaborar el informe que posibilitara el contacto. Descendimos hasta la superficie del mar, de color azul grisáceo debido a la nubosidad. La rotación del planeta empezaba a permitir que la luz de la estrella llegara hasta la zona de amerizaje. Amanecía aquí abajo. La atmósfera había presentado algunas perturbaciones en la zona, en forma de vientos y precipitaciones de agua sobre el océano. Esto hacía que el mar no estuviera completamente calmado. Con mucha pericia, el piloto posó suavemente la nave sobre las aguas, no muy lejos de la costa. Las olas golpeaban en el casco.
Debíamos tomar una decisión, pero el piloto llamó nuestra atención hacia unas columnas de humo que se veían en la costa. Ascendían desde lo que parecían construcciones realizadas por seres inteligentes, demasiado geométricas para ser caprichos naturales en una playa de arena. Al otro lado y en la lejanía, unas estructuras que se dirían metálicas, por el brillo que delataba su constitución, flotaban serenas sobre el agua de aquel mar salado. De pronto percibimos un estruendo, como sonido de golpes percutiendo en el aire. Detonaciones que perturbaban la paz de la mañana. Luego, el silbido de fragmentos de algún material que sobrevolaron con gran rapidez por encima de nuestra posición. Algunos de esos fragmentos impactaron en las construcciones provocando explosiones, llamaradas y más columnas de humo. No sabíamos qué estaba pasando, pero esto podría poner en peligro la misión. Esperamos en el interior de la nave, tratando de calmarnos por lo sucedido. Tiempo después, el piloto nos avisó de un avance de lo que parecían ser pequeñas naves hacia nuestra posición, procedentes de las estructuras flotantes... Una cantidad abundante de estas naves surcaban la superficie del agua a nuestro encuentro. ¿Quizás el contacto se produjera antes de lo previsto? ¿Cómo era posible haber sido avistados a pesar de un camuflaje de última generación? El momento había llegado y estábamos llenos de alegría y excitación, a pesar de que los planes no discurrían según lo previsto.
Pero en ese instante, el piloto nos indicó que las naves no se dirigían exactamente hacia nuestra posición. Con el rumbo que llevaban, pasarían cerca de nuestro flanco, pero seguirían su camino. No nos habían visto. Y así fue. Esas pequeñas naves sobre el agua se dirigían a la playa. Pude ver una de ellas. Tenía forma de zapato y llevaba dos inscripciones sobre su casco grisáceo: un símbolo solitario a manera de figura con cinco puntas y de color blanco, y otro símbolo más complejo, también en color blanco, con una forma que pude memorizar: PA33-4. Desde la costa se lanzaban a gran velocidad otros fragmentos sobre el mar. Algunos se hundían sin más consecuencia que grandes salpicaduras sobre la superficie, pero otros impactaban en las naves y las destruían, provocando llamaradas y arrojando por los aires cuerpos destrozados de los seres de aquel planeta que iban embarcados en las naves. No entendíamos lo que estaba pasando, pero la escena era terrible. Cuando las naves llegaban a la playa, esos seres se dispersaban sobre la arena y todo se convirtió en una sucesión ensordecedora de ruidos, fuego y destrucciones. La playa y el mar se fueron tiñendo de rojo.
Lo que observamos nos dejó muy perturbados. Decidimos volver al crucero para informar de lo que habíamos visto. Ya en la nave y después de conversaciones y deliberaciones, el representante del Gran Consejo concluyó que debíamos abandonar ese planeta para siempre. Al parecer, extrañas y olvidadas leyendas de nuestra raza contaban que una especie anterior a nosotros había asolado nuestro planeta en lo que se llamó las Edades Míticas, en una sucesión de guerras aniquiladoras. Nadie comprendía ya el significado de los términos. Palabras como guerra, odio, batalla, asesinato, masacre... habían desaparecido del bagaje léxico de nuestra especie. Y así había seguido en toda nuestra Historia. Esa forma de hablar ya solo pertenecía a aquellos inquietantes cuentos ignorados, enterrados en edades de las que ninguno de los nuestros comentaba nada. Este era nuestro primer contacto con remotísimas leyendas que se pensó que no tenían fundamento real...
