lunes, 27 de junio de 2011

cita de los lunes

(sin parada)

No entiendo mucho de protocolos, formulismos ni parafernalias. Es por eso que me siento como pez fuera del agua en esos lances en que supuestamente debería mediar algo preestablecido.
Vale, hagámoslo fácil.
Resulta que hay un blog mío enlazado en la columna de la izquierda, bajo el letrerito que dice "IMÁGENES PARA LOS LUNES". Allí pone mi otro viaje: ih8mondays.

Lo digo aquí porque hay algunos amigos asiduos de close2u que me han comentado que, por lo visto, no sabían de la existencia de tal lugar por la falta de publicidad que tendría que haberle hecho. Bien, pues que no sea por eso: aquí queda dicho.

Ahora toca una mínima presentación en condiciones.
¿De qué va eso de ih8mondays? Como dice el título, no es que los lunes sean mis días preferidos de cada semana. Así que pensé en concederme el mini-estímulo de publicar cada lunes una imagen con un breve comentario, acompañados ambos de alguna canción en plan banda sonora de lo publicado. El requisito autoimpuesto es que la imagen (y, por supuesto, el comentario) sea de mi autoría. Ya sea reciente o ya sea de archivo, pero de cosecha propia.

De momento, y al ritmo de publicación de un post cada lunes, hay seis publicados desde que comenzó esta andadura a finales de mayo.
El último hace referencia a las hogueras de San Juan que se celebraron en la noche del pasado jueves. Y ya que estamos con el tema, aquí dejo otro montaje con varias instantáneas de esa noche, tomadas en las playas de la city coruñesa. Y con el fuego como principal protagonista, como no podría ser de otro modo.

(click sobre la imagen para ver en tamaño original)

viernes, 24 de junio de 2011

relatos enlazados

(etapa de un itinerario en común)

Aquí me hallo: embarcado en una aventura conjunta con grandes compañeros de viaje. Es la primera vez que participo en un proyecto semejante y me causa mucha ilusión. El trayecto que fue preparado y diseñado aquí ha ido completando sus primeras etapas de viaje. Esta será la tercera. El desafío añadido es que este mismo post pueda leerse como un relato independiente y, al mismo tiempo, como una parte de una narración más extensa y por capítulos, escritos cada uno de ellos por diferentes autores.
El relato viene de Las Puertas de Gondolin , el blog de Mr. Dupin, y continuará en Blog A: La Taberna de Montse, que (como el nombre ya anuncia) es el blog de Montse. Al final del episodio, en este mismo post, iré añadiendo cada etapa de los relatos enlazados, actualizando la lista con cada nueva publicación en los demás blogs, hasta completar la serie. Aquí quedará la etiqueta permanente "relatos-enlazados" para una búsqueda rápida y, más fácil aún, una imagen con acceso directo a este episodio en la columna de la izquierda, bajo el título "excursión en equipo".


EL ENANO SALTARÍN, parte III

Ninguna mente que se ensancha para albergar una idea nueva volverá a tener su tamaño original. Y, a sus diecisiete primaveras, la mente de la dulce muchacha ya se había ensanchado demasiado como para que todo siguiera igual. Su pensamiento pugnaba por deslizarse fuera de aquel entorno que comenzaba a resultarle claustrofóbico. Como si se tratara de una cámara cuyas paredes se van aproximando día a día, lenta e inexorablemente, hasta que llegan a aplastar a su ocupante, el ambiente de aquel lugar, El Enano Saltarín, estaba asfixiando sus anhelos por una vida de remotos horizontes invitando a ser explorados.

En el sereno crepúsculo, tras el vidrio y colgada del cielo sobre los tejados, se divisa una luna en cuarto menguante. Demasiada coincidencia como para no sentirse identificada. Otra vez la sensación de asfixia...
La joven se dispone  a abrir la ventana de la habitación y con un leve chirrido de los herrajes permite que entren caricias de una brisa fresca que, juguetona, remoloneaba encañonada en el callejón de La Perdiz. El bullicio y las luces de la taberna, en el piso de abajo, se filtran hacia el exterior y añaden destellos de vida al solitario callejón. Pero ella parece impermeable a todo ese frenesí que pone la nota discordante en la quietud de la noche que se avecina. Entonces, acerca una silla a la ventana y se acoda en el alféizar. Apoya su mejilla en una mano y se entretiene contemplando lo que sucede en el edificio de enfrente, al otro lado de la calle.

