lunes, 27 de agosto de 2012

universo en decadencia

(área de descanso nº 193)
La cuerda cortada puede volver a anudarse,
vuelve a aguantar, pero
está cortada.

Quizá volvamos a tropezar, pero allí
donde me abandonaste no
volverás a encontrarme.

(Bertolt Brecht, "La cuerda cortada")

The Red Cave by Robyn Miller on Grooveshark

Hay días en que todo mi universo parece estar sostenido por una cuerda. Una miserable cuerda, vieja, desgastada, a punto de sucumbir por el peso de cada instante...
Todo en vilo. Todo pendiente de una cuerda carcomida por desengaños, deteriorada por desalientos, roída por dudas, sobrecargada de certezas.

Una cuerda para volverme loco.

Y el universo engorda con una nueva duda y una nueva certeza:
Se romperá la cuerda, y ahora que ya nadie lo puede sostener, ¿adónde irá a parar todo este pobre universo en su ciega caída?

lunes, 20 de agosto de 2012

física metafísica

(área de descanso nº 192)
"(...) Mejor no amarse
mirándose en espejos complacidos,
deshaciendo
esa gran unidad en juegos vanos;
mejor no amarse
con alas, por el aire,
como las mariposas o las nubes,
flotantes. Busca pesos,
los más hondos, en ti, que ellos te arrastren
a ese gran centro donde yo te espero.
Amor total, quererse como masas".
(Pedro Salinas, La voz a ti debida)

Ahora que ya no se cuentan átomos, sino partículas más misteriosas, tengo la impresión de que los físicos se han puesto a hacer metafísica. Como si fuera un reencuentro con los colegas que quedaron al otro lado del abismo, después de tantos siglos. Se han afilado las armas, las gigantescas armas, las costosísimas armas, para cazar las pruebas que sirvan para dirimir las nuevas discusiones. Ya no se habla como los metafísicos de antaño. Las nuevas discusiones han ido cambiando a medida que el ser humano ha sido capaz de mixtificar la materia.

Pensaba que la partícula esquiva, esa que llaman bosón de Higgs, a mí me iba a importar muy poco. Es así. Quizás debiera importarme, porque (según dicen) es la partícula que hace que yo sea masa, a la vez que es la culpable de que no pueda viajar a la velocidad de la luz. La luz, que es la única que, según ellos, los físicos metafísicos, no tiene masa. Y aquí ya hay demasiadas implicaciones. Además (también dicen), es la partícula que me sostiene en esta realidad tal y como la conozco. En mi vida cotidiana ignoro lo que acontece a nivel molecular. Menos aún tengo intuiciones de lo que pueda ocurrir a nivel subatómico. ¿Y qué eventos derivados de todo este sistema, que tanto desconozco, suceden a niveles sensibles e incluso superiores?
(La cuestión comienza a ser alimento para mis devaneos)
(Algo que a mí me iba a importar muy poco se va transformando en algo importante)
(Comienzo a sospechar dónde está la clave de su importancia para mí)
Si no pasa a nivel sensible, a nivel de mis sentidos, entonces deja de tener sentido. Es como hablar de fantasmas o de los dioses del Olimpo o de lo etéreo. No sería lo mismo que si me refiriera al viento, que ya tiene masa, como cuando te veo toda vestida de transparencias de aire. Tú, que sí eres fantasmal, lejana, habitante de un mundo que no puedo alcanzar. Y entonces sí que me empieza a importar de verdad. Mucho. Es entonces cuando me aferro con desesperación a la creencia de lo que está ahí pero no puedo ver ni sentir. Quiero que en mis pensamientos la maldita partícula cobre forma, motivo o significado. Porque igual que tú, impalpable, sin masa (como la luz de los físicos metafísicos), mi mente demente sería inmune a los caprichosos efectos del bosón. Mi locura atravesaría la red de partículas en que se enreda mi cuerpo, se movería con agilidad a través de los nudos de esa malévola red de bosones que impide que mi masa descanse a tu lado.

