"(...) era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque tu hermano, que había extraviado su vida, la ha recuperado;
se había perdido, y lo hemos encontrado".
(Evangelio de Lucas, cap. 15: 32)
se había perdido, y lo hemos encontrado".
(Evangelio de Lucas, cap. 15: 32)
El fin de cada historia tiene su momento, se cumplan o no las expectativas acumuladas con el tiempo. Y LOST no podía ser la excepción. Ya los responsables de la serie habían advertido hace varios años de este hecho: la sexta temporada sería la última, la conclusiva, y a su finalización todo quedaría resuelto (...de alguna manera).
Quizás haya sido la forma de resolverlo lo que ha generado numerosos comentarios de decepción entre los aficionados a esta historia que se ha desarrollado desde 2004 hasta su remate la semana pasada. Supongo que siempre es difícil conseguir contentar a un público heterogéneo, más allá del lugar común que es su locura por seguir con fanática fidelidad esta serie aparentemente inextricable. Era sabido que, fuera el final que fuera, habría decepciones. El asunto era comprobar si las decepciones serían más numerosas que las satisfacciones, o al revés. En fin... ahora sólo pretendo hablar por mí. No quiero ser portavoz de nadie, ni me interesa conocer el pensamiento del seguidor estándar de Perdidos, si es que tal espécimen existe (que lo dudo). Creo que son importantes las visiones particulares de cada cual y, como siempre, sigo pensando que lo que termina de enriquecer a cualquier obra (de la categoría que sea) es la aportación personal del espectador.
Lo primero en que pienso es que el tan ansiado final estaba destinado a ser un mero accidente, algo accesorio. En aquello en que se vuelcan tantas expectativas al comenzar (el alcance de la esquiva y lejana meta), es el devenir de la ruta lo que acaba difuminándolo, haciendo que el caminar sea más grato que el arribar. Llega un momento en que parece tan improbable obtener las respuestas a tantos misterios de la vida, que sólo queda dejarse arrastrar por el curso de un torrente que lleve a cualquier destino, a uno, tan incierto como sus enigmas. Y en este abandono, son los personajes que habitan el río de la vida (con sus historias, sus tormentas personales, sus aspiraciones, sus realidades y proyecciones) quienes cobran el protagonismo en exclusiva. La que fuera la gran protagonista, la isla y sus misterios, va quedando relegada a un plano secundario.
Quizás la clave de una buena novela está en la profundidad de sus personajes, en el nivel de desarrollo que el autor les otorga. Y la vida misma, como la mejor de las novelas, nos enseña que sus personajes no somos estancos. Al contrario: somos permeables, evolucionamos al interactuar y devenimos en personas más completas y complejas, con este trasiego de energías. Así como en El Quijote se percibe (en palabras de Salvador de Madariaga) una quijotización de Sancho y una sanchificación de don Quijote, podría decirse (y salvando todas las distancias) que en LOST también puede adivinarse un proceso de Jackización de Locke y de Lockización de Jack. Durante mucho tiempo, el enfrentamiento entre John Locke y Jack Shephard es el enfrentamiento (en un entorno desconcertante, de ignorancia de lo que sucede o puede llegar a suceder) entre la fe y la ciencia, entre lo espiritual y lo material, entre la creencia en lo que se intuye, se espera, pero no se ve, y la racionalización a través del método científico. Pero estas visiones extremas se van complementando y fundiendo, hasta seguir el ejemplo de Alicia y llegar a atravesar el espejo.
No menos interesante me ha parecido el desenlace final... más allá de las anécdotas, de las dimensiones de purgatorio que algunos han querido ver en la última realidad alternativa, en esa otra faceta del multiverso. Quizás porque, suavemente, casi sin que fuéramos conscientes de ello, huyendo de brusquedades y de redoble de tambores, se ha dado la respuesta que ya estaba impregnada en toda la trama. No la respuesta que era el objeto de deseo de los curiosos compulsivos (la respuesta de quien esperaba impaciente las páginas finales del libro como las más reveladoras, aun a costa de saltarse otras previas todavía más importantes para conocer la esencia del viaje), sino la mejor respuesta, la realmente trascendente. Porque, ¿qué hacíamos todos en esa isla?
El adjetivo "perdidos" se les da a los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic Airlines después de estrellarse en la isla. Pero ¿no estaban ya perdidos antes de llegar allí? Un análisis sereno de la propia existencia les llevará a cada uno a esa certeza: llegaron perdidos a la isla. Y es en la isla donde terminarán por encontrarse consigo mismos. Fue esa experiencia conjunta lo que marcó la diferencia, lo que les hizo llegar a la conclusión final de que aquélla fue la mejor parte de sus vidas. En definitiva, seguimos progresando en ese camino en que nos vamos encontrando unos con otros. Y el primer objetivo de la isla era revelarles que se habían quedado estancados en su caminar.
Descubrieron la riqueza de las múltiples visiones. Aprendieron la maravilla de que todos, amigos o enemigos, semejantes o dispares, hemos sido oportunidad de crecimiento unos para otros. Vivieron la experiencia de comprobar que en las dificultades, en las crisis, podemos sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos, pero siempre tenemos la oportunidad de que sea lo mejor. Y está en nosotros elegir que las pruebas nos vayan refinando igual que sucede con los metales preciosos en el crisol.
Finalmente, con alguna lagrimilla (inevitable, al menos para mí) pero también con mucho regocijo, llegará el momento de despedirnos de unos compañeros de aventura a quienes, tal vez, el viaje de la vida nos vuelva a unir en otras circunstancias...
Y la historia termina donde un día empezó. Para que, una vez más, todo vuelva a tener un nuevo inicio.