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miércoles, 26 de junio de 2013

proteo y hermes

(etapa 30.13)
"Y en ausencia del amor no existe dicha.
Lo que tú de puro en el cuerpo gozas
(Y creado puro fuiste) lo gozamos los Espíritus
En eminencia, sin obstáculo ninguno
De membrana, miembro o hueso, excluyentes trabas:
Más que el aire con el aire, si los Ángeles se abrazan,
Se fusionan por completo, uniéndose pureza
A lo puro que desea; no requieren medio restringido,
Como carne que con carne se combine, o alma y alma".
(John Milton, "Paraíso perdido", libro VIII, versos 621-629)

El viejo alquimista en su laboratorio. Medita, mezcla, ensaya. Entre alambiques y morteros, redomas y crisoles, hornos y retortas, filtros y sublimadores. Proteico y hermético, busca la respuesta esquiva, el arcano. Se busca a sí mismo.
Agota sus energías y su paciencia.
Hermes juega con él. En la mañana lo zarandea con su astucia, roba sus pensamientos, trastorna sus sueños, llena su cabeza de mentiras, siembra de trampas sus anotaciones y agita sus recuerdos. Al caer la noche, como compensación, le regala fugazmente el don de la interpretación de lo oculto. Apenas un destello, tan solo una piedra en el interminable camino. Una más en la hilera de guijarros hasta la meta: la piedra final, la piedra filosofal.
Pero la solución no está en el mercurio que tanto envenena su mente. Vapores que se introducen en sus pulmones, diminutas gotas que se filtran a través de su piel. La mano de Hermes agarra su cuerpo para transportarlo más allá de este mundo, para atravesar la frontera de las preguntas sin resolver. Pero todavía no. Aún no es el tiempo.

Un día, caminando en una playa, hollando la arena húmeda con sus pies descalzos, el viejo alquimista divisa la llave de los mares. Es Proteo, aquel que cambia de forma, aquel que puede ayudar al que se busca. Un ímpetu de caza de la verdad, una terrible sed de lo auténtico, sacude al viejo alquimista. Se acerca al anciano salitroso, al instante se sorprende ante la hermosa mujer, se espanta con la visión del dragón, quiere escapar de la pantera, pero recobra el valor y vuelve para enfrentarse a la serpiente, es demasiada la fuerza de su espíritu ansioso por saber. Rodea la roca, trepa al árbol, se aferra a las garras del águila, pero acaba cayendo en tierra. Recibe una lluvia de agua salada. El viejo alquimista abre su boca y traga algunas gotas. Pronto le queman en sus entrañas. Le queman la piel, arde en llamas como un fénix.
Ha sido la respuesta de Proteo capturado. El cambiante Proteo le muestra la misma esencia del cambio, la metamorfosis, la adaptación, la renovación, en un mundo cuyas leyes son inmutables. Y así, el viejo alquimista resurge sabio de la prueba de fuego y cenizas y conoce al fin el misterio de su propio destino, la anhelada y genuina piedra filosofal.

jueves, 20 de junio de 2013

esparadrapo

(etapa 29.13)
"¿Has tenido alguna vez miedo de meter a alguien tan adentro, que sabes que no podrías volver a arrancarlo de ti
sin desgarrarte, sin perder parte de ti al hacerlo...?"
(frase en el encabezamiento del blog de mi amiga Avellaneda)

Un trocito de tela impregnado con adhesivo en una de sus caras. Nada más que eso. El invento se pega en la piel. No sobre la herida, que quedará protegida por algo menos agresivo que el pegamento, pero sí en la zona adyacente, que también grita por la proximidad de la lesión.
La cara externa de la tela irá pillando mugre con los roces, los trajines de la jornada, las salpicaduras de la vida. La cara interna, mientras, cumplirá su misión de sujetar carnes, trocitos de lienzo, gasa, algodón o lo que sea, todo el tiempo en que la llaga se va curando. El pegamento se hace tan amigo de la piel en torno a la herida que ya no se distingue con facilidad dónde termina uno y empieza la otra. Fundidos en el dolor vecino, bien avenidos por las circunstancias.
¿Cuánto puede durar semejante unión?

Llega un momento en que hay que quitarse el esparadrapo, hay que desnudar la cicatriz incipiente. Ahora ya es un trozo de piel que hay que arrancar. Es piel que no siente, pero casi, porque la de verdad está ahí pegada. Piel que ha ido absorbiendo pegamento como si fuera más tejido cutáneo.
Quitarse el esparadrapo. Dos opciones. Duelen ambas. Quizás una más que la otra, resultado de combinar intensidad y duración. Hay quien opta por arrancarla poco a poco, tirando poro a poro, pelo a pelo. Son diminutos desgarros, pero la suma final es tremenda y el resultado en dolor puede ser más duradero.
La mejor opción suele ser desarraigarlo de un tirón. Todo a la vez. Un gran desgarrón, un solo alarido, un solo escalofrío recorriendo la espalda, un coro de terminaciones nerviosas gritando al unísono. Un instante. Y nada más.
Luego, el vacío del silencio.

jueves, 6 de junio de 2013

el pasado en el pasado

(etapa 26.13)
"Mamá siempre decía que tienes que dejar atrás el pasado antes de seguir adelante.
Creo que fue por eso que corrí tanto".
(del film "Forrest Gump", con guión de Eric Roth y dirección de Robert Zemeckis)

No sé si la vida será como un gran naufragio, pero se le parece.
A la playa de la remota isla del presente van llegando, de forma imprevista, los restos de un pasado engullido por el océano del tiempo. La orilla se llena, de cuando en cuando, de objetos que han ido perdiendo su lustre, incluso su sentido. Qué distintos se ven ahora que han sido vomitados por las olas. Qué absurdos yaciendo entre la arena, enredados de algas, atacados por la herrumbre, arrollados y mecidos por la espuma del mar... Ya solo sirven para construir quimeras.
Como un juez del destino, el mar se tragó en su resaca el lastre del pasado. Y ahora, en su borrachera, lo devuelve con impertinencia. Asoma su rostro en el momento inesperado. Por más que se limpia la playa, después de tanto trabajo vuelve la marea a sembrar de dudas el presente. Rara vez el panorama está completamente despejado.

En ocasiones, el flujo y reflujo de las olas traen otra propuesta. Algo simple pero esencial.
La visión del inicio, el origen. El retorno al lugar donde todo comenzó, donde se generaron las ilusiones, donde se era más auténtico, sin la pátina de las decepciones, de la frustraciones, sin el desgaste de la rutina, sin erosión ni corrosión. El retorno al lugar donde se iba aprendiendo, donde todo estaba por suceder. Regresar al instante de la frescura, a la fuente de las energías. Sembrar de nuevo el campo de los sueños.
Persiguiendo con afán la originalidad, no confundiéndola con la extravagancia; sino que, al degustar su etimología, se pueda revivir el espíritu de los orígenes.
Dejar atrás el pasado y poner el contador a cero.

viernes, 31 de mayo de 2013

habitación uno cero uno

(etapa 25.13)
        - Vamos a ver, Winston, ¿cómo afirma un hombre su poder sobre otro?
        Winston pensó un poco y respondió:
        - Haciéndole sufrir.
        - Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti. ¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo para pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución de más dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el auto-rebajamiento. Todo lo demás lo destruiremos, todo.
(George Orwell, "1984")

"El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Percibo mucho miedo en ti".
(Yoda a Anakin Skywalker, en "Star Wars, episodio I: La amenaza fantasma")

¿Y si existiera una habitación en lo más recóndito de la mente? Puestos a imaginar tal lugar, es muy posible que el número en la puerta, avisando de su ubicación, fuera el 101, en apariencia binario. Una estancia demencial, habitación de todos los miedos, aprensiones y fobias que caben en el pensamiento. Un lugar alejado de un estándar, un sitio personalizado a la medida de cada individuo, adaptado a sus terrores más íntimos.
Podrán superarse todos los miedos. Quizás sí, quizás no. Hay miedos que se enquistan al tratar de superarlos y de tanto chocar y chocar contra ellos acaban por convertirse en fobias. Otros miedos alcanzan la masa crítica que provoca la reacción en cadena que los aniquila. Ante el precipicio del terror, algunos miedos son arrojados al vacío de la desesperación. Quizás sí, quizás no. Pero seguro que siempre existirán las debilidades, las flaquezas, dispuestas a ser explotadas por cualquiera que esté interesado en obtener alguna siniestra ventaja con ello. Clark Kent carga para siempre con su impotencia frente a la kryptonita. Aquiles conserva permanentemente su punto débil en el talón. Sus debilidades no hacen de ellos unos cobardes, pero sí los convierten en objetivos atacables por Lex Luthor o Paris, sabedores de su vulnerabilidad.