En el sueño metafísico te alcanzo y te ruego que compartamos un mismo lugar, un mismo instante, como si provocáramos una casualidad sin causalidad.
Mirémonos a los ojos. Quizás encuentre en ellos algo hermoso, un paraíso, o aunque fuera un yermo en que vivir esa eternidad metafísica abrazado por tu incorpórea presencia. Sintiéndonos masas. Al fin.
Tanto por tan poco.

jueves, 16 de agosto de 2012

millones de rosas

(área de descanso nº 191)

Los artistas han sabido representar a la mujer como el epítome de la belleza y los poetas la han comparado con todo tipo de cosas hermosas y delicadas: con las flores, con las aves, con atardeceres y amaneceres, con valles y montañas, con nubes, ríos y mares... De hecho, las mujeres comparten muchas de las cualidades que son tan apreciadas y que tanto agrado producen a nivel sensible. Pero también muestran otras características, como la fuerza y la resistencia de las rocas, de los metales, o la dureza de los diamantes. Quizás por este motivo ellas son a veces codiciadas y temidas por sus semejantes masculinos.

Algo que he podido aprender acerca de las mujeres en mis años de vida es que ellas no están en la Tierra pretendiendo ser meros acompañantes o elementos decorativos. Todos tenemos que aprender que las mujeres no son objetos y, desde luego, no son el enemigo. Ellas pueden ser tan amables como para dedicarnos sus atenciones y pasar su tiempo con nosotros, pero siempre será cuando quieran y si así lo desean.
Durante siglos, las mujeres han dependido del sostenimiento y del cuidado y la provisión de los hombres en un mundo de hombres, al tiempo que han trabajado duro para seguir manteniendo ese mundo de hombres. Había millones de mujeres eclipsadas, escondidas sus identidades al amparo de pseudónimos masculinos, clandestinas, silenciadas, desposeídas de la obra de sus manos y de sus mentes. Había millones de Sherezades que noche tras noche tenían que inventar algo para su sultán privado, a fin de ganar un día más de vida.
Pero aquellos días han pasado, aquellas mujeres ya no pueden seguir existiendo así. Ahora es tiempo de alegrarse y celebrar que esta mujer de hoy ha decidido no ser más una esclava, sino que prefiere el rango que le corresponde, el de ser humano con la audacia y cultura y un proyecto de vida larga y fructífera, con una total ausencia de miedo a la soledad.

He tenido la suerte de relacionarme con muchas mujeres. No lo digo necesariamente en un sentido romántico, sino en otro sentido más amplio, que tiene que ver con relaciones familiares, de profunda amistad, de compañerismo laboral, y también de amor de pareja. No necesito un día especial del calendario ni una ocasión señalada para declarar que me siento así de afortunado y de agradecido por este hecho. Y es así porque cada día no podría estar más feliz por y con todas vosotras, mujeres.

Rosie the Riveter (Rosie "la remachadora"), según Norman Rockwell.
Rosie fue la representación de las mujeres de un país que, en días de grandes emergencias, trabajaron sustituyendo con eficacia a los hombres en los puestos que estos ocupaban tradicionalmente en las fábricas. Desde entonces, muchas decidieron seguir en esos puestos.
Un guiño de Rockwell: la pose de Rosie es idéntica a la del profeta Isaías en la Capilla Sixtina, obra de Michelangelo Buonarroti.

viernes, 10 de agosto de 2012

casi un soplo

(parada con algo que celebrar)


Taitantos.
Para ser exactos, según mi deneí, hoy llego a 43. Como el nombre de aquel licor, que no he probado en mi vida. De pequeño, cuando veía el anuncio publicitario en la tele, me hacía gracia pensar en esa coincidencia: los años y el licor. Algún día, yo tendría 43 añazos. ¿Cómo sería yo con esa edad? ¿Cómo sería el mundo? Qué lejano me quedaba todo aquello...
Era de esperar que me olvidara del asunto con el paso de los años. Y lo olvidé. Hasta que un día como el de hoy, de repente, el recuerdo despierta de su hibernación de lustros, en la zona del subconsciente, y se pone a llamar a la puerta de la zona consciente de mi mente.
Qué tontería traer a colación todo esto ahora. Sin embargo, quizás sea el sino de los tiempos: llegan días en que toca repasar la lista. Hay una especie de interruptor dentro del cerebro que salta automáticamente para proceder al examen. A veces, con asociaciones tan estrambóticas como esta. Y la cuestión es: ha pasado todo este tiempo, ¿y qué has tachado en la lista?
¿Has plantado un árbol?
¿Has escrito un libro?
¿Has tenido un hijo?
...
¿Has cumplido ciertos objetivos, has alcanzado ciertas metas, te has dado estabilidad en ciertas áreas?

