jueves, 22 de diciembre de 2011

2-mil-12 ya en el horizonte

(cerca de la frontera que separa dos años)

Al acercarme a la frontera entre dos años, ya sé que tendré que pasar por una aduana llamada Navidad. El problema de esta aduana es que su sentido radica en lo individual, pero es imposible captarlo si se ignora lo colectivo. Imagínate la cantidad de situaciones extrañas que esto supone...
Se diría que, en nuestro entorno inmediato, hay dos grupos mayoritarios en que podría dividirse a la gente cuando pasan por la aduana. Todo el mundo tiene que pasar por ella. El tiempo es como esas cintas transportadoras que avanzan en un solo sentido. Estando anclados a ella, resulta imposible detener ese avance constante, por más artificios que se puedan imaginar. Aunque llegaran a funcionar en la imaginación, la realidad ineluctable es la que es. El grupo de los ni fú ni fá debe de ser una minoría, me parece, y por eso lo descarto como uno de estos dos grandes grupos. Se trata de dos grupos opuestos. Uno de esos grupos es el de los que aman la Navidad y el otro es el de los que la detestan. Está claro.

No conozco a ningún niño que pertenezca al segundo grupo (no digo que no los haya), y eso me hace pensar. Es como si de pequeños nos deslumbraran las ilusiones, pero de mayores parecieran frustrarse y dejaran un regusto de amargura... como si la realidad distara mucho del brillo de las ilusiones, como si tuviera la apariencia de una gran estafa, de un gran engaño, de una verdad que no funciona y se sostiene en mentiras.
Yo sigo en el primer grupo, quizás porque mi lado infantil se abre camino de cuando en cuando, pero sin evitar hacer crítica de adónde se ha ido desplazando la aduana. Qué es, cuál era su propósito, y en qué se ha convertido, qué sentido tiene ahora (si es que lo tiene). Veo normal que haya una evolución en la forma de vivir las fiestas, pero me perturba más cuando llegan a quedar huecas de todo sentido. Y al niño que vive aquí dentro sí le entristecería que llegara un año en que la frontera quedara desolada y sin sentido.
Mientras tanto, seguiré buscando ese rumbo cada año. Como actividad individual y sin olvidar que es una experiencia que se vive mejor compartiéndola. Y no dejándola para el final, cuando se termina el tiempo del año, sino etapa a etapa, a lo largo de sus días.

Sin embargo, inevitable hacer balances. Qué año. Terminé el anterior con la idea de poner punto y final al viaje aquí. Luego, empezó el año y era lo último que quería hacer. 27 post el año pasado y con este son 72 en el año en curso. Hasta los números son gráficos para expresar lo opuesto que ha sido la forma de terminar ambos años.
Si me refiero a la trayectoria bloguística, agradezco mucho por todo lo bueno que me ha sucedido en 2-mil-11. Sobre todo, por las grandes personas a las que he tenido el privilegio de conocer y que han llenado de esplendor este espacio. Me faltarían palabras para describirlas y para expresar mi gratitud por recibir tanto de ellas. Solo espero que el próximo año sea, cuando menos, igual de intenso en cada momento del viaje.

Y sí: es una despedida temporal. Ahora viajaré físicamente para reencontrarme con los míos. El blog permanecerá callado hasta el año que viene (es decir, dentro de unos días). Ah, y espero que se puedan resolver, mientras tanto, los problemas de esta semana... Lamentablemente, no he podido dejar comentarios en los blogs de mis amigos... porque google-blogger es así, tiene sus cosillas de vez en cuando, y se lo ha debido de pasar en grande borrándome comentarios recién publicados. En fin, ni así se me puede hacer callar para expresaros todo mi cariño. A veces he pensado en mudarme a wordpress, pero hay un motivo que me retiene aquí: el recuerdo y las sensaciones de todo lo vivido. Me siento como en un hogar que, aunque con alguna avería en las cañerías o falto de una buena capa de pintura, sigo considerándolo un hogar. Es la casa rodante que me cobija en este viaje que un día me vio emprender. Y esa fue mi única pretensión. No la de tener un blog que luciera bonito y todo fuera perfecto, sino una fogata al lado del camino.

