domingo, 24 de abril de 2011

anguila al curry

(parada g-astronómica)

Ratatouille: Le Festin by Animation Soundtrack Ensemble on Grooveshark
(si te gusta cocinar con banda sonora, recomiendo que hagas click en el play
y si tienes problemas con la visualización de la receta,
también puedes hacer click sobre la imagen para verla completa)


miércoles, 20 de abril de 2011

siete fisuras de veintiuna palabras y una fractura sospechada

(área de descanso nº 126)


EN mi interior podría encontrar la felicidad, así me lo hicieron creer. Pero ¿de qué me sirve si tú no estás?

***

TU presencia se hace ausencia, tus manos cada vez más transparentes, tus labios inmateriales, el calor de tu cuerpo acaba extinguiéndose.

***

MIRADA de Casandra: contemplo en tus ojos la catástrofe que se avecina, aunque nunca seré capaz de creer su fatal predicción.

***

ESTOY confuso cuando dices "nos amamos", porque ignoro si me hablas en presente o si lo haces en pretérito perfecto simple.

***

LEYENDO la historia de las Edades Oscuras, he comprendido que sin tu luz ya solo me queda habitar un permanente Medievo.

***

UN pedestal fuiste construyendo bajo mis pies y al retirarlo ahora siento que me estás dejando caer en un abismo infinito.

***

ADIÓS es la palabra que me grita tu bandera blanca de rendición cuando la agitas como un pañuelo en una despedida.
.

domingo, 17 de abril de 2011

lenguas muertas

(área de descanso nº 125)

Isidro Velázquez y Manuel Segovia son dos ancianos que viven en la pequeña comunidad mejicana de Ayapan, en Jalpa de Méndez, en el estado de Tabasco. Isidro y Manuel se han convertido en cómplices de un asesinato muy particular que, de alguna manera, decidieron perpetrar hace algún tiempo. Lo más curioso del asunto es que estas dos personas no se dirigen la palabra. Y precisamente en este hecho radica el crimen en sí.

Hace unos días, leía la noticia de que el idioma ayapaneco, una de las 364 variantes lingüísticas de Méjico (casi tantas como días tiene el año), acaba de engrosar la lista de lenguas muertas porque los dos únicos hablantes que quedan de dicha lengua (Isidro, de 69 años de edad, y Manuel, de 75) están enfadados entre sí y, pese a vivir a escaso medio kilómetro uno del otro, ya no se hablan por un desencuentro cuyo origen se ignora. Manuel había explicado al Instituto Nacional de Lenguas Indígenas que a mediados del siglo XX eran casi 8.000 las familias ayapanecas que hablaban la lengua, pero con la construcción de la carretera Villahermosa-Comacalco la migración de estas familias hacia poblaciones mayores y costumbres distintas ha sido el principal motivo de la progresiva extinción de la lengua que hablaban. Han sido absorbidos por un ambiente más globalizador.
Es sorprendente la forma en que un patrimonio cultural puede llegar a extinguirse. Si me preguntan, se me pueden ocurrir muchas formas, desde todo tipo de invasiones (ya sean culturales o movidas por otros intereses más pedestres) hasta un abandono del testigo (algo menos estridente pero con idénticos resultados). Lo que nunca se me hubiera ocurrido es que una situación tan poco épica y tan de andar por casa como la de Isidro y Manuel pudiera provocar la extinción de una lengua hablada.