Al pie de un suntuoso edificio de muros de mármol en que se abren hermosas puertas y coloridas ventanas, una niña de piel bronceada y cabellos de azabache trenzado salta a la pata coja sobre un dibujo de cuadros de tiza que ella misma ha trazado en el enlosado de la calle. Desde una ventana, una hermosa mujer de piel nívea y cabellos dorados llama a la niña: ¡Gudrun, sube, hija, la comida ya está lista! La niña toma su muñeca, que vivía un sueño de trapo apoyada en una jamba del portal, abre la puerta, la cruza y desaparece tras un ligero portazo.
A través de una ventana del primer piso apenas se puede apreciar lo que allí sucede, debido a las veladuras de los cortinajes. Pero, por el contraste con la noche exterior, es visible a la luz de los candiles una cama con dosel en que la mujer rubia está trayendo al mundo al ser que habita en sus entrañas. La matrona y un médico se afanan en que la operación culmine con éxito. Al cabo de unos minutos, unos rostros alegres ponen en los brazos de la madre exhausta a la pequeña criatura recién llegada. La madre cubre de caricias la escasa cabellera negra de su hijita.
Al descender la mirada hasta el nivel de la calle, se puede observar que, en el calor de una mañana de verano, dos figuras salen de la casa portando hatillos y maletas. Padre e hija cierran tras de sí una puerta que conoció tiempos mejores. El rechoncho padre se rasca los rubios cabellos con aspecto preocupado mientras mira a la niña. La toma de la mano, Vamos, Gudrun, le dice, y la lleva hasta un modesto carruaje estacionado en la desembocadura de la calle. Después de subirla al asiento, vuelve al portal y carga los equipajes. Al poco, la carreta desaparece de la vista con el crujir de las ruedas en los ejes y el golpeteo de las herraduras del rocín sobre las losas de la calle de Las Siete Fuentes.
Pero un ruido capta de nuevo la atención de la espectadora: en lo más sombrío de la noche, la opulenta puerta del edificio se entreabre con sigilo y una rendija de luz que se filtra a través de la abertura permite contemplar cómo un joven embozado sale de la casa. Con un sombrero cubre sus cabellos, tan oscuros como la noche sin luna, de tal modo que su rostro queda completamente oculto. Coloca un lustroso paraguas bajo su brazo y toma la mano de la mujer rubia, que permanece tras la hoja de la puerta entornada, para llevársela con devoción hasta la mejilla en cariñoso gesto de despedida. La puerta se cierra y se hace la más completa oscuridad.
En el primer piso, la ventana de vidrios de colores está abierta. La luz de las primeras horas de la tarde entra a raudales en la estancia donde la mujer rubia es besada por el hombre rechoncho. Intercambio de caricias entre marido y mujer y palabras amorosas en susurros delicados que casi se hacen perceptibles a pesar de la distancia. Desde su ventana, la joven que contempla la escena es capaz de sentir cada aliento que roza aquellas pieles como si fueran la suya propia.
Se sacude estas emociones desviando su mirada hacia una ventana, al lado de esta. Ha caído la noche, la noche más terrible. La mujer yace exangüe, más pálida que nunca, al lado de una fría hoja de acero que desprende destellos bermellones. Desde la puerta de la sala, el hombre rechoncho contempla la escena.
En ese momento, como si se sintiera vigilado, eleva ligeramente la cabeza desde la visión atroz y su mirada se cruza con la de la joven, que desde la ventana lo observa aterrada.
El sobresalto es acentuado por unos golpes en la puerta de su habitación, detrás de ella.

El chirrido de los goznes al abrirse y la voz de Carloto terminan por sacar a la joven del ensimismamiento. Abre sus ojos ya abiertos para contemplar el brillo desvaído de la luna sobre la fachada de mampostería negruzca, ahora derruida pero que, según algunos rumorean, antaño debió de ser la botica del callejón de La Perdiz. Una puerta desvencijada y algún ventanal de vidrios rotos son el único vestigio que queda de la posible existencia de un antiguo establecimiento.
- Gudrun, baja en seguida, hija. Necesito que me ayudes esta noche en la taberna. Los clientes están más animados que nunca y yo solo no soy capaz de atenderlos como es debido.
La joven gira su cabeza en dirección a Carloto, quien observa, fijos en él, unos ojos centelleando con un brillo ígneo que no le resulta desconocido.
- ¿Por qué, Gudrun? ¿Por qué has vuelto a hacerlo una vez más?


