(parada por embotellamiento... ¡hala! ¿qué hace ahí toda esa gente?)
Me había dicho a mí mismo que no escribiría sobre el tema, pero no sé cómo hago para acabar traicionándome de esta manera. En fin, para eso está un blog: para soltar lastre mental, entre otras cosas. Toda la Eurocopa sin mencionar el asunto y ahora que ha terminado, ¡zas! post futbolero-eurocopero.
Vaya por delante que de fútbol no me apetece comentar casi nada. Empiezo a sentirme excluido de esa cosa. Me pasa lo mismo que con el ciclismo hace años: cuando las crónicas de ciclismo se empezaron a parecer más a noticias de hospital y laboratorio que a noticias de deportistas y bicicletas, se cortó de raíz mi afición por todo aquello. Ahora con el fútbol me empieza a pasar otro tanto, por otros motivos. Me resulta aburrido el estilo que se ha impuesto como el aceptado por la mayoría (en juego, pero también en impacto mediático, tipo de periodismo, comportamiento de aficiones, etc). Ya sé que no hay que hacerles caso a las mayorías. En la Edad Media, la mayoría sostenía que la Tierra era plana, pero eso no hizo más llano al planeta ni un poquito. Las mayorías no tienen por qué sostener las posturas más veraces y, en materia de gustos, ni siquiera existen ese tipo de posturas... Lo que pasa es que me cansa tener que discutir y justificar mis gustos en algo que se supone tenía que ser divertido, pero acaba siendo una pugna para ver quién sostiene la mejor mentira de todas. Me cansa.
El fútbol es un deporte físico al que me aficioné hace muchos años. Admiré la nobleza en el campo del estilo inglés, a la vez que detesté a sus hooligans. Me gusta el fútbol vibrante, físico, atlético, incluso vertiginoso, sin fingimientos, con calidad y que se juegue deportivamente. Ahora el estilo que impera es el de posesión hasta que se duerman los más insomnes. Es curioso que en otros deportes físicos como el baloncesto o el balonmano, se castigan las posesiones muy prolongadas con
final de tiempo de posesión o
pasividad, respectivamente, y el balón es para el equipo contrario. Se busca la máxima actividad, no cansar al rival por aburrimiento. Al final, en un partido de fútbol de 90' solo unos 15 de ellos han sido algo interesantes (en el mejor de los casos) y el resto, tiempo de relleno. Las cinco sextas partes de relleno, qué exceso. Bueno, esta es mi opinión. La mayoría opinará otra cosa y no lo pienso discutir.
De lo que quería hablar (como decía antes de soltar este
párrafo-ladrillazo y demostrando, por tanto, poca coherencia) no es de fútbol, sino de otras cosillas a propósito de esta Eurocopa. Ha habido de todo. Por ejemplo, me reafirmo en la satisfacción de que nuestro himno nacional no tenga letra. Después de escuchar cómo los futbolistas italianos
perpetraban su himno antes de la final (Buffon con los ojos cerrados y a pleno pulmón, qué espectáculo, qué forma de desafinar, qué tromba de agua pudo haber caído sobre Kiev), creo que es la mejor opción: me alegré de que los nuestros no se vieran obligados a vencer en esa demostración de patriotismo facilón, gritando como posesos una letra inflamada mientras sonaba el clásico
chunda-chunda. Bueno, minucias.
Quizás lo más gordo se ha cocido después de la final, con las redes sociales enfrentadas entre los alegres y bulliciosos celebrantes del triunfo, por un lado, y por el otro quienes los acusan de frívolos en medio de una situación político-económico-social desesperante. Y quizás me ha chocado mucho el extremismo con el que afrontamos estas cosas. Me explico: ¿por qué mezclar dos asuntos que no tienen nada que ver? Ni los que han celebrado el triunfo de la Selección son una banda de irresponsables a quienes no les importa el momento que nos toca vivir, ni los que han pasado del evento futbolístico son unos amargados que no saben divertirse (y seguro que lo han hecho con un libro, una película, un concierto o lo que hayan preferido). La clave está en la palabra
divertirse o
diversión. Porque "divertir" es apartar, desviar, alejar, dirigir la atención momentáneamente hacia otros intereses con el fin de lograr algún tipo de alivio. Es una necesidad y más cuando más aprietan las circunstancias. Es tomarse un respiro para volver a la carga con más fuerzas. No es preciso que estemos martirizándonos todo el tiempo y agotando nuestras energías sin sacar nada en limpio.
Me parecería de mal gusto, por ejemplo, presentarme en medio de un banquete de boda, mientras todos los invitados están dando cuenta de un suculento menú, y ponerme a repartir fotos de desnutridos niños africanos, famélicos y devorados por las moscas. ¿Es que esa realidad no existe mientras se celebra el banquete? Claro que sí. Pero, ¿es necesario destrozar una celebración para recordarlo en ese preciso instante? No lo creo. Eso se piensa antes, siendo más austero en la preparación y donando la diferencia para esa causa, o después, remangándose y trabajando por quien lo necesite. Pero hay un tiempo para cada cosa.
Otro tema es que los que celebran esta victoria futbolística, decidan ahora no bajar de la nube en varias semanas, viviendo ahí arriba en una ficción. Eso no ayudaría. Pasado el divertimento, hay que volver a la faena. Que cada cual tome sus ejemplos. Alguien se fijará en estos triunfadores (niños mimados y millonarios para unos, deportistas de éxito no regalado para otros), otros elegirán otros modelos. Perfecto. Pero manos a la obra.
¡Ah! y, por cierto, me parece muy bien que haya tanta gente que exalte a los manifestantes como modélicos (en plan:
bien por los manifestantes, mal por los celebrantes que no salen en la misma cantidad cuando hay que protestar), pero hay algo que falla en esto. Es solo una reflexión. Se ha dicho mucho que los políticos actuales están dilapidando todos los logros que alcanzaron y debemos al activismo de nuestros abuelos. Pero resulta que nuestra clase política, esta que tanto daño está haciendo (y algunos son hijos de aquellos abuelos), se nutre principalmente de los manifestantes de mayo del 68. La manifestación no es la panacea si luego todos los ideales por los que se lucha se pierden en el olvido de la comodidad, las satisfacciones, la complacencia, los halagos, la indolencia y los dispendios. Habrá que tenerlo en cuenta para no ser tan olvidadizos como los que nos han precedido.
El camino de la excelencia es arduo. Un grupo de futbolistas ha cumplido sus objetivos por ese caminito y pasando de ciertas críticas (más destructivas que constructivas). Al resto no nos sirve de nada lo que ellos hayan conseguido para sí mismos, quizás solo un ejemplo, una alegría efímera, una diminuta dosis de ilusión y poco más. Por eso, ahora nos toca a nosotros estar a la altura de las circunstancias. Es nuestro partido.