martes, 22 de diciembre de 2009

weltschmerz

(86ª parada)
"La esperanza que se demora es tormento del corazón;
Pero árbol de vida es el deseo cumplido".
(Libro de los Proverbios, cap. 13: 12)

En la película Matrix reloaded (la segunda parte de la trilogía futurista de los Wachowski) se puede presenciar un diálogo delirante entre el Arquitecto (el malo-malísimo, ¡como no podía ser de otra forma!) y Neo (el 'elegido' y esas gaitas). Más que un diálogo es casi un monólogo del colega, que no para de largar una cantidad de cosas... Monólogo que, aunque pretende explicar el sentido de todo ese montaje, parece elaborado para tener que tragárselo unas cuantas veces si se quiere entender el meollo del asunto. Se puede intentar hacer una prueba de concentración pinchando AQUÍ. Avisado estás.
En fin, que hay un momento en que el Arquitecto plantea un serio dilema a Neo: deberá elegir entre Zion (la ciudad de los humanos que quedan) y Trinity (la chica por la que Neo anda enchochadito). ¿A quién rescatará el elegido? Después de un instante de duda, Neo se lanza hacia la puerta que le llevará a salvar (o intentarlo, al menos) a Trinity... ante lo cual, el Arquitecto no puede contener una frase muy interesante:
.
La esperanza: la quintaesencia del engaño humano que es, al tiempo,

la fuente de vuestro mayor poder y de vuestra mayor debilidad.
.

Razón no le falta al tipo. Por ejemplo, ahora que termina el año, habrá un montón de gente haciendo cábalas sobre cómo será 2-mil-10, sobre qué se podrá esperar de él, si será mejor o peor que el anterior... y un largo etcétera. Esperanzas...
Imaginamos un mundo en que se cumplen nuestras esperanzas y despertamos a un mundo en que estas expectativas no están cumplidas. Quizás una solución esté en esa sentencia acuñada por Audrey Hepburn: "La vida no puede defraudarme, porque no espero nada de ella". Quizás sí o quizás no, porque también es cierto que la esperanza es la fuente de nuestro mayor poder y es una pena privarse de un motor tan potente.

No lo sé. Cada uno decidirá cómo quiere afrontar el nuevo año: esperando o sin esperar nada. En cualquier caso, lo más sensato (ya se espere o no se espere) es salir al encuentro de lo que pueda venir. Porque esperar no sólo es quedarse sentado en una silla a ver qué pasa ...que también es una forma de esperar, pero bastante inconsciente. Mejor será esperar (si es que se decide mantener la esperanza) o no esperar (en caso contrario) en actitud de búsqueda activa.

Decidas lo que decidas: no caigas en weltschmerz. Es un término alemán (parece que estos palabros teutones son muy del gusto de la Psicología) que, en el compacto estilo de esta lengua, podría traducirse literalmente como "mundo-dolor". Describe un estado de ánimo de abatimiento o tristeza que se experimenta cuando se compara el mundo real tal y como es con el hipotético mundo idealizado. Una visión pesimista que puede instalarse en nuestra mente sólo con ver los informativos, por ejemplo. ¡Qué difícil es que el mundo real pueda equipararse al mundo tal como lo deseamos en nuestra imaginación! El camino de esta tristeza podría llevar a una depresión y resignación nada beneficiosa, desde luego.
Y ahí estamos: debatiéndonos entre ese positivismo que nos lleva a esperar que una situación se resuelva de la mejor forma posible (¡maloserá! decimos en Galicia) y la maldita Ley de Murphy que nos hace temer lo peor en cada caso.

Bueno. Hasta aquí ha dado de sí close2u en este 2-mil-9. Ahora me despido hasta el año que viene. Cosas del calendario... si dividiéramos los años de otra forma (por ejemplo, en los solsticios o equinoccios) no diría esto hoy; pero tenemos la costumbre de separarlos entre el 31 de diciembre y el 1 de enero ...un capricho como cualquier otro. Estaré de viaje y desconectado de la red de redes en los próximos días, visitando a mi familia en Castellón. A la vuelta, leeré tus posts, responderé a tus comentarios: ¡prometido queda! De momento, con una mano al teclado y la otra cerrando la maleta, no tengo el sosiego necesario para deleitarme con tranquilidad en lo que has escrito. Cuando vuelva a casa, sí podré leerte con calma.
Mientras tanto, ahí tienes el mundo: déjalo tal como está, si te parece bien así, o haz lo posible por mejorarlo, si lo crees necesario. Haz lo que esperas. Y hazlo sabiendo que el mundo ideal que imaginas nunca existirá, pero sí que puedes acercarte hacia él aunque sólo sea un palmo más allá desde esta misma realidad. Está en tus manos.

Que pases estos días lo mejor posible, vestido con la más auténtica y encatadora de tus sonrisas.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

batallas en blanco y negro

(85ª parada)
"Ten buena disposición hacia tu adversario y hazlo pronto, mientras que estás con él en el camino".
(Evangelio de Mateo, cap. 5: 25)


No deja de ser asombroso el filtro de la memoria. Si me pongo a recordar acerca de un profesor de estructuras (ya fallecido) que tuve en el 5º curso de la carrera, un tipo con aspecto de viejo lobo de mar, de sotabarba blanca, y con cierto problema de sordera (no paraba de llevarse la mano haciendo bocina detrás de la oreja), lo único que posiblemente me venga a la cabeza será un par de cosas:
Una es la sensación de curso perdido. Después de habernos pasado el año anterior calculando estructuras por método matricial y utilizando ordenadores (que, si bien es lo normal en estos momentos, en aquellos años se iban incorporando al cálculo de estructuras), ese curso nos dedicábamos a calcular cerchas a mano por el método de Cross.
La otra, que es la que me lleva a escribir este post, es una anécdota que no recuerdo en absoluto a cuento de qué nos la relató en una de sus clases.

La historia en cuestión, de la que nunca he comprobado su veracidad, tuvo lugar en el año 1894 en la ciudad de Filadelfia. En aquel año, entre los meses de marzo a mayo, se estaba celebrando el torneo para el campeonato del mundo de ajedrez entre el alemán Emanuel Lasker y el austriaco Wilhelm Steinitz. El match, que terminó en Montreal con victoria de Lasker sobre Steinitz, había comenzado en la ciudad de New York (curiosamente, la misma ciudad donde fallecerían ambos ajedrecistas, en 1941 y en 1900, respectivamente), pero se trasladó a Filadelfia antes de su conclusión en Canadá.
Sucedió (así nos lo relató el viejo profesor de estructuras) que en la ciudad del amor fraternal, Lasker estaba alojado en un hotel en que recibía la asistencia de un camarero de raza negra. Este hombre, ya mayor, propuso a Lasker un reto interesante: el sobrino del camarero, también negro, tenía un gran talento para el ajedrez, al menos en opinión de su tío; pero como no le era posible acceder al hotel por motivos de segregación racial, el camarero propuso a Lasker entablar una partida entre ambos utilizando este sistema: cada mañana y cada tarde, cuando el camarero acudiera para el servicio de la habitación, llevaría en un trozo de papel la jugada de su sobrino y, a su vez, llevaría la jugada del campeón hasta el muchacho. Algo similar al ajedrez por correspondencia. Para mayor emoción (y como era costumbre), propuso que apostaran, incentivando así un juego más brillante. Y puesto que Lasker era un maestro consagrado y el joven sobrino apenas un principiante, lo justo es que los premios también reflejaran esa desventaja. Así que una victoria de Lasker sería recompensada con 50 dólares por parte del retador, unas tablas supondrían 50 dólares para el ajedrecista novel y una victoria del sobrino llevarían 200 dólares desde la cartera de Lasker hasta el bolsillo del mozo. Lasker aceptó: hubo acuerdo y así comenzó esta interesante partida. Por supuesto, no por el dinero en juego, sino (sobre todo) por la intriga de comprobar cuál sería el nivel de este joven aficionado.
¡Y vaya con su nivel! En unos días, Lasker comprobó que la afirmación del camarero negro no era un farol: el muchacho era realmente muy bueno y estaba poniendo en serios apuros al ajedrecista consagrado. Así, durante unos días, el gran maestro alemán no encontraba la manera de vencer a su adversario...
Un día, deambulando por el vestíbulo del hotel, con la mente perdida en tácticas y combinaciones de jugadas que le permitieran zanjar aquella partida que se había convertido en todo un quebradero de cabeza, Lasker se topó con un preocupado Steinitz. Ninguno de los dos sabía que su oponente se alojaba en el mismo hotel, así que hubo un instante de sorpresa. Volviendo en sí mismo, Lasker se fija en la expresión tensa de Steinitz y le pregunta por el motivo de tanta preocupación. Steinitz, simplemente, le responde:
----- ¡Es que no consigo comprender cómo el sobrino de mi camarero es capaz de jugar tan bien al ajedrez!