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EL ENANO SALTARÍN

sábado, 18 de junio de 2011

celos

(área de descanso nº 135)

¿Nunca has sentido celos? Si me respondes que no, quiere decir que no has tenido hermanos más pequeños y no sabes lo que es ser un príncipe destronado. O eso o que te mientes muy bien a ti mismo (es decir, muy mal). O que eres un caso único, digno de estudio.
Al margen de esos celos infantiles, que tantas rabietas nos han costado, también hay otros tipos de celos: Por una parte, están los celos patológicos, que son celos infantiles en la edad adulta. Y existen, por otra parte, variedades de celos algo más equilibrados aunque igualmente pasionales y con una misma raíz. Somos egoístas por naturaleza (unos lo demuestran más, otros menos) y los celos suelen estar relacionados con la amenaza de pérdida de algo que se considera propio o que se cree que debe ser poseído. Por tanto, tal circunstancia se vive como un estado de ruptura con un tiempo de satisfacciones recibidas (siendo estas la meta del hecho de poseer). Como no voy a ponerme con análisis psicológicos, porque no me va el intrusismo profesional, te diré solamente que hay quien no tiene estos sentimientos, al menos de forma especialmente notable, pero también quien siente esta amenaza más intensa y acaba tirando por uno de estos dos caminos: Uno, dejar que los pájaros vuelen sobre la cabeza pero que no aniden en ella, es decir: aguantarse y no hacer nada, o incluso (si se cansa de la situación) poner en práctica el consabido a enemigo que huye, puente de plata. Y dos, montar escenas muy hollywoodienses ("Gilda", un juego de niños) pero que pueden terminar en tragedias griegas. Muy mal asunto, este último.

No sé qué nos pasa, pero la competencia nos tiene en un sinvivir... Sin embargo, tal competencia es lo natural (en sentido estricto, así vemos que sucede entre los animalitos del campo) para progresar, para desarrollarse, como individuos y como especie. Pero cuando se compite contra alguien y por los mismos objetivos, hay quien gana y hay quien pierde. En muchos casos, estas competencias perdidas llevan a un menoscabo de la autoestima y a grandes dosis de inseguridad. Muchas derrotas acumuladas pueden suponer el acceso a un estado de suspicacia exagerado, en que todo es motivo de recelo. Es una forma eficaz de cargarse una relación por simple asfixia. Hay otros casos en que personas muy acostumbradas a vencer siempre se convierten en auténticas apisonadoras que no permiten que absolutamente nada se salga de sus planes trazados de antemano. Otra forma de asfixiar a sus pares. En cualquier caso, un destello de inmadurez se adivina en tales comportamientos.
La amenaza de que se desmonte una relación por intromisión de terceros puede ser real o ficticia. Para la mente que quiera ver fantasmas donde no hay nada, esos fantasmas existirán porque así lo ha decidido. Pero es imposible combatir contra fantasmas. En caso de que la intromisión sea real, la persona que es desplazada empezará a sentirse traicionada, menospreciada, temerosa de que su pasado haya sido una ficción y su presente entre en colapso. Las relaciones tienen estas cosas. A veces dos personas dejan de congeniar, ya no se entienden, han evolucionado por caminos diferentes y se han distanciando demasiado como para seguir teniendo proyectos de vida comunes. No es culpa tuya ni es culpa mía. La autoestima no tendría por qué verse afectada, porque perder nexos de unión con otra persona no significa que el propio proyecto de vida no siga siendo igual de válido que antes. Sin embargo, pensar con claridad en ciertos momentos es todo un desafío.