Los miedos que no se pueden vencer son las fisuras por las que se introduce la fatalidad. En la novela 1984, George Orwell delinea con pasmosa clarividencia una distopía que se alimenta del miedo, convertido en odio, dolor y humillación, herramientas útiles para el control de masas enteras, individuo a individuo, a través de sus temores más íntimos y personales. La determinación de Winston Smith para dar la espalda a un sistema asfixiante es aniquilada en una estancia del "Ministerio del Amor". Una sala de tortura que representa una lucha imposible de vencer entre una persona y un régimen de opresión y control. Solo el Gran Hermano te podrá librar de las ratas, Winston. Él será el dueño de tus miedos y tú sucumbirás a su férreo control.

Si de veras existe la habitación uno cero uno en lo más recóndito de la mente, entonces estoy perdido... porque alguien tiene la llave de ese refugio de espantos y no soy yo. Un caballo de Troya metido en la cabeza y de su vientre sale toda una legión de monstruos invadiéndola. Aquiles a merced de una flecha del carcaj de Paris, saeta de temores que pueden herir mortalmente su frágil talón.

jueves, 23 de mayo de 2013

ouroboros

(etapa 24.13)

Hay temporadas llenas de días que transcurren dejando un insoportable déficit de fuerzas y energías. En esos días, a veces pienso en Sísifo. Condenado a llevar cada día la misma roca hasta la cima de una montaña, este personaje puede ser el paradigma de una existencia inútil y absurda. En definitiva, todos los días terminan cobrándose su peaje de rutina. El sol sale por las mañanas y recorre la bóveda celeste hasta que se oculta en el anochecer, y vuelve a estar dispuesto en la mañana siguiente para repetir su negocio cotidiano. Igual que la roca de Sísifo.
Pero a diferencia de lo que sucedía con el antiguo rey de Éfira, cada día ofrece una oportunidad a quien decide empujar la roca ardiente en su travesía por el firmamento: la oportunidad de superar lo rutinario, de aprender cosas nuevas, de crecer en experiencias. Por eso resulta tan fastidioso el presentimiento de la oportunidad perdida, imaginada como el último tren del día alejándose del apeadero donde aún permanece el peregrino.

Se ha repetido muchas veces que la vida es cíclica y puede que ahí resida el menoscabo: en la ineluctable repetición de ciclos. Supuestamente, los ciclos han de servir para el desarrollo, pero no siempre sucede así. Hay ciclos de estancamiento y son desesperantes. Vidas de Sísifo, ouroboros. El ouroboros, el reptil que devora su cola, se ha utilizado como símbolo de renovación, de la unidad de todas las cosas en un ciclo eterno, pero también del esfuerzo infructuoso y la lucha sin fin. Es una figura de evidente desgaste. A quien va consumiendo su propio cuerpo hasta extinguirse, ¿qué le quedará?
Quizás, la oportunidad de comenzar de cero. Una vez más, en un ciclo distinto.

martes, 7 de mayo de 2013

indecisiones

(etapa 22.13)
"El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo".
(Gustavo Adolfo Bécquer)

Es posible que me falle la memoria con la siguiente cita, pero creo que fue el arquitecto Álvaro Siza Vieira quien dijo que proyectar es una forma de domesticar las indecisiones. Supongo que con otras palabras, aunque el significado sea el mismo. Y me parece que no puedo estar más de acuerdo.
Un proyecto, al igual que tantas encrucijadas de la vida, supone un océano de decisiones que vienen marcadas por muchas condiciones de partida, algunas impuestas, otras adoptadas. En el proceso de creación, todos los gestos, formas, actitudes, materiales, sistemas, intenciones, aspiraciones... son objeto de elección hasta alcanzar el resultado definitivo, sea satisfactorio o no, se acierte o se falle. Elegir significa, ya se sabe, optar por una solución desechando todas las demás. Es un esfuerzo que requiere una buena dosis de disciplina mental, incluso de valentía. No hay que olvidar que el artista, en su papel de demiurgo, cruza un abismo de vacío hacia la realización de una idea, como un funámbulo sobre el fino cable de su imaginación.
Se puede permanecer enfangado en la ciénaga de la indecisión mucho tiempo. Empero, proyectar supone rebasar ese trance. En palabras del maestro: domesticar las indecisiones, desenterrar los pies del lodo para proseguir hacia la meta, superar la prueba. Elegir, aunque no se hayan resuelto las dudas. Las dudas pueden acompañar en muchos proyectos, aun las mismas dudas en muchos proyectos distintos. Extrañamente, esas dudas forman parte del progreso y, aunque parezca paradójico, evitan el estancamiento si la mente es inquieta.

Me viene la imagen del domador de huracanes mentales sobre todo cuando la presión del entorno me supera. A veces la vida golpea duro en algunos frentes. A uno mismo, a las personas allegadas, a la sociedad entera. Quizás sea insólito expresarlo así, pero el trabajo de proyectar me sigue pareciendo en ocasiones un analgésico o un narcótico que amortigua algunos dolores de la vida. Un campo donde sí es posible flotar por encima de indecisiones y no morir ahogado en ellas. Me sigue poniendo de buen humor, como si recibiera una inyección de buen rollo, contemplar una obra que merezca la pena, estar delante de un buen proyecto, construido o en papel. Es una experiencia que no sabría cómo explicar, pero que forma parte de esta cosa tan rara y tan bella que, a pesar de mi impericia, tanto me gusta hacer.

martes, 30 de abril de 2013

no tengo tiempo

(etapa 21.13)
"El tiempo absoluto, verdadero y matemático en sí y por su naturaleza y sin relación a algo externo, fluye uniformemente, y por otro nombre se llama duración. El relativo, aparente y vulgar, es una medida sensible y externa de cualquier duración, mediante el movimiento (sea la medida igual o desigual) y de la que el vulgo usa en lugar del verdadero tiempo; por ejemplo, la hora, el día, el mes, el año".
(Isaac Newton, Philosophiæ naturalis principia mathematica)
.
"La barca pasa, pero el río queda".
(Proverbio malayo)

Luego llegó Albert Einstein con su Zur Elektrodynamik bewegter Körper ("Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento") de 1905, introduciendo en el panorama de la Física la teoría de la relatividad especial y dando una nueva vuelta de tuerca (¡y menuda vuelta!) a la concepción del tiempo. El mismo Einstein llegó a responder de forma evasiva cuando se le pidió una definición de tiempo: "Tiempo es lo que se puede medir con un reloj". Qué complejo.
El tiempo se entiende desde entonces como esa cosa a la que todo parece estar anclado y que se estira o se encoge dependiendo de la velocidad con que suceden los fenómenos ahí anclados. Además, la percepción del tiempo es subjetiva. Las experiencias vividas como novedad proporcionan una sensación de que el tiempo se ralentiza, mientras que lo rutinario provoca el efecto opuesto. Un ejemplo típico: cuando se observa un reloj de manecillas con segundero de movimiento no continuo (es decir, a saltos, segundo a segundo), la primera impresión es que el reloj está parado porque el primer segundo parece durar demasiado tiempo. Los demás segundos, en cambio, se perciben con normalidad. Es el efecto de lo novedoso en el cerebro. Por esta razón, una fórmula que se ha propuesto para lograr la sensación de que el tiempo no pase veloz en la vida de una persona es que esta se entregue a experiencias nuevas, aprendizaje constante, recorrer la vida por caminos distintos en vez de transitar los muy trillados.