En fin. Me resisto a no poner una de las conclusiones a la que cualquier lector ha llegado en este momento: Sí, el muy jeta del camarero se embolsaba, como mínimo, 100 dólares seguros en caso de empate, que podrían ser 150 si alguno de los campeones ganaba la partida.
Y así sucedió (siempre según el viejo profesor) que aquel match no tuvo sólo 19 partidas, sino 20. Aunque no tengo ni idea de quién puede conocer el resultado de aquella vigésima partida entre Lasker y Steinitz, que ellos mismos jugaron sin saber a quién se estaban enfrentando en realidad.

Ésta es la conclusión última que quería traer a colación a propósito de esta divertida anécdota. ¿Cuántas de nuestras batallitas suceden contra adversarios identificables? ¿Cuántas entablamos contra adversarios ocultos o, incluso, contra nosotros mismos, aun sin saberlo? ¿Cuántas veces mi némesis soy yo mismo? Sería el extremo de aquella frase de Borges que dice así: "Elige con cuidado a tus enemigos, porque terminarás por parecerte a ellos".
El rival oculto… que nadie olvide que una de las estrategias para vencer una confrontación puede ser hacer creer al rival que su oponente no es un adversario de talla. Practicar la ocultación o la simulación. Algo habitual en el mundo natural, por otra parte. Y de ahí, para quien se cree en ventaja, deriva un sentimiento de falsa seguridad en una victoria fácil (aunque, en verdad incierta) que puede hacer que se baje la guardia cuando lo necesario es poner más empeño en el triunfo. Y es así como se hace realidad otra de las máximas en ajedrez:
La partida más difícil de ganar es la que ya se da por ganada.

A veces, cuando me miro al espejo, me acuerdo de Lasker y de Steinitz ...y del viejo profesor de estructuras.

lunes, 30 de noviembre de 2009

derroteros

(sin parada)

Entendido este blog como un viaje (o este viaje como un blog, que aún no acabo de tenerlo muy claro...), es muy oportuna una frase que, gratamente, me encontré en un libro recomendado por un amigo muy querido y que he convertido en una cita recurrente en multitud de circunstancias:

Si no cambias de dirección,
acabarás en el lugar exacto al que te diriges.
(antiguo proverbio chino)

Gran parte de la fascinación que me produce esta frase la encuentro en su doble lectura. Una doble lectura que depende del análisis que se haga de la propia situación en que cada cual se halle inmerso: Si tengo muy claro cuál es el lugar al que deseo dirigirme y estoy siguiendo la ruta que me lleva hasta él, entonces no debo permitir que nada me aparte del rumbo correcto. Por el contrario, si soy capaz de pronosticar que el itinerario actual no me llevará al lugar pretendido, sólo un cambio en la orientación hará posible alcanzar el éxito en la empresa.
Es así de sencillo y se cumple en todos los casos.

Aunque una última posibilidad es la del que viaja sin rumbo definido, sin un destino concreto. A éste, cualquier viento le es favorable.

domingo, 22 de noviembre de 2009

exceptio probat regulam in casibus non exceptis

(84ª parada)
"[...] estamos persuadidos de cosas mejores".
(Carta a los Hebreos, cap. 6: 9)

Es apenas un principio jurídico que nos ha llegado de la época medieval y que quiere decir algo así como que si existe una excepción, entonces es que también debe existir una regla para la que se aplica dicha excepción. Me refiero al título del post de hoy, por supuesto. En castellano, solemos decir eso de "la excepción que confirma la regla", una frase que siempre me pareció el pretexto perfecto para apoyar la inexorable tendencia humana a torpedear cualquier principio propuesto. Siempre hay más excepciones que leyes. Y tiene su razón de ser: Nos hemos fabricado leyes tan imperfectas que nos atribuimos pleno derecho para también fabricar interminables excepciones para las mismas. Más que la legislación, nos va la casuística. Y esto no deja de ser arma de doble filo. Sobre todo, por la eterna cuestión: ¿Y quién legisla y cómo se legisla acerca de las excepciones? Y, como consecuencia, ¿quién se beneficia de las excepciones o quién nunca se beneficia de ellas? Peliagudo asunto, éste. A veces, simplemente una elevada capacidad económica constituye la excepción para el cumplimiento de una ley. Pero... ¡cuán cerca están del cohecho, del clientelismo o de otros conceptos similares, propios del terreno de lo inmoral, todo este tipo de consideraciones! Entonces... ¿excepción es ilegalidad, conveniencia, superación, mejora... o qué?

No llego a entender cómo el que hervir, servir y vivir se escriban con 'v' antes de la desinencia del infinitivo, esto sea la confirmación de que todos los demás verbos terminados en –bir se escriban con 'b'. Pero es posible que entienda que la renuencia de alguien a hacer con los demás de la misma forma que le gustaría que los otros hicieran consigo mismo confirme lo gratificante de una regla de oro. Tampoco entiendo que la ley del talión se vea confirmada por todos aquellos casos en que se decide perdonar sin más revancha. Pero sí entiendo cómo el conductor ebrio crea la necesidad de que exista una norma acerca de la tasa de alcoholemia... No entiendo cómo, en general, una regla estúpida encuentra su razón de existir basándose en todos los casos en que no se cumple. Más bien, entiendo que hay leyes que sería deseable que se cumplieran siempre, sin excepciones, y que hay leyes que son muy inferiores a algunas de sus excepciones, mucho más deseables que las propias leyes que infringen. Sin embargo, ¡qué difícil es trazar la línea divisoria entre leyes sin excepciones y leyes con excepciones! Es una tarea que exige una visión de mucho alcance...

Comentaré, a propósito, el caso de Villa Malaparte. Se trata de una vivienda localizada en Cabo Massullo, sobre un promontorio en el golfo de Salerno, en la isla de Capri, en Italia. El proyecto es de 1937, del arquitecto italiano Adalberto Libera, para el escritor Curzio Malaparte. Aunque lo que sucedió fue que Malaparte rechazó el proyecto inicial de Libera y terminó construyendo él mismo la casa con la ayuda de albañiles locales. Primera excepción a una "regla". Hoy en día, hablaríamos de intrusismo profesional.
Pero hay una segunda excepción que afecta a otra "regla": El Convenio del Paisaje de 1923. Tal fue el poético nombre que se dio a una de las primeras leyes diseñadas para proteger un ambiente y su arquitectura. En este caso, para preservar la escénica isla de Capri. Se consideraba tan magistral el Master Plan de Capri que también se lo llamó Manifiesto de la Belleza de Capri. Así que, con semejante documento planeando sobre cualquier proyecto que se pretendiera realizar, no quedó más remedio para llevar a cabo la excepción que fusionar un par de ingredientes igualmente excepcionales y así conseguir quebrantar lo que hubiera de justo en el plan e incluso cuestionando su misma legalidad. Esos ingredientes fueron la personalidad avasalladora y políticamente influyente del escritor Curzio Malaparte, por un lado, y, por otro, su deseo de apoderarse como fuera del enclave más salvajemente romántico de toda la isla (cabo Massullo, que, de acuerdo al Master Plan, era un lugar sobre el cual estaba prohibido construir). Pero Malaparte quería ser el autor de algo único en sitio igualmente único, "el más bello paisaje en el mundo". Y, así las cosas, la construcción de esta vivienda supuso la ruptura entre el escritor (adherido a postulados del romanticismo, el surrealismo y el clasicismo) y el arquitecto (que se movía en una estética racionalista, funcionalista y más abstracta), incapaces de reconciliar tan profundas diferencias acerca de cómo debería ser la casa que transgrediera las directrices del Convenio.

