domingo, 26 de abril de 2009

"a whiter shade of pale"

(71ª parada)
"La tierra estaba informe y vacía, y había oscuridad sobre la superficie del abismo".
(Libro del Génesis, cap. 1: 2)



·····- ¡Qué cuadro absurdo! Eso también lo pinto yo…

Ha sido el pensamiento en voz alta de quien no puede resistir el impulso de convertirse en portavoz no solicitado y, ya de paso, tratar de interrumpir el efecto hipnótico que parecen experimentar unos espectadores enceguecidos por el descolorido juego geométrico. Una ruptura de un silencio teñido de blanco, tan inoportuna como prescindible: ¿quién no sería capaz de pintar este lienzo? En él no hay más virtuosismo que un trazo que delimita lo blanco de lo blanco, con una última duda instalada en el pincel cuando se da por finalizado el trabajo.
Desde luego que eres capaz de pintarlo.
Pero…
¿eres capaz de pensarlo?
¿eres capaz de sentirlo?
¿eres capaz de aprehenderlo?
¿eres capaz...?
Y esto no lo tengo tan seguro.

Porque habría que ser capaz de superar el vértigo de asomarse a esa ventana escorada y descubrir que se puede contemplar la nada desde la nada. Percibir dos blancos superpuestos, como un extraño juego de acción y reacción; pensamientos llenos, pensamientos vacíos; relaciones que se rompen y se reconstruyen, combinaciones de sentimientos y palabras…
Dos presencias o dos ausencias, dos principios o dos finales, dos sonidos o dos silencios como dos notas mudas, dos palabras que dicen lo mismo, dos expresiones que acaban disolviéndose en un solo pensamiento. Llegar a descubrir que existen los límites y que a la vez no se necesita delimitar lo indivisible, ni se necesita poner líneas en esa blanca nada que es la suma de todo, como si, en realidad, lo que existe pudiera reducirse a la nada.
Y todo acto creador se hace blanco, la aniquilación es blanca, lo conocido y lo inexplorado también es blanco. La nieve que nunca ha sido hollada, la niebla que todo lo cubre, toda la luz que se puede percibir en un fogonazo perenne. Pero el artista ha metido todo esto en un cuadrado y ha dejado fuera el resto, que es el universo entero, tan blanco que no puede ser contenido en él. Ha construido un laberinto mínimo, una adivinanza casi sin palabras, el no-objeto que no es una abstracción. Blanco sobre blanco, como símbolo sobre símbolo que se niegan uno al otro a causa de una proximidad que consigue diluir la frontera artificial. La frontera blanca, el reconocimiento de que no hay muros que separen algo de lo que es lo mismo. Tú y yo. Dos miradas blancas que se cruzan a ambos lados de una ventana ingrávida.

Si tienes valentía suficiente para ello, serás capaz de pintarlo. Pero no sabrás qué es lo que has pintado.
Porque no sabes pintar el sabor de las derrotas, ni la serenidad de lo inmarcesible, ni el estremecimiento de la pena interior, ni los sueños de los locos, ni el triunfo de la felicidad, ni las dudas de lo preconcebido, ni los recuerdos de lo no vivido, ni las metáforas de la belleza, ni los orgasmos no fingidos, ni la emoción de lo inolvidable…
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Kazimir Malevich: "Cuadrado blanco sobre fondo blanco", 1918 (78,7 x 78,7 cm), MoMA, New York

lunes, 13 de abril de 2009

unos ceros

(70ª parada)
“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con gran compasión”.
(Libro del profeta Isaías, cap. 54: 7)