De todos modos, el tiempo es limitado y no alcanza para todo. Lo común es pensar "no tengo tiempo". Pero esto no es cierto. Para todos el tiempo es el mismo. Unos lo aprovechan mejor, otros peor. El problema no es la cantidad de tiempo que se tiene, sino la gestión del mismo. Está claro.
No me voy a poner a dar consejitos sobre cómo gestionarlo bien, porque en esto siempre seré más alumno que profesor. Lo que sí puedo hacer es recordar un par de ilustraciones que vienen a cuento.

La primera será la del leñador. Dos leñadores tienen que talar un área de bosque. Ambos disponen del mismo tiempo para talar y descansar, tienen un  hacha idéntica y fuerza parecida. Lo que no emplean es el mismo método y eso marca la diferencia. Al final, uno de los dos leñadores ha conseguido hacer más trabajo en menos tiempo. ¿Cómo lo ha hecho? Uno ha empleado todo el tiempo en talar. El otro, ha talado y ha hecho pausas cada cierto tiempo para afilar el hacha. No ha sido tiempo perdido, sino una inversión de tiempo que le ha permitido optimizar el total. La gestión del tiempo tiene más que ver con las distintas tareas que ocupan el tiempo que con la cantidad total de tiempo disponible para una sola tarea.

La segunda ilustración será la de la caja, las piedras y la arena. Es parecida a la anterior, pero contada de forma más abstracta y más general. Si lleno una caja de piedras, todavía queda espacio entre los intersticios para seguir llenando la caja con arena. Se tendrá finalmente una caja llena de piedras y de arena. Pero si tomo una caja y la lleno de arena, ya no queda más espacio para piedras. La caja tendrá arena pero no piedras. Bueno, pues lo mismo ocurre cuando se llena el tiempo con diferentes cosas: si no se cuida el orden o las prioridades, entonces hay cosas para las que nunca se tendrá tiempo. Puede que llenando todo el tiempo con una sola actividad ya se esté servido, pero también se corre el riesgo de llevar una vida desequilibrada o con sensaciones de carencia.

La forma de vivir es, quizás, la mayor complejidad en todo este asunto del tiempo.

miércoles, 10 de abril de 2013

veracidad y verosimilitud

(etapa 18.13)
Ich weiß doch: nur der Glückliche Sí, ya sé: solo al que es feliz
Ist beliebt. Seine Stimme se le quiere. Su voz
Hört man gern. Sein Gesicht ist schön. se oye con gusto. Su rostro es bello.
(...)......................................................
(Bertolt Brecht, Schlechte Zeit für Lyrik Malos tiempos para la lírica)

El tiempo es ese buen señor que pone a mi alcance la oportunidad de desarrollar el potencial que está ahí (eso parece), en alguna parte de mi persona, y a la vez también es el maldito bastardo que me va robando la inocencia, o la ingenuidad, o ese toque de frescura de las cosas nuevas que aún no se han ajado por el mucho uso. Son las dos caras de lo mismo, es inevitable.
Digo esto por un flash de la memoria relacionado con lo que viene después. En una de esas pelis que se ven en la adolescencia, y de las que no se recuerda ni título ni argumento ni nada más que algún detalle suelto, unos tipos se las ingeniaban para implicar en un delito a alguien inocente. ¿Cómo lo hacían? Fácil: la historia estaba ambientada en un futuro no muy lejano, donde el desarrollo tecnológico llegaba a la edición de imágenes de vídeo en tiempo real. Cuando digo "futuro no muy lejano", me refiero al momento en que la vi. Ahora ya sería "pasado reciente". El asunto es que los tipejos esos ponían la imagen del que no había hecho nada en vídeos en que aparecía cometiendo ese delito que le querían encasquetar. Esas imágenes se publicaban a través de los medios de comunicación de masas (medios y masas, que controlaban como si se tratara de marionetas) y todo el mundo se creía la versión en que el pobre tipo aparecía como peligroso delincuente. Luego venía la persecución de las autoridades, las dosis de acción en este tipo de películas, pero también un final satisfactorio en que se hacía justicia. Final tan satisfactorio como improbable.
Bueno.
Pensaba yo al ver todo esto con mis ojos cándidos, aquellos que el tiempo se llevó y me cambió por otros más taimados, que qué hijos de p... eran esos tipejos que lo trampeaban todo. Y qué asco de sociedad, esa del futuro que retrataba el film, en que la gente era tan manipulable por los mentirosos medios de comunicación.
Já.

Allá por los ochentas, parafraseando el poema de Brecht, "Golpes Bajos" cantaban que eran malos tiempos para la lírica. Si lo eran en los ochentas, cómo lo están siendo pasada la primera década del nuevo milenio...
Y si lo son para muchas cosas, también para las noticias. Ya no sé quién controla los medios de comunicación. Poderes, mafias, intereses ocultos o manifiestos... La irrupción de internet no ha aclarado el panorama. Los usuarios han (hemos) contribuido en buena medida en esa tarea de llenar todo de ruido. ¿Cómo escuchar algo con claridad en medio de tanto estrépito? Solo armándose de paciencia y buscando hasta debajo de las piedras. De lo contrario, lo más fácil es que suceda que alguien cuele un montón de trolas en medio de otras verdades.
Digo que es fácil, porque el viejo principio del ministro de propaganda nazi sigue funcionando: "Repetid una mentira miles de veces hasta que la convirtáis en una verdad". Y estamos en el boom de las campañas virales, de las cadenitas que se reproducen como churros, sin análisis ni cuestionamiento. Con todo tan polarizado, con tantas filias y fobias desplegadas en el ambiente, hay cosas con apariencia de verdad que pueden ser esparcidas a los cuatro vientos y que gozarán de gran aceptación entre millones de partidarios. Lo demás es esperar a que estos hagan su labor de siembra hasta que lo verosímil se haya convertido (¡sin serlo!) en veraz.
Pero hoy en día, ¿quién distingue lo veraz de lo verosímil? Ahí está el reto.
Si le ponen empeño, puede que sea un reto solo superable por aquellas personas realmente honestas, aquellas personas para las que una ideología no es lo mismo que una venda en los ojos o unas gafas con lentes de colorines.

jueves, 4 de abril de 2013

"fluctuat nec mergitur"

(etapa 17.13)

En la obra "Julio César" de William Shakespeare, en el acto 4, escena 3, Bruto le dice a Casio:

"Hay una marea en los asuntos de los hombres, la cual, tomada en pleamar, conduce a la fortuna; pero, omitida, todo el viaje de la vida está lleno de escollos y desgracias. En esa pleamar estamos ahora a flote; y debemos aprovechar la corriente cuando es favorable o perder nuestro cargamento".

Los días tienen la mala costumbre de descontrolarse. En realidad, el control es tan solo una efímera ilusión. Iluso es aquel que cree que controla sus pasos, cuando lo cierto es que todo escapa al control. Sin embargo, qué necesaria se hace en ocasiones la sensación de dominio de la propia vida.
Los días tienen la mala costumbre de descontrolarse. Empero, en su descontrol suelen abrir una rendija para que el navegante al menos pueda percibir sus mareas.
Hay una marea en los asuntos de los hombres...
Quizás fuera la mejor de las ideas no desperdiciarla en la pleamar, cuando el momento es favorable. Porque llegarán también los días difíciles.
Cómo no. Los días son así: tienen la mala costumbre de descontrolarse.

Aprovecho los vientos y las mareas. Me aferro a la buena corriente.
Sacudido por las olas, pero no hundido.

