viernes, 29 de marzo de 2013

treinta y tantos

(etapa 16.13)
"El alma no va en línea recta, ni crece como una caña.
El alma se despliega como un loto de innumerables pétalos".
(Jalil Gibrán, "El Profeta")

He conocido muchas personas que no cejan en ayudar a los demás. Personas que, sabedoras de su lugar allá donde se encuentren, hallan tiempo y energías que dedicar al beneficio de otros menos favorecidos. Personas que disfrutan en la tarea de prestar sus manos a quienes están necesitados de unas para tratar de salir adelante. Personas que te convencerán, sin utilizar ningún tipo de coacciones o de chantajes, de que tú también puedes echar un cable, de que es sencillo y te reportará grande satisfacción. Si lo deseas, te llevarán al lugar en que puedes ser necesario, y nunca olvidarás la hermosura de esa experiencia.

He conocido unas cuantas personas discretas, amables, afables, equilibradas, que saben estar en su sitio. Personas trabajadoras, que saben valorar las pequeñas cosas y disfrutan con ellas. Y que, precisamente por conocer el valor del esfuerzo, también son generosas con todos aquellos que se cruzan en su camino.

He conocido algunas personas brillantes. Tan brillantes que, con sus rayos de luz, hacen aparecer arco-iris entre las gotas de lluvia. Personas capaces de pintar cielos azules en los días más oscuros. Personas de mente abierta y dispuesta a mirar el futuro con alegría y optimismo.

He conocido muy pocas personas que sepan comprenderme. Que lean en mis miradas, en mis gestos, incluso en mis intenciones antes de ser manifiestas. Personas con las que no necesito palabras para ser entendido. Personas con las que puedo utilizar un lenguaje tan personal, tan único, tan exclusivo, que parece como si hubiera sido inventado por nosotros y solo para nosotros, aun sin saber ni cómo ni cuándo. Personas con las que sigo entendiéndome a pesar de los altibajos, de las circunstancias por las que atraviesa toda relación y que, como el oleaje del océano, van uniendo y van separando.

He conocido bastantes personas dulces como una caricia, oportunas como la sombra de un árbol bajo el sol del mediodía en jornada calurosa, refrescantes como el vaso de agua que se ofrece al sediento, animosas como el abrazo recibido en el momento de mayor necesidad.

He conocido ciertas personas capaces de comenzar de cero una y otra vez. Personas dispuestas a dejar atrás lo que impida seguir creciendo y con valor para reinventarse sin caer en el desánimo o en el abandono, superando dificultades, miedos, obstáculos. Personas que han decidido levantarse tantas veces como sea preciso, sin importar las pérdidas y pensando solo en la futura ganancia, mejor y más provechosa. Personas de enorme fuerza interior, pero que ni siquiera son conscientes de que la poseen.

He conocido algunas personas de esas que cambian el mundo cuando aparecen en él. Como si fuera su sino, como si hubieran sido diseñadas para ello. Personas que, sin alardes, sin alharacas, sin estruendo, con la mayor naturalidad, tiñen con su esencia el entorno en el que viven. Personas que, a la larga, marcarán un antes y un después.

He conocido varias personas que no dejan de crecer en sus virtudes y que han decidido dejar de alimentar sus defectos. Son personas ejemplares, que no necesitan abundar en palabras, que no precisan proclamar sus sólidos principios en discursos vacíos. Son personas calladas, porque sus actos son más fuertes que sus palabras y son ellos los que hablan en su lugar. Personas modélicas que con sus vidas serán capaces de sacar lo mejor de los demás.

He conocido una cantidad de personas queridas por todos los de su entorno, personas que dejan huella en su presencia y en su ausencia. Personas que son referentes por mantener la alegría en las circunstancias más difíciles. Personas que, en el recuerdo cariñoso que dejan a su paso, mantendrán la atmósfera de dicha aun a centenares o miles de kilómetros.

