(área de descanso nº 170)
No recuerdo qué edad tenía. ¿Siete años? ¿Ocho años quizás? Aun así, ahora no puedo decir que fuera un asesino precoz. Ya estaba curtido en masacres. Inconscientes masacres, pero masacres en definitiva. A esas alturas, supongo que ya me había ganado una terrible reputación, transmitida de antena en antena, entre algunas especies de himenópteros, incinerando indefensas hormiguitas con lupas y cerillas o incluso destruyendo hormigueros enteros removiendo furiosamente la tierra y encharcándolos... Lo reconozco, esas cosas no están nada bien. Si un día el Tribunal de Hormigas me condena por genocidio, es imposible que me sirva la excusa de la curiosidad (comprendan, señoras hormigas -y hormigos, si es que existen tales seres-, sentía curiosidad por ver cómo reaccionaban ante una catástrofe de magnitudes formidables, quería ver si había algún tipo de organización en ese frenético correr, confuso y febril...). El delito es demasiado espantoso y brutal como para atenuarlo con excusas. No, no me servirán excusas y tendré que aceptar estoicamente mi condena, aunque la idea de que unas mandíbulas hormiguiles pelen de carne mis huesos no me resulta nada llevadera.
En todas estas matanzas previas no había, empero, conciencia de asesinato por mi parte. Solo cuando lo pienso retrospectivamente, mis nervios transportan el horror de los gritos de millones y millones de hormigas (cierto es que no habré exterminado más de un centenar, a lo sumo, pero...) a cada célula de mi ser. Nunca en aquellos años. Sin embargo, al fin llegó el día de mi bautismo de fuego como asesino, teniendo plena conciencia de mis actos. La parte del fuego la puso el sol radiante. Y la del bautismo (por eso de que se necesita sumergirse en el líquido elemento para ser bautizado) corrió a cargo del agua del mar.
Fue un día en pleno verano. Disfrutaba de una plácida jornada en una playa de la costa atlántica, cobijada entre prominentes montañas cubiertas de árboles. Y pese a que el sol castigaba con fuerza y se acercaba la hora del mediodía, por una estricta orden del alto mando (a.k.a., los progenitores) no me quedaba más remedio que deambular sobre una arena cada vez más ardiente. A un lado, la ría se iba vaciando de mar rápidamente con la bajada de la marea. Corrientes muy peligrosas y un historial de personas arrastradas por sus mortíferos abrazos salinos eran los motivos por los que se me había vedado la posibilidad de un chapuzón antes de la comida. A otro lado, la lejana sombra de un bosquecillo de pinos, eucaliptos y algún solitario roble despistado. Demasiado lejana como para aventurarme hasta ella en un día perezoso y en la hora perezosa. Y en tierra de nadie, en la tórrida arena blanquecina, entre lejanas sombras de árboles y prohibidas corrientes marinas, un chavalillo con tiempo para no hacer nada divertido.
Entonces, en ese vacío lleno de arena, asalta la vena ingenieril. Al lado de una pequeña duna comienzo a excavar un agujero. Es un clásico eso de los agujeros en la arena. Hay que hacerlo tan profundo y amplio como para caber uno mismo dentro de él. En un momento, agachado mientras excavo con la diestra, levanto la vista y sobre el promontorio de la duna, muy cerca de mí, descubro que un cangrejo está quieto, observándome. Me perturba esa presencia. Le arrojo un puñado de arena fina para ahuyentarlo, pero el cangrejo no solo no se va, sino que levanta sus pinzas en ademán amenazador. Ahora sí tenemos un problema. El cangrejo me parece enorme, pero es por efecto de la inquietud. Yo no lo sé. Yo creo que en realidad es enorme. Seguro que no superaba los diez o doce centímetros (a lo largo o a lo ancho, indistintamente) y, sin embargo, lo veo gigantesco. Imagino que él tiene tanto miedo como yo, aunque los dos comenzamos un extraño juego de intimidación. Él está erizado de patas y bien erguido sobre la arena. Yo me pongo de pie y le demuestro que es absurdo que alguien de su tamaño se enfrente con un gigante. Por un momento, pienso que si yo me viera frente a un enemigo del tamaño de un edificio de siete plantas no se me ocurriría hacerme el valiente. Al contrario: buscaría refugio, y rápido. Pero el cangrejo es un temerario y no se mueve del lugar. Yo defiendo mi hoyo, mi territorio. El que se tiene que marchar es él. Vuelvo a arrojarle arena con los pies. El bicho acorazado se empecina en mantener la posición y su actitud parece más agresiva. Me mira con una cara que no presagia nada bueno. ¿Te quieres marchar de una vez?