Con la idea de que "el mundo que la fantasía evoca es el mismo, alto y puro", el egocéntrico, obsesivo y romántico Malaparte no pudo soportar por mucho tiempo el riguroso racionalismo moderno del arquitecto que había seleccionado para el proyecto de la villa ("...el día que comencé a construir una casa, no sabía que dibujaría una pintura de mí mismo; la mejor de todas las que he dibujado hasta ahora en literatura"). Por eso, ayudado por un constructor local, Malaparte fue transformando el paralelepípedo original en la estructura híbrida que hoy ocupa cabo Massullo. Se decidió que todo signo funcionalista desapareciera del diseño, al percibir que tan sólo una completa indiferencia a las demandas del uso diario permitiría a la arquitectura tomar el aspecto mítico que el escritor estaba buscando y que el paisaje demandaba. A tal extremo llevó este gesto que ni siquiera dejó las barandillas de la terraza sobre el acantilado, porque pensó que los finos tubos se hubieran visto demasiado funcionalistas. Otra excepción más para una "regla" de seguridad. Lo que fue un eslabón en la saga recitilínea de la arquitectura de Libera, un gesto simplista y, seguramente, una solución torpe para un paraje tan especial, fue convirtiéndose en un inquietante museo de imágenes de la poética personal del escritor: las escaleras de la iglesia de la Annunziata en Lipari, donde estuvo exilado; el rojo pompeyano de las tumbas romanas en el mediterráneo; un atrio cubierto; la fenestración de su toscana natal; un mausoleo; un teatro en la montaña; una pista para montar en bicicleta o para dar un final salto suicida.
De la villa insignificante e insensible con el lugar que había imaginado Libera, Malaparte hizo un monumento a sí mismo, un retrato de piedra, una "casa come me". Puede que no alcance las cotas de interacción con la naturaleza de los proyectos de Frank Lloyd Wright, pero logra trocar ese pedazo de costa caprense, ese salvaje promontorio entre los farallones que el mar le roba a la isla, en uno de sus lugares más memorables y, a la vez, visitados. Que es, por lo demás, lo último que hubiéramos esperado que hiciera con la naturaleza un ser amoral y lo primero que esperamos que haga un arquitecto cuando interviene en el paisaje. Montada en su promontorio rocoso, la villa de cabo Massullo continúa desafiante y solitaria mostrando, a quien la evoca desde el mar, sus dos caras frente al paisaje: a veces mala parte y a veces malapartiana.

Excepciones que confirman reglas... Como resultado del acto de corrupción de un poeta, nació una singular obra de arquitectura: la Villa Malaparte, la cual fue elegida por los arquitectos italianos en la década de los 80, tras una encuesta nacional, como "la más admirada obra de arquitectura". La villa destaca así, entre otras famosas, por ser la excepción deshonrosa a una regla brillante, el Convenio del Paisaje, que había sido uno de los primeros manifiestos ambientales-estéticos del siglo y que buscaba preservar el paisaje natural de la isla de Capri. Paradójicamente a esta violación del bien común, el mismo proceso de creación de la villa va a situarla en el campo de la reflexión sobre arquitectura y paisaje.

Para terminar, un vídeo de fragmentos de la película "Le Mépris" (1963), del director de cine Jean-Luc Godard y protagonizada por Brigitte Bardot y Michel Piccoli, donde se puede contemplar la Villa Malaparte.

sábado, 31 de octubre de 2009

los cien del rōnin

(83ª parada)
"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no deja recogidas a las noventa y nueve para irse por los montes a buscar la que se le ha perdido?"
(Evangelio según Mateo, cap. 18: 12)

En el Japón feudal, la elite militar representativa de una gran variedad de guerreros bajo las órdenes de los daimyō ("gran nombre", los soberanos feudales), y regidos por los códigos del bushidō ("camino del guerrero"), fue la estirpe de los samuráis ("aquellos que sirven"). Pero podía suceder que un samurái quedara sin amo, bien por la ruina o caída de éste, bien porque el samurái perdiera el favor del daimyō a quien servía. Entonces, tal guerrero se convertía en un rōnin ("hombre ola"). Además, el hijo de un rōnin también heredaba el estatus de rōnin de su progenitor. La falta de un amo a quien servir era una situación extraña para un soldado que había adquirido la vocación del servicio y, por eso, el término rōnin hacía referencia a ese estado de ser errante, como lo es una ola en el mar.

Ahora, el lector podría preguntarse a cuento de qué viene esta breve reseña de un apartado de la lejana historia nipona. Pues se trata de explicar el título de este post. Me dispongo a ello:

"cien": porque, sumando-sumando, compruebo que se cumple con éste el centésimo post de close2u. Un motivo de celebración, debido a esa afición que nos entra por los números redondos. Supongo que será por tener diez dedos en ambas manos que los sistemas decimales han sacado ventaja a los hexadecimales (tan del gusto de los ordenadores) o a los duodecimales (tan utilizados por otras culturas y en otros tiempos) y nos es más fácil contar "digitalmente" de diez en diez que de dieciséis en dieciséis o de doce en doce. Así, diez veces diez nos permite llegar a cien. Y diez veces cien harían mil, número que se me antoja demasiado lejano al ritmo de posteo en que estoy marchando.

"rōnin": precisamente, por aplicación metafórica de lo explicado al inicio del post. Porque close2u es la bitácora-terapia de un errante, un guerrero que perdió el favor de su señor, acostumbrado a errar en las varias acepciones que tiene la palabra. Así comenzó la cosa: creando un espacio en que verter aquellas ideas de raindrop que encontraban mal acomodo en su cabeza y que luchaban por salir afuera. Y, de este modo, sin rumbo fijo, a veces dando vueltas, o marchando con destino incierto, raindrop ha ido dejando tras sus espaldas cien textos, por muchos de los cuales también sus lectores amablemente han querido transitar.

En este mismo momento, recuerdo aquella escena de la película Forrest Gump en que el indescriptible Forrest, corriendo de costa a costa de los Estados Unidos, acaba arrastrando tras de sí a una prole de gentes con intenciones aparentemente bastante diferentes a las del accidental líder del grupo. Puede ser algo parecido a lo que sucede con los blogs, donde también aparece un apartado de "seguidores", con la importantísima diferencia de que el bueno de Forrest no se relacionaba con sus seguidores (y de ahí el estupor de éstos al rematar el curioso episodio de la vida de Gump) y, sin embargo, creo que una de las grandes satisfacciones de quien inicia un blog es la de entablar relaciones con sus lectores (¡benditos comentarios!) que incluso pueden devenir en lazos de lo más entrañable. Aquí es donde yo me paro un poco (estilo Forrest, pero que nadie se alarme, que seguiré… aunque tentaciones haya todos los días para dejar de viajar y volverse a casa) y en el sosiego de la parada aprovecharé para pedir disculpas por mi negligencia con los comentarios en las últimas entradas. He tardado mucho en responder y este tipo de cosas hace que se pierda algo de la posibilidad de diálogo que sería deseable que se estableciera en esa ventanita que abrimos después de leer cada entrada. Quizás, a veces nos acostumbramos a fichar en los comentarios como quien ficha al llegar y al salir del trabajo, como un mero formalismo, pero no era éste el sentido que debiera tener ese espacio en que nos sentamos todos y compartimos nuestras impresiones. Desde luego que cada cual, haciendo uso de su libertad (faltaría más), se comportará como le pida el cuerpo, ya sea en la línea meramente formalista o a través de comunicaciones más profundas. En esto no voy a entrar, ya bastante agradecido estoy con quien se toma la molestia y el tiempo de escribir unas palabras para todos. Cualquier cosa vale si se observan las mínimas reglas de cortesía, educación o respeto.

