lunes, 31 de mayo de 2010

un final es otro comienzo

(93ª parada)
"(...) era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque tu hermano, que había extraviado su vida, la ha recuperado;
se había perdido, y lo hemos encontrado".
(Evangelio de Lucas, cap. 15: 32)


El fin de cada historia tiene su momento, se cumplan o no las expectativas acumuladas con el tiempo. Y LOST no podía ser la excepción. Ya los responsables de la serie habían advertido hace varios años de este hecho: la sexta temporada sería la última, la conclusiva, y a su finalización todo quedaría resuelto (...de alguna manera).
Quizás haya sido la forma de resolverlo lo que ha generado numerosos comentarios de decepción entre los aficionados a esta historia que se ha desarrollado desde 2004 hasta su remate la semana pasada. Supongo que siempre es difícil conseguir contentar a un público heterogéneo, más allá del lugar común que es su locura por seguir con fanática fidelidad esta serie aparentemente inextricable. Era sabido que, fuera el final que fuera, habría decepciones. El asunto era comprobar si las decepciones serían más numerosas que las satisfacciones, o al revés. En fin... ahora sólo pretendo hablar por mí. No quiero ser portavoz de nadie, ni me interesa conocer el pensamiento del seguidor estándar de Perdidos, si es que tal espécimen existe (que lo dudo). Creo que son importantes las visiones particulares de cada cual y, como siempre, sigo pensando que lo que termina de enriquecer a cualquier obra (de la categoría que sea) es la aportación personal del espectador.

Lo primero en que pienso es que el tan ansiado final estaba destinado a ser un mero accidente, algo accesorio. En aquello en que se vuelcan tantas expectativas al comenzar (el alcance de la esquiva y lejana meta), es el devenir de la ruta lo que acaba difuminándolo, haciendo que el caminar sea más grato que el arribar. Llega un momento en que parece tan improbable obtener las respuestas a tantos misterios de la vida, que sólo queda dejarse arrastrar por el curso de un torrente que lleve a cualquier destino, a uno, tan incierto como sus enigmas. Y en este abandono, son los personajes que habitan el río de la vida (con sus historias, sus tormentas personales, sus aspiraciones, sus realidades y proyecciones) quienes cobran el protagonismo en exclusiva. La que fuera la gran protagonista, la isla y sus misterios, va quedando relegada a un plano secundario.

Quizás la clave de una buena novela está en la profundidad de sus personajes, en el nivel de desarrollo que el autor les otorga. Y la vida misma, como la mejor de las novelas, nos enseña que sus personajes no somos estancos. Al contrario: somos permeables, evolucionamos al interactuar y devenimos en personas más completas y complejas, con este trasiego de energías. Así como en El Quijote se percibe (en palabras de Salvador de Madariaga) una quijotización de Sancho y una sanchificación de don Quijote, podría decirse (y salvando todas las distancias) que en LOST también puede adivinarse un proceso de Jackización de Locke y de Lockización de Jack. Durante mucho tiempo, el enfrentamiento entre John Locke y Jack Shephard es el enfrentamiento (en un entorno desconcertante, de ignorancia de lo que sucede o puede llegar a suceder) entre la fe y la ciencia, entre lo espiritual y lo material, entre la creencia en lo que se intuye, se espera, pero no se ve, y la racionalización a través del método científico. Pero estas visiones extremas se van complementando y fundiendo, hasta seguir el ejemplo de Alicia y llegar a atravesar el espejo.

No menos interesante me ha parecido el desenlace final... más allá de las anécdotas, de las dimensiones de purgatorio que algunos han querido ver en la última realidad alternativa, en esa otra faceta del multiverso. Quizás porque, suavemente, casi sin que fuéramos conscientes de ello, huyendo de brusquedades y de redoble de tambores, se ha dado la respuesta que ya estaba impregnada en toda la trama. No la respuesta que era el objeto de deseo de los curiosos compulsivos (la respuesta de quien esperaba impaciente las páginas finales del libro como las más reveladoras, aun a costa de saltarse otras previas todavía más importantes para conocer la esencia del viaje), sino la mejor respuesta, la realmente trascendente. Porque, ¿qué hacíamos todos en esa isla?
El adjetivo "perdidos" se les da a los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic Airlines después de estrellarse en la isla. Pero ¿no estaban ya perdidos antes de llegar allí? Un análisis sereno de la propia existencia les llevará a cada uno a esa certeza: llegaron perdidos a la isla. Y es en la isla donde terminarán por encontrarse consigo mismos. Fue esa experiencia conjunta lo que marcó la diferencia, lo que les hizo llegar a la conclusión final de que aquélla fue la mejor parte de sus vidas. En definitiva, seguimos progresando en ese camino en que nos vamos encontrando unos con otros. Y el primer objetivo de la isla era revelarles que se habían quedado estancados en su caminar.
Descubrieron la riqueza de las múltiples visiones. Aprendieron la maravilla de que todos, amigos o enemigos, semejantes o dispares, hemos sido oportunidad de crecimiento unos para otros. Vivieron la experiencia de comprobar que en las dificultades, en las crisis, podemos sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos, pero siempre tenemos la oportunidad de que sea lo mejor. Y está en nosotros elegir que las pruebas nos vayan refinando igual que sucede con los metales preciosos en el crisol.