Me estoy cansando... Cerca, veo una rama de algún árbol que no sé cómo ha llegado hasta allí. La tomo del suelo. ¿No ves, bicho? Ahora, además, tengo un arma peligrosa. ¿Te vas a ir por fin? Pero por más que agito la rama delante de él, sus patas no dan el paso atrás que me revele su debilidad, su intención de abandonar el enfrentamiento antes de que comience de verdad. Con nerviosismo, intento empujarlo ayudándome del palo. Solo consigo cabrearlo más y que haga castañetear sus pinzas. Hasta aquí hemos llegado. ¿Te vas a poner gallito conmigo? Me he cansado de blandir la rama ante su rostro ceñudo sin conseguir que retroceda ni un centímetro. Por fin, le atizo una estocada. Y aunque parece maltrecho, persiste en su actitud agresiva. Es más, ya no retrocede, sino que avanza. Me desconcierta ese lío de patas y, ciego de adrenalina, descargo varios golpes sobre la coraza, hasta que me parece que el armazón colapsa. El bicho deja de agitarse. La batalla no ha tenido ninguna gloria. Miro alrededor. Nadie en la vastedad del lugar ha presenciado el absurdo combate. Empujo con la rama los restos del bicho hasta el agujero y entierro el cuerpo del delito. También entierro mi vergüenza. Creo que no habrá suficiente arena en la playa para ocultar esta historia descabellada... En un claro día sin nubes, siento de repente que el cielo se ha vuelto lóbrego, terrorífico, perturbador... Es hora de comer, pero no tengo ni pizca de hambre. En este día me he convertido en un asesino y no tengo nada que celebrar...
- Eh, ¿qué haces ahí, como una estatua, paralizado delante de esa roca? Ven, hombre, no veas qué buena está el agua. Vamos a nadar un rato.
- Sí, ya voy. Un momento.
Han pasado muchos años, pero no se me ha olvidado cómo acabar con alguien como tú. Así que haz el favor de apartarte de mi camino. No te lo voy a repetir ni una vez más...
De segundas lecturas está el mundo lleno.
ResponderEliminarY los blogs, claro ^^
Marzo!!!
ResponderEliminarla guerra haitiana
la de la triple alianza
la de irak!!!
incluida hasta de los pasteles
no es casual querido Rafa que Marzo este relacionado en esos menesteres
Jupiter y demás poderíos ventosos...
los augurios o los agoreros relacionandolo con Martius (Marte dios de la guerra)
debieron haberlo registrado en los oraculos...
:) ya veo que saliste bien avante
una que otra herida de guerra no le va mal a nadie
:)
jajajaja.. tremenda escena..xD
ResponderEliminartodo un Gladiador..
Yo... jamás he matado ni una mosca (lo confieso)pero...con el tiempo...y ahora mismo...¡matar,lo que se dice matar) ...(creo que sólo en defensa propia), pero abofetear...ufff si me dejasen...¡en fin! me iré a mi clase de yoga para desear paz al mundo, y así apaciguar esa rabia contenida y no tener que abofetear a nadie, no vaya a ser que en unos días tenga que hacer una confesión como la tuya jajajajajaja.Un abrazotedecisivo Rain
ResponderEliminarDe niña iba mirando al suelo y dando saltitos para no aplastar a ninguna hormiguita, en el insti casi me desmayo en la clase de ciencias cuando nos tocó diseccionar a una rana.... nos la dieron ¡viva!
ResponderEliminarYo si fuera un braquiuro( lo he mirado en la wiki) no me interpondría en tu camino por si las moscas...
Besitos
Seguro que desde entonces tu paella es sin cangrejos ¿Me equivoco...?
ResponderEliminarOye que bien mirado Aquiles comparado con el crustaceo que te aguantaba la mirada era un impostor.
¿Y qué me dices de la argamasa teólogica con que a veces en el parque justificabamos nuestro hormiguicidio? Es que las rojas son del diablo... (o_O)
Siempre se suele decir en estos enfrentamientos animal vs persona que el bicho tiene tanto miedo como tú, pero yo creo que es mentira, los animales siempre parecen más seguros...
ResponderEliminarLos cangrejos son gente pendenciera, él se lo buscó...
Jo, qué miedito dan las letras pequeñas del final... más vale tenerte como amigo (o como incompleto conocido) que como enemigo, ¿no? ;P
ResponderEliminarPerdiste la inocencia en el momento en que eres consciente de tu delito y sobre todo de tu poder jajaj
ResponderEliminarMe ha encantado aunque la última frase es de agárrate ..
Tampoco hay que fustigarse. De niños todos hemos hecho cosas así, yo aun lo hago con las arañas, me pongo histérica, y luego me preguntan mis hijas "pero mamá, ¿Porqué la matas si es muy pequeñita?" ¿Y porque entra en mi casa?, eso es lo único que se me ocurre decir. Así que ojo con el que entre en mi casa sin permiso.