He conocido a muchas personas extraordinarias.
Pero solo he conocido una en la que se junten todas esas cualidades tan admirables.
Es mi hermana y hoy es su cumpleaños. Treinta y tantos. Y cada vez estoy más impresionado y más orgulloso de haber compartido una parte de mi vida con alguien como ella.

martes, 26 de marzo de 2013

etiquetas

(etapa 15.13)

Recordaba ahora una película que vi estas navidades, en una sobremesa en casa de mi hermana. Es una película india titulada Mi nombre es Khan. No es un peliculón (también he leído unas cuantas críticas desfavorables), sin embargo se deja ver y contiene algún mensaje sencillo pero que merece la pena tener presente. En un momento de la película, cuando Khan es todavía un niño que vive en Bombay, se muestra alguna escena del conflicto entre los musulmanes y los hindús en la ciudad. Khan y su familia son musulmanes y, aunque en el corazón del muchacho comienzan a brotar sentimientos de desprecio hacia los hindús, su madre le dice una verdad esencial (no cito literalmente, sino la idea que recuerdo): No pienses en musulmanes o hindús. No es un conflicto entre "buenos" y "malos", porque en la vida solo hay buenas personas y malas personas, y tanto unas como otras pueden estar en cualquiera de los grupos que llegues a imaginar. Esto no tiene nada que ver con la religión que practiquen o que digan practicar. En la segunda parte de la película, con un Khan ya adulto y viviendo en los Estados Unidos después del atentado del 11-S, la comunidad musulmana se convierte en sospechosa de terrorismo e incluso él mismo es confundido con un terrorista. Desde ese momento (y tras una serie de vicisitudes personales), su objetivo será encontrarse con el presidente del país y decirle en persona: "Mi nombre es Khan y no soy un terrorista".

Así parecen ser las cosas. La película lo narra con mucha dosis de sensiblería y simplismo, pero el mensaje no puede ser más claro: nuestra sociedad es víctima del vicio de etiquetarlo todo.
Etiquetar está bien cuando se trata de objetos. Si guardas un líquido venenoso en un frasco, es mejor marcarlo con una etiqueta para no caer en el error de confundirlo con algo que se pueda beber. Si una prenda está hecha de cierto material, no está de más indicarlo con una etiqueta. Si vas a comprar al supermercado, se agradece que lo que te encuentres envasado tenga una etiqueta que indique su contenido y composición. Pero, ¿etiquetar a las personas?
Etiquetar a las personas es como congelarlas a perpetuidad e impedir la posibilidad de que cambien a ojos de quien etiqueta. Etiquetar a una persona es cosificarla, convertila en un objeto, en algo inerte. Es una injusticia que envilece a la gente.

No faltan etiquetas, las hay para todo. Las hay en política, las hay en el ámbito de los deportes, las hay en el terreno de las religiones, las hay en la organización territorial de un país o de todo el mundo. Y cada etiqueta se asocia con un calificativo (o con una descalificación) que acompañará a todos los que la reciban. ¿Eres alemán? Entonces eres un cabeza cuadrada. ¿Eres catalán? Entonces eres un agarrado. ¿Eres madrileño? Entonces eres un chulo. Ya ves: los gentilicios como adjetivos calificativos. Lo mismo si hablamos de religión, política o lo que sea. Además, las etiquetas son tan perversas que suelen ir en grupos indisolubles. Es decir, si tienes la etiqueta "A", entonces también te corresponden por decreto la "B", la "C" y la "D". Todos lo van a asumir de esta forma aunque, en realidad, esto no tiene por qué ser así. ¡Qué sorpresa será si eres catalogado como "A", pero no encajaras en "B"! ¡No podría ser, algo estaría mal en ti! Parece que alguien lo ha decidido así y no hay más discusión al respecto. Se han creado una serie de perfiles que han polarizado el mundo. Ya no se puede disfrutar de la riqueza que hay en la variedad, sino que ahora las cosas se sitúan en un extremo o en el opuesto. El horror del maniqueísmo.

Todo esto me fatiga muchísimo. Estoy más que harto de estas visiones paupérrimamente simplistas. Las etiquetas que se les ponen a las personas son como las muletas mentales de la gente estúpida, el vicio de los que tienen una visión de corto alcance y llena de tinieblas.

jueves, 21 de marzo de 2013

meme que meme

(un pequeño descanso en medio de las vicisitudes del viaje)

cojonudo, da.
1. adj. coloq. malson. Estupendo, magnífico, excelente.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados

Tenía pendiente un meme desde hace algo más de un mes. Hay quien dice que el deber es lo primero y por eso se pasan la vida debiendo dinero, tareas, bienes o lo que sea. También es cierto que hay deudas más gratas de saldar que otras. Por ejemplo, la que hoy me toca a mí es de lo más agradable. Me llega de David Orell, que escribe Kassius 9. Le estoy reconocido por la mención que me hace en su blog y por las ganas de compartir un breve cuestionario que se llama The cojonudo's blog award.
Bueno, ya sabéis que tengo sentimientos encontrados con esto de los premios blogueros, porque me cuesta citar a unos sí y a otros no, y dejarlos en el olvido. Creo que todos hacen méritos más que suficientes para haberse ganado mi admiración y estima, así que los menciono a todos en bloque. Lo que hago con los meme-premios es agradecer al remitente, disfrutar respondiendo a la parte del cuestionario y conservar la ilusión de que algún compañero de viaje se anime a tomar el testigo.

Quizás otro día comente esos defectillos que tiene nuestra lengua, como por ejemplo la tendencia a identificar lo masculino (digamos: cojonudo) con algo bueno, mientras que lo femenino queda reservado para lo no-tan-bueno (digamos: coñazo, aunque tanto cojonudo como coñazo son palabras de género masculino, a pesar de la evidencia anatómica, ejhem), peeeeero ahora ya no enredo más y me voy a responder el mini-test:

¿El libro más cojonudo que hayas leído?
Si tengo que elegir uno, ahora mismo, a toda prisa y con estos pelos, diría que "Le Petit Prince" de Antoine de Saint-Exupéry (y mucho mejor si es en francés). Sí, un típico clásico, pero que lo tiene todo para ser cojonudo: fácil de leer, profundo, apasionante, conmovedor... No me extraña que me lo haya leído ya tropecientas y pico veces.

¿La película más cojonuda que hayas visto?
Pelis cojonudas... uf, tengo debilidad por "Qué bello es vivir". Sí, vale, llamadme ñoño, pero mola millones (y no solo en navidades, eh, ñiñiñiñi...)

¿La canción más cojonuda que hayas escuchado?
¿Elegir una sola? ¡Cuánta maldad...! En fin, ahora digo "The whole of the moon" de The Waterboys. Y si me preguntas dentro de un rato, te diré otra distinta. Yo soy así con esto de las canciones...

¿Lo más cojonudo que hayas hecho en tu vida?
¡Qué triste! ¡¡Llevo un buen rato pensando y no se me ocurre nada!!
Ah, ya sé: ¡pintar la bóveda de la Capilla Sixtina!
...
Bieeennnn, ya sé que no iba a colar, pero eso me da algo de tiempo para seguir pensando...
...
Bufff si dijera que lo más cojonudo que he hecho en mi vida ha sido comenzar este blog, entonces cualquiera se pensaría que mi vida es un erial.
Vale, sí, lo reconozco: mi vida es un erial. Me voy a llorar a un rincón...

Y por último, si tuvieras que reencarnarte en un animal (animal cojonudo, por supuesto) ¿cuál sería?
A ver: tendría que ser un animal que no obedezca órdenes, que disfrute sin hacer nada pero que le guste jugar con lo primero que le surja, que le fastidie mucho que lo molesten, que pase de todo...
¡Anda! ¡Pero si estoy escribiendo la definición de "gato"!

sábado, 16 de marzo de 2013

post post-post

(etapa 14.13)
"No me podrán quitar el dolorido
sentir, (...)"...........................
(Garcilaso de la Vega, Égloga I)

Explicar un escrito es una forma de mutilarlo. Sobre eso ya publiqué algo aquí, dando la razón a Umberto Eco cuando decía que el autor debería morirse después de haber escrito su obra. No es necesario repetirlo todo otra vez más.
Escribir es una forma de lanzar una flecha al aire. Adiós, saeta, adiós. Una vez que abandonas mi carcaj, ya nunca serás solo mía, ahora perteneces a todos los que sigan tu vuelo. Mi interpretación de algo que haya escrito (y que haya compartido) ya no será la única. Tan válidos serán los caminos por los que los demás lleven esas frases, como lo fueron los míos en el momento de concebirlas.
Digo esto porque la explicación del autor no debería pesar más que las otras. Incluso puedo estar equivocado en mi explicación acerca de algo que haya escrito, pero a veces parece necesario ponerse a ello aunque solo sea al servicio de la claridad. Y también aquí puedo estar equivocado...