Iván Konstantínovich Aivazovski:

Буря на море лунной ночью (Tormenta en el mar en una noche de luna llena)

jueves, 7 de febrero de 2013

brilla (pese a todo)

(etapa 08.13)
"Conquistar el miedo es el comienzo de la sabiduría".
(Bertrand Russell)

 "Lo único que tenemos que temer es el miedo mismo".
(Franklin D. Roosevelt)

No creo que hayan existido muchas etapas en la Historia de la Humanidad que no estuvieran dominadas por el miedo. Miedo a esto o a aquello. Por ejemplo, el miedo a la guerra termonuclear fue uno de los muchos miedos que planeaban sobre las gentes que vivieron la guerra fría. Los miedos se crean y se fomentan para tener controladas a las masas. Y funciona. Las noticias han llegado a convertirse en esa herramienta de control que limita las capacidades de los ciudadanos. No se arriesguen en nada, los tiempos son pésimos. No luchen, no hay posibilidad de victoria. Huyan a otros lugares, la debacle está próxima en este. Sospechen de todos, el enemigo puede estar a su lado...
Hay un límite en que el miedo puede llevar a la desesperación y la desesperación al descontrol. Pero entonces se aflojará la presión, se abrirá la válvula, y después de un respiro de esperanza, vuelta a empezar con el circuito del miedo.
La persona de a pie participa en este perverso juego aun sin ser consciente de ello. En definitiva, como hormiguitas, van llevando estas migajas de temor hasta el hormiguero para alimentarse de ellas. Y de tal siembra se obtienen tales cosechas.

No recuerdo quién decía que el miedo es un gran motivador, pero es un pobre maestro. Y privados de la enseñanza que un buen maestro puede dar, la Historia de la Humanidad (por más visiones positivistas que se quieran dar, juegos de válvulas de escape) parece un curso a la deriva, hacia un proceloso horizonte que también llena de temor.
¿Sombría perspectiva? Puede. Dependerá de cada cual. Habrá que aprender a vivir al margen de esa angustia y miedo colectivos que tantos decibelios de fondo le meten a la vida cotidiana.
Ya, ¿qué fácil, no? -pensará alguien en tono irónico- Pero ahora hay que lidiar con la realidad.
Siempre el mismo cuento.
¿Qué significa "lidiar con la realidad"? ¿Sucumbir a planes ajenos? ¿Dejarse dominar por intereses que en realidad no me interesan en absoluto? No me parece un plan para derrotar al imperio del miedo. Y no se trata de vivir de ilusiones o idealismos varios, sino de armar una realidad que funcione de verdad de una maldita vez. ¿Cómo?

En la peli Coach Carter (un film intrascendente, donde un tío duro trata de domesticar a unos macarras de instituto que juegan al baloncesto, hay música de la MTV y todas esas cosas), aunque es de las prescindibles, también se puede destacar algún minuto de interés. Se trata de la intervención de uno de los jugadores del equipo de baloncesto del instituto. El chaval, Timo Cruz, ha hecho de camello para un colega, se ha enfrentado a la autoridad del entrenador, ha ejercido de macarra... pero también se ha esforzado para volver al equipo después de haber sido excluido por su mal comportamiento, indisciplina y rebelión. El entrenador siempre le pregunta lo mismo en los momentos más inesperados:

- Señor Cruz, ¿cuál es su mayor miedo?

Pero el señor Cruz no sabe qué responder. Muchas cosas pasan por su cabeza...
El día en que el entrenador es destituido del equipo (por haber pretendido que sus jugadores fueran alumnos aplicados en las clases, ¡oh, malvadas pretensiones!), el equipo se encuentra reunido en el gimnasio... ¡estudiando! Y es entonces cuando Timo Cruz se despide del entrenador con estas palabras:

- Nuestro mayor miedo no es que no encajemos. Nuestro mayor miedo es que tenemos una fuerza desmesurada. Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que más nos asusta. Empequeñecerse no ayuda al mundo, no hay nada inteligente en encogerse para que otros no se sientan inseguros a tu alrededor. Todos deberíamos brillar como hacen los niños, no es cosa de unos pocos sino de todos. Y al dejar brillar nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a otros.
Señor, quería dale las gracias: me ha salvado usted la vida.

Sí, vale, la escena parece muy forzada, pero me quedo con el mensaje.
En una sociedad que ha hablado tanto en positivo de la iniciativa, del emprendimiento, del valor, de la individualidad, de la independencia... cada vez más tengo la sensación de que se mira con recelo al emprendedor, al valiente, al que se esfuerza, al distinto, al autosuficiente... Como si molestara el brillo de los que han decidido tomar su vida en sus propias manos y salirse de la hilera marcada con dirección al hormiguero. Está mal visto no pertenecer a ningún rebaño. Y lo peor es que pocos se consideran miembros de uno. ¿Habremos perdido capacidad de autoanálisis?

Un autor anónimo dejó una fábula, acerca de una luciérnaga y un sapo, de moraleja bien diáfana:

Sobre la verde alfombra, / un insecto de luz tranquilo estaba
y discreto, oculto entre la sombra / sin saberlo, brillaba.

Un sapo víl, negruzco y enlodado / salió de su agujero
y su baba escupió / de envidia hinchado / sobre el insecto, fúlgido lucero.

¡Dios mío! ¿Qué te he hecho? / ¿Por qué razón tu cólera se inflama?
¿Por qué con sucia baba me mancillas? / Y el sapo contestó airado, / ¡Porque brillas!

Aunque estés rodeado de gente mezquina a quienes parece molestar mucho que brilles, nunca dejes de brillar. Sin miedo.

viernes, 1 de febrero de 2013

febrero

(etapa 07.13)
Mientras haya
quien entienda la hoja seca,
falsa elegía, preludio
distante a la primavera.
(Pedro Salinas, "Confianza")

Los azotes del viento han disuadido a enero de seguir aferrado al calendario. Abandona. Literalmente desgajado, desprendido hoja a hoja del almanaque. ¿O quizás han sido las copiosas lluvias las que han arrastrado toda su voluntad de permanencia? El resultado es el mismo. Al fin, un mes deja paso a otro mes.
Febrero entenderá el viento como energía para el cambio, escoba que barrerá las hojas muertas. El agua de la lluvia será el elemento que lave su camino. Lo que mató al pasado será la fuerza del futuro.
Deseos, deseos... Él lo espera así, aunque no sabe qué sucederá.

En estos días de viento y de lluvia, pasear por la ciudad es como vivir en una metáfora. Todo es arrastrado, sin ahondar en motivos ni en maneras. Todo se remueve, lo que se va y lo que viene.
En la esquina acristalada de siempre, a modo de escaparate, aquel establecimiento suntuoso ya no existe. Ahora, la vitrina está polvorienta y revela un interior vacío y abandonado. Ya no están las cortinas aterciopeladas, ni la mesa de madera noble ni las butacas lujosas. Empero, otra ausencia se hace aún más notable. Ya no está la hermosa mujer que era el alma del local, la vida entre lo inerte. La mujer que regalaba su belleza al viandante distraído, una belleza que no puedo llegar a describir, porque hay que ver para entender y para sentir. Sentir la calma, la serenidad, a la vez que la desazón de una mirada inalcanzable, la inquietud de lo imposible. El poder de detener el tiempo... Ya no. Ha vuelto a correr el tiempo y, mirando hacia el interior del local, hacia el vacío difuminado por la capa de polvo en los cristales, apenas se intuye la figura fantasmal que los ojos todavía quieren ver. Pero la sensación es desoladora. Destierro, nostalgia, viento y lluvia.
Los que han venido han sido los estorninos. Vuelven a su cita, como cada año. Invaden el cielo de la ciudad y los árboles de sus parques. Forman nubes de puntos diminutos, nubes que no pierden la redondez del contorno, por más que se muevan velozmente y con gran agitación, simulando ser extraños microorganismos (quizás paramecios, quizás amebas) que fueran examinados con lentes de mucho aumento sobre el tapiz gris del cielo. El frenético vuelo termina para algunos cuando encuentran un árbol en que posarse. Allí encaramados, empiezan una especie de twitter en miniatura, igual de frenético, con docenas y docenas de pájaros en uniforme luctuoso, que no azul, compitiendo para hacer oír su gorjeo por encima de la cacofonía general. La ciudad se rinde a ese murmullo, incluso el viento no lo puede ahogar.
Y sigue lloviendo.