Los celos no hay que tomárselos a la ligera. Con un ejemplo se entiende mejor.
Hay un mito antiguo, el de la manzana de la discordia, que es muy ilustrativo. Resulta que en la boda de Peleo (el padre de Aquiles) y Tetis (una ninfa del mar), se "olvidaron" de invitar a Eris, la diosa de la discordia (título ganado a pulso, imagínate cómo). Y la buena señora, carcomidita por los celos, decide vengarse de la forma más astuta que se le podía imaginar: organizar un combate en el barro entre Hera, Atenea y Afrodita. En realidad, no hubo combate en el barro, pero casi. Eris dijo que regalaría una manzana de oro a quien fuera la más hermosa de las tres candidatas antes mencionadas. Y a ver cómo se resuelve este lío, porque las tres quieren la manzana. Y no solo por la manzana, que es un mero trofeo, sino por el hecho de ser elegida la más hermosa en improvisado concurso de belleza. Como no hay forma de solucionarlo, se le pide al joven Paris (hijo de Príamo, rey de Troya) que sea el juez de la competición. Yo no sé a qué se mete Paris en un juego entre diosas, porque sabe que eligiendo a una va a enfadar a otras dos, y estas querrán vengarse como sea por el rechazo. Otra vez celos y recelos, elígeme a mí, elígeme a mí. Las tres diosas ofrecen a Paris todo lo que se les ocurre para que este incline la balanza a favor de la que ponga sobre la mesa el regalo más apetecible. En esta época, parece ser que no estaban desautorizados los sobornos a los jueces. Así que, sin problema moral ni legal, Paris elige a Afrodita, quien (en maniobra que va a montar literalmente la de Troya, pero accediendo al deseo de Paris) hace que la mujer más bella del mundo, hechizada, se enamore perdidamente del joven teucro. Ni que decir tiene que como Helena estaba casada con Menelao, rey de Esparta, y que este era hermano de Agamenón, rey aqueo que le tenía muchas ganas a Troya, el ataque de celos del espartano fue la excusa perfecta para montar la expedición contra la ciudad del Asia Menor.
Diez años de batalla, muchos muertos, entre héroes ilustres y soldados de a pie, y al final Troya es arrasada. Deshecho el encantamiento, Helena se vuelve a casa, enamoradísima de Menelao, y aquí paz y después gloria. Ulises se pierde por el Mediterráneo y tarda más en volver a casa que Adán en encontrar la partida de nacimiento. Y un joven troyano, Eneas, escapando de la ciudad destruida, también emprende un viaje que termina con su cuerpo en Italia. Allí se casa con Lavinia, hija de Latino, se montan no sé cuántos follones más y resulta que Eneas se acaba convirtiendo en el progenitor del pueblo romano, siendo antepasado de muchos de sus personajes más legendarios e insignes. Y ya estamos hablando de Roma, que para nosotros es como la mamá de nuestra civilización.
¿Y cómo era que había empezado todo esto?
Ríete de los celos.


Los celos son tonterías que padece el cuerpo humano.
Eso lo dijo un profano que no sabía de la vida
y los celos lo mataron.

martes, 14 de junio de 2011

pasará...

(parada luctuosa)

(te propongo esta canción como fondo sonoro)


Hace unos cuantos años, me contaron una historia que, aproximadamente, decía algo así:

Un monarca de un antiguo reino llamó un día a los sabios de la corte para darles un encargo.
- Quiero grabar en mi anillo un mensaje que me ayude a superar los momentos difíciles de la vida, pero que también me haga reflexionar en los momentos de prosperidad.
Durante todo un año, este tema ocupó a los sabios. Pensaron y debatieron, pero no pudieron encontrar el mensaje que respondiera al encargo real. Y se vieron en la situación de tener que dar cuenta de su fracaso al monarca.
Empero, en última instancia, un anciano sirviente de la familia real, conocido por su devoción, intervino diciendo que tenía la frase apropiada para esos dos momentos tan dispares.
Finalmente, el rey sorprendido leyó en su anillo: "TAMBIÉN ESTO PASARÁ".

Extraña historia. No dejamos de hablar de la importancia del presente, pero aquí obtenemos una moraleja bien distinta: la de buscar refugio en tiempo futuro. ¿Acaso poseemos algo más que este instante que cruza raudo a través de la cortina espaciotemporal? No hay nada fuera del presente que podamos poseer. Desde el tiempo presente construimos un pasado que ya no nos pertenece y un futuro que no sabemos si llegará a pertenecernos.
Hay circunstancias en la vida, no obstante, en que desearíamos desplazarnos dando un fuerte tirón a esa línea del tiempo, como si de un cordón de días de tratara, para llegar a un punto en que la cruel intensidad del presente se transforme en un tenue recuerdo del pasado.
Esto que tanto te aflige también pasará...

No puedo creerlo. No puedo creer que un pensamiento tan endeble pueda servir como consuelo a los padres de Tamissa. Ellos están completamente desconsolados y para ambos no es momento de palabras. En sus ojos arrasados por las lágrimas, incluso los interrogantes se diluyen en un vacío en que no caben palabras. No hay preguntas ni respuestas. Solo dolor. ¿Pasará?
Menguará, sí. Pero nunca pasará.
Desde que venimos a este mundo, vamos creciendo en la compañía de una idea inexorable: los padres no sobreviven a los hijos. Esa es la norma. Por doloroso que sea, son los hijos quienes despiden a sus padres, con el testigo recibido de ellos en las manos. En cierto modo, los hijos vamos adquiriendo la programación para ese trance. Los vemos envejecer, contemplamos su declive sin poder hacer nada más que asumirlo. Hasta que llegue el día.
Nunca al revés. Nunca unos padres se hacen a la idea de que sobrevivirán a la trayectoria de la flecha que un día lanzaron al cosmos. Esa flecha debe seguir volando libremente su propio camino aun cuando ellos ya no estén aquí para contemplar su devenir...