Yo no sé si asustarme o qué.
Dejémoslo en que he plantado varios árboles. Vale. Pero poco más que eso.
Puede que sea un insensato por haber llegado hasta aquí con tan  poco conseguido. Puede que haya desperdiciado muchos años dando vueltas sin rumbo definido mientras el común de la gente tiene muy claro adónde quiere ir y que debe dirigirse hacia allí sin demora. Y así consiguen sus metas y atiborran el currículum vítae con montañas de logros. Y cuanto más joven seas con mucho logrado, tanto mejor. Puede que yo esté muy a la deriva.
Puede ser...
Pero el día que tenga la sensación de que no hago sino seguir las indicaciones de una maldita lista que a estas alturas ya no sé ni cómo se ha llegado a escribir, voy a cruzar los brazos y me voy a quedar sentado hasta que me convierta en ceniza.

La lista creo que la voy a tirar a la basura. Me voy a permitir esta inconsciencia. Es mi vida, y es algo mucho más grande y significativo que cualquier lista escrita en un trozo de papel, en un tiempo en que no sabía ni quién era ni qué camino debía tomar para encontrarme a mí mismo. Además, reivindico mi derecho a equivocarme, a utilizar el método de ensayo-y-error cuando quiera, a reescribir lo que me apetezca reescribir en cada recodo o encrucijada del camino, a sorprenderme con lo que me deparen las vicisitudes de este transitar sin un programa que cumplir.

Terminaré este post con algo que resume mi sentimiento de hoy, de ahora. Es algo que ya conocía, pero aprovecho la oportunidad para renovar su contenido. Mismo mensaje, nuevas circunstancias.
Los haikus son unas pequeñas joyas de la literatura, esto es sabido. "Una mera nada, pero inolvidablemente significativa", escribió al respecto el literato inglés Reginald Horace Blyth, gran devoto de la cultura japonesa. En tres sencillos versos de diecisiete moras (o sílabas), repartidas en cinco, siete y cinco, el autor expresa su pasmo por algún detalle contemplado en la naturaleza. Con sencillez y humildad, un poeta revela el asombro que le produce la belleza percibida que tiene a su alrededor, muestra las ilustraciones y lecciones que se pueden aprender de la vida cuando se abren los ojos incluso a lo más pequeño, a lo cotidiano. En poco más de un minuto, el siguiente vídeo-haiku relata mis sensaciones ante el revoloteo de una diminuta y juguetona semilla de diente de león, una pelusa sin importancia, que puede ser una representación de mí mismo. Es un boceto de la breve (y a la vez increíblemente persistente) aventura de esa brizna en un vuelo loco que, algún día, quizás, la lleve a un sitio donde germinar. Mientras, de momento, sigue viajando. Otro año más.

miércoles, 8 de agosto de 2012

siete cosas

(contando hasta siete...)

A Francesca la conocí gracias a un martillo amarillo. Seguro que ella lo recuerda. Es una de esas largas historias que se cuentan en un par de líneas, así que la dejo para otra ocasión. De todos los métodos que el azar pudo elegir, escogió ese. Empero, el hado caprichoso tenía reservada una muy agradable sorpresa. Esta bloguera regala palabras, imágenes, sensaciones y emociones con una frecuencia que para mí está en la categoría de inalcanzable. Y más asombroso es que la cantidad de su producción no significa en absoluto una merma en la calidad. Recomiendo a todo el que pase por aquí que, si no ha visitado antes ese lugar, no se lo pierda. Estoy seguro de que le gustará. Francesca es una chica que nos recuerda cada día que lo importante no es lo que tienes, sino lo que haces con ello.

En una de sus publicaciones me hacía partícipe de un juego. Y como hace mucho que no juego, me pareció una buena oportunidad para un post-meme. Si luego alguien se anima, que no se corte y participe también. Le puede dar la forma que quiera. En las reglas decía que hay que pasarle el testigo a otros siete blogs, pero es que me conozco lo que pasa después: los que propones no quieren hacerlo y otros que sí quieren se quedan con las ganas porque no los has nombrado. Pues hale, como las reglas están para saltárselas, no nombro a nadie, para que el que lo haga sea por auténtico placer.
El juego se llama seven things y, como el nombre ya deja adivinar, se trata de contar siete cosas de uno mismo. Yo ya he elegido mis "siete cosas": unas zapatillas de deporte, un libro, un lápiz, una cantimplora, una cámara de fotos, unas gafas de sol y un paraguas. Ahora paso a contarlas, de uno a siete.

- Cosa nº 1: Si fuera posible, me pasaría la vida caminando. El viaje mental unido al viaje físico. Pero un viaje donde el tránsito sea el protagonista, no los destinos. Un viaje que no solo sea el trámite de ir de un lugar a otro. Quiero un viaje que sea un recorrido constante, pasito a pasito. Y para eso necesitaría unas zapatillas de deporte como vehículo más apropiado.