La lluvia limpiará y el viento barrerá. Febrero así lo espera. El sol quizás aparezca de pronto y derrita algunas nostalgias.
Ya se verá...
Mientras tanto, entre los que se fueron y los que vinieron, el tiempo sigue corriendo. Viene un mes nuevo y todo lo hace nuevo, invitando a comenzar de cero. Una vez más.


sábado, 22 de diciembre de 2012

la travesía del desierto

(etapa final del retiro)

Es posible que la palabra desierto tenga más connotaciones negativas que positivas. Puede ser. Aunque en estos asuntos tan subjetivos no me atrevo a pronunciarme. Es más, pensándolo con detenimiento, tampoco puedo decir si para mí es una palabra que me sugiere más cosas buenas que malas o viceversa. Depende de muchos factores: el momento, las emociones, las circunstancias...
El desierto es un lugar inhóspito, un reducto de soledad, un lugar que aparenta ausencia de vida, un paradigma de escasez y de sencillez. El desierto es también lugar de retiro, entorno de meditación, el laberinto sin muros, la esencia de la prueba interior. El desierto puede ser todo eso o nada de eso, depende de cómo se permanezca en él.

Este desierto se acaba para mí. Ya atisbo las últimas dunas. Un poco más y el retiro habrá terminado. Un retiro intermitente, en cierto modo. Ha habido momentos en que algún pensamiento quería cobrar forma propia, se removía en el interior esforzándose por salir y arrastrándome con él. Es comprensible: la prolongada ausencia de palabras llega a producir dolor.
El retiro ha dado sus frutos. Algunos objetivos se han cumplido y otros no. Pero no importa, la vida continúa más allá del desierto. Ahora comienza otra etapa, con cosas nuevas y cosas antiguas, como todas las etapas.

Poco más que decir. Volverán las rutinas, volverán los viajes, volverán los escritos, volverán las oscuras golondrinas...
Unos días finales de descanso, al final del retiro, al final de la travesía del desierto. Y nada más.

lunes, 2 de julio de 2012

yo no quería, pero

(parada por embotellamiento... ¡hala! ¿qué hace ahí toda esa gente?)

Me había dicho a mí mismo que no escribiría sobre el tema, pero no sé cómo hago para acabar traicionándome de esta manera. En fin, para eso está un blog: para soltar lastre mental, entre otras cosas. Toda la Eurocopa sin mencionar el asunto y ahora que ha terminado, ¡zas! post futbolero-eurocopero.
Vaya por delante que de fútbol no me apetece comentar casi nada. Empiezo a sentirme excluido de esa cosa. Me pasa lo mismo que con el ciclismo hace años: cuando las crónicas de ciclismo se empezaron a parecer más a noticias de hospital y laboratorio que a noticias de deportistas y bicicletas, se cortó de raíz mi afición por todo aquello. Ahora con el fútbol me empieza a pasar otro tanto, por otros motivos. Me resulta aburrido el estilo que se ha impuesto como el aceptado por la mayoría (en juego, pero también en impacto mediático, tipo de periodismo, comportamiento de aficiones, etc). Ya sé que no hay que hacerles caso a las mayorías. En la Edad Media, la mayoría sostenía que la Tierra era plana, pero eso no hizo más llano al planeta ni un poquito. Las mayorías no tienen por qué sostener las posturas más veraces y, en materia de gustos, ni siquiera existen ese tipo de posturas... Lo que pasa es que me cansa tener que discutir y justificar mis gustos en algo que se supone tenía que ser divertido, pero acaba siendo una pugna para ver quién sostiene la mejor mentira de todas. Me cansa.
El fútbol es un deporte físico al que me aficioné hace muchos años. Admiré la nobleza en el campo del estilo inglés, a la vez que detesté a sus hooligans. Me gusta el fútbol vibrante, físico, atlético, incluso vertiginoso, sin fingimientos, con calidad y que se juegue deportivamente. Ahora el estilo que impera es el de posesión hasta que se duerman los más insomnes. Es curioso que en otros deportes físicos como el baloncesto o el balonmano, se castigan las posesiones muy prolongadas con final de tiempo de posesión o pasividad, respectivamente, y el balón es para el equipo contrario. Se busca la máxima actividad, no cansar al rival por aburrimiento. Al final, en un partido de fútbol de 90' solo unos 15 de ellos han sido algo interesantes (en el mejor de los casos) y el resto, tiempo de relleno. Las cinco sextas partes de relleno, qué exceso. Bueno, esta es mi opinión. La mayoría opinará otra cosa y no lo pienso discutir.

De lo que quería hablar (como decía antes de soltar este párrafo-ladrillazo y demostrando, por tanto, poca coherencia) no es de fútbol, sino de otras cosillas a propósito de esta Eurocopa. Ha habido de todo. Por ejemplo, me reafirmo en la satisfacción de que nuestro himno nacional no tenga letra. Después de escuchar cómo los futbolistas italianos perpetraban su himno antes de la final (Buffon con los ojos cerrados y a pleno pulmón, qué espectáculo, qué forma de desafinar, qué tromba de agua pudo haber caído sobre Kiev), creo que es la mejor opción: me alegré de que los nuestros no se vieran obligados a vencer en esa demostración de patriotismo facilón, gritando como posesos una letra inflamada mientras sonaba el clásico chunda-chunda. Bueno, minucias.
Quizás lo más gordo se ha cocido después de la final, con las redes sociales enfrentadas entre los alegres y bulliciosos celebrantes del triunfo, por un lado, y por el otro quienes los acusan de frívolos en medio de una situación político-económico-social desesperante. Y quizás me ha chocado mucho el extremismo con el que afrontamos estas cosas. Me explico: ¿por qué mezclar dos asuntos que no tienen nada que ver? Ni los que han celebrado el triunfo de la Selección son una banda de irresponsables a quienes no les importa el momento que nos toca vivir, ni los que han pasado del evento futbolístico son unos amargados que no saben divertirse (y seguro que lo han hecho con un libro, una película, un concierto o lo que hayan preferido). La clave está en la palabra divertirse o diversión. Porque "divertir" es apartar, desviar, alejar, dirigir la atención momentáneamente hacia otros intereses con el fin de lograr algún tipo de alivio. Es una necesidad y más cuando más aprietan las circunstancias. Es tomarse un respiro para volver a la carga con más fuerzas. No es preciso que estemos martirizándonos todo el tiempo y agotando nuestras energías sin sacar nada en limpio.
Me parecería de mal gusto, por ejemplo, presentarme en medio de un banquete de boda, mientras todos los invitados están dando cuenta de un suculento menú, y ponerme a repartir fotos de desnutridos niños africanos, famélicos y devorados por las moscas. ¿Es que esa realidad no existe mientras se celebra el banquete? Claro que sí. Pero, ¿es necesario destrozar una celebración para recordarlo en ese preciso instante? No lo creo. Eso se piensa antes, siendo más austero en la preparación y donando la diferencia para esa causa, o después, remangándose y trabajando por quien lo necesite. Pero hay un tiempo para cada cosa.
Otro tema es que los que celebran esta victoria futbolística, decidan ahora no bajar de la nube en varias semanas, viviendo ahí arriba en una ficción. Eso no ayudaría. Pasado el divertimento, hay que volver a la faena. Que cada cual tome sus ejemplos. Alguien se fijará en estos triunfadores (niños mimados y millonarios para unos, deportistas de éxito no regalado para otros), otros elegirán otros modelos. Perfecto. Pero manos a la obra.

¡Ah! y, por cierto, me parece muy bien que haya tanta gente que exalte a los manifestantes como modélicos (en plan: bien por los manifestantes, mal por los celebrantes que no salen en la misma cantidad cuando hay que protestar), pero hay algo que falla en esto. Es solo una reflexión. Se ha dicho mucho que los políticos actuales están dilapidando todos los logros que alcanzaron y debemos al activismo de nuestros abuelos. Pero resulta que nuestra clase política, esta que tanto daño está haciendo (y algunos son hijos de aquellos abuelos), se nutre principalmente de los manifestantes de mayo del 68. La manifestación no es la panacea si luego todos los ideales por los que se lucha se pierden en el olvido de la comodidad, las satisfacciones, la complacencia, los halagos, la indolencia y los dispendios. Habrá que tenerlo en cuenta para no ser tan olvidadizos como los que nos han precedido.