Pero hoy no ha sido así. Unos padres fueron golpeados incluso con mayor severidad que la del mortal impacto recibido por su hija, arrebatada prematuramente. Ellos sobrevivieron, ella no. Tamissa fue atropellada junto a su novio en la noche coruñesa por un conductor ebrio. El novio queda herido, ella muere en el acto, el conductor intenta darse a la fuga pero es detenido por la policía. El diario, con la distancia requerida y frialdad acostumbrada, da la noticia en la mañana.
Antes, los padres reciben el mazazo que los deja casi muertos.
¿Pasará?

En su página de facebook, Tamissa sigue sonriendo como si nada hubiera sucedido. Allí nos cuenta de sus 23 años, de sus ilusiones, nos dice que tiene una relación y unos cuantos ciberamigos. El sol sigue saliendo en internet. Tamissa se ha llevado con ella la clave de acceso que perpetúe su estancia en la red. Se la ha llevado para que podamos seguir soñando, para que sigamos creyendo que, mientras ella nos sonría desde su página, no debemos abrir los ojos a la pesadilla. Quiere que creamos que todo va bien...
Seguirá sonriendo hasta que los malos tiempos pasen. Sonreirá para siempre.

Buen viaje, amiga.

domingo, 12 de junio de 2011

¿a papá o a mamá?

(sin parada)
(click sobre la imagen para verla a tamaño más legible)

En un parque de la ciudad, una inmensa pajarera sirve de hogar artificial en que conviven multitud de especies distintas de aves. En ciertos momentos, todos los miembros de un hábitat tan sorprendente parecen ponerse de acuerdo para saturar el aire con sus característicos trinos y peculiares canturreos. Decenas de idiomas empapan la atmósfera de cacofónico alboroto. Ese reducto burbujeante de naturaleza podría asemejarse vagamente a la imagen que ofrece cualquier red social. Por ejemplo, la blogosfera. Un espacio virtual lleno de miles de voces.
El pandemónium que organizamos entre todos es lo que es, precisamente gracias a ese bullicio desordenado y chispeante. Opiniones, estilos, producciones, motivaciones, propósitos... todos distintos. Esa ingente variedad es el gran valor de este espacio. Y en medio del océano de logs, cada cual va encontrando los parajes en los que se siente más a gusto. Hay pistas engañosas y que pueden confundir al lector poco experimentado. Con el tiempo, las páginas se han ido constelando de esas pistas: número de seguidores, cantidad de premios, cantidad de comentarios, estadísticas, medalleros, bla bla blá... Pero, en mi opinión, la realidad es bien distinta. Estas cosas están bien para alimentar nuestros egos, pero no reflejan nada más. Es solo una frivolidad que nos concedemos entre todos y de la que acabamos participando. Sin embargo, el blog que considerarás como realmente bueno es aquel que una vez descubierto (las más de las veces por casualidad) te hace vibrar en sintonía. No sabes cómo o porqué, pero sucede así. Y cada vez que vuelves a él, parece como si fuera escrito para ti, para tu completo disfrute. No importa cuántos lo sigan, no importa el número de visitas o de comentarios que reciba, ni los galardones que exhiba. Nada de eso importa cuando te sientes como en un deleitoso oasis al detenerte en él, al leer sus palabras o ver sus imágenes, al espaciarte en los pensamientos que te sugiere o en las ilusiones que te alimenta. Ya sabes de qué te hablo, porque tú también lo has experimentado. También tú has accedido a un blog que en ocasiones parece no leer nadie más que tú, y a pesar de ello su autor sigue regalándote sus creaciones, de tiempo en tiempo, inmune al desaliento. Ese es un buen blog. Y lo sigues y comentas en él, acudes a las citas señaladas, consciente de que recibes mucho más de lo que das con esos pequeños gestos.

