domingo, 30 de noviembre de 2008

thanksgiving

(59ª parada)
“En toda circunstancia, sed agradecidos. Esto es el deseo de Dios para vosotros que creéis en Jesucristo”.

(1ª Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, cap. 5: 18)

En los Estados Unidos, la transición de octubre a noviembre y la de noviembre a diciembre están marcadas, respectivamente, por las fiestas de Halloween y el Día de Acción de Gracias. Normalmente, mucho se dice o se ve de la primera celebración; pero es más bien escaso el bagaje de recuerdos que deja la segunda. El jueves de la semana que terminó recientemente (en U.S.A. es el 4º jueves del mes de noviembre; en cambio, en Canadá se celebra el 2º lunes de octubre) se vivió este día-consagrado-al-agradecimiento y seguro que no ha contado con el bombo y platillo de las calabazas grotescamente decoradas. Tiene su lógica. A fin de cuentas, Halloween es una fiesta heredada de la cultura céltica y, por tanto, de tradiciones propias de otros lugares y anteriores a la fundación de los estados norteamericanos. Lo que han conseguido los U.S.A. es realizar una tremenda campaña de marketing (más bien: apropiación descarada) para que parezca suyo lo que no lo es. Por mí, se la pueden quedar. No tengo ninguna simpatía hacia Halloween, la Noche de Brujas, Víspera del Día de los Santos o como se la quiera llamar. Sinceramente, paso de este tipo de espiritismos o triunfo-de-los-muertos-vivientes en que se ha convertido esa fecha. Ni siquiera me parece respetuoso hacia los muertos hacerlos revivir como verdaderos monstruos. Recuerdo a mis muertos con gran afecto, los imagino tal cual eran cuando estaban llenos de vida, y no me apetece nada visualizarlos como zombis descarnados.

Por otro lado, el Día de Acción de Gracias sí que es una fiesta de tradición norteamericana (de la parte de Norteamérica al norte de Méjico, que también es Norteamérica, vaya). Posiblemente, ésta sea la causa de la poco profunda huella que ha dejado en el resto del mundo, a pesar de que también estemos saturados de contemplar cómo en series y películas estadounidenses se vea a las familias reunidas para ver desfiles y partidos de fútbol americano y para comer pavo y salsas de arándanos. Sin embargo, me parece que el contenido de la festividad sí que es de exportación recomendable. Atención, he dicho contenido, no forma. Mantener las formas de una fiesta hace posible que ésta se perpetúe en el tiempo, pero plantea la duda acerca de si merece la pena continuar una tradición que va perdiendo su sentido. Y, si no, que les pregunten a los descendientes de los indios Wampanoag. Para ellos, el agradecimiento de los descendientes de los Pilgrims del Mayflower se ha quedado en nada. De los dos grandes pilares que sostenían esa celebración, el uno se ventiló al otro.

Bueno, pero ¿por qué no ser más agradecidos? El refranero trata de bien nacidos a los que practican esa sana costumbre. La gratitud engrasa adecuadamente la maquinaria de las relaciones (familiares, laborales, de amistad...) y es imprescindible para evitar que ese motor acabe gripado. Todo lo contrario al resultado que se obtiene con la sequedad de una actitud exigente y severa. No sé, pero es posible que cada vez se estile más esa postura despótica que supone que nada hay que agradecer cuando alguien no hace sino lo que debe y, entonces, ¿qué mérito hay en ello para que se muestre agradecimiento? Ideal en un mundo de máquinas desprovistas de sentimientos. Ideal, también, en una sociedad cada vez más mercantilista, donde todo se traduce en servicios o mercancías que se compran o se venden, donde todo tiene su precio ineludible y exigible y donde no tiene cabida esa palabra, gracias, prima-hermana de gratis. Pero el agradecimiento verdadero (el que sale de las entrañas y no sólo de la boca) podría ser uno de los mejores antídotos contra los abusos, el maltrato y la violencia, tanto físicos como psicológicos.

Hay algo más que hace de la gratitud la mejor de las disposiciones para enfrentar la vida. Recuerdo (más o menos) la frase de un sabio hindú que decía: Doy gracias a las rocas que me encuentro al ir escalando la montaña de la vida. Porque, aunque a primera vista lo parezcan, no son obstáculos; son los asideros que me permiten alcanzar la cumbre. Si entiendo que las cosas que me van sucediendo en el transcurso de la vida puedo utilizarlas (incluso aunque a priori se me antojen negativas) para ganar experiencia, para mejorar, para perfeccionar y pulir lo que necesite ser abrillantado, no me dejaré hundir por los reveses que, sin duda, iré recibiendo. Hace poco, cuando hablaba de crisis, también me refería a esta actitud: la de aprender de cada tropiezo y crecer con cada dificultad.