El camino de la excelencia es arduo. Un grupo de futbolistas ha cumplido sus objetivos por ese caminito y pasando de ciertas críticas (más destructivas que constructivas). Al resto no nos sirve de nada lo que ellos hayan conseguido para sí mismos, quizás solo un ejemplo, una alegría efímera, una diminuta dosis de ilusión y poco más. Por eso, ahora nos toca a nosotros estar a la altura de las circunstancias. Es nuestro partido.

viernes, 29 de junio de 2012

las (buenas) intenciones

(área de descanso nº 185)

Al hilo de (¿quién no ha usado nunca esta típica-tópica coletilla cuando se va a seguir con más de lo mismo?) lo dicho y comentado en el post anterior, el tema quedaría muy incompleto si no se tratara el asunto de las intenciones. Sí, las intenciones.
Las buenas intenciones para uno mismo se convierten, una vez que nos vamos adentrando en el mes de enero, en una especie en grave peligro de extinción. Eso sí, las buenas intenciones para los demás (sobre todo) pueden ser la excusa perfecta para justificar cualquier fracaso. Y esgrimirlas deja una alegría en el cuerpo que no se puede aguantar.
- Oye, que todo se ha ido a la mie...
- Sí, ya lo sé, pero te aseguro que tenía las mejores intenciones cuando decidí echarte una mano.
- Ah, vale, infinitas gracias, ya me siento mejor. Es que no lo parecía, pero si tú lo dices...

¿Cómo dudar de las buenas intenciones de alguien? De ninguna manera, eso no se hace. Solo podemos conocer nuestros propios pensamientos. De los pensamientos ajenos no podemos saber nada. Y tampoco de sus intenciones. Hay que conceder el beneficio de la duda.
O no.

Recuerdo cuando estudié Ética en el instituto, que en una lección se hablaba de los actos moralmente buenos. Y se decía que para que un acto fuera moralmente bueno tanto las intenciones como los resultados deberían ser buenos. Con solo buenas intenciones, pero malos resultados, no se podía decir que el acto fuera moralmente bueno. Eso provocó cierta disputa entre los alumnos y el profe. Los alumnos éramos partidarios de que unas buenas intenciones ya convertían al acto en bueno. De unas buenas raíces no podía salir un mal árbol. Vaya, pero sí que salía. Hasta el rabo todo es toro (dicen) y hasta la rama más elevada todo es árbol. Y la rama podía estar reseca.
A partir de ese día ya no quisimos hablar más de actos morales. Qué decepción.
Pero pocos días después leí esa conocida frase: El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Uf, a ver... ¿alguien se había propuesto fastidiar eso de las buenas intenciones? ¿Es que es mejor tener malas intenciones que buenas intenciones?
Parece que no, que mejor las buenas intenciones. Pero habría que preguntarle a alguien que qué prefiere: si malas intenciones de una persona pero que le reportan buenos resultados o si buenas intenciones que acaban en malos resultados. Elige tú mismo.
Para colmo, también me topé con una historieta-fábula.
Resulta que iba una elefanta tan contenta por donde sea que van las elefantas y de repente, oh sorpresa, se encontró en el suelo con un nido abandonado. En el nido había cuatro huevos que aún no habían eclosionado. Y se estaban enfriando, pobrecitos, pensó la elefanta... Llamó a voces para ver si asomaba su cabeza la mamá de los huevos, esa irresponsable. Pero nada. ¿Y si algún depredador se la hubiera ventilado de segundo plato...? Pero entonces... de ser así (volvió a cavilar la elefanta), esos pobres pollos-de-la-especie-que-sea ya nunca llegarían a ver la luz del día.
Y me le da a la elefanta un instinto maternal de grado 8.7 en la escala en que se miden esas cosas y decide que va a ser ella la que incube a los huevos desvalidos hasta que salgan los pollos. Y con todas sus buenas intenciones sentó sus posaderas sobre el nido para darles calor...
Aquella noche, en casa elefanta, cenaron tortilla.

Está visto que hay muchas personas en el puerto de los hechos despidiendo con sus blancos pañuelos a todo barquito que se aventura en el océano proceloso, pero demasiadas veces faltan tripulantes que lleven la embarcación sana y salva hasta el anhelado puerto de destino.


martes, 26 de junio de 2012

si canto me llaman loco...

(área de descanso nº 184)
"No dudes: naturalmente
es del hortelano el perro.
Ni come ni comer deja,
ni está fuera ni está dentro".
(Lope de Vega, "El perro del hortelano", acto II)

Anécdota curiosa es la que le sucedió hace ya unos 20 años, siendo ya un exitoso Gran Maestro de ajedrez, al actual campeón del mundo (título que ganó por primera vez en el año 2000, lo perdió en 2002 y volvió a recuperarlo en 2007), el indio Viswanathan Anand. Cuenta él mismo que, viajando en tren en su país, se sentó al lado de un anciano con ganas de hablar. El anciano le preguntó que a qué se dedicaba y Anand le respondió que era jugador de ajedrez. El anciano le replica que sí, que bueno, pero que cuál es su trabajo de verdad. Anand le dice que su dedicación está puesta en exclusiva en el ajedrez. El anciano, que no ha reconocido a su interlocutor pese a ser ya por aquellos años una figura de gran relevancia en la India, le responde: "Mire, joven, es una bonita ilusión, pero no creo que tenga futuro en eso. Desengáñese: no crea que va a llegar a ser como Viswanathan Anand".
Lo clavó, el viejito.

Escuchando la anécdota, recordaba a todas aquellas personas que viven aconsejando y organizando vidas ajenas. Siempre es más cómodo y más descansado que hacerlo con la de uno mismo. Además, si te equivocas, no sufres las consecuencias en propia cabeza, sino que puede ser otro incauto (o crédulo) el que pague el pato.
Por otra parte, eso de observar los toros desde la barrera (que se dice) parece darle a uno la autoridad moral suficiente como para convertirse en un crítico incisivo e implacable. Es más, llegado el caso, se puede criticar una cosa y la contraria. Ya puestos a criticar...
Decía una jotica de mi tierra (aunque también cuela como navarra):
Si canto me llaman loco / y si no canto cobarde; / si bebo vino borracho, / si no bebo miserable.
Deja pocas opciones para no recibir algún tipo de calificativo ignominioso.

Y una vez que queda comprobada esta estrategia destructiva por parte del personal observador-aconsejador, lo mejor es enviarlos a todos a hacer puñetas, agarrar la sartén por el mango y pasar de todo y de todos. Solo hay una vida para vivirla, así que mejor vivirla haciendo caso omiso a los que son parte del problema y nunca de la solución.

Don Juan Manuel, sobrino del rey Sabio, el décimo de los Alfonsos, dejó escrito en su obra "El Conde Lucanor" un cuento muy ilustrativo. Es el segundo del libro. AQUÍ hay un enlace para leerlo completo, pero también voy a dejar un breve resumen. Es un relato muy conocido.
Resulta que un padre y su hijo iban al mercado con su burro. Una vez son criticados por ir ambos a pie teniendo un burro que los pudiera transportar. Así que el padre decide que su hijo monte el burro. Ahora son criticados porque el padre, mayor, va a pie mientras que el hijo va todo cómodo sobre la bestia. Deciden volver a cambiar: ahora el padre montará el burro y el hijo irá a pie. Son criticados nuevamente por la desconsideración del padre al permitir que su joven hijo tenga que ir a pie mientras él carga sobre el burro. Cansados de críticas, deciden cabalgar ambos sobre el burro. Pero nuevas críticas: ahora el motivo es porque están abusando del pobre animal, los dos ahí subidos.
Concluye el relato de Patronio con una moraleja añadida por don Juan:
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
.
Pues eso, que si cantas te llamarán loco. Y si no... ¡qué más da!
.

lunes, 11 de junio de 2012

silencio de sirenas

(navegando en un mar inquietante)
"Resolution of happiness (...)
Execution of bitterness (...)"
("Don't change", INXS)

Regálame tu canto, sirena. No calles ahora.
No guardes silencio ahora que voy rumbo a los escollos, ahora que me espera el arrecife. El mar aprisiona mi embarcación con sus severas zarpas líquidas, poderosos tentáculos, para engullirla en su boca de espuma salada. Se destruirá la nave contra las rocas, y no me resistiré.
Pero, por favor, canta para mí, no enmudezcas en este momento. Hipnotízame con tu hechizo. Prometo no tapar mis oídos, ni atarme a un mástil, ni escuchar otras voces que me distraigan de la belleza de tu tonada.
Estaré pendiente de tu canto. Me dejaré seducir, sin lucha. Seré dócil.