Un último aviso para los que también disfrutan visitando al hermano pequeño del viaje: ih8mondays. Como cada lunes, el día 26 habrá nueva publicación. Me lo permite la opción de publicación automática. Así que (pese a la total desconexión que tendré estos días y si nada falla en blogger... cruzo los dedos...) allí habrá una nueva foto, acompañada de una melodía y unas frases.
Gracias por vuestras visitas.

El árbol de Navidad del Cantón coruñés: adiós a la madera, hola al metal
Mi deseo para cada uno es que disfrutéis de unos días llenos de lo que más anhele vuestro corazón.
Que se cumpla ese deseo personal. Pero no lo esperéis, salid a su encuentro y atrapadlo.
FELICES FIESTAS y PRÓSPERO AÑO NUEVO

lunes, 19 de diciembre de 2011

cuando la ambición supera los límites

(área de descanso nº 163)
"Lo llamaron 'alivio', pero era mucho más que eso. Le pusieron docenas de nombres: 'Ley de Recuperación Nacional', 'Administración de Obras Públicas', 'Cuerpo de Trabajos Civiles'... pero todo se resumía en una cosa: Por primera vez en mucho tiempo, alguien se preocupaba por los demás. Por primera vez en mucho tiempo, nadie estaba solo".
(narración en off, correspondiente a los años de recuperación económica posteriores a la crisis de 1929, en el film Seabiscuit)

Hace mucho tiempo que perdí contacto con un amigo. Ya no sé cuál es su paradero. Pero siempre lo recordaré por una anécdota que nos contó a su vuelta de África. Se marchó una temporada como voluntario en una ONG para trabajar en proyectos de desarrollo en Burkina Faso. Decía que había una cosa que le impresionaba cada día, día tras día: él dejaba por las noches su calzado deportivo en la ventana del lugar que le habían asignado como alojamiento y, cuando lo recogía por las mañanas, se encontraba a una nutrida tropa de niños de la aldea admirando aquel par de zapatillas.
No se volvió con ellas. No porque se las robaran o desaparecieran misteriosamente, sino porque decidió regalarlas antes de marchar. Por lo que lo conozco, sé que no fue un acto que sirviera para acallar su conciencia a la vez que resultara generoso. Él ya es muy generoso, no necesita andarse con demostraciones para la galería. Por su relato, se adivinaba que era más bien una consecuencia del desprendimiento.
"¿Para qué quiero yo tantas cosas? No las necesito", se le escapaba de cuando en cuando.
De vuelta al hogar, ahora parecía vivir incómodo en su propio país, hostigado por tantos objetos estrafalarios e innecesarios.

Y seguro que tenía (tiene) mucha razón. Absorbidos por el medio, es más difícil captar la verdadera medida de las cosas: Entre ricos, uno se siente indigente, que carece de todo, y convierte cada cosa superflua en esencial. Entre pobres, se valora cada pequeño detalle, se considera uno un magnate que flota sobre la abundancia, y tantas cosas que parecían básicas ahora se ven como lujos o prescindibles. Empero, suele faltar el equilibrio: la ambición en su justa medida, un motor para la prosperidad y el progreso de todos, nunca una fuerza oscura que empuja (aunque sea indirectamente) a la rapiña y el saqueo de los demás.
En muchas ocasiones, creo que Occidente (entiéndase la palabra: el estilo de vida de Occidente) tiene una venda en los ojos. Rodeado de pobres, se siente pobre. Pero porque no ve lo que le rodea, o no quiere verlo, o le parece que sus agobios y desvelos son provocados por descomunales problemas que debe resolver para su supervivencia. Y no es así. Pero es el precio de la ambición desmedida.