En fin, son cosas que pasan. Si mi vecino del piso de abajo y yo habláramos la misma lengua y nadie más en el mundo la conociera, estoy seguro (muy seguro) de que ese raro idioma también correría un riesgo elevadísimo de extinción. Una lengua existe porque es un soporte valioso para una comunicación que se desea y se convierte así en vehículo de experiencias, conocimientos y cultura. Si no hay deseo de comunicarse no hace falta ninguna lengua. Pero si existe la necesidad de abrirse y extenderse hacia otras personas, tal como se propaga el fuego en los incendios, con ese ímpetu tan difícil de sofocar, entonces sucede que incluso sin una lengua se llega a cumplir ese propósito. La comunicación aprende a superar las barreras y se abre camino aun con los medios más escasos.
Me viene a la memoria haber recurrido en alguna circunstancia incluso al dibujo para poder mantener una conversación con otras personas con las que no tenía ningún idioma en común. Manteles de papel en una sobremesa, libretas o servilletas de cafetería han sido el soporte material de más de una charla que ha surgido espontáneamente. De la misma manera que si jugáramos al Pictionary y ayudados por ese valioso recurso del lenguaje no verbal, se conseguía que las ideas de uno fueran cobrando sentido en la mente del otro. A fin de cuentas, las expresiones de tipo artístico son también otro imprescindible soporte cultural que puede ser utilizado (de hecho, es utilizado con bastante frecuencia) como forma de comunicación entre dos o más personas.

Y volviendo al asunto de las repercusiones que tienen las disputas no resueltas, es cierto que resulta algo llamativo cuando se alcanza el extremo de acabar matando una lengua, porque esto es algo que no sucede todos los días. Pero también se pueden matar muchas más cosas, de menos calado en el acervo colectivo, aunque igual de trascendentes en lo personal. Se matan áreas de la memoria, se liquidan tradiciones, se pone fin a abrazos y achuchones, se terminan sonrisas, se acaban los gestos, se marchitan complicidades... y también se extinguen palabras inventadas, vocabularios de una relación exclusiva, expresiones que nunca ocuparon su lugar en un diccionario, que nunca pertenecieron a ninguna lengua, pero que eran parte del idioma en que dos personas se entendían a la perfección.

domingo, 10 de abril de 2011

la tormenta interior

(área de descanso nº 124)

Cándido siempre se lamenta de que si no fuera por las tormentas estaría nadando en la abundancia.

Cándido es agricultor. Es decir, un labrego de toda la vida. Además de partirse el lomo trabajando en los ferrados de terreno que heredó de sus deudos, también tiene otros cultivos en algún invernadero que él mismo construyó hace años en la finca. Su mujer, Teresa, echa una inestimable mano en las tareas del campo, al tiempo que cuida de los animales de la hacienda. A vaquiña, o porquiño e as galiñas, como dice ella.
Cándido siempre se lamenta de que si no fuera por las tormentas estaría nadando en la abundancia.

Sentados junto a un gran bloque de granito al pie de un hórreo, sus vecinos escuchan con frecuencia las quejas de Cándido. ¡Pobre Cándido!, odia las tormentas.
Una vez, cayó un granizo tan fuerte que uno de los invernaderos quedó bien maltrecho, tanto que hubo que hacerle unas cuantas reparaciones costosas. En otra ocasión, las plantas de tomate quedaron completamente estragadas. Menos mal que el cultivo que más fama ha dado a Cándido en el mercado de la comarca han sido sus patatas, que las más de las veces no ven mermada su calidad por el azote de las tormentas. ¡Ay, mis pataquiñas!, exclama Cándido con satisfacción. Pero en cuanto ve arremolinarse las nubes negras, a Cándido le entra una desazón interior.
Cándido siempre se lamenta de que si no fuera por las tormentas estaría nadando en la abundancia.

Es Cándido hombre de costumbres. Se levanta siempre a la misma hora, sea invierno o verano. La partida de tute con los vecinos, a mediodía después del café en la bodega de la aldea, para ver quién paga los orujos que calientan las tertulias. Las celebraciones por todo lo alto de sus aniversarios con Teresa, siempre tan guapa para sus ojos. El partido dominical en la tele, pagando por ver a su Deportiviño del alma. La visita de los jueves a Betanzos, para ver a sus nietos entre semana, y, de paso, jugar los mismos números de siempre en la bonoloto. El primer baño veraniego en la playa del Pedrido con su Teresa que apenas se atreve a remojarse los pies en la orilla. Algún día, sucede que en ese primer baño de la temporada Cándido ve cómo de repente las nubes amenazan tormenta. Y el hombre se pone enfermo...
Cándido siempre se lamenta de que si no fuera por las tormentas estaría nadando en la abundancia.