Si todo ha de terminar contra el rompiente, al menos concédeme este deseo, como si fuera un premio por el sacrificio.
Envuélveme (me dejaré), cautívame (me dejaré). Abrázame con tu melodía, hasta que pierda la razón, hasta que olvide todo, hasta que ya nada importe.
Y podrás cobrarte tu presa sin resistencia. Podrás hundir en mi mente tus colmillos dulces y melodiosos, para que el final no me resulte desolador.
Despídeme con tu canto y te mostraré una sonrisa de agradecimiento cuando todo termine.

Don't Change (Andrew Farriss & Kirk Pengilly) by INXS on Grooveshark

viernes, 25 de mayo de 2012

un poco de té

(área de descanso nº 181)

Después de recoger todos los trozos de la vajilla destruida en el post anterior, descubro con agrado que al menos una taza de té ha quedado intacta. No es mal momento para rellenarla con la bebida caliente y disfrutar de algo de serenidad, sorbo a sorbo.

Las cosas suceden así. Alguien me dijo una vez que el universo entero continuamente está conspirando para lograr tu felicidad. Dicho así, cuesta creerlo. Hay casos que parecen un complot en sentido opuesto... Empero, con el tiempo también he aprendido que somos transformados de acuerdo a lo que tenemos como objeto de nuestra contemplación y, también, que no es difícil que hallemos precisamente eso que estamos buscando con diligencia. Cuando algo llena nuestra mente, termina por colorear nuestros pensamientos según su propia sustancia. Hay quien prefiere la expresión todo es del color del cristal con que se mira. No sé si se trata exactamente de lo mismo, puede que haya algún matiz distinto, pero sirve como frase de apoyo.

Mientras pensaba cómo salir del pozo anímico en que me sumí después de la rotura de la vajilla, una antigua historia se cruzó en mi camino.
El relato es algo así:
Un campesino, agobiado por lo dura que se le hacía su vida, acudió a consultar a un hombre sabio de su aldea en busca de consejo. El granjero no tenía ni idea de cómo iba a sobrevivir y estaba dispuesto a rendirse. El hombre sabio le propuso una ilustración. Tomó tres recipientes, vertió agua en ellos y los colocó sobre el fuego de su cocina. Cuando el agua comenzó a hervir, echó en uno un pequeño manojo de zanahorias, en el otro unos huevos, y en el tercero un puñado de hojas de té. Dejó que el agua hirviera durante un tiempo y luego retiró los recipientes del fuego. Finalmente, depositó en tres cuencos el contenido de los recipientes.
 - Dime qué ves -le preguntó al agricultor-.
 - Zanahorias, huevos y té -obviamente, le responde este-.
Entonces, el hombre sabio le dice que pruebe cada uno de los cuencos y que extraiga sus propias conclusiones.
Las zanahorias, que eran de textura consistente cuando estaban crudas, se habían reblandecido por efecto del agua hirviente. En cambio, los huevos crudos, gelatinosos dentro de su cascarón, se mostraban ahora sólidos al pelarlos después de ser cocidos. Por último, el agua en que habían hervido las hojas de té se había convertido en una infusión aromática.
¿Cuál era el significado de todo esto? Lo que el sabio quería explicarle al campesino era que cada uno de estos tres ingredientes había experimentado la misma adversidad, el agua hirviendo, y sin embargo cada uno de ellos había reaccionado de una forma distinta.
Hay quien se muestra firme y decidido, pero tras verse expuesto a dificultades se acobarda y se vuelve pusilánime. Por el contrario, hay otros que aunque parecen frágiles se endurecen en la adversidad, y su interior tierno se hace más severo. Por último, hay personas tan especiales que, cuando son atrapadas por el conflicto, ellas mismas son capaces de transformar el medio en que se encuentran y convertirlo en algo mejor.

Es inevitable que la fatalidad, tarde o temprano, llame a la puerta. Cuando llega ese momento, por nuestra reacción se nos permite conocer de qué estamos hechos. Y conocida nuestra reacción, todavía podemos decidir cómo queremos actuar a partir de ese instante.
Por ahora, yo me quedo bebiendo mi taza de té.

miércoles, 23 de mayo de 2012

los platos rotos

(a cubierto, esperando que escampe... -y no escampa-)

En un principio, Dios creó los cielos y la tierra. Así comienza Moisés el relato del Génesis. Y a las pocas líneas ya tenemos al ser humano tal y como lo conocemos: un sujeto adicto a la autojustificación, a eludir responsabilidades y a cargar las culpas sobre espaldas ajenas. Menudo diálogo:
- ¿Has comido del fruto que te dije que no comieras?
- ¿Quién? ¿Yo? Hemmm... bueno, pero la culpa es de la mujer que creaste, que fue la que me persuadió...
- ¿Quién? ¿Yo? Esto... ejhemm... pero la culpa es de la serpiente que creaste, que fue la que me incitó...
Imagino que la serpiente acabaría hablando por los humanos y confirmando las sospechas: tienes la culpa de todo por habernos creado a todos. Y así se resuelve el tema. Luego, a esto lo llamamos "libertad". Media verdad. Si la libertad es lo que me permite hacer lo que me venga en gana, también es cierto que esa misma libertad es la que me obliga a asumir las consecuencias que deriven de mis acciones.

Pienso en estas cosas cada vez que asisto, una vez más, a la actualización de la antigua historia. Moisés debía de ser un visionario. Jugamos a la pelota, rompemos el cristal de la ventana de la señora Paca, y le echamos la culpa a Juanito porque ha sido el último que ha tocado el esférico criminal. Los demás ponemos cara de santitos, de no haber roto un plato en la vida.
No sé si fue Napoleón o si fue JFK quien dijo (y da bastante lo mismo quién lo dijera, porque estas frases van de boca en boca y se le acaban atribuyendo a quien mejor nos parezca): El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. Así que cuando las cosas van bien es porque somos (¡soy!) la repera, pero cuando van mal es porque hay unos cuantos malnacidos que nos están haciendo la pascua al resto. Y si le preguntáramos a esos malnacidos qué rayos están haciendo, seguro que nos dicen que las cosas van mal porque otros se lo han cargado todo. Preguntando a los otros, nos indicarían que otros otros son los responsables, y así seguiríamos sin poner fin a la cadena de presuntos culpables...
Cuando ignorábamos lo que era la escasez o las privaciones y vivíamos a todo trapo burbujil y burbujeante, engatusados por la abundancia, los lujos y las comodidades, no abríamos la boca aunque ya se estaba gestando la debacle. Ahora decimos que estamos retrocediendo en el tiempo, que nuestra forma de vida será la de hace décadas. No lo creo. Hay formas de entender la vida que ya hemos asumido firmemente y que no veo posible que retrocedan (pensemos, por ejemplo, en el papel de la mujer en el hogar hace unas décadas, en la irrupción de nuevas tecnologías, avances científicos... y cómo eso ha transformado nuestra cotidianidad, etc). No creo que estemos abocados a un retroceso en el tiempo, sino a un desplazamiento en el espacio: cada vez somos más sureños. Es como si, según las previsiones más sombrías de los agoreros de turno, Grecia, Portugal y España viajaran hacia regiones subsaharianas del siglo XXI. De cumplirse, quizás ahora nos toque comprobar a nosotros, a quienes nos hemos acostumbrado a vivir sin que nos falte de nada, cómo se vive en regiones paupérrimas del mundo en que faltan tantas cosas esenciales. Regiones extensas que, mira por dónde, también existen, aunque en numerosas ocasiones las hayamos ignorado con nuestra visión de nuevos ricos. Puede ser dramático. Pero sobreviviremos de todas formas. Los subsaharianos lo hicieron mientras aquí se vivía lujosamente. Quizás haya quien entienda que la solución será emigrar al "norte", pero tampoco será este un remedio a largo plazo, porque el norte se irá tiñendo de sur a medida que el flujo migratorio lo vaya colonizando.
Mientras tanto, seguirá el bombardeo sistemático de malas noticias, primas de riesgo, recortes y tomaduras de pelo...