Desolados, volvimos a la estación orbital y retiramos de nuestros mapas estelares cualquier posible ruta que pasara por el sistema ░░▒░▓▒, comprendiendo que aquellos seres autodestructivos se extinguirían antes de emprender la colonización de la galaxia.
Volvíamos a estar solos en el espacio.
Aquello fue muy emocionante. Por primera vez en nuestra Historia recibíamos un mensaje de una raza alienígena, la prueba de que no estábamos solos. Era un mensaje rudimentario e incomprensible, pero en él ya se adivinaba que otros seres semejantes a nosotros habitaban la inmensidad de la galaxia. El hecho de que fueran capaces de enviar noticias al espacio exterior era una muestra de su grado de desarrollo científico y tecnológico y nos hacía albergar la esperanza de una alianza común, de la posible unión de nuestros destinos en el devenir del cosmos. En aquel momento yo cumplía con un periodo de destino en la estación orbital del sistema ▒▓▒░▓▒▒░░░▒, dominado por una hermosa estrella azulada, apenas una avanzadilla de la exploración galáctica en este sector. La estación recibió el mensaje y solicitó instrucciones al Consejo Científico. Con rapidez se organizó una misión de reconocimiento al sistema del que procedía la comunicación, en las proximidades de donde nos encontrábamos (¡cómo imaginar que ellos estaban tan cerca!), en esta remota región de la galaxia en la que nunca se habían depositado muchas esperanzas de éxito. Sin embargo, ahora se convertía en el lugar más importante de nuestras observaciones.
Fui reclutado como asesor bio-científico de la misión y, al poco, embarcado en la nave que nos llevaría hasta el sistema ░░▒░▓▒, el del planeta del que procedía el mensaje. Fue un viaje no muy largo a través de un plegamiento espacial improvisado y un ambiente expectante invadió a toda la tripulación al salir del canal y contemplar nuestro destino a escasos ÐÆ de distancia. Escaneamos las proximidades del planeta y no detectamos ningún satélite artificial, ni estaciones orbitales. Posiblemente, esta raza aún no se había aventurado a la exploración espacial y tan solo llevaba unos pocos ciclos emitiendo señales a quien las pudiera recibir. El director de la misión ordenó al comandante de la nave proceder según el protocolo para esta ocasión: el crucero debía ocupar un lugar en la órbita del planeta con el valor estipulado de gravedad, y luego se situaría en las proximidades de la vertical sobre el lugar (calculado por los goniómetras de la comisión científica) desde el que se emitió la comunicación. Allí nos encontrábamos. Se trataba de un planeta hermoso, muy similar al nuestro en tamaño, atmósfera, configuración... Incluso la estrella amarilla de este sistema era como la nuestra, pero eso ya lo habíamos observado antes de partir. Solo ahora contemplábamos la enorme similitud. Como no teníamos datos de la ubicación exacta de la emisión de la señal, elegimos como punto de contacto una zona de costa, próxima al lugar, un brazo de mar entre el continente y una isla. Ignorábamos si podíamos ser detectados, pero el protocolo establecía en estos casos activar el camuflaje de todas las naves que intervinieran en la misión. El contacto debía ser posterior a un informe de observación.
En una nave auxiliar con el camuflaje activado, un representante del Consejo Científico, un piloto y yo nos disponíamos a realizar esa primera observación para elaborar el informe que posibilitara el contacto. Descendimos hasta la superficie del mar, de color azul grisáceo debido a la nubosidad. La rotación del planeta empezaba a permitir que la luz de la estrella llegara hasta la zona de amerizaje. Amanecía aquí abajo. La atmósfera había presentado algunas perturbaciones en la zona, en forma de vientos y precipitaciones de agua sobre el océano. Esto hacía que el mar no estuviera completamente calmado. Con mucha pericia, el piloto posó suavemente la nave sobre las aguas, no muy lejos de la costa. Las olas golpeaban en el casco.