No dejo escapar la oportunidad de agradecer a todos los lectores y comentaristas de este blog (que, a su vez, son también autores de otros blogs por los que me siento enormemente agradecido). No lo entiendo como una formalidad, sino como un auténtico deseo y una necesidad de reflejar todo el cariño que con su tiempo y dedicación me demuestran a lo largo de este camino.
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BENDICIÓN DE LA MESA (THANKSGIVING DAY)
Norman Rockwell, 1951
original: óleo sobre lienzo, 107 x 102 cm

domingo, 23 de noviembre de 2008

en las antípodas

(58ª parada)
"Con arrogancia los malvados persiguen al pobre, pero quedan atrapados en los ardides que han maquinado".
(Salmo 10: 2)

······ - en los, o las, antípodas. loc. adv. En lugar o posición radicalmente opuesta o contraria.

...Y quizás eso sea parte del atractivo. Estoy pensando ahora en las antípodas geográficas, nada más. E incluso más que a Nueva Zelanda (nuestras antípodas más exactas), me refiero a la isla más grandota de todo el océano Pacífico. Sé que esa atracción que siento por Australia acabará con mi cuerpo al otro lado del globo durante una (más o menos) larga temporada. Un año de éstos, ya veremos. En fin, mi obsesión no es tan grande como para tenerme modelando un Ayers Rock con el puré de patatas, pero ¡lo que tira la curiosidad...!
Desde lejos, pareciera que su pasado como antigua colonia británica para convictos hubiera dotado de una muy peculiar visión de la vida a los australianos. Es posible que su desenfado sea sólo un tópico o la forma distorsionada de ver que tiene un europeus comunis cuando dirige su mirada a los del novísimo mundo. Reconozco que no se puede opinar más que de lo que se conoce y que en temas australianos yo estoy bastante pez.
Como le dijo aquella flor de tres pétalos que se encontró en el desierto el Principito, al preguntarle sobre la localización de los hombres:
- ¿Los hombres? Existen, creo, seis o siete. Los vi hace años (...).
Parece ser que, un día, había visto pasar una caravana.
A mí, con los australianos me pasa lo mismo.
No he visto más allá de la (invisible en nuestras latitudes) Cruz del Sur de su banderola con la Union Jack incrustada; de su desiertazo; de sus eucaliptos con koala (no como los nuestros); de sus canguros y periquitos; de sus aborígenes, históricos y prehistóricos; de su cocodrilo Dundee (¿real o imaginario?); de los famosazos del cine: sus russelcrowes, melgibsones, nicoleskidman, peterweirs y demás; de los vecinitos Donovan y Minogue; de las guapetonas Imbruglia o McPherson; de los INXS; de las futboleras matildas... Vamos, las ruinas de Palmira. Sería el perfecto dominguero de los turistas en las antípodas.

Pero hay un par de cosas que me gustan por encima de todas éstas:
Por un lado, Glenn Murcutt. Tengo que decir que sólo conozco la obra de dos arquitectos australianos. Uno es Peter L. Wilson (que forma el estudio Bolles+Wilson, junto a su esposa, la alemana Julia Bolles) y el otro es Murcutt. Buenas referencias le había dejado su padre: la arquitectura de Mies van der Rohe y la filosofía de Henry David Thoreau. Ambas han sido importantes influencias en su estilo. Glenn Murcutt fue Premio Pritzker (¡aaaaarrgh!) en 2002 y eso lo convirtió en más mediático. Pero si por algo ya había destacado este tipo es por el perfecto cuidado artesanal que pone en cada uno de sus trabajos. En fuerte contraste con la práctica habitual en la actualidad, su estudio es de una sola persona (a lo sumo, incorpora un par de arquitectos ayudantes, como si fueran becarios) y fuera de los circuitos arquitectónicos principales. ¿Será que Australia is different?
Y otra cosa de ese país que también me pone la piel de pollo es su himno casi-oficial. No me refiero a Advance Australia Fair, sino a Waltzing Matilda. Hay que rendirse a una maldita lógica que consigue que un país (por más que los australianos pudieran sentirse más identificados con la segunda canción que con la primera) no pueda permitirse tener un himno oficial con ese mensaje, por culpa de la pugnetera "corrección política": ¿en qué posición dejaría a los poderosos?
Sin embargo, se lo llegó a proponer como himno oficial de Australia, por el arraigo tan fuerte que tiene entre sus gentes.