Sinceramente, ya estoy más que harto. Sobre todo de señalar con el dedo. Las cazas de brujas me aburren. El problema no está ni en fulanito ni en menganito. Está en el ser humano en general: es un defecto estructural. Los humanos nacen pensando que son el centro del mundo (¡yo!, ¡mío!) y cuando crecen olvidan muchas cosas importantes pero siguen recordando que son el centro del mundo y así se comportan el resto de sus vidas. Algunos procuran no olvidar todo lo importante y eso les ayuda a tener presente que en el mundo hay más personas, animales y cosas aparte de uno mismo. Pero el panorama es desolador. Cuando el barco se hunde, todos gritan ¡sálvese el que pueda! y ¿quién conoce a quién? Si juntas a un montón de humanos en un mismo sitio, habrá problemas, sí o sí. Quien haya asistido a una reunión de comunidad de vecinos (por ejemplo), comprobará fácilmente que la principal diferencia entre "vecino" y "mezquino" es solo cuestión de consonantes, ¡qué pavoroso desfile de egoísmos! Si juntas a un montón más grande de humanos (miles y miles de comunidades de vecinos bajo una misma bandera), el problema será qué sistema político deberán elegir para gobernarse. Porque si es un sistema que tenga en cuenta que el ser humano es malo por naturaleza, será algo muy rígido para sobrellevar la peligrosa selva de gentes que recelan unos de otros, y donde se respirará una atmósfera muy pesada. Y si es un sistema que suponga que el hombre es bueno por naturaleza, la ingenuidad de los gobernantes acabará permitiendo todo tipo de abusos hasta que sobrevenga el caos. Hay un fallo estructural que impide el buen funcionamiento a la larga. Es más, si se pudiera resetear la situación actual, tengo pocas dudas de que en unos siglos volveríamos a llegar al mismo punto: aumentarían las desigualdades, crecerían las injusticias y nos explotaría todo en la cara. Otra vez. Nos hemos empeñado en no asumir que somos como un animalillo metido en una jaula. El animal crece y crece, pero la jaula es siempre la misma. Hay un momento en que el animal corre el riesgo de morir oprimido por los propios barrotes de la jaula, en una especie de extraño suicidio provocado por un engorde irracional y desmedido.

Si creo que las cosas son así, de nada me sirve quejarme, hay opciones más importantes y más eficaces que puedo llevar a cabo. Si has pensado que soy muy pesimista o que estoy matando la esperanza, te digo que te equivocas. También sé citar a los grandes hombres. Mahatma Gandhi dijo: "Sé el cambio que quieras ver en el mundo". La esperanza no muere si tú eres la esperanza, el optimismo no muere si tú eres el optimismo. Siempre habrá una oportunidad para lograr el cambio, aunque ese cambio solo sea un enfoque distinto para ver las cosas. La chispa que pone en marcha todo el motor.
Es muy posible que este mundo que conocemos se vaya por el desagüe. Visto lo visto, no parece una gran pérdida. Es tan mejorable... Así que se puede hacer algo más que lamentarse. Que cada cual decida. Buena suerte.

It's The End Of The World As We Know It by REM on Grooveshark
Es el fin del mundo tal como lo conocemos... y me siento bien.

domingo, 15 de abril de 2012

"el autor debería morirse..."

(todavía parado en la carretera)

Estos días he recibido algunas preguntas acerca del relato que publiqué aquí mismo el martes pasado (¿habrá segunda parte? ¿de qué se ha muerto? ¿qué le han dicho por teléfono? ¿...?). Sin embargo, yo esperaba recibir más respuestas que preguntas. Lo escribí como "relato-experimento" para pulsar las reacciones de los lectores ante un concepto como el de la muerte, abierto a tantas consideraciones distintas.
Si a mí se me ocurriera dar interpretaciones a lo que escribí, estaría incurriendo en uno de los peores errores cuando se publica algo. Una narración escrita para uno mismo, y que no sale más allá de la propia esfera, queda ya agotada en interpretaciones: las del propio autor en exclusiva. Pero en el momento en que se publica, el relato no debe terminar con el punto y final del texto, sino que continuará en las lecturas y significados que los lectores quieran (y deban) darle.

Estas cosas rondaban mi mente cuando, en mi afición de re-lector, volvía a un texto muchas veces transitado (me apasiona releer: cuando leo cosas nuevas descubro nuevos mundos, nuevos conceptos; pero cuando releo me descubro a mí mismo, la forma en que mi pensamiento va evolucionando). Se trata de la novela de Umberto Eco "El nombre de la rosa" y ciertos comentarios que él mismo escribió tiempo más tarde de su publicación, después de ser interrogado por algunos lectores sobre el porqué de un título como ese para el libro.
No hará falta decir que lo que escribo en el blog está a decenas de miles de años-luz de obras tan memorables como la que acabo de citar. Tanto en intención, como en calidad, como en extensión, como en tiempo y medios invertidos, como en repercusión y alcance, etcétera. Pero también es cierto que, aunque solo se trate de una forma de divertirme, me gusta dar lo mejor que pueda de mí mismo en cada escrito. No creo que solo deba aplicar la etiqueta de tarea-realizada-con-dedicación-y-satisfacción al trabajo profesional. Se es lo que se vive y cómo se vive, no solo lo que se hace a cambio de un salario.
Una vez, unos amigos nos reunimos para jugar una partida de un juego de mesa. En aquella ocasión, tuvimos la visita de otro amigo de uno de nosotros y lo invitamos a participar. Pero resulta que demostró tan poco interés por las estrategias y tácticas que debía aplicar para ganar la partida, que aquella sesión llegó a ser decepcionante. En cualquier juego entre simples aficionados, tratar de ganar hace más interesante la partida. Al final, no importará mucho ganar o perder, pero todo habrá sido más brillante si se ha jugado para ganar, limpiamente. ¿Por qué digo esto? Porque también creo que si me pongo a contar algo, pero no trato de hacerlo lo mejor que pueda (aun siendo un mero entretenimiento), resultará decepcionante. Para mí, en primer lugar, y también para los lectores.

Cito ahora las palabras de Umberto Eco:

El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar ese sano principio reside en el hecho mismo de que toda novela debe llevar un título.
Por desgracia, un título ya es una clave interpretativa. [Y esto es algo en lo que yo estaba pensando cuando tuve que poner un título al relato... No se podían dar pistas que coartaran la capacidad del lector para llegar a construir su propia historia. Descarté, por tanto, el título "punto de inflexión", porque me parecía que condicionaba demasiado desde el principio] (...)
El título debe confundir las ideas, no regimentarlas.
Nada consuela más al novelista que descubrir lecturas que no se le habían ocurrido y que los lectores le sugieren. (...)
El autor debería morirse después de haber escrito su obra [Es evidente que me he servido del comienzo de esta frase para poner título al presente post]. Para allanarle el camino al texto.
.
El autor no debe interpretar. Pero puede contar por qué y cómo ha escrito. (...)
En 'La filosofía de la composición', Poe nos cuenta cómo escribió 'El cuervo'. No nos dice cómo debemos leerlo, sino qué problemas tuvo que resolver para producir un efecto poético. Por mi parte, llamaría efecto poético a la capacidad que tiene el texto de generar lecturas siempre distintas, sin agotarse jamás del todo.

Después de todo esto, ya solo me queda decir que espero que cada cual, desde su estado de ánimo, su cosmovisión, o lo que prefiera, haya dado una interpretación a esa muerte en el coche: morir para otra persona, dejar de pertenecer a su vida... quizás un nuevo comienzo... el final de una existencia arrastrándose para empezar con una nueva vida (para empezar una nueva vida, antes hay que morirse a la antigua)... o todo lo contrario: el comienzo de una pesadilla... más todavía: el último final, el final de todo.
Nadie más que tú podrá saber cuáles fueron exactamente las palabras (ni sus sensaciones, sus efectos, la conmoción de sus huellas) que el protagonista anónimo escuchó en medio de la noche, sentado en su vehículo, en la cuneta de una carretera.