Debíamos tomar una decisión, pero el piloto llamó nuestra atención hacia unas columnas de humo que se veían en la costa. Ascendían desde lo que parecían construcciones realizadas por seres inteligentes, demasiado geométricas para ser caprichos naturales en una playa de arena. Al otro lado y en la lejanía, unas estructuras que se dirían metálicas, por el brillo que delataba su constitución, flotaban serenas sobre el agua de aquel mar salado. De pronto percibimos un estruendo, como sonido de golpes percutiendo en el aire. Detonaciones que perturbaban la paz de la mañana. Luego, el silbido de fragmentos de algún material que sobrevolaron con gran rapidez por encima de nuestra posición. Algunos de esos fragmentos impactaron en las construcciones provocando explosiones, llamaradas y más columnas de humo. No sabíamos qué estaba pasando, pero esto podría poner en peligro la misión. Esperamos en el interior de la nave, tratando de calmarnos por lo sucedido. Tiempo después, el piloto nos avisó de un avance de lo que parecían ser pequeñas naves hacia nuestra posición, procedentes de las estructuras flotantes... Una cantidad abundante de estas naves surcaban la superficie del agua a nuestro encuentro. ¿Quizás el contacto se produjera antes de lo previsto? ¿Cómo era posible haber sido avistados a pesar de un camuflaje de última generación? El momento había llegado y estábamos llenos de alegría y excitación, a pesar de que los planes no discurrían según lo previsto.
Pero en ese instante, el piloto nos indicó que las naves no se dirigían exactamente hacia nuestra posición. Con el rumbo que llevaban, pasarían cerca de nuestro flanco, pero seguirían su camino. No nos habían visto. Y así fue. Esas pequeñas naves sobre el agua se dirigían a la playa. Pude ver una de ellas. Tenía forma de zapato y llevaba dos inscripciones sobre su casco grisáceo: un símbolo solitario a manera de figura con cinco puntas y de color blanco, y otro símbolo más complejo, también en color blanco, con una forma que pude memorizar: PA33-4. Desde la costa se lanzaban a gran velocidad otros fragmentos sobre el mar. Algunos se hundían sin más consecuencia que grandes salpicaduras sobre la superficie, pero otros impactaban en las naves y las destruían, provocando llamaradas y arrojando por los aires cuerpos destrozados de los seres de aquel planeta que iban embarcados en las naves. No entendíamos lo que estaba pasando, pero la escena era terrible. Cuando las naves llegaban a la playa, esos seres se dispersaban sobre la arena y todo se convirtió en una sucesión ensordecedora de ruidos, fuego y destrucciones. La playa y el mar se fueron tiñendo de rojo.
Lo que observamos nos dejó muy perturbados. Decidimos volver al crucero para informar de lo que habíamos visto. Ya en la nave y después de conversaciones y deliberaciones, el representante del Gran Consejo concluyó que debíamos abandonar ese planeta para siempre. Al parecer, extrañas y olvidadas leyendas de nuestra raza contaban que una especie anterior a nosotros había asolado nuestro planeta en lo que se llamó las Edades Míticas, en una sucesión de guerras aniquiladoras. Nadie comprendía ya el significado de los términos. Palabras como guerra, odio, batalla, asesinato, masacre... habían desaparecido del bagaje léxico de nuestra especie. Y así había seguido en toda nuestra Historia. Esa forma de hablar ya solo pertenecía a aquellos inquietantes cuentos ignorados, enterrados en edades de las que ninguno de los nuestros comentaba nada. Este era nuestro primer contacto con remotísimas leyendas que se pensó que no tenían fundamento real...
Desolados, volvimos a la estación orbital y retiramos de nuestros mapas estelares cualquier posible ruta que pasara por el sistema ░░▒░▓▒, comprendiendo que aquellos seres autodestructivos se extinguirían antes de emprender la colonización de la galaxia.
Volvíamos a estar solos en el espacio.
domingo, 3 de junio de 2012
the most excellent and lamentable tragedie
(área de descanso nº 183)
- ¿Crees que esta historia tendrá un final feliz?
- Los finales felices son historias sin acabar.
(fragmento de un diálogo en el film "Mr. and Mrs. Smith")
Estimado William:
La presente misiva es para informarte de los progresos de la última investigación que me encomendaste. Ya sé que no esperabas tener mis noticias hasta dentro de un par de meses, pero creo necesario avanzarte un giro inesperado que supongo que puede afectar al desarrollo de tu obra.
