"Considera a la hormiga, perezoso; mira sus caminos y sé sabio".
(Libro de los Proverbios de Salomón, cap. 6: 6)
Hoy, magnífico día para pasarlo en alguna playa tranquila. Y terminar así, con esa misma tranquilidad, el mes de julio. Quizás la brisa marina fue un poco más intensa de lo que a mí me gusta, pero a medida que avanzó la tarde esa intensidad se fue aproximando a niveles más agradables. Miel sobre hojuelas. Las horas de este sábado fueron pasando plácidamente.
Sin prisas, cuando un sol que iba aproximándose al horizonte invitaba a una razonable retirada, me encaminé hacia el paseo de madera ligeramente elevado sobre la cota de la duna. Sentado en él, como si de un banco se tratara, me fui desarenando los pies con parsimonia. Un bichejo negro había llamado mi atención: destacaba notablemente sobre la variedad de ocre de la arena. Se trataba de un escarabajo del tamaño aproximado de una moneda de 10 céntimos. Supongo, no llevaba moneda para comparar. No sé de qué especie era: ni se lo pregunté ni creo que me hubiera respondido. Escarabajo, a secas. Negro, pero no pelotero.
El caso es que el bicho parecía apurado (quizás llegaba tarde a una cita con una escarabaja), pero en su loca carrera no avanzaba nada: corría trazando círculos. Imagino que los montículos en la arena (apenas huellas de personas, aunque colinas abruptas para el coleóptero) lo tenían desorientado. Cada vez que coronaba una de esas cumbres, se volvía a despistar en el rumbo. En ocasiones, incluso parecía como si quisiera enterrarse, aunque creo que no era más que una consecuencia de su frenesí atlético.
Acabé de quitarme la arena de los pies, me calcé y, curiosamente, el bicho estaba en el mismo lugar que cuando comencé. Como si no se hubiera desplazado del sitio en esos minutos. Sin embargo, sus patas no habían parado de moverse ni un segundo.
Cuando al fin decidí que ya era hora de marcharse, me di cuenta de que había pasado un buen rato contemplando a ese insignificante escarabajo y pensando en él. Pero creo que mis meditaciones me habían llevado parabólicamente al género humano más que al mundo de los insectos. De pronto, había visto a la humanidad entera convertida en un negro escarabajo corriendo hacia ninguna parte en una carrera desenfrenada.
Somos como insectos. Y, a veces, sin el "como". Recuerdo, a propósito, algo que en ciertas ocasiones le decía a mi mujer en los años en que estuvimos casados. Es una de esas cosas que se dicen en broma, pero que se piensan en serio: alguna vez, cuando surgía algún roce derivado de la convivencia en pareja, le pedía que tratara de comprender que mi férreo instinto territorial no era sino una herencia de los insectos. "Descubre el insecto que hay en ti", sería el eslogan de una campaña publicitaria relacionada con este tema.
En Bachillerato nos enseñaron que dentro del filum artrópodos (el más abundante del planeta: a él le corresponden más del 80% de las especies conocidas) está la clase insectos, subdividida a su vez en varios órdenes: odonatos, ortópteros, hemípteros, coleópteros, himenópteros, dípteros, afanípteros, lepidópteros ...y dejaré un teléfono para damnificados por si me he olvidado de alguno. No deja de ser una disección de la especie humana. En general, todos tenemos metamorfosis complejas (quien haya superado la adolescencia es capaz de comprenderlo). Incluso los hay que han pasado por la fase de capullo y quienes se han quedado estancados en ella. Vivimos y trabajamos en colmenas, nos pasamos horas muertas en interminables caravanas e hileras de congéneres, producimos asombrosas obras de ingeniería cual termitas, colonizamos el mundo sin tregua, observamos las cosas con simpleza y a la vez con complejidad a través de nuestros ocelos y de nuestros ojos compuestos... llevamos existencias de insecto. Los hay depredadores feroces como las mantis y los hay depredados como los pulgones. Los hay molestos como las moscas, elegantes y gráciles como las libélulas, duros como los escarabajos, repelentes como las cucarachas, con cerebro de mosquito, parásitos como piojos y pulgas, trabajadores incansables como las hormigas, organizados como las abejas... ¡hay de todo!
La literatura también les ha dado cabida: ¿Quién no recuerda la fábula de la cigarra y la hormiga, que desde Esopo, pasando por La Fontaine y Samaniego, ha llegado hasta nosotros y sigue sirviendo para etiquetarnos? ¿Y a aquellas cien mil moscas que acudieron a un panal de rica miel? Los ejemplos serían numerosísimos...
De pequeño, veía los dibujos animados de La abeja Maya y observaba a insectos actuando como personas. Ahora, de mayor, contemplo la realidad cotidiana y veo a personas actuando como insectos. No sé por qué me sorprendo tanto.
¡Ah, se me olvidaba! Pequeño botín del día: una diminuta caracola, una piedra bastante maja y un par de conchas blanquísimas de bivalvos.
Hola,
ResponderEliminarLeyendo las similitudes que has encontrado con los insectos da por pensar que somos más miméticos de lo que creemos. Y con la imagen que has dejado, se me han puesto los pelillos de punta….
En cuanto al post anterior….. creo que vivo soñando ;P (o ya no sé porque el lío que me has metido según iba leyendo ha sido grande)
Un beso
hasta te podria croquear sentado en el paseito de madera desarenandote; hasta me despeiné con tanta brisa del comienzo, tan claras me parecen las imagenes que cuentas. Que suertudo de tener el mar cerquitaaa.
ResponderEliminarSabes donde veo la -a veces molesta, a veces indispensable- diferencia fundamental con los bicharracos? en algun punto del recorrido frenético o la marea global nosotros nos cuestionamos todo.
Que por qué pa'lla, que por qué asi, que por qué en ese momento y no ahora, que por qué ahora y no antes o después, que por qué solos, que por qué acompañados, que por qué necesitando, que por qué aislandonos, que por qué queriendo poseer, que por qué dejando ir...
No sé si alguna vez lleguemos a conclusiones reales, pero el cuestionamiento no entiende de ello y reaparece como la sal en la madrugada que se hincha en la superficie de la roca y la resquebraja.
Y también hay los que, aparentemente, no se cuestionan nada jamas, pero imagino que son los menos y no nos definen como especie.
Es lo de ser gregarios que nos ha obligao.. con las ganas que tengo yo de tener una parcelita y dedicarme a criar papas y sembrar ovejas (y ahi quedo manifiesto mi basto conocimiento del campo) !!
digo, "vasto" :D
ResponderEliminarMadre mia....aborrezco a los insectos en general(por la alergía que me producen claro está, que sino yo no me meto con ellos jajajaja) y ahora...me has dejado con esta etimología aplicada....pufffffffffff, con la entradita, ¡chapó!
ResponderEliminarEstás muy desparaecido Rain, pero veo que estás al pie del cañón asi es que todo está bien.
Abrazote....de insecto no eh!!!! que esos pican jajajaja.
Puestos a faltar, yo diría que buena parte de la humanidad podría incluirse en la categoría de escarabajos peloteros. Dándole vueltas a su propia mierda para subirla a lo Sísifo, una y otra vez, hasta que el cuerpo aguante.
ResponderEliminarPD: deberías haber llevado a ese escarabajo al asfalto. Puede que le atropellaran pero al menos moriría sin hacer el tonto. ;)
Como insectos, amigo Raindrop. Como insectos.
ResponderEliminarSéanos, sin embargo, concedido saber elegir de cada uno de ellos lo mejor para los demás y no acabar siendo, como algunos, eternas moscas cojoneras.
Un abrazo.