Waltzing Matilda cuenta la historia de un vagabundo que, portando su equipaje (su matilda), acampa una noche al lado de una pequeña laguna. Mientras se prepara un té, una oveja se acerca a beber agua y el vagabundo se apropia de ella para zampársela. El rico terrateniente del lugar se da cuenta y llama a tres policías para que arresten al vagabundo. Éste, antes de ser arrestado por el robo de la oveja, prefiere saltar al agua y morir ahogado. Al final, la historia termina contando que el fantasma del vagabundo puede oírse cantando una canción que invita a los viajeros a "bailar el vals con él" (traducción literal, pero no correcta), lo que quiere decir: a recorrer los caminos con el vagabundo. Por eso, Waltzing Matilda se ha considerado tradicionalmente una canción que celebra el desafío de la gente pobre frente al poder de los ricos y del estado autoritario que protege los derechos de éstos contra los derechos de los menos favorecidos.

Ahí va una versión del ya fallecido (en 2003) cantautor australiano David Gordon "Slim Dusty" Kirkpatrick:

Waltzing matilda

Once a jolly swagman camped by a billabong,
Under the shade of a coolabah tree,
And he sang as he watched and waited 'til his billy boiled
Who'll come a waltzing matilda with me?

Down came a jumbuck to drink out of the billabong,
Up jumped the swagman and grabbed him with glee,
And he sang as he stowed that jumbuck in his tucker bag,
You'll come a waltzing matilda with me.

Up rode the squatter, mounted on his thoroughbred,
Down came the troopers, one, two, three,
Where's that jolly jumbuck you've got in your tucker bag?
You'll come a waltzing matilda with me.

Up jumped the swagman, leapt into the billabong,
You'll never catch me alive, said he,
And his ghost may be heard as you pass by that billabong,
Who'll come a waltzing matilda with me?


(Andrew Barton "Banjo" Paterson)

Y, cada vez que suena esta canción, se enciende la chispita interior que me hace sentir (como dice el diccionario) en las mismísimas antípodas de todos esos 'squatters' con sus 'troopers'.

domingo, 16 de noviembre de 2008

método

(57ª parada)
"Tú que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?"
(Epístola de San Pablo a los Romanos, cap. 2: 21)

Desde que conozco la obra de arquitectos como Smiljan Radic (siento especial debilidad por su producción) o Mathias Klotz, ambos nacidos en el año 1965, soy un convencido de que merece la pena seguir la trayectoria de las nuevas generaciones que Chile está arrojando al panorama de la arquitectura. Y, curiosamente, esta frase introductoria no la digo ahora a propósito de los jóvenes arquitectos chilenos (que cada uno limite la juventud a la edad que le parezca), sino de otro, nacido en 1949, que también es interesante seguir bien de cerca. A Germán del Sol Guzmán es posible que el público español lo conozca por ser el autor del pabellón de Chile en la Expo-92 de Sevilla (¡qué lejos queda ya todo eso!). Su relación con España viene de mucho antes, pues cursó los tres últimos años de la carrera en la ETSAB (la escuela técnica superior de arquitectura de Barcelona) y estableció su propio estudio en la ciudad condal hasta 1979. Por su hotel Remota en la Patagonia chilena (excelente proyecto), recibió el Premio Nacional de Arquitectura en 2006 ...y buscando información al respecto, me había topado con un blog que Germán escribe a modo de cartas. Ahí queda expuesta, de forma sencilla, su genialidad en pequeños trozos de gran valor, como diamantes o pepitas de oro.

En fin, cuento todo esto porque, en una de esas cartas suyas, trata un tema que puede llegar a ser obsesión para los artistas. Sobre todo para los que estamos abonados al perfeccionismo (y ni te cuento si lo es al perfeccionismo neurótico, tan paralizante). Creo que perseguimos la consecución de un método de trabajo propio y personal, un sello de identidad que garantice unos resultados inconfundibles sin lugar a dudas, como si de la piedra filosofal de los alquimistas se tratara. Pero las palabras que leí en ese blog me llenaron de tanta satisfacción y me sentí tan reconfortado por su diáfano magisterio, que me ha parecido conveniente reproducirlas. Igual que una montaña que convierte en eco lo que despierta sus entrañas. Y decido ser montaña repetidora en este caso porque realmente el texto de Germán del Sol me resultó extraordinario. La carta parece escrita pensando en sus alumnos... pero creo que puede servir tanto a estudiantes como a arquitectos noveles e incluso a muchos veteranos. No lo dudo. Otros, en cambio, no podrán entenderlo: están demasiado ensimismados, endiosados y seguros en sus "métodos" como para aceptar nada de nadie (siempre me han parecido los peores, por más palmaditas en la espalda que se lleven). Nunca es tarde para seguir aprendiendo, si es que de verdad se quiere seguir aprendiendo. Maestros no faltan.