En esta entrada cien sí me gustaría que los lectores tuvieran todo el protagonismo y, quien quiera, que me deje comentarios acerca de cuál ha sido la entrada de todas las anteriores que le haya impactado más, o que le haya resultado más provechosa (por el motivo que sea), o que más haya disfrutado, o que... (¡eso!). Y, a ser posible, que pudiera compartir (si es que se puede decir públicamente, claro) el motivo por el que ha sido así. Estaré encantado de leer todas vuestras aportaciones. En ocasiones, gracias a algunas herramientas que se incrustan al blog, he podido leer cuáles son las entradas más visitadas y qué palabras o frases llevan, a través de los buscadores, a incautos exploradores hasta las frágiles redes de close2u. Es interesante. Pero ahora me gustaría que fueran los asiduos (más que los visitantes ocasionales, que no suelen dejar mensajes) los que tuvieran la palabra. Os espero.

Der Wanderer über dem Nebelmeer (El caminante sobre el mar de nubes)
Caspar David Friedrich, 1818, óleo sobre tela, 74’8 x 94’8 cm - Kunsthalle, Hamburgo

sábado, 17 de octubre de 2009

esferas y poliedros

(82ª parada)
"Soportaos unos a otros y perdonaos si alguno tiene una queja contra otro".
(Carta de Pablo a los Colosenses, cap. 3: 13)


Me viene a la memoria un tal Parménides, de mis primeras lecciones de Filosofía, allá por el Bachillerato, estudiando a los presocráticos. Por lo visto, este griego elucubró una explicación monista de la Naturaleza de la que me quedó la imagen de una esfera. Esa absoluta identidad de lo real consigo mismo, llevó a Parménides a afirmar que la realidad es única, compacta, de forma esférica e inmóvil en majestuosa quietud. Pero hete aquí que un tal Demócrito de Abdera le corrigió la plana con una respuesta si cabe más audaz y más radical, que no voy a detallar en este post. Sólo decir que Demócrito acepta también como indiscutible la afirmación de Parménides según la cual de una única realidad no puede originarse la pluralidad y, más aún, acepta que lo real ha de poseer las características establecidas por el razonamiento de Parménides: inengendrado, indestructible, inmutable, finito, compacto, homogéneo e indivisible; pero de la realidad parmenídea acepta todas estas características menos dos: la esfericidad y la unicidad. Aquí es donde yo me bajo del carro de los presocráticos (al menos por esta vez) para quedarme con lo expuesto como metáfora de cierta forma de comportamiento más extendida de lo que sería deseable. Quiero decir que el género humano, en su egoísmo intrínseco, ha recogido con gusto lo que el de Abdera se dejó por el camino tras los pasos de Parménides, para convertirlo en todo un estilo de vida. Me refiero a la esfericidad y a la unicidad.

Iré por partes. Quien de niño haya jugado a fabricar pompas de jabón habrá observado que una sola pompa lanzada al aire es sensiblemente esférica. Única y esférica. Pero habrá observado también que muchas pompas lanzadas al vuelo pueden acabar agrupándose entre ellas (si no revientan en el contacto) formando una especie de racimo de pompas en que las más interiores ya no son esféricas sino poliédricas. El contacto pone en evidencia la configuración de esas caras planas. Bueno, pues el salto de las pompas a las personas resulta evidente: Personas solitarias, solas, sin relaciones con otras personas (si tal cosa es posible) se sienten únicas y esféricas (esto es, sin más limitación que la que imponga su radio de expansión). Personas que viven en comunidad, como animales gregarios (o algo por el estilo), reconocen que no son únicas (en el sentido de "solas": está el otro aparte del yo) y además son poliédricas por esa cosa de que mi libertad termina donde empieza la de ese otro. Inevitables límites.
Pero sucede que por un curioso fenómeno de incomprensión de la noción correcta de libertad o de negación del sentido de la vida comunitaria o de reafirmación en los propios egoísmos humanos o de... (vaya usted a saber...) cada vez encuentro más frecuente la conversión del espacio público, el de todos, en una especie de selva de esferoides campando por sus fueros y que se creen únicos. El asunto es que les recomendaría que se releyeran a los presocráticos, a ver si el ejemplo-metáfora les servía como reflexión. Un poco, al menos. Y, en una de éstas, se plantearan un par de veces (o más) cosas tan nimias como: por qué es lamentable abandonar con cualquier pretexto un vehículo en doble fila y en medio de un tráfico endiablado, por qué no hay que dejar hecho un asco un aseo público después de usarlo, por qué habría que facilitar el paso en una acera a quienes van cargados hasta arriba, por qué es una mala práctica pasar por encima de quien haga falta para sacar una ventaja grande o pequeña, por qué no es correcto dar por supuesto que todos deben estar al servicio de cada capricho de uno, por qué es preciso recoger del suelo las cacas que el perro que se lleva de paseo va dejando como legado a la ciudad, por qué se debería lograr que la picaresca sea apenas la producción de este género literario... (y así, ad infinítum: malaventurados los desconsiderados, porque de ellos es el reino de las selvas). Mientras tanto, los poliedros seguiremos soportando a los esferoides, esos individuos que viven en comunidad de la misma forma que lo harían si estuvieran absolutamente solos. Hoy me reservo el derecho a la pataleta. Sin cargo al contribuyente, por otra parte.

Siempre me gustó la frase: Procura dejar este mundo mejor de lo que te lo encontraste. Puede incluso ser tarea sencilla a la par que satisfactoria. Aunque, a día de hoy, reconozco que tiene muchos más adeptos otra sentencia que popularizó el quince de los Luises franceses: Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio).
Advertidos quedan. Damas y caballeros: construyan arcas.

domingo, 27 de septiembre de 2009

sintiendo a-mar

(81ª parada)
"Ahí está el mar, grande y espacioso".
(Salmo 104: 25)


Sólo conozco dos formas de fabricar bronce. Una: alear cobre y estaño. Dos: fundir sol y piel. Ahora que terminó el verano (aunque nos regalen este veranillo en miniatura del día del arcángel) ya sólo nos queda el recurso de los metales... pero difícil olvidar, al contemplar dermis tostadas, lo relajantes que fueron las horas pasadas al borde del océano.
Me place visitar la playa en los momentos, días o lugares en que se ve más arena que carne, cosa difícil tantas veces. Ocupar un espacio-sobre-toalla a considerable distancia del visitante más próximo me ha convertido en compañero de surfistas meciéndose sobre olas demasiado bajas para bailarlas, aves marinas cada vez más acostumbradas a tolerar la presencia humana, aunque sin dejar nunca de respetar la tácita orden de alejamiento, y jubilados que se pasean apresuradamente, como quien llega tarde a una cita, de un extremo a otro del arenal, siempre sobre la línea difusa de espuma en que el mar lame a la tierra sin descanso.
Por cierto... que, en todas las oportunidades que he tenido este verano, no he dejado de fijarme con sorpresa en que si usted arroja un número indeterminado de seres humanos sobre una playa, notará que al cabo de un tiempo presentan una inexplicable tendencia a pasearse de un lado a otro sobre el filo que separa arena y agua, convirtiéndolo en improvisada avenida principal, bulevar deforestado o calle mayor playera, con sólo el capricho de la marea como única condicionante urbanística. Espero que algún científico estudie y encuentre explicación a tan curioso fenómeno. Lo mismo ya está investigado y se ha publicado alguna conclusión, pero (de ser así) yo desconozco lo que se haya dicho al respecto.