En el film La lista de Schindler, después de haber invertido toda su fortuna en proteger a un buen número de judíos del exterminio organizado por los nazis, se lamenta al final Oskar Schindler por el hecho de haber conservado un vehículo o una valiosa insignia que pudieran servir para el rescate de más vidas. Y es él mismo, ya despidiéndose y provocando cierto estupor en quienes acaba de rescatar (después de todo cuanto había hecho y arriesgado, ¿todavía estaba en situación de reprocharse algo?), Schindler en persona, quien reconoce que ha sido la vanidad lo que le impidió actuar incluso con mayor desprendimiento. Conmueve ver cómo alguien llega tan al límite. Y, sin embargo, acierta denunciando a la vanidad.
Comentaba Annie Leonard en su conocido vídeo (no me canso de enlazarlo en este blog) La historia de las cosas, The Story of Stuff, que esa flechita dorada del consumo (que es, a fin de cuentas, el motor de todo el sistema) se alimenta de nuestra vanidad, nuestro deseo o necesidad de mostrar a los demás una corteza que sea reveladora de un estatus lo más elevado posible, influencia, poder... También, la vanidad de la autogratificación, que nunca da satisfacción completa y nos tiene girando en una especie de rueda-de-jaula-de-roedores que nos desgasta sin proporcionar felicidad. Qué subidón nos da cada vez que estrenamos algo y qué poco dura. Podría decirse que es parecido al efecto de una droga. Nuevo coche, nuevos zapatos, nuevas ropas, nueva vivienda, nuevos muebles, nuevos electrodomésticos o equipos electrónicos... Y todo queda obsoleto en poco tiempo. Se esfuma la sensación y hay que volver a alimentarla, gastando en pequeñas tonterías lo mismo que podría alimentar a familias enteras durante mucho tiempo.

Vanitas vanitatum omnia vanitas... Y toda esa vanidad aprieta aún más la venda que llevamos puesta en los ojos. Para no ver.
Y las distancias siguen aumentando.
Aquí, nosotros hablamos de crisis y en lejanos lugares mueren por cientos de miles...
Y nosotros podremos seguir hablando indefinidamente de nuestras terribles crisis de niños ricos.



"El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos,
pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la avaricia de algunos".
(Mahatma Gandhi)

viernes, 16 de diciembre de 2011

la mano en el fuego

(amarrado a puerto en pleno temporal)
·
··········"El vano ayer engendrará un mañana
··········vacío y ¡por ventura! pasajero,
··········la sombra de un lechuzo tarambana,
··········de un sayón con hechuras de bolero;
··········el vacuo ayer dará un mañana huero".
····················(Antonio Machado, 'El mañana efímero', 'Campos de Castilla', 1912)

En "Ab urbe condita libri" (o las "Décadas") nos relata Tito Livio la historia que posteriormente dará origen a la expresión poner la mano en el fuego. En la Roma de mediados del siglo VI a.C., el fin de la dinastía tarquinia sobrevino con la revolución que llevó a la expulsión de su último rey, Tarquinio el Soberbio, y a la proclamación de la República, capitaneada por dos cónsules: Lucio Juno Bruto y Lucio Tarquinio Collatino (quien, aun siendo personalmente honesto, también será expulsado de Roma por su pertenencia a la familia real recién depuesta del trono). Pero Tarquinio el Soberbio no se resignó a la pérdida de su cargo en Roma y persuadió al etrusco Lars Porsena, rey de Clusium (actual Chiusi), a marchar con un ejército contra la ciudad que le había derrocado. Al acercarse los enemigos, los romanos se aseguraron el apoyo de la plebe concediéndoles la exención de ciertos tributos, y se prepararon para la defensa. Finalmente, en el relato de Tito Livio, Porsena decidió dejar en paz a los romanos, enviar embajadores, pese a las protestas de Tarquinio, y retirarse. El motivo fue el asombro que le produjo el valor demostrado por Cayo Mucio, y la sorpresa por la revelación de que otros cuatrocientos jóvenes en Roma estaban decididos a imitar su ejemplo.
¿Qué sucedió? Un joven romano llamado Cayo Mucio, previendo el fatal desenlace que para su ciudad podría tener el férreo asedio etrusco, decide infiltrarse en el campamento de Porsena para asesinarlo y desnivelar la balanza a favor de los sitiados. Avisando al Senado de Roma (para evitar la acusación por desertor) y debidamente ataviado como etrusco, se cuela en la tienda de Porsena y, con las prisas del momento por la posibilidad de ser capturado, descarga el golpe sobre la persona equivocada (confundió las ropas del tesorero real con las del propio rey), que es mortalmente herida con el puñal de Mucio clavado en el pecho. Inmediatamente, el romano es apresado e interrogado. Porsena lo amenaza con ser torturado por el fuego de las antorchas que alumbran en la noche, si no revela su verdadera identidad, sus intenciones, sus cómplices... En un descuido de los soldados etruscos, Mucio se zafa de sus captores y mete su mano derecha (la que falló el golpe) en los carbones encendidos de un gran brasero que estaba próximo. Mientras el fuego va consumiendo la carne de la mano, Mucio exclama una frase: "Poca cosa es el cuerpo, para quien solo aspira a la gloria". Y no solo eso, sino que confiesa a Porsena que en Roma otros cuatrocientos jóvenes con igual coraje que él han jurado dar muerte al etrusco. Una mentira del romano, pero que (ante una puesta en escena tan efectista) es creída por el rey, y sirve como detonante para la retirada de los sitiadores.
Cayo Mucio es liberado por su muestra de valor, y en Roma será conocido con el sobrenombre de Scévola (es decir, zurdo) por el inestimable sacrificio de su mano derecha.