Tal como yo lo entiendo, este feedback es la real esencia de nuestra categoría de blogs personales. Y no es necesaria más parafernalia. Pero alguien entendió que había que inventar eso de los premios blogueros. Supongo (de corazón lo digo) que la intención era inmejorable, porque la sensación de que uno recibe más de lo que da puede llevarse al extremo de considerarse en cierto modo deudor, y en consecuencia se enfatiza el agradecimiento con un gesto fuera de lo corriente. Quien recibe el premio, sin embargo, se considera no merecedor de tal galardón. En definitiva, él también es deudor respecto de otros blogs. Por todo esto, lo que sucede al fin es que los premios terminarán rotando en círculos, de blog en blog. Más que premios (concedidos por méritos), los considero regalos (concedidos por afecto, es decir, inmerecidos). El último premio que recibió este blog (por tanto, todos sus lectores), sucedió hace ya casi tres años. Por aquel entonces escribí un post titulado premios, premiadores y premiados, en que expresaba mis sensaciones al respecto. Después de todo el tiempo transcurrido, sigo pensando de modo similar sobre esta cuestión. Así que ya no habría mucho más que añadir. Las cadenas de los premios terminan aquí porque me veo incapaz de elegir a quién quiero más, si a papá o si a mamá... Todos los blogs que leo con gusto son merecedores de mi entera simpatía y cariño, y así se lo hago saber a sus autores con mis comentarios. El feedback espontáneo.

Pero me faltaría una cosa antes de terminar. Hay culturas en que es preceptivo recibir los regalos con ambas manos, en señal de estima y respeto hacia quien lo ofrece. Recibir la dádiva con una sola mano se considera una muestra de descortesía y menosprecio. Me gusta esa costumbre. Al menos, me gusta el espíritu que encierra: no hay regalo pequeño que deba tenerse en poca estima, porque es el fruto del cariño de quien lo da.
Y a mí (por tanto, también a todos mis lectores), Pilar nos ha regalado un premio. Y, en nombre de todos, lo recibo con las dos manos.
Muchas gracias, querida amiga.

domingo, 5 de junio de 2011

regla de la cadena

(área de descanso nº 134)

Si me hubieras preguntado hace un par de décadas y media, te habría dicho que la regla de la cadena era la fórmula matemática que aplicábamos para calcular la derivada de una función compuesta. Pero es que hace dos décadas y media yo estaba cursando el BUP, con sus matemáticas y demás asignaturas de la rama de ciencias, y la expansión global de internet todavía estaba por producirse. Si me preguntas ahora por la regla de la cadena, diría que es algo así como la irresistible costumbre que tienen algunos de reproducir y transmitir un eslogan, frase o consigna por toda la red hasta que la frase de marras, de tan manida, se convierta en verdad incuestionable o en humo inservible (o en ambos). Con el tiempo, he ido desarrollando una resistencia inquebrantable a estas cadenas. Cualquier cadena que llega hasta mí suele morir ahí. Es posible que sea por mi natural tozudez y, por tanto, por el instinto de desobediencia que se me activa cada vez que me asalta un imperativo. Chufla, chufla, que como no t'apartes tú... le decía el baturro en la vía al tren que se acercaba.
El efecto más notorio que me producen las cadenas es el gusto por el aislamiento. Y es el aislamiento lo que, al final, me lleva a estar desactualizado (felizmente desactualizado) de un montón de cosas.

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Hablando de estar desactualizado... Creo que se subestima el valor de la desactualización. No me parece que tal cosa sea una desventaja ni un inconveniente en los tiempos que corren, aunque sea precisamente esto lo que se piensa. Nos hemos hecho tan dependientes de tecnologías punteras y que apenas somos capaces de comprender (y aun menos de desentrañar) que, en caso de catástrofe planetaria o de quedar aislados en una isla desierta cual robinsones-de-los-mares-del-sur, nuestra supervivencia estaría muy comprometida. En ese caso, quienes más adaptados se mostrarían para la supervivencia serían todos aquellos que no hubieran perdido el contacto con una realidad más primitiva, más directa con el medio natural. Y tanto. Como en un retorno a las cavernas. Cuanto más cerca de la edad de piedra podamos desempeñarnos, un panorama sin internet, telecomunicaciones, comidas preparadas y situadas en los puntos de distribución, sistemas de transportes, artilugios de última generación, etcétera, sería lo más parecido a sufrir apenas una herida superficial.

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Hablando de lo superficial... Tengo que decir que me considero bastante superficial. Y ya sé que esta palabra está muy denostada, así que autoproclamarse superficial debe de sonar lamentable. Bueno, quizás no sea tan lamentable como reducir ciertas palabras a ser exclusivas portadoras de vicios o defectos, de acepciones peyorativas únicas, cuando en ellas caben cosas mucho mejores. ¿Acaso no sentimos también con la piel? ¿No sabemos apreciar una caricia que anide en nuestra corteza? He ahí otra forma de ser superficial.
Pero tampoco me refiero a esto, sino a algo diferente. Mi superficialidad está en mi gusto por caminar sobre las pieles de las cosas y de los conceptos, sin profundizar demasiado, para evitar quedar atrapado o perder una perspectiva global. Como viajero, no me queda otra opción. Si fuera un navegante del espacio y cada planeta que visitara decidiera recorrerlo hasta su núcleo, correría el riesgo de quedar desintegrado por las altas presiones y temperaturas. Y ahí acabaría mi viaje. Así que, a la espera de encontrar un interesante planeta en el que sucumbir, prefiero conocer mucho más del todo que me permita relacionar las partes, maravillarme con la perspectiva universal y sus conexiones, antes que especializarme en un solo aspecto concreto al que dedicarme de por vida. Como a la manera renacentista, salvando las distancias.