Echaré de menos al mar, esa amante cálida de abrazo frío y salado. En estas latitudes norteñas, el Atlántico tiene sus pocos meses en que es cariñosamente accesible. Luego, fuera de temporada, gusta tornarse en apto sólo para valientes. Dichosos ellos.
Echaré de menos sumergirme otra vez más en el líquido amniótico del útero de Gaia, en el caldo frígido de la vida terrícola.
Y recordaré, como no podía ser de otro modo, igual que se recuerda el elemento disonante (la casa pintada de verde en medio de las encaladas, la oveja blanca en medio del rebaño de las de lanas parduzcas, la nube solitaria en un cielo ciánico, la palmera en el desierto...), el único día de densa niebla que disfruté en una recogida playa de la bahía. Allí, en las fronteras del reino de las algas, con el salitroso frescor húmedo sobre la piel desnuda y perdido en una inmensidad blanca que hacía eterno el mar, onírica la luz y misteriosa la extensión de la duna, grabé inmarcesible en mi memoria la imagen más bella que podía regalarme la amante azulada.

Y es que hay mares que aman como mujeres. Y al revés.

Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esta hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir,
como está
el gran amor de los muertos.
......................................(Pedro Salinas)

domingo, 20 de septiembre de 2009

vital information resources under siege

(80ª parada)
"(...) se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón ha quedado lleno de oscuridad".
(Carta de Pablo a los Romanos, cap. 1: 21)

Antes, unas cuantas palabras que me sirvan para quitar las telarañas de silencio acumuladas en estos días... Es posible que cierta fatiga mental se haya apoderado de mis ganas de escribir. No me parecía poder encontrar un anhelado sosiego en el ejercicio de ir soltando letras y palabras desde el interior, con más o menos sentido. Pienso que llevo demasiado tiempo siendo espectador de un ejercicio insano de invertidos y errátiles algoritmos del razonamiento, una especie de mundo al revés, de impúdicos paseos patas p’arriba. Un estado de cosas donde lo blanco es negro y lo negro verde amarillento, donde los grises se pueden adaptar a cualquier tono de la gama cromática, a gusto y sin más condición que la conveniencia. Asisto pasmado al ensalzamiento de ciertos totalitarismos por algunos que se dicen intelectuales demócratas. Contemplo con asombro la implementación de planes E en medio de un desierto de oportunidades e ilusiones, sustituyendo unos oasis por otros al coste de la única arena que queda disponible. No deja de asquearme la constante demonización del semejante, el discurso absurdo, la demencial casa por el tejado, la desconsideración solapada o manifiesta, el ninguneo a todos los humillados hasta la indefensión del argumento más sencillo, el recurrente ytúmás, el silencio vergonzante de los que venden sus gargantas y aparcan sus consignas hasta una ocasión más rentable, la palmadita en espalda ajena que se cambiará por cuchillada en la propia, la sinrazón como método...
Difícil combatir tanto despropósito. Y más difícil aún cuando se pierden hasta las ganas de combatir.

¿Y qué hay en la raíz? ¿Cómo usamos la cabeza? ¿Asistimos a una nueva involución del homo sapiens, esta especie tan dotada de raciocinio que acaba sucumbiendo bajo el peso de sus propios razonamientos? No todos los productos de la mente humana, sus pensamientos, son de carácter racional. El problema resulta en querer venderlos como tales. Hay asuntos abstractos, creativos, artísticos, espirituales... que también bullen con fuerza en la mente humana y que son más difíciles de encasillar como productos de la razón. Quien quiera hacerlo se encontrará con extraños resultados. Desde hace ya varios lustros, las palabras del título de este post son las que sirvieron, si mal no recuerdo, para nombrar a los virus informáticos. Conceptual y formalmente, se utilizó la misma palabra del campo de la biología, aunque en realidad se trata de la sigla v.i.r.u.s. de la citada expresión en inglés, que significa: recursos de información vital bajo asedio. Y, a manera de virus, otras formas de 'razonar' también están intentando constantemente asediar la fortaleza de la razón.

Muchas de las situaciones que tanto me han alarmado últimamente pertenecen a esa colección de casos en que se quiere dar pátina de razonable a lo que no es tal. Se trata de una especie de intrusismo de lo irracional en el campo exclusivo de lo racional. Siempre es un argumento poderoso, el de la razón ('si no compartes mi razón -la razón-, es porque eres irracional, por tanto quedas desacreditado'). Y, aunque hay asuntos que deberían abordarse desde una razón limpia de apasionamientos, al final también sucede que son los apasionamientos los que se pretenden razonar. Algunos dicen que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Será porque hablan idiomas diferentes o presentan postulados irreconciliables. Pero, tranquilos todos, que siempre hay algún iluminado capaz de reconciliar lo irreconciliable.

Sirva como ejemplo (y saliéndome por la tangente, en ese estilo escapista-parabólico que tanto me agrada) el principio que subyace en la locución latina post hoc ergo propter hoc. Podría ser el elemento racional de todas las supersticiones. El significado de la expresión es algo así como "después de esto, luego a consecuencia de esto". Es decir, una fórmula para afirmar que si un acontecimiento ocurre después de otro, entonces el segundo es una consecuencia del primero. Una aplicación errónea de causalidad, porque asocia correlación coincidente con causalidad. Es cierto que una causa siempre precede a su consecuencia (o a su efecto), pero no es una conclusión acertada asociar dos sucesos como causa-efecto basándose únicamente en esta circunstancia. Es una forma de crear silogismos absurdos utilizando proposiciones correctas pero incorrectamente relacionadas. Sobrarían ejemplos de grueso calado u otros del agrado de conspiranoicos de todo signo... pero, como no quiero generar mayor desazón, me remito a un ejemplo más inocuo: que los niños comiencen a ir a la escuela poco antes del equinoccio de otoño no quiere decir que el inicio de las clases provoque el equinoccio. Recuerdo una divertida viñeta en un blog de Alberto Montt <se puede ver aquí> donde también se recurría a esta correlación espuria.
Y tenemos la vida salpicada de gatos negros, pasos bajo escaleras, espejos rotos, saleros derramados, primeros pasos con pies izquierdos... ritos interminables con sus contra-ritos de invulnerabilidad a la catástrofe, la maldición o la desgracia. Además de herraduras, patas de conejo, tréboles de cuatro hojas y demás amuletos, tenemos la camisa de la buena suerte, los pantalones de ligar, la gorra de triunfar... Todos ellos símbolos de una asociación que sólo lo es en nuestra cabeza. Porque podré pensar que aquel día en que ganó el equipo de mis amores fue por esta causa: a la vez que me persignaba hasta tres veces, me senté en el estadio al lado de un señor con corbata roja mientras que yo llevaba un reloj de correa azul en la muñeca derecha. Pero que yo repita ese ritual cada día de partido no garantizará una victoria, porque hay una absoluta falta de conexión real causa-efecto. Sólo es una paparrucha cuyas condiciones intentará recrear exactamente el supersticioso de turno con precisión de entomólogo, como si de un experimento científico se tratase. Pero, a fin de cuentas, sólo es una paparrucha.
Y, como ejemplo por excelencia de paparrucha, de elemento irracional llevado absurdamente al campo del razonamiento, no puedo evitar hacer mención al horóscopo. Es asombroso con qué frecuencia le llegan a preguntar a uno el consabido "¿de qué signo eres?" (o, si se enteran de que has nacido, por ejemplo, un 27 de mayo, ya te espetan eso de que "ah, eres géminis...") y empiezan a decirte cómo eres y cómo no eres, sin conocerte de nada. En caso de equivocarse, siempre les queda eso de recurrir al fácil escapismo del ascendente. El caso es que parezca racional lo irracional.