Finalmente, con alguna lagrimilla (inevitable, al menos para mí) pero también con mucho regocijo, llegará el momento de despedirnos de unos compañeros de aventura a quienes, tal vez, el viaje de la vida nos vuelva a unir en otras circunstancias...

Y la historia termina donde un día empezó. Para que, una vez más, todo vuelva a tener un nuevo inicio.

domingo, 23 de mayo de 2010

il était un petit navire...

(sin parada)

Sin contar con mi intervención consciente, mi cuerpo se hizo diestro. Todo lo contrario que mi mente que, plena de convicciones, se hizo siniestra. Fue el gusto por el progreso bien entendido, el ansia de ver conseguidas condiciones de igualdad de oportunidades para todos, la devoción por la democracia y los derechos civiles, la visión de la sociedad como un colectivo donde todos dependen de todos y cada uno debe cuidar de los demás, sobre todo de los más desfavorecidos... las cosas que pueden hacer del mundo un mejor lugar para vivir, al resguardo de ambiciosos egoísmos. Ideales que he visto, vez tras vez, ser pisoteados por lobos vestidos de corderos, ambiciosos egoístas recubiertos con una capa de interés social. Será que somos así y que el principal obstáculo para realizar aquellos buenos ideales radica en nosotros mismos. No sé.
La burguesía ocupa el lugar de la aristocracia cuando surge el proletariado, tanto como éste está dispuesto a ocupar el lugar de la burguesía cuando surge un quinto estado. Y así ad infinítum... Es una forma de corrupción del poder y por el poder.
En el lado izquierdo de la Assemblée Nationale estaban sentados los jacobinos. Eran otros tiempos y quedaban muchos episodios de corrimiento a la diestra. Pero aquellos miembros del Club Bretón plantaron la semilla, utópica o realista en proporciones variables, de una profunda renovación de la sociedad.

Llegado a este momento, sólo se me ocurre proponer que los nuevos Parlamentos sean más parecidos a los barcos que surcan los mares. Sin izquierdas ni derechas. Con babor y estribor. Y quiero imaginar a todos esos representantes de la soberanía popular remando a brazo partido, en el costado de la embarcación que tengan asignado. Y sin olvidar que es importante el ritmo y que no hay que dejar todo el esfuerzo para los del otro costado, si no se quiere navegar en círculos.
¿Capricho mío para dejar todo como está? Puede. Los egoísmos particulares seguirán siendo los enemigos del sistema. Pero es que, al final, el binomio izquierda-derecha no parece dar muy buenos resultados si de progresar se trata. Quizás lo sea por la confusión de no saber hacia dónde se va: aparte de un lado y otro, poco más queda, ninguna otra referencia... En los barcos, por el contrario, los costados de babor y estribor encuadran el eje principal de la nave que, de la popa a la proa, señala el sentido del avance.

lunes, 17 de mayo de 2010

recordando...

(92ª parada)
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora".
(Sefer Kohelet, cap. 3: 1)

TIEMPO SIN TIEMPO

Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme
en el canto de un gallo
y para reaparecer
en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.

(Mario Benedetti)


Recordar es lo contrario de olvidar. Perogrullesca afirmación, lo sé. El caso es que a veces se olvida uno de recordar y puede ser esto motivo de incomodidades, todo depende de en qué circunstancia suceda tal descuido... El paso de instantes, las acumulación de jornadas, las nuevas experiencias que se van amontonando ejercen su efecto capa-de-polvo que más bien es una capa-de-olvido sobre lo que otrora fue fresca memoria. Y nos olvidamos hasta de que hay que limpiar ese polvo acumulado, si tal cosa fuera necesaria. Parece inevitable. También es un mecanismo del señor encéfalo para protegernos de quién sabe qué...

El viernes pasado recordé que no quería olvidar. No quería olvidar que pasaron los días hasta hacer hoy (17 de mayo) ya un año, el primer año transcurrido desde que Mario Benedetti se despidió de su pluma y completó su legado. El mismo Benedetti que pidió (precisó, necesitó) tiempo sin tiempo vio su tiempo agotado. El día de ayer o el de mañana es tan bueno para recordar como el de hoy. Y no son pocos los días en que no dejo de recordarlo a través de sus poemas, sus escritos, su voz, sus imágenes. Pero la capacidad de concentrar atenciones que tienen las efemérides no es algo que deba desaprovecharse. Quizás fue por eso que el zorro le dijo al Principito: "Si tú vienes sin importar el cuándo, no sabré nunca a qué hora preparar mi corazón... Son necesarios los ritos. (...) Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas".

Por eso, hoy tampoco es mal día para recordar que no quiero olvidar.