domingo, 30 de agosto de 2009

episodios de la guerra entre la calidad y la cantidad

(79ª parada)
"Mejor es lo poco bueno con justicia que abundantes ganancias sin derecho".
(Libro de los Proverbios, cap. 16: 8)

Alguien podrá decirme que exagero por usar la palabra "guerra" en el título. Sí, es una palabra muy fuerte. Pero, en primer lugar, no debiéramos subestimar la enorme influencia que los panoramas bélicos han ejercido en el desarrollo de nuestras sociedades: después de cada gran conflicto se puede observar un salto tecnológico, ideológico, económico, social... que no responde a la línea continua que cabría esperar en condiciones normales. En estos escenarios de guerra literal también se han librado intensas batallas entre la calidad y la cantidad.

Recuerdo haber leído, por ejemplo, acerca de la diferencia de concepción entre dos vehículos acorazados que participaron en la Segunda Guerra Mundial: el M4 Sherman y el Panzerkampfwagen ausf. VI Tiger. El blindado alemán era una máquina terrible de extraordinarias prestaciones para el combate. Una de las crónicas de la contienda mundial relata cómo, el 13 de junio de 1944, cerca de un importante nudo viario al sur de Bayeux (en la Normandía francesa), un solitario Tiger comandado por el capitán Michael Wittman (quien en apenas 9 meses había destruido 119 carros rusos en el frente soviético) fue capaz de desbaratar, en pocas decenas de minutos y sin sufrir daños, una larga columna de blindados y acorazados del 4º de caballería "County of London", integrada por 20 carros de combate, 4 cazacarros, un carro de mando, 14 transportes de tropas y 14 Bren Carriers. Por otra parte, el M4 producido por la maquinaria bélica estadounidense no brilló por sus dotes excepcionales pero fue un carro discreto que se convirtió, en el curso de poco menos de 4 años y con un total de más de 48.000 unidades salidas de las fábricas, en el medio de combate más difundido y utilizado por el ejército de los USA. Una de las consecuencias de su inferioridad en combate respecto a los Tiger alemanes es que se pueden distinguir claramente los dos diferentes puntos de vista con que se enfocó la producción bélica por los alemanes y por los norteamericanos. Los primeros fueron constructores de máquinas soberbias, pero comparadas con las americanas quedaban a nivel artesanal: poco más de 1.300 Tiger contra 48.000 Sherman. Los segundos, en vez de buscar la perfección desperdiciando energías para el esfuerzo bélico, se contentaron con algo que fuera bueno, aunque no excelente, pero en gran cantidad. Los manuales de los carristas decían: "Para enfrentarse a un Tiger hacen falta cuatro Sherman, con la perspectiva de perder tres". No se trató sólo de una disparidad de potencial industrial, sino de un verdadero encuentro entre la vieja mentalidad de los industriales europeos, semejante a la de comienzos del pasado siglo, y la de los industriales americanos, más elástica y ya proyectada hacia el futuro.

Este episodio de la guerra entre la calidad y la cantidad, del que acabamos de ver tan sólo uno de los numerosos ejemplos existentes, finalizó con la buena noticia de la victoria de los aliados sobre los totalitarismos del Eje, pero dejó un nuevo panorama en que la superproducción y su consecuencia natural, el consumismo feroz, iba a ser la nueva tendencia de las sociedades occidentales. Y en ello seguimos. Los intereses económicos, que priman la cantidad sobre la calidad para hacer llegar casi todo lo producido por las empresas hasta prácticamente el último de los (potenciales) consumidores, son demasiado fuertes como para imaginar que esta tendencia pueda revertir. Lo peor de todo es que el planeta, a nivel global, está pagando el alto precio de mantener este estado de cosas. Personas como Annie Leonard nos han ido hablando de todo ello, como ya dejé constancia AQUÍ.

Al margen de las cosas materiales que se pueden producir, la calidad y la cantidad también son variables presentes en otras actividades humanas como, por ejemplo, la EDUCACIÓN. Por decir algo, la masificación en las aulas se ha tenido como un factor que va en detrimento de la calidad de la enseñanza. Hasta es posible que la multiplicación de contenidos merme la profundización en valores elementales ...pero esto es otro cantar: no sólo se educa en las escuelas. Hay multitud de diversos factores que también influyen en el complejo panorama de las políticas educativas a día de hoy. Demasiado complejo como para animarme ahora a hincarle el diente, aunque sólo fuera en la superficie...

