"Considera a la hormiga, perezoso; mira sus caminos y sé sabio".
(Libro de los Proverbios de Salomón, cap. 6: 6)

Sin prisas, cuando un sol que iba aproximándose al horizonte invitaba a una razonable retirada, me encaminé hacia el paseo de madera ligeramente elevado sobre la cota de la duna. Sentado en él, como si de un banco se tratara, me fui desarenando los pies con parsimonia. Un bichejo negro había llamado mi atención: destacaba notablemente sobre la variedad de ocre de la arena. Se trataba de un escarabajo del tamaño aproximado de una moneda de 10 céntimos. Supongo, no llevaba moneda para comparar. No sé de qué especie era: ni se lo pregunté ni creo que me hubiera respondido. Escarabajo, a secas. Negro, pero no pelotero.
El caso es que el bicho parecía apurado (quizás llegaba tarde a una cita con una escarabaja), pero en su loca carrera no avanzaba nada: corría trazando círculos. Imagino que los montículos en la arena (apenas huellas de personas, aunque colinas abruptas para el coleóptero) lo tenían desorientado. Cada vez que coronaba una de esas cumbres, se volvía a despistar en el rumbo. En ocasiones, incluso parecía como si quisiera enterrarse, aunque creo que no era más que una consecuencia de su frenesí atlético.
Acabé de quitarme la arena de los pies, me calcé y, curiosamente, el bicho estaba en el mismo lugar que cuando comencé. Como si no se hubiera desplazado del sitio en esos minutos. Sin embargo, sus patas no habían parado de moverse ni un segundo.
Cuando al fin decidí que ya era hora de marcharse, me di cuenta de que había pasado un buen rato contemplando a ese insignificante escarabajo y pensando en él. Pero creo que mis meditaciones me habían llevado parabólicamente al género humano más que al mundo de los insectos. De pronto, había visto a la humanidad entera convertida en un negro escarabajo corriendo hacia ninguna parte en una carrera desenfrenada.
Somos como insectos. Y, a veces, sin el "como". Recuerdo, a propósito, algo que en ciertas ocasiones le decía a mi mujer en los años en que estuvimos casados. Es una de esas cosas que se dicen en broma, pero que se piensan en serio: alguna vez, cuando surgía algún roce derivado de la convivencia en pareja, le pedía que tratara de comprender que mi férreo instinto territorial no era sino una herencia de los insectos. "Descubre el insecto que hay en ti", sería el eslogan de una campaña publicitaria relacionada con este tema.
En Bachillerato nos enseñaron que dentro del filum artrópodos (el más abundante del planeta: a él le corresponden más del 80% de las especies conocidas) está la clase insectos, subdividida a su vez en varios órdenes: odonatos, ortópteros, hemípteros, coleópteros, himenópteros, dípteros, afanípteros, lepidópteros ...y dejaré un teléfono para damnificados por si me he olvidado de alguno. No deja de ser una disección de la especie humana. En general, todos tenemos metamorfosis complejas (quien haya superado la adolescencia es capaz de comprenderlo). Incluso los hay que han pasado por la fase de capullo y quienes se han quedado estancados en ella. Vivimos y trabajamos en colmenas, nos pasamos horas muertas en interminables caravanas e hileras de congéneres, producimos asombrosas obras de ingeniería cual termitas, colonizamos el mundo sin tregua, observamos las cosas con simpleza y a la vez con complejidad a través de nuestros ocelos y de nuestros ojos compuestos... llevamos existencias de insecto. Los hay depredadores feroces como las mantis y los hay depredados como los pulgones. Los hay molestos como las moscas, elegantes y gráciles como las libélulas, duros como los escarabajos, repelentes como las cucarachas, con cerebro de mosquito, parásitos como piojos y pulgas, trabajadores incansables como las hormigas, organizados como las abejas... ¡hay de todo!
La literatura también les ha dado cabida: ¿Quién no recuerda la fábula de la cigarra y la hormiga, que desde Esopo, pasando por La Fontaine y Samaniego, ha llegado hasta nosotros y sigue sirviendo para etiquetarnos? ¿Y a aquellas cien mil moscas que acudieron a un panal de rica miel? Los ejemplos serían numerosísimos...
De pequeño, veía los dibujos animados de La abeja Maya y observaba a insectos actuando como personas. Ahora, de mayor, contemplo la realidad cotidiana y veo a personas actuando como insectos. No sé por qué me sorprendo tanto.
¡Ah, se me olvidaba! Pequeño botín del día: una diminuta caracola, una piedra bastante maja y un par de conchas blanquísimas de bivalvos.