Si te encuentras a Cándido en el camino, cerca del hórreo que hay a la entrada de su finca, o sentado en el cruceiro en el centro de la aldea, tal vez un día esté más pródigo en palabras y termine por contarte su historia. Te contará de aquel jueves en que se disponía a visitar a sus nietos. Era día de tormenta, una fuerte de primavera. En su viejo coche, iba recorriendo una de las estrechas carreteras mal asfaltadas que como afluentes desembocan en la nacional 651. La lluvia era intensa y los limpiaparabrisas trabajaban a fondo para permitir la visión de la pista. En un recodo, un rayo había descuajaringado un árbol del camino y una mitad del pobre castaño tronchado se había desmoronado sobre la ruta. La vía estaba bloqueada y no había nada que hacer. A Cándido no le quedó más remedio que dar media vuelta y avisar a los forestales. Un jueves sin nietos... ¡bueno! ¿e qué lle imos facer?
Al día siguiente, cuando se acercó a la bodega y vio sus números premiados en la bonoloto, casi le da un síncope allí mismo. ¡Sus números, los que aquella tormenta que cortando con un árbol su camino le había impedido jugarlos como de costumbre! Se acumula un bote de casi tres millones y medio de euros para el próximo sorteo, decía un locutor en las noticias.
Desde entonces, Cándido siempre se lamenta de que si no fuera por las tormentas estaría nadando en la abundancia.


*******

La oscura bóveda de nubes parece a punto de desplomarse, pero discontinuas y esbeltísimas columnillas translúcidas han acabado por apuntalarla, a pesar de lo tenue de sus fustes acuosos. Una atmósfera pétrea deja paso al frescor ingrávido.
Equilibrio líquido.
.
El suelo se pavimenta de cielo.

miércoles, 6 de abril de 2011

adverbios

(área de descanso nº 123)

I
AQUÍ

Te digo Estoy tan a gusto aquí... Pero, ¡maldito adverbio imperfecto!  no es capaz de atesorar la gozosa y refulgente luz de este aquí.
Necesito añadirle un pronombre, contigo. Entonces, todo es perfecto.
Estoy tan a gusto aquí, contigo.

II
AHORA

Nos envuelve la noche de las calles de la ciudad. Qué momento este. La ciudad es un gran ser oscuro que nunca duerme, constelado de coloridas piedrecitas preciosas. Unas están quietas en su enorme cuerpo, apenas parpadeando. Otras luces, sin embargo, lo surcan como veloces torrentes de estrellas fugaces de estelas rojizas, como serpentinas rastas de una medusa ardiente. En la bahía, el horizonte oceánico es en realidad un mar de diminutas galaxias dispersas, tan lejanas.
Y toda esa luz y todos esos colores que ahora veo palidecen ante el fulgor de tu mirada de ámbar, el instante por excelencia, que es el alma viviente de todo lo que contemplo.

III
AQUÍ y AHORA

Apuramos el paso para no llegar demasiado tarde al lugar en que otros nos esperan. Tratamos de encoger la avenida dando zancadas más largas.
De repente, sin pensarlo, te tomo de la mano con más fuerza y me detengo. Al sentir la deceleración, tú también te detienes, te vuelves hacia mí y me miras con una interrogación en esos dos orbes magníficos, esos dos mundos que son el mío. Te tomo entre mis brazos y te aprieto contra mí. Casi nos fundimos, la avenida y la ciudad entera se disuelven. Mirando a tus dos planetas gemelos, que me miran casi absorbiéndome con su fuerza gravitatoria tan irresistible, te propongo mi gran idea: ¿Y si nos quedamos aquí y ahora para siempre?
Y estoy completamente seguro de que tu respuesta está siendo un , por el eterno presente del beso con que sellas mis labios con los tuyos, aquí y ahora.