La semana pasada, y después de no pocas pesquisas, logré hacerme con un viejo diario que guardaba una carta ya desgastada, todo ello envuelto en un paquete en el que había escritas dos palabras: Frate Lorenzo. En efecto, el autor de la carta era el propio franciscano y en ella el fraile, ya muy viejo, se desahoga con un íntimo revelándole sus profundos remordimientos. El diario presentaba una caligrafía muy distinta y en la primera página estaba escrito un nombre: Margherita Beatrice Broccia.
Comencé leyendo la carta. Aparte de los pertinentes saludos y de otras indicaciones personales que ahora no sería necesario traer a colación, la parte que deseo destacarte, querido William, es aquella en que fray Lorenzo escribe una terrible confesión a su compañero. Le cuenta que antes de abandonar la cripta en aquel día fatídico observó con sorpresa que la joven esposa, ya difunta, se aferraba a un diminuto libro. El libro era el diario de Beatrice. Fray Lorenzo, después de leer en él alguna declaración perturbadora, dedujo con gran consternación que tales revelaciones en conocimiento de la muchacha podrían haber desencadenado las trágicas consecuencias que estaba presenciando. Decidió entonces que lo mejor sería llevarse el documento, hacerlo desaparecer de la escena y confiar en la discreción de Beatrice, quien ignoraba que el fraile había celebrado el matrimonio de los jóvenes. Con algo de fortuna, esto quedaría ignorado para siempre. Se trataba ahora de encontrar la manera de que tan grande fatalidad sirviera al menos para intentar reconciliar a las familias. Pero el paso de los años no pudo mermar la pesadumbre de fray Lorenzo por haber obrado imprudentemente con los jóvenes enamorados, sino que, al contrario, la perspectiva del tiempo le mostraba el error en toda su enormidad.
Intrigado por las palabras de la carta, decidí dedicarme a la lectura del diario, que seguramente contendría las explicaciones que necesitaba para aclarar el embrollo. En efecto, después de bastantes páginas que estimo intrascendentes, llegué al asunto que nos interesa, amigo William. La joven Margherita cuenta cómo fue seducida por Filippo Montecchi y abunda en detalles del romance secreto que ambos mantuvieron durante un año. A Margherita no le importó que Filippo ya estuviera casado e incluso acabara de ser padre del niño Romeo, sino que se entregó sin reservas en los brazos del rico veronés. Pasado un año, la joven Margherita quedó encinta fruto de la relación con Filippo, y esto precipitó una ruptura muy dolorosa. Despechada por este abrupto final, Margherita comenzó otra relación con el gran rival de Filippo Montecchi, el acaudalado viudo Enrico Cappelletti. La relación desembocó rápidamente en matrimonio, en un intento de la Broccia por ocultar su embarazo hasta que lo razonable fuera atribuir a Enrico la paternidad de la criatura. A partir de los desposorios, Margherita comenzó a utilizar su segundo nombre en lugar del que había sido habitual y todos en Verona la conocieron como Beatrice Cappelletti. Unos meses después, nacía la pequeña Giulietta.
Desconozco cómo el diario pudo terminar en manos de la joven Giulietta en aquellos breves días de matrimonio con Romeo, pero es fácil adivinar que el conocimiento de los hechos que en él se narran resultó ser demoledor para la joven esposa. Ignoro también cómo afectará todo este relato a la obra en que ya te hallas inmerso, pero he tratado de apresurarme para que tuvieras a tiempo una información tan importante. Con todo, mi buen William, confío en que sabrás resolver la trama de tal manera que no lleve oprobio sobre ninguna de las partes.
Dentro de pocos días tendrás contigo un nuevo envío de mi parte en que te adjuntaré el diario de Margherita Beatrice, la memoria de los gastos de mi estancia en Elsinor, a propósito de la investigación que me encargaste sobre el joven príncipe danés, y el informe correspondiente a ese asunto.
Te abrazo de todo corazón,
tu leal amigo y devoto colaborador
R.
- ¿Crees que esta historia tendrá un final feliz?
- Los finales felices son historias sin acabar.
