martes, 22 de diciembre de 2009

weltschmerz

(86ª parada)
"La esperanza que se demora es tormento del corazón;
Pero árbol de vida es el deseo cumplido".
(Libro de los Proverbios, cap. 13: 12)

En la película Matrix reloaded (la segunda parte de la trilogía futurista de los Wachowski) se puede presenciar un diálogo delirante entre el Arquitecto (el malo-malísimo, ¡como no podía ser de otra forma!) y Neo (el 'elegido' y esas gaitas). Más que un diálogo es casi un monólogo del colega, que no para de largar una cantidad de cosas... Monólogo que, aunque pretende explicar el sentido de todo ese montaje, parece elaborado para tener que tragárselo unas cuantas veces si se quiere entender el meollo del asunto. Se puede intentar hacer una prueba de concentración pinchando AQUÍ. Avisado estás.
En fin, que hay un momento en que el Arquitecto plantea un serio dilema a Neo: deberá elegir entre Zion (la ciudad de los humanos que quedan) y Trinity (la chica por la que Neo anda enchochadito). ¿A quién rescatará el elegido? Después de un instante de duda, Neo se lanza hacia la puerta que le llevará a salvar (o intentarlo, al menos) a Trinity... ante lo cual, el Arquitecto no puede contener una frase muy interesante:
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La esperanza: la quintaesencia del engaño humano que es, al tiempo,

la fuente de vuestro mayor poder y de vuestra mayor debilidad.
.

Razón no le falta al tipo. Por ejemplo, ahora que termina el año, habrá un montón de gente haciendo cábalas sobre cómo será 2-mil-10, sobre qué se podrá esperar de él, si será mejor o peor que el anterior... y un largo etcétera. Esperanzas...
Imaginamos un mundo en que se cumplen nuestras esperanzas y despertamos a un mundo en que estas expectativas no están cumplidas. Quizás una solución esté en esa sentencia acuñada por Audrey Hepburn: "La vida no puede defraudarme, porque no espero nada de ella". Quizás sí o quizás no, porque también es cierto que la esperanza es la fuente de nuestro mayor poder y es una pena privarse de un motor tan potente.

No lo sé. Cada uno decidirá cómo quiere afrontar el nuevo año: esperando o sin esperar nada. En cualquier caso, lo más sensato (ya se espere o no se espere) es salir al encuentro de lo que pueda venir. Porque esperar no sólo es quedarse sentado en una silla a ver qué pasa ...que también es una forma de esperar, pero bastante inconsciente. Mejor será esperar (si es que se decide mantener la esperanza) o no esperar (en caso contrario) en actitud de búsqueda activa.

Decidas lo que decidas: no caigas en weltschmerz. Es un término alemán (parece que estos palabros teutones son muy del gusto de la Psicología) que, en el compacto estilo de esta lengua, podría traducirse literalmente como "mundo-dolor". Describe un estado de ánimo de abatimiento o tristeza que se experimenta cuando se compara el mundo real tal y como es con el hipotético mundo idealizado. Una visión pesimista que puede instalarse en nuestra mente sólo con ver los informativos, por ejemplo. ¡Qué difícil es que el mundo real pueda equipararse al mundo tal como lo deseamos en nuestra imaginación! El camino de esta tristeza podría llevar a una depresión y resignación nada beneficiosa, desde luego.
Y ahí estamos: debatiéndonos entre ese positivismo que nos lleva a esperar que una situación se resuelva de la mejor forma posible (¡maloserá! decimos en Galicia) y la maldita Ley de Murphy que nos hace temer lo peor en cada caso.

Bueno. Hasta aquí ha dado de sí close2u en este 2-mil-9. Ahora me despido hasta el año que viene. Cosas del calendario... si dividiéramos los años de otra forma (por ejemplo, en los solsticios o equinoccios) no diría esto hoy; pero tenemos la costumbre de separarlos entre el 31 de diciembre y el 1 de enero ...un capricho como cualquier otro. Estaré de viaje y desconectado de la red de redes en los próximos días, visitando a mi familia en Castellón. A la vuelta, leeré tus posts, responderé a tus comentarios: ¡prometido queda! De momento, con una mano al teclado y la otra cerrando la maleta, no tengo el sosiego necesario para deleitarme con tranquilidad en lo que has escrito. Cuando vuelva a casa, sí podré leerte con calma.
Mientras tanto, ahí tienes el mundo: déjalo tal como está, si te parece bien así, o haz lo posible por mejorarlo, si lo crees necesario. Haz lo que esperas. Y hazlo sabiendo que el mundo ideal que imaginas nunca existirá, pero sí que puedes acercarte hacia él aunque sólo sea un palmo más allá desde esta misma realidad. Está en tus manos.

Que pases estos días lo mejor posible, vestido con la más auténtica y encatadora de tus sonrisas.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

batallas en blanco y negro

(85ª parada)
"Ten buena disposición hacia tu adversario y hazlo pronto, mientras que estás con él en el camino".
(Evangelio de Mateo, cap. 5: 25)


No deja de ser asombroso el filtro de la memoria. Si me pongo a recordar acerca de un profesor de estructuras (ya fallecido) que tuve en el 5º curso de la carrera, un tipo con aspecto de viejo lobo de mar, de sotabarba blanca, y con cierto problema de sordera (no paraba de llevarse la mano haciendo bocina detrás de la oreja), lo único que posiblemente me venga a la cabeza será un par de cosas:
Una es la sensación de curso perdido. Después de habernos pasado el año anterior calculando estructuras por método matricial y utilizando ordenadores (que, si bien es lo normal en estos momentos, en aquellos años se iban incorporando al cálculo de estructuras), ese curso nos dedicábamos a calcular cerchas a mano por el método de Cross.
La otra, que es la que me lleva a escribir este post, es una anécdota que no recuerdo en absoluto a cuento de qué nos la relató en una de sus clases.