Porque lo racional es lo siguiente: Lo primero, que las constelaciones zodiacales son convenciones aleatorias. Es una forma de asociar en la bóveda celeste, en un mismo plano, estrellas que están separadas unas de otras descomunales distancias, muy diferentes entre sí desde el punto de vista del observador. Se han llamado constelaciones zodiacales a las que ocupan la franja de la bóveda celeste en la zona de los 18º a ambos lados de la eclíptica, exceptuando (no sé por qué) a Ofiuco (entre Escorpio y Sagitario), que ocupa un arco de la eclíptica mucho mayor que el de Escorpio y que fastidiaría ese número 12 tan coqueto para las constelaciones zodiacales, a cambio del malaventurado 13. Además, y aunque cada signo del zodiaco tiene una duración de un mes en el calendario, cada constelación es de muy diferente extensión en la bóveda celeste. En la Antigüedad, dividieron la franja zodiacal a partir del punto γ (gamma, el punto equinoccial de primavera) en 12 signos de 30º cada uno y a cada signo le dieron el nombre de una constelación. A medida que la Tierra y otros cuerpos celestes van cambiando de posición, el Sol, los planetas y la Luna se proyectan en el zodiaco: en un año, el Sol cruza todos los signos al desplazarse sobre la eclíptica. Sucede lo mismo con la Luna y el resto de planetas. Hace unos dos mil años, en tiempos de Hiparco, el punto γ se hallaba en la constelación de Aries; pero, por la precesión de los equinoccios, desde entonces se ha desplazado unos 30º y ahora se halla en la constelación de Piscis. A diferencia de lo que afirman todos los horóscopos, actualmente, en el periodo comprendido (por ejemplo) entre el 21 de mayo y el 21 de junio, el Sol no se halla en Géminis, sino en Tauro.
Así que, si alguien cree que a mí me toca leo por haber nacido un 10 de agosto, que cambie el chip y me trate de cáncer. A ver cómo me reajusta todo el discursito sobre cómo soy y cómo no soy, porque si cáncer es lo mismo que leo (hasta ahora parece que sí lo estaba siendo, a falta de opiniones en contra), o mucho me temo que todo esto no es más que una gran patraña o me parece que todas esas características tan exclusivas de cada signo son mucho más comunes y compartidas de lo que aparentan.

Quizás algún día aprendamos también que las corazonadas del corazón no tienen por qué ser explicadas por la razón. Así nos libraremos de mucha monserga inservible.

domingo, 30 de agosto de 2009

episodios de la guerra entre la calidad y la cantidad

(79ª parada)
"Mejor es lo poco bueno con justicia que abundantes ganancias sin derecho".
(Libro de los Proverbios, cap. 16: 8)

Alguien podrá decirme que exagero por usar la palabra "guerra" en el título. Sí, es una palabra muy fuerte. Pero, en primer lugar, no debiéramos subestimar la enorme influencia que los panoramas bélicos han ejercido en el desarrollo de nuestras sociedades: después de cada gran conflicto se puede observar un salto tecnológico, ideológico, económico, social... que no responde a la línea continua que cabría esperar en condiciones normales. En estos escenarios de guerra literal también se han librado intensas batallas entre la calidad y la cantidad.

Recuerdo haber leído, por ejemplo, acerca de la diferencia de concepción entre dos vehículos acorazados que participaron en la Segunda Guerra Mundial: el M4 Sherman y el Panzerkampfwagen ausf. VI Tiger. El blindado alemán era una máquina terrible de extraordinarias prestaciones para el combate. Una de las crónicas de la contienda mundial relata cómo, el 13 de junio de 1944, cerca de un importante nudo viario al sur de Bayeux (en la Normandía francesa), un solitario Tiger comandado por el capitán Michael Wittman (quien en apenas 9 meses había destruido 119 carros rusos en el frente soviético) fue capaz de desbaratar, en pocas decenas de minutos y sin sufrir daños, una larga columna de blindados y acorazados del 4º de caballería "County of London", integrada por 20 carros de combate, 4 cazacarros, un carro de mando, 14 transportes de tropas y 14 Bren Carriers. Por otra parte, el M4 producido por la maquinaria bélica estadounidense no brilló por sus dotes excepcionales pero fue un carro discreto que se convirtió, en el curso de poco menos de 4 años y con un total de más de 48.000 unidades salidas de las fábricas, en el medio de combate más difundido y utilizado por el ejército de los USA. Una de las consecuencias de su inferioridad en combate respecto a los Tiger alemanes es que se pueden distinguir claramente los dos diferentes puntos de vista con que se enfocó la producción bélica por los alemanes y por los norteamericanos. Los primeros fueron constructores de máquinas soberbias, pero comparadas con las americanas quedaban a nivel artesanal: poco más de 1.300 Tiger contra 48.000 Sherman. Los segundos, en vez de buscar la perfección desperdiciando energías para el esfuerzo bélico, se contentaron con algo que fuera bueno, aunque no excelente, pero en gran cantidad. Los manuales de los carristas decían: "Para enfrentarse a un Tiger hacen falta cuatro Sherman, con la perspectiva de perder tres". No se trató sólo de una disparidad de potencial industrial, sino de un verdadero encuentro entre la vieja mentalidad de los industriales europeos, semejante a la de comienzos del pasado siglo, y la de los industriales americanos, más elástica y ya proyectada hacia el futuro.

Este episodio de la guerra entre la calidad y la cantidad, del que acabamos de ver tan sólo uno de los numerosos ejemplos existentes, finalizó con la buena noticia de la victoria de los aliados sobre los totalitarismos del Eje, pero dejó un nuevo panorama en que la superproducción y su consecuencia natural, el consumismo feroz, iba a ser la nueva tendencia de las sociedades occidentales. Y en ello seguimos. Los intereses económicos, que priman la cantidad sobre la calidad para hacer llegar casi todo lo producido por las empresas hasta prácticamente el último de los (potenciales) consumidores, son demasiado fuertes como para imaginar que esta tendencia pueda revertir. Lo peor de todo es que el planeta, a nivel global, está pagando el alto precio de mantener este estado de cosas. Personas como Annie Leonard nos han ido hablando de todo ello, como ya dejé constancia AQUÍ.

Al margen de las cosas materiales que se pueden producir, la calidad y la cantidad también son variables presentes en otras actividades humanas como, por ejemplo, la EDUCACIÓN. Por decir algo, la masificación en las aulas se ha tenido como un factor que va en detrimento de la calidad de la enseñanza. Hasta es posible que la multiplicación de contenidos merme la profundización en valores elementales ...pero esto es otro cantar: no sólo se educa en las escuelas. Hay multitud de diversos factores que también influyen en el complejo panorama de las políticas educativas a día de hoy. Demasiado complejo como para animarme ahora a hincarle el diente, aunque sólo fuera en la superficie...