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Hablando de distancias... ¡Qué útiles son para dar sentido a algunas observaciones! Las distancias medias o largas, quiero decir. En las cortas distancias te implicas demasiado y acabas alterando el objeto de la observación. Algo así es lo que subyace en el principio de incertidumbre de Heisenberg. Si no hay implicación, se puede ser más objetivo (es decir, más personalmente subjetivo) y se extraen curiosas conclusiones...
Cuando observo a las personas en esa situación en que están enfrascadas en sus cosas corrientes y cotidianas, me parecen tan inofensivas, tan incapaces de provocar algún daño al resto de la gente, que vuelvo a recuperar la confianza en el mundo. Casi me cuesta creerlo, pero es así. Por eso me gusta observar. Como terapia. Para darme cuenta de lo normales, lo tan parecidos que son a ti y a mí, esos mis objetos de observación.

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Hablando de objetos... Me gusta ser el hombre objeto de la mujer que me ama con todo su corazón. Pienso que no podría recibir un mayor honor que este. No me incomodan en absoluto los posesivos, ni determinantes ni pronombres. No me produce inquietud ser el objeto de esa persona. Todo lo contrario.
Una amiga mía no comparte esta idea. Cuando yo estaba casado y le mencionaba las palabras mi mujer, ella se incomodaba sobre todo por ese mi. Y me largaba extensos alegatos acerca de lo pernicioso del concepto de posesión, de cómo desnaturaliza las relaciones y no sé cuántas cosas más. En fin, yo nunca me sentí en la necesidad de explicar el concepto que había detrás de la palabra. Nunca me paré a contarle que al decir mi mujer me sentía yo más poseído por ella de lo que la consideraba a ella una posesión mía. No merecía la pena entrar en estas explicaciones sobre los posesivos. Y mucho menos después de la cantidad de veces en que la insistente amiga me decía que tenía que ir a su dentista o que la tenía que ver su ginecólogo o que tenía cita con su peluquera.
Podría ser este un caso de doble moral, ¿quién lo sabe?

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Hablando de moral... Cuanto más leo las noticias, más me doy cuenta de que predomina en ellas una casta de personas para las que moral tiene una sola acepción. Tú les dices moral y ellos piensan en un árbol de la familia de las moráceas, de cinco a seis metros de altura, con tronco grueso y derecho, copa amplia, hojas ásperas, lanuginosas, acorazonadas, dentadas o lobuladas por el margen, y flores unisexuales en amentos espiciformes, separadas las masculinas de las femeninas, y cuyo fruto es la mora. Y nada más.
A muchos de estos especímenes de las noticias se les llama ladrones de guante blanco. Pero si tuviera a mi lado a uno de ellos, yo no apartaría mi mano de encima de mi cartera, por si las dudas.

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Hablando de dudas... A veces cuesta decidir en qué se puede creer y en qué no. Es por el efecto de las mentiras colectivas. Piénsalo bien: si un montón de adultos se han puesto de acuerdo para engañar a sus propios hijos con personajes como Papá Noël o el ratoncito Pérez, ¿de qué no serán capaces tratándose de desconocidos? ¿Cuántos otros engaños de grueso calibre no habrá organizados en el mundo para tomarnos el pelo, no ya a niños sino a los mismísimos adultos?
Y no es tan difícil hacer correr estas mentiras colectivas. Mis padres me las contaron siguiendo la cadena que a su vez les llegó de los suyos, a estos de los suyos... y así hasta no se sabe cuándo.
No subestimemos el poder de la regla de la cadena.
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Por cierto, (f o g)' (x) = g'(f(x)) · f'(x)

jueves, 2 de junio de 2011

conformistas por naturaleza

(área de descanso nº 133)