La historia en cuestión, de la que nunca he comprobado su veracidad, tuvo lugar en el año 1894 en la ciudad de Filadelfia. En aquel año, entre los meses de marzo a mayo, se estaba celebrando el torneo para el campeonato del mundo de ajedrez entre el alemán Emanuel Lasker y el austriaco Wilhelm Steinitz. El match, que terminó en Montreal con victoria de Lasker sobre Steinitz, había comenzado en la ciudad de New York (curiosamente, la misma ciudad donde fallecerían ambos ajedrecistas, en 1941 y en 1900, respectivamente), pero se trasladó a Filadelfia antes de su conclusión en Canadá.
Sucedió (así nos lo relató el viejo profesor de estructuras) que en la ciudad del amor fraternal, Lasker estaba alojado en un hotel en que recibía la asistencia de un camarero de raza negra. Este hombre, ya mayor, propuso a Lasker un reto interesante: el sobrino del camarero, también negro, tenía un gran talento para el ajedrez, al menos en opinión de su tío; pero como no le era posible acceder al hotel por motivos de segregación racial, el camarero propuso a Lasker entablar una partida entre ambos utilizando este sistema: cada mañana y cada tarde, cuando el camarero acudiera para el servicio de la habitación, llevaría en un trozo de papel la jugada de su sobrino y, a su vez, llevaría la jugada del campeón hasta el muchacho. Algo similar al ajedrez por correspondencia. Para mayor emoción (y como era costumbre), propuso que apostaran, incentivando así un juego más brillante. Y puesto que Lasker era un maestro consagrado y el joven sobrino apenas un principiante, lo justo es que los premios también reflejaran esa desventaja. Así que una victoria de Lasker sería recompensada con 50 dólares por parte del retador, unas tablas supondrían 50 dólares para el ajedrecista novel y una victoria del sobrino llevarían 200 dólares desde la cartera de Lasker hasta el bolsillo del mozo. Lasker aceptó: hubo acuerdo y así comenzó esta interesante partida. Por supuesto, no por el dinero en juego, sino (sobre todo) por la intriga de comprobar cuál sería el nivel de este joven aficionado.
¡Y vaya con su nivel! En unos días, Lasker comprobó que la afirmación del camarero negro no era un farol: el muchacho era realmente muy bueno y estaba poniendo en serios apuros al ajedrecista consagrado. Así, durante unos días, el gran maestro alemán no encontraba la manera de vencer a su adversario...
Un día, deambulando por el vestíbulo del hotel, con la mente perdida en tácticas y combinaciones de jugadas que le permitieran zanjar aquella partida que se había convertido en todo un quebradero de cabeza, Lasker se topó con un preocupado Steinitz. Ninguno de los dos sabía que su oponente se alojaba en el mismo hotel, así que hubo un instante de sorpresa. Volviendo en sí mismo, Lasker se fija en la expresión tensa de Steinitz y le pregunta por el motivo de tanta preocupación. Steinitz, simplemente, le responde:
----- ¡Es que no consigo comprender cómo el sobrino de mi camarero es capaz de jugar tan bien al ajedrez!

En fin. Me resisto a no poner una de las conclusiones a la que cualquier lector ha llegado en este momento: Sí, el muy jeta del camarero se embolsaba, como mínimo, 100 dólares seguros en caso de empate, que podrían ser 150 si alguno de los campeones ganaba la partida.
Y así sucedió (siempre según el viejo profesor) que aquel match no tuvo sólo 19 partidas, sino 20. Aunque no tengo ni idea de quién puede conocer el resultado de aquella vigésima partida entre Lasker y Steinitz, que ellos mismos jugaron sin saber a quién se estaban enfrentando en realidad.

Ésta es la conclusión última que quería traer a colación a propósito de esta divertida anécdota. ¿Cuántas de nuestras batallitas suceden contra adversarios identificables? ¿Cuántas entablamos contra adversarios ocultos o, incluso, contra nosotros mismos, aun sin saberlo? ¿Cuántas veces mi némesis soy yo mismo? Sería el extremo de aquella frase de Borges que dice así: "Elige con cuidado a tus enemigos, porque terminarás por parecerte a ellos".
El rival oculto… que nadie olvide que una de las estrategias para vencer una confrontación puede ser hacer creer al rival que su oponente no es un adversario de talla. Practicar la ocultación o la simulación. Algo habitual en el mundo natural, por otra parte. Y de ahí, para quien se cree en ventaja, deriva un sentimiento de falsa seguridad en una victoria fácil (aunque, en verdad incierta) que puede hacer que se baje la guardia cuando lo necesario es poner más empeño en el triunfo. Y es así como se hace realidad otra de las máximas en ajedrez:
La partida más difícil de ganar es la que ya se da por ganada.

A veces, cuando me miro al espejo, me acuerdo de Lasker y de Steinitz ...y del viejo profesor de estructuras.