- Cosa nº 2: ¿Cómo es que hacen tanta compañía? No lo sé, pero es así. Buceando en ellos, te encuentras con otras personas, con otros libros, contigo mismo. Mi cosa número dos tiene que ser un libro. Prefiero ensayos y poesía antes que novelas. Me gustan también los relatos cortos. Pero, al margen del género elegido, qué difícil es resistirse a ese olor que brota en cuanto lo abro y que me envuelve en toda una travesía que nunca sé adónde me llevará...

- Cosa nº 3: Desde pequeñito me ha gustado dibujar. No concibo una forma para expresarme que sea más completa que esta. Luego descubrí que también se podían articular palabras con un lápiz (o con un bolígrafo, no me voy a poner tiquismiquis). Y así fui llenando papeles y papeles, libretas, cuadernos... Imágenes y letras que son parte de mí.

- Cosa nº 4: Una cantimplora es importantísima cuando se viaja por lugares áridos. En mi adolescencia recorrí muchos lugares áridos. Y me enamoré de uno de ellos en particular. Y allí también me enamoré de unas montañas. Pensaba en ellas y soñaba con ellas. Cada vez que pisaba esa tierra notaba el estremecimiento. Muchos años después, una estación eólica invadió aquella especie de santuario y se destruyó el hechizo con la profanación. Fue un duro golpe: sufrir la disociación de saber que algo es bueno, pero no sentirlo como bueno. Las cantimploras me recuerdan que, pese a mis esfuerzos por tratar de ser coherente, también estoy lleno de contradicciones.

- Cosa nº 5: Tengo una colección estupenda. Son escenas vividas, inolvidables. Por el hecho de ser inolvidables, las tengo almacenadas en la memoria. Pero hay otros momentos que se me desprenden, que no llegan a arraigar como recuerdos duraderos. Es por eso que mi cosa número 5 tiene que ser una cámara de fotos. Mi mente es así de caprichosa para rememorar o para olvidar algunos eventos.

- Cosa nº 6: Yo la llamo mi hora feliz. Es el tiempo previo a la puesta de sol. Algo tiene de especial para mí la luz de esos instantes. Me llena de una energía que me hace palpitar, a la vez que percibo una inmensa serenidad en cada partícula que me rodea. Me hace sentir grandes cosas. Con unas gafas de sol estoy dispuesto a vivir intensamente el resto de horas felices que le queden a mi viaje.

- Cosa nº 7: Hay algo que alimenta la melancolía del melancólico raindrop. Son los días grises, cuando las gotas de lluvia se deslizan en una atmósfera suave, repiquetean contra el suelo o salpican los vidrios de las ventanas. No puede faltar un paraguas para cerrar esta colección de siete cosas. Además, me sirve para recordar algo importante. Y es que la mente es como los paraguas (y como los paracaídas): si no está abierta, entonces no sirve para nada.

jueves, 2 de agosto de 2012

chaqueterismo

(área de descanso nº 190)

Me comentaba un colega, hace ya un tiempo, que es necesario mantener siempre una actitud de chaqueterismo, que esto es bueno para progresar como profesional y como persona. Después de observar mi expresión algo ojiplática (mi gran colección de ademanes y repertorio posicional de cejas, expuesta en modo automático, me ha impedido desde siempre alcanzar un buen nivel como jugador de poker), mi compañero de charla entendió que era mejor explicarse un poco. ¡Ah, qué fácil es caer en malentendidos! El concepto "chaquetero" se asocia comúnmente a todas aquellas personas que cambian de forma de pensar, filiación o lo que sea, sin que medie algún tipo de convencimiento o de compromiso, por mero interés (materialista, en casi todos los casos). Pero su idea se centraba más en la necesidad de experimentar los cambios antes que mantenerse a toda costa en posiciones que se intuye que van quedado caducas. En otras palabras, estaba oponiendo chaqueterismo a cerrilismo. Visto así, me pareció una afirmación bastante sensata... y más con la plaga de cerriles y fanáticos que pululan por doquier.
Tengo pocas dudas respecto a la mutabilidad y a la fugacidad de las cosas: todo está sometido a cambios, en ocasiones incluso muy rápidos. Y la adaptación a tantos cambios es un requisito para el progreso. Es posible que eso lleve a cierto desapego. ¿Cómo comprometerse con algunas ideas o situaciones que se sabe que son pasajeras? Parece un desgaste inútil de energías (si lo que hoy es amarillo, mañana es azul, ¿por qué discutir sobre ello? ¿para qué arrojar el ancla en aguas en las que se está de paso?). Entonces, ahí es dónde habrá que encontrar el punto de equilibrio en este campo de cambia-chaquetas. Algunas ideas, creencias, convicciones, opiniones... deberían ser mantenidas con más fuerza que otras, pero también habrá que ver hasta qué extremo. Esa es la clave. En la vida hay pocas constantes y hay que saber identificarlas, porque de lo contrario uno puede hallarse abrazado a momias ideológicas, caminando entre osamentas de dinosaurios...