NO HAY MÉTODO. SE HACE CAMINO AL ANDAR.

Trato de enseñarles a mis alumnos a superar la hoja en blanco
tratando de olvidar las ideas conocidas y los prejuicios arraigados,
haciendo los primeros croquis de la obra sin tratar de acertar
y por eso, sin ningún temor a equivocarse.

Les enseño a fracasar contentos,
porque creo que una buena obra de arquitectura,
está hecha en un 99% de errores,
que se reconocen y se corrigen
si detrás de ella hay un salvaje domado,
que son nuestros egos y nosotros mismos.

Por eso digo que el error es bello.
La arruga es bella si se recibe como un bien inevitable.
Errar significa también vagar sin saber muy bien hacia dónde uno se dirige.
Derrota es el nombre que le dan los marinos
al rumbo apropiado de un barco en la mar,
y Derrotero es el libro que contiene las Derrotas.

Tal vez, no se puede pedir que los primeros pasos sean buenos
para encaminar un buen proyecto.
Porque un buen proyecto no es una suma de pasos correctos,
sino el fruto de una decisión correcta tomada a tiempo en cualquier momento,
a lo mejor en plena crisis del proyecto.
Y que es correcta,
si logra reunir todas las ideas buenas y malas sueltas,
en algo mayor que es el proyecto.

Tal vez, y como dice mi hermano Patricio,
..."no importa tanto que todo sea bueno,
como que sea bueno el todo"...

Y a ese todo se llega, si se llega,
pensando con libertad sin temor a equivocarse
y sin poner a prueba a cada rato el proyecto.

No conozco ningún método para hacer arquitectura,
que no sea lo que Machado llamó tan bellamente
...“se hace camino al andar”...
y en arquitectura se hace camino,
en la constante prueba y error.

Pruebas que no se hacen al tuntún,
sino con una intención clara,
y dedicándose al trabajo.

Trato de transmitir mi amor al oficio,
más que el oficio mismo.
Como dice León Felipe, otro gran poeta español,
“No sabiendo los oficios, los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos,
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero”.

Trato de enseñar a mis alumnos
a detenerse por lo menos cinco horas diarias;
a no confundir lo importante con lo urgente:
en un momento puede ser urgente ir al baño,
pero lo importante sigue ahí pendiente,
y no hay que distraerse,
hasta, como dice Alberto Cruz,
"arrear las vacas hasta el corral".

Es decir, les enseño a estar disponibles
a la hora que sea que se presente el espíritu
que alienta las cosas y les da vida,
que es para mí lo que persigue la arquitectura:
dar casas, calles y plazas con esa profundidad
que las hace fecundas para la vida,
tal vez porque muestra el esplendor de la condición humana
tal como es, con sus miserias y grandezas.

Para animar a los alumnos de arquitectura
a aventurarse mas allá de las obras conocidas y celebradas en revistas;
quizá haya que transmitirles la confianza absoluta
en que si observan bien
siempre descubrirán algo nuevo
entre las mismas cosas de siempre,
y aunque al principio el resultado de su trabajo sea malo
probando y probando se hará cada vez mejor.

Quizá así cada uno se enamora finalmente de su oficio,
y no está tan fácilmente dispuesto a hacer cualquier cosa
para ganarse bien la vida,
porque sabe exigirse a sí mismo
todo lo que puede dar,
como dicen los futbolistas.

Un abrazo

Germán del Sol
20 de Abril de 2007

Nunca se deja de ser alumno, aunque cada día se deje de serlo.

FOTO 1: Smiljan RADIC. Habitación para dos personas (1992-96, 1997); San Miguel, Isla de Chiloé.
FOTO 2: Mathias KLOTZ. Colegio Altamira (2000); Santiago de Chile.
FOTO 3: Germán DEL SOL. Hotel Remota (2005-06); Puerto Natales, Patagonia chilena.