Quizás me resulte algo más ligero y, por tanto, más apetecible para una calurosa noche de verano como ésta, comentar algo de lo que sucede en el marco de la lucha cantidad-calidad con los contenidos de la televisión pública. Se nos dijo que la televisión pública (ésa que utiliza parte de los impuestos ciudadanos para seguir funcionando) tenía metas de entretenimiento (cada vez más, si se puede incluir el aburrimiento como una forma de entretenimiento) y de educación (cada vez menos y, en particular, si el adoctrinamiento va sustituyendo a la educación con la que no puede identificarse ni en un ápice). Pues hay que ser un tanto crédulo para asumirlo. Me viene a la mente un tiempo en que, siendo aún un crío, apenas podíamos ver dos cadenas. Los canales autonómicos llegaron mucho después y las cadenas privadas aún más tarde... Y, por aquel entonces, el horario de emisión no era continuo. Uno podía pasarse horas contemplando parásitos por la radiación de fondo o cartas de ajuste (quizás 'contenidos' de mucho más nivel que algunas de las emisiones que se pueden ver hoy en día). Es posible que, al ser tan reducida la cantidad de programas emitidos, se planteara un dilema en la encrucijada de dos caminos:
- Como hay muy poco con lo que comparar, cualquier cosa que se emita será acogida sin demasiada crítica, así que no hace falta afinar mucho la calidad de los contenidos.
- Ya que no hay demasiadas horas de parrilla televisiva que rellenar, se puede hacer un esfuerzo para que los contenidos sean todo lo buenos que se pueda. A fin de cuentas, talento y dedicación son dos pilares para mejorar la calidad de la producción y, a igualdad de talento, la dedicación puede ser mayor, con más tiempo disponible, al estar el trabajo concentrado en menor cantidad de programas.

En el escenario actual, ¿qué sucede con ambos caminos? Por un lado, demasiada programación con la que comparar debería ser un aliciente para mejorar la calidad de los contenidos. Por otro lado, con tantas horas que rellenar no hay posibilidad de mantener los niveles de dedicación de antaño y no hay por qué presuponer que ahora exista mayor talento para mantener una calidad aceptable.
No hace falta decir que los términos "televisión basura" o "programación basura" son propios de las últimas etapas (las de la programación continua y la multiplicación de cadenas). Y hasta se han justificado con otro invento más: los "índices de audiencia". Pues eso: si emiten tal telenovela, cierto talk-show, ese bodrio infumable, aquel lo-que-sea... es, simplemente, porque el público lo ve mayoritariamente. Hasta cierto punto, no sé si es que el público está hipnotizado, lobotomizado o sus sentidos cauterizados, si es que interesa que se vean ciertas emisiones en lugar de otras por aquello de los panem et circenses (con lo que un mayor consumo respondería a una desmesurada oferta en esas direcciones), o si es que definitivamente ya no se puede confiar más en el espíritu humano, que prefiere dormitar cuando asoman la belleza, la inteligencia, la excelencia... y, en cambio, elige recrearse con las banales historietas de intrascendentes personajes anónimos.

Ya que me puse apológico hace un par de entradas, repito autor y género. Y que, como siempre, cada cual saque sus conclusiones.

El asno y su amo ·····(fábula de Tomás de Iriarte)

Quien escribe para el público, y no escribe bien, no debe fundar su disculpa en el mal gusto del vulgo

···«Siempre acostumbra hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio;
yo le doy lo peor, que es lo que alaba».
···De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes;
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
···«Al humilde jumento
su dueño daba paja, y le decía:
'Toma, pues que con eso estás contento'.
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el asno, y replicó: 'Yo tomo
lo que me quieres dar; pero, hombre injusto,
¿piensas que sólo de la paja gusto?
Dame grano, y verás si me lo como'».

···Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano,
pues si, en dándola paja, come paja,
siempre que la dan grano, come grano.