El gesto de Mucio Scévola, que se deja quemar la mano por haber errado el golpe, es puramente legendario, aunque lo relate el historiador Tito Livio. Igualmente figurado es ese poner la mano en el fuego que, de ser literal, tantas manos maltrechas dejaría. No hay que engañarse: poner la mano en el fuego es sinónimo de quemársela. No hay ordalía que valga. La cuestión es si merece la pena quemársela o no: si hay un motivo glorioso para entregar ese miembro (porque ya dijo el maestro galileo que es mejor perder un ojo o una mano si el final es un lugar de gloria) o si no existe nada digno de tamaño sacrificio. Y esa duda es lo inquietante.
Se acumulan decepciones, se pierde equipaje de valores, se gana desconfianza, desilusión, desencanto. Tantas veces se ha sufrido la quemazón del desengaño... Fuego que provoca incendios, que consume voluntades y abrasa esperanzas. Y si se habla de Roma, podemos hablar de nuestra Roma particular, de nuestra piel de toro. Será como dice Machado, que esta España solo embiste cuando (al fin) se digna a usar la cabeza. Queda tanto camino por recorrer, tantas cosas que aprender, tanta siembra que todavía espera la estación...

Pero...
Por otra parte, una estirpe de audaces, un linaje de héroes que no se dejan abatir por frustraciones, que no escarmientan en la desesperación, todavía tienen manos que poner en el fuego. Ellos mismos son como el fuego y no temen quemarse. Fuego versus fuego, fundiéndose con un estremecimiento.
Su vida es pasión, inmune al desaliento.
Y la pasión se hizo fuego y habitó entre nosotros.


sábado, 10 de diciembre de 2011

no pensar

(entre paradas, etapas, descansos, repostajes... con este ya son 200)

(tranquilos todos: creo recordar que al final gana el combate, como era previsible)

En apariencia, descabellado consejo: "no pensar".
Quizás (y a priori) lo que se necesita en cualquier caso es mayor reflexión y más pensamiento, que sirva como motor de un curso de acción responsable y certero. Sin embargo, el consejo es no-pensar.

Samuráis. Hace 100 saltos, era un rōnin el que ocupaba el espacio. Y aquí sigue en tránsito, eso no ha cambiado. Pero, para variar, una de samuráis, ¿por qué no?
Vuelvo al no-pensar. Parece cierto que el momento (único e irrepetible, como cada uno) acaba escurriéndose por el desagüe del tiempo y así se pierde para siempre, cuando se lo asfixia entre densas nubes de pensamientos pasados y futuros. ¡Es tan intangible el presente! Avanza hacia el futuro para ser pasado en un suspiro...
¿Cómo se puede vivir un instante tan singular? ¿Qué referencias se tienen?
Tanto vértigo de lo extraordinario me lleva la vista hacia atrás o tan adelante como pueda. En la brecha abierta entre lo pasado y lo por venir, en el abismo de presente, me sujeto a las amarras de lo único que no existe: el no-aquí y el no-ahora. ¿Y no es esto más insensato que no-pensar?
Es posible.