*******


Noticia urgente:
Artificieros de las fuerzas de seguridad primaverales han procedido a detonar de forma incontrolada todas las cargas en forma de yemas que el temido grupo invierno blanco había diseminado a lo largo de toda estructura arbórea de bosques, plazas, parques, jardines y caminos.
.
Verdes explosiones por doquier.

domingo, 3 de abril de 2011

sonidos en el parque

(área de descanso nº 122)
"la forme d'une ville
change plus vite, hélas! que le coeur d'un mortel".
(Charles Baudelaire, "Le Cygne", Les fleurs du mal)

Sentado en un banco de un pequeño y tranquilo parque de la ciudad, además del lugar, es el momento el que invita a un sosiego absoluto.
De pronto, una ligera brisa -indiscreta ella- trae hasta mis oídos confidencias que otros dos parecen intercambiar bastante cerca de donde me encuentro, a mi espalda. Como un acto reflejo al saberme inesperadamente acompañado, me giro levemente por la simple curiosidad de ver a quienes rompen la quietud del instante. Los veo. Ah, bien. Dos fijos del parque, siempre están aquí. Me vuelvo a mis asuntos.
Pero el viento me sigue trayendo sus palabras.

- Hola. Hace tiempo que me vengo fijando en ti, desde que apareciste por este lugar, pero aún no me había atrevido a decirte algo.
- Sí, ya veo... bueno, la verdad es que tú también habías atraído mi atención desde que llegué. Hay algo en tu aspecto que te hace destacar.
- Me halaga que me lo digas, pero no hay motivo para ello. Me considero tan normal y corriente...
- Ya no quedan muchos como tú. Te insisto en que me he fijado bastante.
- ¡Vaya, tan desconocidos y a la vez tan pendientes uno del otro!
- ...
- Es evidente que no eres de por aquí. Has venido de muy lejos, ¿no es cierto?
- No, no. Me crié no demasiado lejos de aquí. En otro ambiente, sí, aunque no en el de mi familia. Mi familia es de un lugar más exótico, eso sí es cierto.
- ¿Y qué te ha traído por estos andurriales?
- Heeeemmm... en fin... me han traído, claro... Con unas compañeras, aquí estamos para poner algo de vida en esta pequeña avenida. Nos han hecho creer que no valemos para otra cosa más que para... para alegrar la vista de los transeúntes. Mira, ahí las ves a ellas.
- Ajá, sí, ya las veo.
- Aquí nos sentimos algo extrañas, fuera de nuestro ambiente natural. Cuesta adaptarse: el clima, costumbres... la tierra... ya sabes.
- Entiendo, entiendo.
- ¿Y tú?
- Yo siempre he vivido aquí. ¿Ves todos estos grandes edificios? Nada de esto había antes. Con otros vecinos, llenábamos de vida el lugar. Ahora todo me parece muerto con tanta piedra artificial, tanto decorado.
- ¿Y tus vecinos ya no siguen aquí?
- No, ya ves. Fueron abandonando el lugar. No sé en qué acabaron metidos, no sé dónde pueden estar. Ya no sé nada de ellos. Lo único que sé es que, poco a poco, nuestra comunidad se fue disolviendo para dar paso a esta invasión de asfalto, cemento, ladrillos, acero y vidrio. Donde antes había hierba en abundancia y espacios libres, ahora hay moles que lo tapan todo. No lo vas a creer, pero ahí cerca pasaba un arroyuelo.
- ¿Aquí mismo? ¿Y qué ha pasado, se ha secado? ¿Qué han hecho con él?
- Está canalizado. Como todo: lo han rodeado de hormigón y así vestido lo han ocultado a la vista. Esas aguas ya no las vas a probar.
- Nunca entenderé esa aversión a lo vivo... ¿Tanto cuesta dejar las cosas como están y que sigan sus ciclos naturales?
- Lo llaman "progreso". Pero yo veo todo tan muerto, tan yermo, que me asusto. Por tratar de decir algo positivo, se me ocurre que...
- Dime...
- En fin, no es tan bueno para ti, que estás lejos de donde deberías estar, pero al menos así hemos podido conocernos.
- Es cierto.
- Y aquí mismo seguiremos viéndonos -pareció despedirse el olmo-.
- ...Y espero que sea por mucho tiempo -le contestó la palmera-.

"Bahnwärter-Garten", Paul Klee, 1934