Quizás me resulte algo más ligero y, por tanto, más apetecible para una calurosa noche de verano como ésta, comentar algo de lo que sucede en el marco de la lucha cantidad-calidad con los contenidos de la televisión pública. Se nos dijo que la televisión pública (ésa que utiliza parte de los impuestos ciudadanos para seguir funcionando) tenía metas de entretenimiento (cada vez más, si se puede incluir el aburrimiento como una forma de entretenimiento) y de educación (cada vez menos y, en particular, si el adoctrinamiento va sustituyendo a la educación con la que no puede identificarse ni en un ápice). Pues hay que ser un tanto crédulo para asumirlo. Me viene a la mente un tiempo en que, siendo aún un crío, apenas podíamos ver dos cadenas. Los canales autonómicos llegaron mucho después y las cadenas privadas aún más tarde... Y, por aquel entonces, el horario de emisión no era continuo. Uno podía pasarse horas contemplando parásitos por la radiación de fondo o cartas de ajuste (quizás 'contenidos' de mucho más nivel que algunas de las emisiones que se pueden ver hoy en día). Es posible que, al ser tan reducida la cantidad de programas emitidos, se planteara un dilema en la encrucijada de dos caminos:
- Como hay muy poco con lo que comparar, cualquier cosa que se emita será acogida sin demasiada crítica, así que no hace falta afinar mucho la calidad de los contenidos.
- Ya que no hay demasiadas horas de parrilla televisiva que rellenar, se puede hacer un esfuerzo para que los contenidos sean todo lo buenos que se pueda. A fin de cuentas, talento y dedicación son dos pilares para mejorar la calidad de la producción y, a igualdad de talento, la dedicación puede ser mayor, con más tiempo disponible, al estar el trabajo concentrado en menor cantidad de programas.

En el escenario actual, ¿qué sucede con ambos caminos? Por un lado, demasiada programación con la que comparar debería ser un aliciente para mejorar la calidad de los contenidos. Por otro lado, con tantas horas que rellenar no hay posibilidad de mantener los niveles de dedicación de antaño y no hay por qué presuponer que ahora exista mayor talento para mantener una calidad aceptable.
No hace falta decir que los términos "televisión basura" o "programación basura" son propios de las últimas etapas (las de la programación continua y la multiplicación de cadenas). Y hasta se han justificado con otro invento más: los "índices de audiencia". Pues eso: si emiten tal telenovela, cierto talk-show, ese bodrio infumable, aquel lo-que-sea... es, simplemente, porque el público lo ve mayoritariamente. Hasta cierto punto, no sé si es que el público está hipnotizado, lobotomizado o sus sentidos cauterizados, si es que interesa que se vean ciertas emisiones en lugar de otras por aquello de los panem et circenses (con lo que un mayor consumo respondería a una desmesurada oferta en esas direcciones), o si es que definitivamente ya no se puede confiar más en el espíritu humano, que prefiere dormitar cuando asoman la belleza, la inteligencia, la excelencia... y, en cambio, elige recrearse con las banales historietas de intrascendentes personajes anónimos.

Ya que me puse apológico hace un par de entradas, repito autor y género. Y que, como siempre, cada cual saque sus conclusiones.

El asno y su amo ·····(fábula de Tomás de Iriarte)

Quien escribe para el público, y no escribe bien, no debe fundar su disculpa en el mal gusto del vulgo

···«Siempre acostumbra hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio;
yo le doy lo peor, que es lo que alaba».
···De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes;
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
···«Al humilde jumento
su dueño daba paja, y le decía:
'Toma, pues que con eso estás contento'.
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el asno, y replicó: 'Yo tomo
lo que me quieres dar; pero, hombre injusto,
¿piensas que sólo de la paja gusto?
Dame grano, y verás si me lo como'».

···Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano,
pues si, en dándola paja, come paja,
siempre que la dan grano, come grano.


Por último, y como un testimonio más de la guerra calidad-cantidad en el campo de la educación de los más jovencitos, dejo un vídeo. De cuando la factoría Disney nos regalaba cosillas de las que se podía aprender...

fragmento de la película: “Donald en el maravilloso mundo de las matemáticas”

lunes, 10 de agosto de 2009

cuadragenario

(78ª parada)
"Cuando tenía ya cuarenta años, Moisés tuvo el deseo de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. (…) Al oír tal declaración, Moisés huyó y vivió como extranjero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos. Y cuarenta años después, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en el fuego de un arbusto que ardía".
(Libro de los Hechos de los Apóstoles, cap. 7: 23,29-30)

Con una palabra tan fea, ¿no es normal que luego se hable de "crisis de los 40"? ¡Claro… una palabra que comienza por cuadra no podría traer buenos aromas! Igual que cuadragésimo (por más que se usen indistintamente, no se debe confundir con cuarentavo: aquél puede ser un numeral ordinal o partitivo; pero éste sólo es partitivo, nunca ordinal). Y lo digo por el cuadragésimo aniversario que me ha endosado este 10 de agosto. Aunque quiero insistir en lo de "cuadra", porque a esta edad pocas cosas hay que cuadren, ni uno está ya como para cuadrarse ante nada… Hay unas pocas más canas (entre la negra cabellera) y unas pocas menos ganas (de que esa cabellera se la tomen a uno sin venir a cuento con "verdades por decreto").
Ya nos lo decía Sócrates: "Sólo sé que no sé nada". Y no es que el griego tratara de desprestigiar todo sistema educativo (idea que tomo de otra viñeta de Quino). Simplemente, que la edad lo va desautorizando a uno frente al conocimiento de las cosas seguras de un modo alarmante. Dicen que seguros son los impuestos y la muerte… ¡pues que les den a ambos! Estamos en la zona gris, donde lo seguro es más bien escaso. Lo más seguro es la creciente capacidad de hacerse preguntas que quedarán sin respuesta. De lo más trivial a lo más trascendente…

...trivial, como por ejemplo (y sin afán de resultar provocador): ¿Cuándo y de qué manera hemos llegado entre todos a conseguir que la vida, nuestro mundo, sea algo tan complejo, injusto, demencial, vacío, absurdo, aterrador, desolado, incoherente…?
...trascendente, como por ejemplo (y sin afán de resultar provocador): ¿De qué rayos está hecho ese garabato tan cambiante y que a veces se ve flotar en el ojo, escapando a saltitos de la mirada?

Preguntas que ni en otros cuarenta años se podrían resolver. Al contrario, esos cuarenta años acumulados a los anteriores traerían nuevas y más complejas preguntas. Todavía más triviales y todavía más trascendentes.

Pero baste a cada día su propio afán. El de hoy era celebrar el recién adquirido título de cuadragenario, que ya me hace un poquito mayor de lo que dice el padre de Mafalda, debatiéndose entre los 39 y los 40 (¡ah, qué tiempos! jajaja).

Cumplir años... Moisés, el del texto de arriba, llegó a los 120 (40 formándose para ser faraón en Egipto, 40 pastoreando rebaños en Madián y 40 peregrinando en el desierto de Sinaí); pero tal y como escribe su sucesor, Josué, al final del libro del Deuteronomio: "Moisés era de ciento veinte años de edad cuando murió; pero sus ojos seguían viendo y no se extinguió su fortaleza". Y, lo mejor, es que en sus ciento veinte años de edad aprendió a ser el hombre más humilde que se conocía sobre la faz de la tierra. Una de las cosas más grandes que se pueden hacer en la vida.
Cumplir años es mucho más que ir agotando números o que cambiar de calendario aún otra vez. Más bien, es un momento especial en que se le brinda a uno la oportunidad de agradecer por tantas cosas vividas, recibidas y ofrecidas; de agradecer por lo maravilloso de todo lo que ha sido concedido en tan sólo 365 días. Y es lo que pienso hacer hoy.