conformar
(Del lat. conformāre)
1. tr. Ajustar, concordar algo con otra cosa. U. t. c. intr. y c. prnl.
2. tr. Dar forma a algo.
3. tr. Econ. Dicho de un banco: Diligenciar un cheque garantizando su pago.
4. intr. Dicho de una persona: Convenir con otra, ser de su misma opinión y dictamen. U. m. c. prnl.
5. prnl. Reducirse, sujetarse voluntariamente a hacer o sufrir algo por lo cual se siente alguna repugnancia.
6. prnl. Darse por satisfecho.
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Vivimos creyéndonos nuestras propias ilusiones [1]. Bueno, no. No nuestras propias ilusiones, sino las de la manada, que tampoco tendrían por qué ser las nuestras. Lo serían en el hipotético caso de que pudiéramos elegir exclusivamente por nosotros mismos, de forma voluntaria y consciente partiendo de cero, lo cual no tiene sentido si consideramos que nacemos absolutamente dependientes y que nuestra naturaleza es indiscutiblemente social. Y aunque en principio no son nuestras por elección (sino por una imposición de la que no somos conscientes), nos hemos conformado a/con ellas con absoluta naturalidad, al punto de que nos resulta dificilísimo cuestionarlas.

La tendencia natural es la de creer que hemos elegido el camino por nosotros mismos, pero cada vez soy más pesimista realista al respecto: el grupo en el que comenzamos nuestra andadura, por el simple azar de la vida (así son las cosas: nadie elige cómo ni dónde nace, ni otras circunstancias de sus primeros años), es el que ha puesto en nosotros el guión básico de nuestra particular cosmovisión, que se irá completando con matices. Apenas matices. Elegiremos a partir de entonces pertenecer a aquellas manadas en que sintamos que nuestra estructura mental no deberá experimentar grandes cambios. De lo contrario, tendríamos que transformarla dolorosamente según otros patrones. Por eso, escucharemos lo que ya deseamos escuchar (que es lo que encaja en esa forma prediseñada), leeremos lo que ya deseamos leer (que es lo que encaja en esa forma prediseñada), etc etc... y, por el contrario, rechazaremos todo aquello que no encaje en esa forma prediseñada. Nuestras gafas para ver la vida tienen un color determinado y nuestras visiones estarán teñidas por ese color.

Una manada presionará siempre para que adoptemos sus colores propios y, por más que violente nuestras entrañas, si nos encontramos atrapados en esa manada, no nos quedará más solución que hacer de sus colores los nuestros. Por esto nos resulta tan difícil cambiar de manada (y de opinión): porque nos exponemos a la desagradable experiencia de ver removidos todos los moldes en que nuestra mente ya ha encontrado acomodo. Es más fácil seguir manteniendo una idea antigua, aunque no funcione (si nos demuestran lo errada que está, lucharemos contra esa demostración con uñas y dientes), antes que reemplazarla por una nueva que sea correcta pero contraria a nuestra cosmovisión. Más fácil ...y más necio.

Sin embargo, sucede en la vida (puede suceder) que un balonazo [2] en las gafas destroce las lentes de colores que llevamos delante de los ojos y quedemos así expuestos a una distinta visión de las cosas, sin la distorsión con que siempre las habíamos visto. Un fogonazo de objetividad. Esto solo puede suceder, empero, lejos de la presión de la manada, que siempre volverá con unas gafas nuevas a imponer su visión oficial del mundo y su particular enfoque. Una vez más, la subjetividad grupal poniendo freno a visiones más (nunca completamente) objetivas.
Esa anulación de la subjetividad personal por la subjetividad grupal fue demostrada en el experimento de Asch (un interesante vídeo acerca de este experimento puede encontrarse AQUÍ), al tiempo que el experimento de Milgram nos da las evidencias de hasta qué punto el individuo puede llegar a obedecer ciegamente a la autoridad de la manada. Evidencias que resultan muy difíciles de negar, aunque pocas veces asumimos que este es el telón de fondo de muchas de nuestras actitudes y creencias más arraigadas.

No quiero robarte más tiempo con palabras. Pero si tienes 10 minutos para dedicarlos al siguiente vídeo, te garantizo que será tiempo bien empleado. Las conclusiones de la parte final pueden animar a interesantes reflexiones que siempre son necesarias. Cualquier momento (y sobre todo los más convulsos) es tiempo de cuestionar con rigor el grupo al que pertenecemos y no asumir sus  directrices por más correctas que, en apariencia, se presenten ante nosotros.

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[1] "ilusión" en el sentido más inmediato de la palabra, es decir: "concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos".
[2] aunque "balonazo" suena a un impacto que sucede en un momento determinado, puede tratarse también de una acumulación de momentos, un despertar motivado por experiencias sucesivas que nos hacen cuestionar las "verdades" de la manada.