"¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría".
(Salmo 55: 6)
Los seres humanos somos libres. Así nacemos, es algo intrínseco a nuestra existencia. La Declaración Universal de Derechos Humanos considera que esta condición es la misma e inalienable para todas las personas. Luego, habrá quien le ponga matices al asunto, casi todos ellos basados en nuestra propia fragilidad: que si determinismos, que si precariedad en las elecciones, que si...
Sea como fuere, tengo pocas dudas acerca de que nuestra condición de seres libres, como todos los demás dones que se nos concede por simple pertenencia a esta extraña especie sobre este remoto planeta, es (sobre todo) un germen de capacidades que debe ser desarrollado para alcanzar su máxima expresión. Esta libertad nuestra se convierte así en una de las más poderosas, exigentes y abarcantes escuelas que habríamos podido imaginar. El plan de estudios es digno de ser desarrollado en toda una vida. No menos. Aprendizaje hasta el último suspiro.
Quizás sea una sensación mía, pero pienso que la ensoñación de volar es uno de los paradigmas por excelencia de la libertad. Por muchos motivos. Se me ocurren algunos posibles:
--- el hecho de "transgredir" una de las leyes que más sujetos nos tiene al suelo en el que se enterrarán todos nuestros sueños, el placer de despegarnos de esa superficie,
--- la sensación de ligereza que es sinónimo de haber sabido adelgazar el propio equipaje (rémora en tantas ocasiones), para permitir el vuelo en libertad,
--- la experiencia de haber aprendido a viajar por los aires incluso con equipajes pesados, lo cual no es sino una muestra de un grado de pericia y dominio de las propias circunstancias de la vida que son dignos de elogio,
--- etc...
"libertad" y "volar", unido a "fragilidad", no me lleva a pensar en unas alas poderosas, sino en algo más insignificante. Por ejemplo, unas endebles alas de mariposa. Y aquí es donde se puede rizar el rizo... porque si pienso en el aleteo de unas alas de mariposa, también pienso en ese sumatorio de lo ínfimo, en la alteración universal provocada por el leve gesto de un ser efímero, por un imperceptible viento constelado de una lluvia infinitesimal de diminutas escamas. Es decir, por lo que se ha llamado (en palabras derivadas de los trabajos de Edward Lorenz) el efecto mariposa. "El aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo". Y no hay más que ver algunos de los diagramas de trayectorias de sistemas de Lorenz para comprobar cómo la teoría del caos podría ser dibujada en las alas de una mariposa.
Quienes gustan de poner matices a la libertad humana (¡ah, esa fragilidad!), es posible que encuentren una cómoda butaca para sentarse al reflexionar acerca de la casi imperceptible (pero, a la postre, crucial) deriva en el devenir de cada vida, cuando se trata de sortear el gigantesco obstáculo que supone un fragmento desprendido de las alas (inevitables) del caprichoso lepidóptero. Cualquier perturbación, por pequeña que sea, convenientemente amplificada por otras más, acabará provocando efectos que hagan escapar a nuestro control incluso las situaciones que se preveían más controlables. La integral de la vida (esa suma de infinitos sumandos infinitesimales) nos pone, al fin, frente a cantidades continuas o discretas. Imposibles de escamotear.
Un batir de alas resulta ser más peligroso de lo que parecía a primera vista. El ejercicio del vuelo, la práctica de la libertad, puede constituir la mejor oportunidad que podamos imaginar de puesta en acción de la responsabilidad. En definitiva, siempre llevaremos pegado al calzado el barro del camino por el que hemos transitado... Ser libres nos hace responsables. No podría ser de otra manera: seguimos aprendiendo en una escuela que está por encima de las demás escuelas.
Y si sigo pensando en las leyes del cambio en la Naturaleza (a la manera del viejo aforismo de Heráclito de Éfeso: "Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río", lo cual es cierto porque sus aguas están en constante movimiento y renovación), también pienso en que la vida es una toma continua de decisiones de trascendencia, que acabarán repercutiendo a la larga. Las consecuencias de mis elecciones son tan sólo mi responsabilidad, de nadie más. La vida es viaje con opción de relativo retroceso, pero el retroceso se considera un derroche de energías inaceptable (una vez más el "no me arrepiento de nada", como un "no retrocedo ante nada"), aunque haya ocasiones en que sea la mejor opción... De ahí la importancia de pensar bien las cosas cuando se toman decisiones trascendentes (¿y cuál es la decisión trascendente a priori?), si bien nos podamos permitir ser más espontáneos en el caso de otras elecciones más banales.
De lo que tengo pocas dudas es de que sabemos que un camino es realmente trascendente cuando es imposible dar marcha atrás sin haber experimentado algún cambio a la altura de la relevancia del itinerario. Metafóricamente, hay que conocer la sensación de mojado sobre la piel para saber que el agua moja.
Todas estas disquisiciones que yo mismo me monto en el día de mi cumpleaños, en que (por el capricho de lo singular) la encrucijada de cada día se torna más evidente que en los instantes ordinarios, un día señalado en que se descorre momentáneamente el velo tras el cual el caos juega con las mariposas y su aleteo es de un estruendo ensordecedor, todos estos pensamientos, me llevan hasta un poema de Robert Frost, que hoy me regalo a mí mismo, a la vez que quiero compartirlo con quienes hasta aquí me acompañan.
EL CAMINO NO ELEGIDO
Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;
Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.
Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.
Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.
Lorenz juega con caóticas mariposas del destino
ya sabia yo que debias estar diciendo "esto" y aquello con suspiros :)
ResponderEliminarDe la conciencia, lucidez y responsabilidad que originan y determinan la libertad, tu libertad, emergeran siempre caminos que no pueden sino enseñarte, aun si no llegan justo donde querias ir (o creias querer).
Que nunca te vaya a dar miedo, entonces, caminar! no importa si saltas, si arrastras los pies, si vas solo o acompañado, si cantas, suspiras o enmudeces, si eres vistoso o pareces ausente.. tu camina o vuela y ya sea que muevas levemente el aire a tu alrededor exhalando tus suspiros o intensamente con acalorados discursos, no olvides el efecto mariposa en ti mismo y en tu mundo.. como una insoportable levedad/pesadez del ser, mi queridisimo Raindrop, los conscientes estan (o estamos, qya ni sé) condenados a la libertad!
feliz cumpleaños rain
ResponderEliminarUn placer leer tus reflexiones y acabar con Frost tomando un camino que podría haber sido el otro.
ResponderEliminarFascina la libertad cuando se tienen alas como las de una maniposa.
Y más cuando su batir puede provocar un tsunami.
O un alud.
Al final siempre se cumple la ley de la entropía.
Y nos vamos aquietando.
Abrazos.
No conocía a Robert Frost, pero es un precioso regalo que nos haces a los demás.Transitaba por ahí, por un camino que no aparentaba ser, pero que sin embargo lo era, y descubrí un regalo, un camino no buscado, pero encontrado, no me preguntes por su transitar, porque desconozco donde empieza y donde termina.....................me gusta batir las alas y volar!!!!
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