Por eso, no se me ocurre agobiarme por ver un 40 a mi lado.
Son sólo números, no es lo importante.

jueves, 30 de julio de 2009

pataletas gallináceas


(77ª parada)

“Había en esa ciudad un hombre muy rico llamado Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos, que quería conocer a Yeshúa.
Pero no podía verlo a causa de la multitud, porque Zaqueo era de baja estatura”.
(Evangelio según Lucas, cap. 19: 2-3)

Si yo quisiera criticar la arquitectura de Peter Einsenman o de Frank Gehry (por ejemplo), ni destacaría el gusto por lucir pajarita de uno ni la enorme nariz del otro. Hay mejores argumentos. Si yo quisiera criticar la política de Aznar o de Zapatero (por ejemplo), no haría referencia ni a bigotes ni a abdominales, ni a parecidos con famosos humoristas británicos. Hay mejores argumentos. Si yo quisiera criticar la labor periodística de Jiménez Losantos (por ejemplo), nunca aludiría ni a su característica dislalia ni a otros rasgos de su fisonomía. Hay mejores argumentos.
Podría seguir, pero creo que está clara la idea que quiero destacar. Normalmente, he considerado una vileza que alguien se ensañe en cuestiones físicas de una persona, o en otras de similar rango (que, precisamente, no se pueden elegir: vienen 'de fábrica'), para denigrar aspectos de su actuación personal que nada tienen que ver con aquéllas (y que sí se eligen: éstos no vienen 'de fábrica', se fabrican). Es una forma ventajista de atacar a alguien, porque se lanza el dardo en la dirección en que el agredido es absolutamente incapaz de defenderse. ¿Acaso Zaqueo (el del texto introductorio) tenía la culpa de ser bajito? Ese defecto suyo hacía que recaudara montones de ácidas burlas de sus conciudadanos de Jericó, cuando el tema de fondo (y principal) era su colaboracionismo con el invasor romano. Si Zaqueo hubiera sido alto y fuertote hubiera sido igualmente odiado por su condición de publicano, pero habría escapado a una atmósfera de escarnio injustificado. Quien, por ejemplo, padezca a un jefe inepto podrá desahogarse llamándole (no a la cara, por supuesto, que no están los E.R.E.s para bromas) cosas como calvorota barrigudo o qué sé yo. Pero en el convencimiento de que ni la alopecia ni la obesidad son las causas de su ineptitud. He conocido a calvos y a gordos que son todo un portento.

Tenemos un problema cuando sentimos tal aversión por alguien que demonizamos todo lo que es o representa esa persona. Es difícil que alguien encarne el mal al 100%. Igual que es difícil todo lo contrario. Recuerdo una anécdota que me contaron hace mucho de una ancianita que siempre tenía algo bueno que decir de cualquier persona, por poco merecedora que se la considerase de un elogio. Una vez, alguien le espetó: “Usted sería capaz de decir algo bueno hasta del mismísimo diablo”. La viejita, pensativa, le responde: “Bueno, debe de tratarse de alguien con la virtud de una constancia inquebrantable, porque ir por ahí siempre haciendo el mal sin cansarse…”.
Denigrar cada aspecto de quien no goza de nuestra simpatía es negar la posibilidad de reconocer algún mérito en cualquiera de sus acciones. Lo cual es de una cerrilidad recalcitrante. Y es también una muestra por parte del denigrante de que su juicio antepone los propios apasionamientos a una argumentación razonada. Insano ejercicio mental.

Como muestra de este tipo de actitudes, que tan necesario es desterrar de la práctica de las artes, de la política, de la ciencia y de cualquier otra actividad humana, me viene a la mente una fábula de Tomás de Iriarte con la que ir concluyendo esta breve parada veraniega.

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El cuervo y el pavo
Cuando se trata de notar los defectos de una obra, no deben censurarse los personales de su autor
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Pues, como digo, es el caso
(y vaya de cuento)
que a volar se desafiaron
un pavo y un cuervo.

Al término señalado
cuál llegó primero,
considérelo quien de ambos
haya visto el vuelo.

«Aguárdate -dijo el pavo
al cuervo de lejos-.
¿Sabes lo que estoy pensando?
Que eres negro y feo.

Escucha: también reparo
-le gritó más recio-,
en que eres un pajarraco
de muy mal agüero.

¡Quita allá, que me das asco,
grandísimo puerco!
Sí, que tienes por regalo
comer cuerpos muertos».

«Todo eso no viene al caso
-le responde el cuervo-,
porque aquí sólo tratamos
de ver qué tal vuelo».

Cuando en las obras del sabio
no encuentra defectos,
contra la persona cargos
suele hacer el necio.

miércoles, 15 de julio de 2009

otra vuelta de tuerca

(algo que celebrar…)

Sí, ya sé… Si tienes en cuenta el actual ritmo de publicación, entiendo que me digas que ha pasado muy poco tiempo desde la última parada. Habrá quien ni la haya leído todavía, pero no te preocupes, que no va a borrarse.
Hoy estoy aquí porque quiero celebrar algo que me parece importante… Todo sigue en movimiento, todo sigue dando vueltas, como cuando aprietas o aflojas una tuerca... ¿Qué a qué viene esto? ¿No me digas que te has olvidado?

¡¡Hoy cumples dos años!! Todavía recuerdo aquel 15 de julio de 2007 en que comenzaste dando tu primer pasito, dubitativo, casi tembloroso… Y mírate ahora: creo que ya eres mayor de edad. No sé cuándo un blog se hace mayor de edad, pero tú me demostraste que ibas por ese camino cuando, hace justo un año hoy mismo, te abandoné por un tiempo que se hizo más corto de lo que yo tenía planeado. Sentí que querías seguir andando, aunque fueras tú solo, y me llamabas para que siguiera a tu lado. Y decidí que tenía que ser así, y me planteé volver a tu lado inmediatamente. Por un momento pensé que ya no eras sólo una parte de mí, sino que yo empezaba a ser también una parte de ti. Es difícil de explicar. Pero por eso sigues aquí, cumpliendo años.

Cuando abriste tus ojos al ciberespacio, procuré instalarte en un blogobarrio donde te sintieras bien cómodo. Los vecinos eran excepcionales. Y también sus vecinos, así que pronto hicimos muy buenas migas. Éramos como una familia bien avenida. Gracias a ti, ellos me acompañaron en un momento complicado de mi vida, de ésos de electroencefalograma-plano. Pero con los ánimos que recibí a través de ti, todo eso iba quedando atrás. Tú te propusiste que dirigiera mi mirada hacia algo elevador, la barbilla bien arriba, ¡nada de ir arrastrándose! (lo de reptar, para los reptiles) …y lo fuiste consiguiendo. Pero creo que nada de esto hubiera sido posible sin ellos, sin nuestros queridos amigos de la blogosfera, que ayudaron a caminar el viaje de raindrop. Algunos ya se han marchado y su hueco es imposible de rellenar. Son irreemplazables. Quizás, por eso, no hemos buscado instalarnos en nuevos espacios, sino que hemos proseguido en este lento nomadear (¡qué rayos, vamos a inventar un verbo!) disfrutando aún más de quienes todavía siguen viajando cerca de ti.

Últimamente, me ha dado la sensación de que andábamos un poco achacosos. El ritmo de posteo se ha reducido a prácticamente la mitad en este último año. Fíjate que, en ya dos años, aún no hemos alcanzado las 100 entradas (¡cuando lleguen, habrá que celebrarlo también a su hora!). Aunque esta sensación está lejos de la realidad. Simplemente, hemos acelerado un poquito el ritmo de marcha y por eso hemos parado menos. Pero estamos decididos a seguir adelante otro año más, en compañía de quienes sigan en marcha. Mi única pretensión es que tus palabras no tengan eco. Sí, deja que te explique… ¿Qué es el eco? Pues eso, que no quiero que tu voz rebote contra una pared o contra las montañas y que te llegue tal cual, hasta extinguirse. Lo que me gustaría es que tu voz fuera siempre ampliada, enriquecida, mejorada por las voces de nuestros amigos, siempre en campo abierto. ¡Ajá! Sabía que, así, lo entenderías. Porque, reconócelo, eso es lo que más vida te da.

Tengo que darte las gracias. Has conseguido que estos dos años cruzando el desierto hayan sido los dos años más largos y, a la vez, los dos años más cortos de toda mi vida. Y, definitivamente, indelebles.