Agotado, entrada la noche y ya tendido en la cama, intentando reposar al fin del día fatigoso, solo pienso que ya no quiero pensar más.
Respirar tranquilo. Sorber el hálito del segundo fugaz. Mandar a paseo al martillo y al yunque que forjan la preocupación, con su insoportable golpeteo. Quedar absorto en la oscuridad. Ver la luz. Imaginar la caricia del camino en los pies. Volar sin alas. Y no pensar.

martes, 6 de diciembre de 2011

las raíces del futuro

(área de descanso nº 162)
"Donde hay educación, no hay distinción de clases".
(Confucio)

Puedo ahora caminar sobre una franja de arena húmeda y compacta. El mar se ha retirado y no la volverá a cubrir hasta dentro de unas horas. Es asombrosa esa obediencia ciega del mar, que en un vaivén de olas juguetonas no se atreve a rebasar el límite establecido. Sorprende esa domesticación de las aguas, inducida por un astro lejano y que ni siquiera se muestra en estos momentos.
Igual de fascinante es que nuestro planeta parezca estar unido con una larguísima cadena elástica a una estrella, en cuyo invisible pozo gravitatorio permanece atrapado, girando más próximo o más distante, aunque sin desencadenarse en ningún momento.
Empero, ninguno de estos obedientes comportamientos son comparables al firme caminar de quien lo hace en libertad, sabiendo los cómos y los porqués. Ahí descubro la cúspide de la maravilla.

Llevo unos días con una frase en la cabeza. Surgió casualmente en el curso de una conversación, y dice algo así:
Todo el mundo piensa en dejar un mejor planeta para nuestros hijos, cuando lo que deberíamos hacer es dejar mejores hijos para el planeta.

Creo que no es posible expresar de otra forma y con tanto acierto varias cosas importantísimas a la vez.
Por ejemplo: que es absurdo preocuparse por el planeta si no nos ocupamos antes de las personas.
Por ejemplo (otra frase): que, como dijo Lao-Tsé, si das pescado a un hombre hambriento, le nutres una jornada; si le enseñas a pescar, le nutrirás toda la vida. Y el planeta es un legado que pasará de mano en mano, esperemos que mucho más allá de las de nuestros hijos.
Por ejemplo: que solo una generación separa siempre a la civilización de la barbarie.
Por ejemplo: que la educación es el camino arduo, el lento pero el seguro, el que funciona de verdad, el que está lleno de sentido y responsabilidad, y que los atajos suelen ser el refugio de los chapuceros.
Por ejemplo: que la verdadera educación no es un amaestramiento, sino el desarrollo armonioso de todas las facetas y capacidades de una persona, para llevarla a ser lo mejor que puede llegar a ser.
Por ejemplo: que las raíces del futuro están en las plantitas que crecen hoy, y esas plantitas son nuestros pequeños.
Por ejemplo: que ya va siendo hora de que distingamos las causas de las consecuencias, y de que no confundamos el orden natural de las cosas.

Y se podría seguir así un buen rato. Pero no es plan.

Solo terminar diciendo que una de las formas más efectivas en que se aprende es por imitación. Por eso, pasan los años y acabamos soltando esa frase (frustrante o balsámica, según los casos) ¡cada vez me parezco más a mis padres! Y eso que nos pasamos tanto tiempo tratando de evitar sus defectos o fracasando cuando intentamos copiar sus virtudes. Pero los genes y el aprendizaje reclaman esa cosecha.
Sin embargo, si el paso del relevo se produce de una forma tan sencilla, entonces esto puede ser una buena noticia. ¿O acaso no es una buena noticia saber que algo tan trascendental simplemente comienza por uno mismo?