Después de escribir "tiempos modernos" y de declarar mi incomprensión del tiempo en que vivo, sentí en la memoria el pinchazo de algo ya leído, de un escrito que expresaba a la perfección ese sentimiento. Hurgando un poco más en esa tierra misteriosa de la mente, me pareció identificar la semilla que ahora brotaba de ese modo. Hace ya muchos años, leí gran parte de la obra "Castilla" de José Martínez Ruiz, Azorín. El fragmento que más me impactó fue "Una ciudad y un balcón", quizás porque el primer impacto lo recibí ya en el exordio, con un verso y medio de Garcilaso, poeta al que admiraba profundamente en aquel tiempo. El ensayo acaba con estas frases:

¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la ca­beza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le po­drán quitar el dolorido sentir.

Todo el ensayo es representativo del concepto del tiempo de Azorín. Igual que para Nietzsche, todo se repite fatalmente en el mundo. Los sentimientos, las alegrías o las penas, que se experimentan con vehemencia y que parecen tan nuevos y únicos, como si fueran inventados exclusivamente para la ocasión, como si fuera imposible que otra persona los hubiera sentido antes, no son sino los mismos sentimientos que los seres humanos llevan viviendo desde el origen de los tiempos. Todo lo creado, todo lo pensado, todo lo imaginado, todo lo sentido, vuelve a repetirse inexorablemente. Todos los tiempos, presente, pasado y futuro, quedan confinados en un mismo ente y todo lo que se cuenta podría haber sucedido en un mismo sitio.

Y en todas esas frases, como si fuera lo mismo, inalterable en el tiempo y ubicuo en el espacio, se adhiere mi sensación de no encontrar acomodo, de no hallar un lugar de descanso para el alma, de sentir que no pertenezco a ningún tiempo ni lugar, ni grupo ni clan ni ideología.
No ser capaz de comprender (quizás ni siquiera desearlo) la vida que tengo que vivir.

lunes, 11 de marzo de 2013

tiempos modernos

(etapa 13.13)

Nunca se han vivido tiempos de tanta libertad y nunca como antes se han organizado tan numerosas y multitudinarias manifestaciones y protestas contra la opresión.
Nunca estuvo la medicina tan avanzada y nunca hubo enfermedades tan extrañas como las que aquejan ahora a las personas.
Nunca hubo una expectativa tan alta de vida y nunca se ignoró, hasta el punto de malograrla, qué sentido darle a todos esos años ganados.
Nunca hubo tantas personas ricas y nunca hasta la fecha los pobres han sido tantos y tan extremadamente pobres.
Nunca se dio tanta importancia al trabajo como medio para la realización personal y nunca el desempleo fue un asunto tan angustioso.
Nunca se tuvieron viviendas así de lujosas y nunca se padeció tanta ansiedad por tratar de no perderlas.
Nunca ha vivido tanta gente en el planeta como hasta ahora y nunca se tuvo tal sensación de soledad.
Nunca la sociedad de consumo fue tan persuasiva en sus propuestas y nunca se alcanzó semejante nivel de insatisfacción entre los consumidores.
Nunca como en estos tiempos se buscó tanto la manera de explicar el mundo y nunca el mundo ha resultado tan absurdo en su disparatado derrotero.
Nunca se ha dispuesto de tantos sistemas para estar comunicados y nunca se han tenido tantos motivos para la incomunicación.
Nunca se buscó la paz con este intenso ahínco y nunca hasta los últimos tiempos ha habido tantos muertos en tantas guerras.
Nunca comprenderé el tiempo en que vivo.

viernes, 8 de marzo de 2013

principios y finales

(etapa 12.13)
                              - No, idiota. Está enamorada.
                              - Pero si no la conozco.
                              - Claro que la conoces.
                              - ¿Desde cuándo?
                              - Desde siempre. En tus sueños.
                                                            (del film "Amélie")

FINALES

En toda narración (del tipo que sea) la estructura argumental se delinea en un proceso que lleva desde la introducción, pasando por un nudo, hasta un desenlace. Todas las partes son importantes, pero en la forma de desenlazar puede estar el quid del asunto, el éxito o el fracaso, por ser la última huella que el narrador deja en la mente del receptor (sea lector, sea espectador). Los finales.
He escuchado muchas veces la forma más simple de clasificar los finales: finales felices y finales tristes. Y también he notado rechinar de dientes hacia cada uno de ellos. Es normal. Un final feliz a calzador puede desgraciar la historia mejor llevada, igual que un final triste para evitar empalagos de más quizás resulte desolador. Depende de cada relato.