Aunque la conversación se podría haber aplicado a temas de política, economía, filosofías, ideologías, etc., en realidad habíamos comenzado hablando de cuestiones de estilo artístico. Hay quien mantiene un estilo a toda costa, pase lo que pase, así se desplomen los cielos. ¿Es necesaria tanta fidelidad a una forma de hacer las cosas? No sé, allá cada cual. En ocasiones, el orgullo de un artista (sí, este es un mundillo dominado por egos enormes) le impide reconocer como buena la producción de otro artista que esté alejada de su estilo. Mal por él. Es alguien que no ha aprendido a ser chaquetero. En el buen sentido.
Por eso me parece alucinante cuando, por ejemplo, después de las broncas arquitectónicas entre Le Corbusier y Hannes Meyer (aunque remaban en barcos parecidos, siempre se puede montar la gresca por desacuerdos que parecen pequeños al profano pero descomunales al artista), lo primero que se le ocurre al bueno de Hans cuando el Corbu termina la construcción del edificio Clarté en Ginebra, es hacerse una foto los dos juntos en la azotea de esta obra. Hay que echarle un par, porque cualquiera entendería que su credibilidad había quedado en entredicho: ¿Tanto follón para esto? Pues sí, ya ves. Cuando algo merece la pena, se reconoce y ya está, aunque venga de un enemigo. No pasa nada. Quizás algunos divos de la arquitectura han demostrado menos soberbia que el político medio, tan necesitado de pedigrís. Y ya es decir...
Podría pensarse que el fondo de esto es una cuestión de honestidad. Pero no lo creo. El orgullo nubla la razón y la honestidad se convierte en algo tan secundario que deja de tener valor. No hay más que fijarse en el comportamiento del fanático tipo, que se cree ciegamente todo su ideario y entiende su cerrilidad como virtud. ¿Se puede estar más honestamente equivocado? El otro día, me contaba una persona (la llamaré "A") que trataba de hacerle ver a otra (la llamaré "B") un error en algo que sostenía con vehemencia. Por más argumentos bien razonados que A le daba, B estaba completamente convencida de que no había tal error. Pasados bastantes días, vuelven a conversar sobre el tema y ahora resulta que B opina igual que A. Sorprendida A, le pregunta a B cómo es que ha cambiado de opinión al respecto. Y resulta que B le asegura que se ha dado cuenta 'por sí misma' de que estaba 'ligeramente equivocada'. Tiene bemoles la cosa, ¡cómo cuesta dar el brazo a torcer!
Decididamente, a la gente no te la puedes tomar muy en serio.

El adivino Prolix, ¿haciendo gala de sus dotes no-chaqueteriles (ejhem), en "Astérix y el adivino"?

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UNA HISTORIA DE DOS VECINOS

Dos vecinos tienen sus ventanas una al lado de la otra.
Uno tiene macetas con geranios en el alféizar de su ventana. El otro no.
Un día, el equipo de fútbol de la ciudad asciende de categoría. Un vecino sigue con sus geranios en la ventana. El otro exhibe un trozo de tela con franjas alternas azules y blancas. Al vecino de los geranios esta exhibición le parece oportunista.
Otro día, el equipo de fútbol del país gana un prestigioso torneo internacional. Un vecino sigue con sus geranios en la ventana. El otro exhibe un trozo de tela con una gran franja amarilla flanqueada por otras dos franjas rojas a ambos lados. Al vecino de los geranios esta exhibición le vuelve a parecer una nueva muestra de oportunismo.
Algunos días después, a la ciudad llega el verano, pero ya no solo de nombre. Un vecino riega los geranios de la ventana para que no se le sequen. El otro exhibe un trozo de tela de estampado vistoso y colores chillones. Esta vez, el vecino de los geranios en la ventana pasa de juzgar la toalla de su vecino, el de las telas en la ventana.
Quizás se haya cansado de su chaqueterismo, quizás haya decidido que no puede tomarse en serio tantas muestras de efusividad.