ResponderEliminarY yo que nunca te había imaginado de niño hasta hoy, como que nunca lo hubieras sido, que curioso. Me ha sorprendido.
Lo malo de las experiencias de nuestra niñez, es que no las contamos. Nos tragamos la vergüenza -inconmensurable a esas edades-, y vivimos con ellas hasta que, de mayores, nos damos cuenta que no fue para tanto y nos perdonamos.
ResponderEliminarLo que ocurre es que siempre queda el regusto de sentimiento, que nos hace pequeños de nuevo.
Me descoloca el párrafo final. Quizás sea la expresión de la idea que todos llevamos un asesino dentro o de que hasta los asesinos fueron niños alguna vez, o de que en la ninez se siembra la semilla de los asesinos, o que todos somos asesinos en potencia....
Tengo que pensar.
Gracias por compartir de nuevo.
Besos a ese niño de la playa.
yo hoy tb me he levantado un poco psicópata XD y estoy tratando de recordar mi primer asesinato, tuvo que ser seguro después de que en casa me hicieran porque yo no me atrevía, la colección aquella de insectos para el cole
ResponderEliminarlos cangrejos de todas formas nunca fueron de fiar...
Abrazote
Jo
ResponderEliminarEs cierto. Marzo, por ser muy marciano, tiene algo de guerrero. Y espera que llegue la primavera y verás qué guerra jajajaja
besos
Isa
Ya sé que eso lo dices por el cangrejo, pillina xD
besos
Sara
jajajaja no, no, nada de agresividad.
Ooooooooommmmmmmmmm
xD
besos
Sory
El braquiuro de marras era un bicharraco con muy mala pinta y bastante chulesco. Y yo un pobrecito muchachito desprotegido e inocente. Jo, qué desigualdad en el combate... xD
besos
Maeglin
¿Aquiles? un mindundi jajajaja
Oye, es cierto: esas historias con las hormigas rojas eran una buena justificación teológica para masacrarlas sin remordimientos. Qué mal, qué talibanes hemos sido de nanos xD
abrazote
Doctora
Este cangrejo se pensaba que el que iba a retroceder sería yo. Un poco inconsciente sí que era el bichejo. ¡Cuánta temeridad! xD
besos
Speedy
jajajajaja ahí he estado un poco cangrejo xDD
besos
Montse
Ese es un momento muy chungo. Fíjate si es chungo, que luego va esa frase y te asalta cuando ves otro cangrejo chulito por estos caminos de la vida... ayssss
besos
Cris
Uy, las arañas. Lo mío con las arañas es enemistad incondicional. Prrrrrrrrrr
jajajaja a ver si te habías pensado que ya nací mayor xDD
besos
Alexssa
El párrafo final es que si vuelves a la situación de alerta te puede invadir de nuevo la condición de asesino. Terrible.
Si no se superan los miedos, se sigue siempre en ese círculo.
besos
ShaO
No sé si algún día escribiré algo sobre las mariposas, las redes, los alfileres... pero puede que sea un escrito demasiado poético-melancólico.
Ay, esto de haber tenido un pasado turbio... jajajaja
besos
Recuerdo cuando era bastante pequeño y cazaba mariposas con el cazamariposas que me fabricó mi abuelo y las clavaba en la puerta de madera de la casa del pueblo orgulloso de mi cacería, al rato consciente de que no volvían a volar sentía un tremendo remordimiento. Tierna infancia.
ResponderEliminarHummm... creo que me acabaréis sacando también lo de las mariposas. Ya verás.
ResponderEliminarxD
un saludo
Jajajajajajaja me encanta tu lucha con el pobre cangrejo. Seguro que el estaba mas asustado que tu.
ResponderEliminarA mi jamás me ha dado por torturar a ningún animalito. Lo mío era peor... yo torturaba a los seres humanos y entre ellos a mis padres con mis gamberradas incontroladas y a los profesores del colegio... Que paz tuvieron que sentir cuando pasé al instituto.
Genia, amigo. GENIAL!!!! Besos.
Me has recordado a Raskolnikov en plena lucha interior por su "crimen y castigo"...si la consecuencia de aniquilar a un pequeño ser es la tristeza o el remordimiento, no todo está perdido.
ResponderEliminarSaludos.
Y es verdad, los que somos de "cerca del mar", hemos vivido experiencias como la tuya ,posiblemente no con el mismo final en mi caso, yo solo los apartaba , pero no los mataba ( a los cangrejos me refiero).
ResponderEliminarY ¿por qué ese empeño en acercarse siempre con las pinzas abiertas? Puede que les invadieramos su territorio o algo así. Pobres bichos.
La frase final es BUENISIMA. Me ha impactado.
Besitos.