Por último, y como un testimonio más de la guerra calidad-cantidad en el campo de la educación de los más jovencitos, dejo un vídeo. De cuando la factoría Disney nos regalaba cosillas de las que se podía aprender...

fragmento de la película: “Donald en el maravilloso mundo de las matemáticas”

lunes, 10 de agosto de 2009

cuadragenario

(78ª parada)
"Cuando tenía ya cuarenta años, Moisés tuvo el deseo de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. (…) Al oír tal declaración, Moisés huyó y vivió como extranjero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos. Y cuarenta años después, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en el fuego de un arbusto que ardía".
(Libro de los Hechos de los Apóstoles, cap. 7: 23,29-30)

Con una palabra tan fea, ¿no es normal que luego se hable de "crisis de los 40"? ¡Claro… una palabra que comienza por cuadra no podría traer buenos aromas! Igual que cuadragésimo (por más que se usen indistintamente, no se debe confundir con cuarentavo: aquél puede ser un numeral ordinal o partitivo; pero éste sólo es partitivo, nunca ordinal). Y lo digo por el cuadragésimo aniversario que me ha endosado este 10 de agosto. Aunque quiero insistir en lo de "cuadra", porque a esta edad pocas cosas hay que cuadren, ni uno está ya como para cuadrarse ante nada… Hay unas pocas más canas (entre la negra cabellera) y unas pocas menos ganas (de que esa cabellera se la tomen a uno sin venir a cuento con "verdades por decreto").
Ya nos lo decía Sócrates: "Sólo sé que no sé nada". Y no es que el griego tratara de desprestigiar todo sistema educativo (idea que tomo de otra viñeta de Quino). Simplemente, que la edad lo va desautorizando a uno frente al conocimiento de las cosas seguras de un modo alarmante. Dicen que seguros son los impuestos y la muerte… ¡pues que les den a ambos! Estamos en la zona gris, donde lo seguro es más bien escaso. Lo más seguro es la creciente capacidad de hacerse preguntas que quedarán sin respuesta. De lo más trivial a lo más trascendente…

...trivial, como por ejemplo (y sin afán de resultar provocador): ¿Cuándo y de qué manera hemos llegado entre todos a conseguir que la vida, nuestro mundo, sea algo tan complejo, injusto, demencial, vacío, absurdo, aterrador, desolado, incoherente…?
...trascendente, como por ejemplo (y sin afán de resultar provocador): ¿De qué rayos está hecho ese garabato tan cambiante y que a veces se ve flotar en el ojo, escapando a saltitos de la mirada?

Preguntas que ni en otros cuarenta años se podrían resolver. Al contrario, esos cuarenta años acumulados a los anteriores traerían nuevas y más complejas preguntas. Todavía más triviales y todavía más trascendentes.

Pero baste a cada día su propio afán. El de hoy era celebrar el recién adquirido título de cuadragenario, que ya me hace un poquito mayor de lo que dice el padre de Mafalda, debatiéndose entre los 39 y los 40 (¡ah, qué tiempos! jajaja).

Cumplir años... Moisés, el del texto de arriba, llegó a los 120 (40 formándose para ser faraón en Egipto, 40 pastoreando rebaños en Madián y 40 peregrinando en el desierto de Sinaí); pero tal y como escribe su sucesor, Josué, al final del libro del Deuteronomio: "Moisés era de ciento veinte años de edad cuando murió; pero sus ojos seguían viendo y no se extinguió su fortaleza". Y, lo mejor, es que en sus ciento veinte años de edad aprendió a ser el hombre más humilde que se conocía sobre la faz de la tierra. Una de las cosas más grandes que se pueden hacer en la vida.
Cumplir años es mucho más que ir agotando números o que cambiar de calendario aún otra vez. Más bien, es un momento especial en que se le brinda a uno la oportunidad de agradecer por tantas cosas vividas, recibidas y ofrecidas; de agradecer por lo maravilloso de todo lo que ha sido concedido en tan sólo 365 días. Y es lo que pienso hacer hoy.

Por eso, no se me ocurre agobiarme por ver un 40 a mi lado.
Son sólo números, no es lo importante.