Soy aficionado a los finales felices por pura empatía. Porque me pongo en el pellejo de los protagonistas y me gusta que las cosas les vayan bien: me hace sentir partícipe de su felicidad, me hace sentir bien. Qué satisfacción cuando se superan todas las dificultades y todo parece reposar en su sitio ideal. ¿Quién no quiere que las cosas le salgan estupendamente?

Soy aficionado a los finales tristes porque no soy un ingenuo. Porque no quiero que me vendan la moto. Ya sé lo que hay y cómo es la vida: las cosas no salen como te las habías imaginado. Con frecuencia se enredan y se encabritan hasta alcanzar el desastre, más o menos. Un final triste tiene la fuerza de lo real, de lo cotidiano: del telediario, de la crónica de sucesos, del llanto que no cesa, de la desgracia que sobrevuela las cabezas.

Los finales que más me gustan, empero, son los que aún no se han escrito.


PRINCIPIOS

El gimnasio al que voy está en un edificio municipal bastante bien ubicado en la ciudad. Desde la sala de musculación se ve parte de la bahía, el puerto y su actividad, los edificios con galerías de vidrieras orientadas al sur, la lejana torre de Hércules, la estación de mercancías anexa al puerto, incluso la cúpula del planetario entre la masa verde que forman las copas de los árboles del parque de Santa Margarita. El polideportivo ocupa una parcela en el extremo de unos jardines. Me gusta dejar el coche aparcado en la avenida y recorrer el paseo de los jardines hasta el edificio. Disfruto contemplando la luz, el cielo abierto, el mar, los árboles.
Los árboles son el calendario plantado en el parque. Cada estación, cada mes, tiene su propio paisaje. Desde el ventanal, acompañan árboles que se verán (según la fecha) desnudos, esqueléticos, tímidamente vestidos, con diminutas hojas de un verde pálido, o en todo el esplendor de su verdura.

Los árboles son lentos, pero pacientes. Su virtud es la constancia. Van cambiando de una manera que no se puede percibir a simple vista. Pero un día salta la sorpresa, como si en un abrir y cerrar de ojos todo fuera nuevo. Después de semanas de frío intenso, en que han sido azotados por el viento y castigados por la lluvia y el granizo, después de exhibir troncos desarropados y ramas escuálidas, ha bastado un poco de calidez para que los ancianos señores del parque hayan dado la orden a sus yemas. Pasa cada año, ocurre cada vez que se acerca la primavera: ¡brotad! Y unas pequeñitas hojas empiezan a tapizar sus ramas. Es marzo, anunciando el retorno de Perséfone.
No sé por qué me sorprendo. Era lo previsto, lo que tenía que ocurrir. Aunque no dejo de maravillarme cada vez que se extiende el indulto y todo comienza de nuevo. Una vez más.

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Hoy se celebraba el día de la mujer. No sé cuál es la denominación oficial, pero se entiende diciendo "el día de la mujer". Ya no pongo trabajadora o no, porque tal como está el asunto del empleo, no se trata de dejar fuera de la celebración (aún encima) a quienes sufren sin merecerlo.
Algunas mujeres con las que he hablado sobre este día me dicen que la celebración es absurda, otras me dicen que es necesaria. Y todas me dan sus razones y yo las comprendo a todas. Y también tengo mi propia opinión. Lamento que haya quien monte celebraciones estúpidas: que regale flores o que haga rebajas en lencería, pero luego se olvide de lo importante. Detesto estos alardes de banalidad, la capa de pintura que hace creer que se han arreglado las profundas grietas que subyacen. No. Una flor o un regalito no resuelven nada. Lo necesario es trabajar duro para alcanzar lo que es justo y de ley. Y no hay que conformarse con menos de eso.
Y quizás un día (¡ojalá!) no sea necesario reservar más días para llamar la atención sobre lo que no funciona bien respecto a la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Ese día, bienvenidos los regalitos. Pero mientras el día no llega, la celebración no es sino la forma de constatar que el trabajo aún no está terminado.