(fragmento de un diálogo en el film "Mr. and Mrs. Smith")
Estimado William:
La presente misiva es para informarte de los progresos de la última investigación que me encomendaste. Ya sé que no esperabas tener mis noticias hasta dentro de un par de meses, pero creo necesario avanzarte un giro inesperado que supongo que puede afectar al desarrollo de tu obra.
La semana pasada, y después de no pocas pesquisas, logré hacerme con un viejo diario que guardaba una carta ya desgastada, todo ello envuelto en un paquete en el que había escritas dos palabras: Frate Lorenzo. En efecto, el autor de la carta era el propio franciscano y en ella el fraile, ya muy viejo, se desahoga con un íntimo revelándole sus profundos remordimientos. El diario presentaba una caligrafía muy distinta y en la primera página estaba escrito un nombre: Margherita Beatrice Broccia.
Comencé leyendo la carta. Aparte de los pertinentes saludos y de otras indicaciones personales que ahora no sería necesario traer a colación, la parte que deseo destacarte, querido William, es aquella en que fray Lorenzo escribe una terrible confesión a su compañero. Le cuenta que antes de abandonar la cripta en aquel día fatídico observó con sorpresa que la joven esposa, ya difunta, se aferraba a un diminuto libro. El libro era el diario de Beatrice. Fray Lorenzo, después de leer en él alguna declaración perturbadora, dedujo con gran consternación que tales revelaciones en conocimiento de la muchacha podrían haber desencadenado las trágicas consecuencias que estaba presenciando. Decidió entonces que lo mejor sería llevarse el documento, hacerlo desaparecer de la escena y confiar en la discreción de Beatrice, quien ignoraba que el fraile había celebrado el matrimonio de los jóvenes. Con algo de fortuna, esto quedaría ignorado para siempre. Se trataba ahora de encontrar la manera de que tan grande fatalidad sirviera al menos para intentar reconciliar a las familias. Pero el paso de los años no pudo mermar la pesadumbre de fray Lorenzo por haber obrado imprudentemente con los jóvenes enamorados, sino que, al contrario, la perspectiva del tiempo le mostraba el error en toda su enormidad.
Intrigado por las palabras de la carta, decidí dedicarme a la lectura del diario, que seguramente contendría las explicaciones que necesitaba para aclarar el embrollo. En efecto, después de bastantes páginas que estimo intrascendentes, llegué al asunto que nos interesa, amigo William. La joven Margherita cuenta cómo fue seducida por Filippo Montecchi y abunda en detalles del romance secreto que ambos mantuvieron durante un año. A Margherita no le importó que Filippo ya estuviera casado e incluso acabara de ser padre del niño Romeo, sino que se entregó sin reservas en los brazos del rico veronés. Pasado un año, la joven Margherita quedó encinta fruto de la relación con Filippo, y esto precipitó una ruptura muy dolorosa. Despechada por este abrupto final, Margherita comenzó otra relación con el gran rival de Filippo Montecchi, el acaudalado viudo Enrico Cappelletti. La relación desembocó rápidamente en matrimonio, en un intento de la Broccia por ocultar su embarazo hasta que lo razonable fuera atribuir a Enrico la paternidad de la criatura. A partir de los desposorios, Margherita comenzó a utilizar su segundo nombre en lugar del que había sido habitual y todos en Verona la conocieron como Beatrice Cappelletti. Unos meses después, nacía la pequeña Giulietta.
Desconozco cómo el diario pudo terminar en manos de la joven Giulietta en aquellos breves días de matrimonio con Romeo, pero es fácil adivinar que el conocimiento de los hechos que en él se narran resultó ser demoledor para la joven esposa. Ignoro también cómo afectará todo este relato a la obra en que ya te hallas inmerso, pero he tratado de apresurarme para que tuvieras a tiempo una información tan importante. Con todo, mi buen William, confío en que sabrás resolver la trama de tal manera que no lleve oprobio sobre ninguna de las partes.
Dentro de pocos días tendrás contigo un nuevo envío de mi parte en que te adjuntaré el diario de Margherita Beatrice, la memoria de los gastos de mi estancia en Elsinor, a propósito de la investigación que me encargaste sobre el joven príncipe danés, y el informe correspondiente a ese asunto.
Te abrazo de todo corazón,
tu leal amigo y devoto colaborador
R.
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