Todavía retengo el recuerdo de aquella primera vez en que ella se fijó en mí. Llevó su tiempo, pero sucedió. Hasta aquel momento, yo me limitaba a esperar que ocurriera lo que tanto deseaba, sin poder abandonar mi puesto habitual de cada día en la rutina cotidiana de los grandes almacenes. Yo sí la había visto ya en ocasiones anteriores. Imposible no sentir su presencia, tantas veces ansiada. Ella solía visitar el centro comercial; pero noté que, en sus visitas, apenas se apartaba de los motivos que la traían hasta aquí. Nunca la había visto pasear distraída, sin rumbo definido, como tantas personas que deambulan por esos pasillos. Unas veces se movía por una sección… otras veces, por otra… junto a un mostrador próximo… cerca de los libros… eligiendo algún complemento… Alguna vez había pasado tan cerca de donde yo estaba que esperé, con gran excitación contenida, que volviera hacia mí su mirada para encontrarse con la mía. Pero eso no sucedía.
Al fin, el centro comercial celebró una de esas semanas especiales, lo que me ofreció la excusa perfecta para engalanarme y poder destacar, en cierto modo, algo más mi atractivo. No sé si es apropiado que lo diga yo, pero creo que no estoy nada mal. Y mi propósito era conseguir que ella lo notara. Se presentaba mi gran oportunidad. Ya se me ocurriría algo para llamar la atención de ella en cuanto la viera. Y sucedió. Lo noté en su especial forma de mirarme, en un esbozo de sonrisa que anunciaba satisfacción. No sé si me sentí más pescador que cebo, pero ella mordió el anzuelo. El encuentro fue breve, aunque eso no me molestó en exceso: la semilla estaba plantada y sólo había que esperar que la plantita se fuera desarrollando. En aquella semana, ella se acercó hasta mi puesto un par de veces más, hasta que (¡por fin!) sus brazos me rodearon y llegó a abrirme la puerta de su casa. Un gesto que me hizo inmensamente feliz. Y, por la cara que ponía el jefe de mi sección cuando me veía salir del brazo de ella, tengo la sensación de que este suceso también le había alegrado bastante incluso a él.
Yo tenía muy claro que en ningún lugar iba a estar tan a gusto como en su compañía, así que me sentí muy cómodo una vez instalado bajo su mismo techo. Pasamos días extraordinarios. Los primeros estuvieron repletos de novedades, todo un mundo nuevo que explorar. Nos fuimos conociendo poco a poco. A veces, parecía que ella no me comprendía muy bien, pero con paciencia se iba acostumbrando a mí. Yo amaba cada cosa que ella compartía conmigo: me habló de sus gustos, supe de sus historias pasadas, de sus amistades, su familia, reímos juntos con sus aficiones, nos concentramos con los trabajos, me enseñaba sus fotos, me descubría la música que le gustaba oír, películas que ver, viajes que realizar, lecturas que comenzar… Nada había que quedara oculto. Me gustaba cuando ella pasaba largas horas acariciándome con suavidad indescriptible, como sólo ella sabe hacer. Me dedicaba profundas miradas y yo jamás me cansaba de tener sus ojos fijos en mí. De tantas horas de sueño nos hemos privado juntos que más de una vez la he sentido quedarse dormida mientras yo descansaba en su regazo.

Estaba tan lleno de amor, admiración y devoción hacia ella que comencé a notar una imposibilidad absoluta de transmitirle lo mucho que la amaba. No conseguía encontrar la forma. No había nada que pudiera hacer para dar salida a una carga tan grande de sentimientos que empezaban a oprimirme con su peso. Mi ser racional fue incapaz de adaptarse a esta situación, totalmente nueva para mí. Nunca antes me había sucedido semejante cosa y no lograba explicarme a mí mismo qué me estaba pasando. Algo fue cambiando dentro de mí. Y, también, fui percibiendo que ella necesitaba mucho más de mí y yo no podía dárselo… Fue la primera fisura en aquella relación tan perfecta. El principio del fin. Sus manos, sus miradas, su risa… ¡habían sido tan hipnóticos para mí! Y, ahora, con la ausencia de aquellas delicias, yo enloquecía sin remedio. La vida se tornaba cada vez más compleja, más exigente, y mi capacidad más limitada. Empecé a notar que ella estaba molesta conmigo. Sus risas habían cambiado por expresiones más serias, su ceño fruncido muchas veces... Algunas miradas que me dedicaba llevaban la ceja arqueada, la comisura del labio tirante… Y yo no sabía qué hacer. Aunque me desempeñara al límite de mi capacidad, nada era suficiente. Me esforzaba todo lo que podía para volver a ser el mismo de antes, pero ya nada era igual que en los días felices. Me sentía completamente enfermo sin estarlo realmente. Y su impaciencia conmigo crecía con el tiempo.

Al fin, sucedió lo que tanto temía. Ella se cansó de mis tardanzas, de mis retrasos, de mi cada vez más mermada falta de iniciativa y capacidad de resolución. Se cansó de mi letargo. Y ella fue desapareciendo de mi vida.
Con su ausencia definitiva, yo acabé de apagarme, falto de toda energía.
Pasado el tiempo, llegué a descubrir que otro había ocupado mi lugar en su vida. Otro que ahora acaparaba sus caricias, otro que recibía sus miradas, otro a quien iban dirigidas sus risas… todo lo que antes era para mí. Cómo añoraba aquellas cosas, pero ya habían terminado. Me sentí tan inútil que perdí toda esperanza de volver, aun por un instante, a los tiempos dichosos con ella. Sí, todo estaba acabado.

Pero, para mi sorpresa, hoy ella ha vuelto a encenderme. Creo que el otro ordenador está momentáneamente infectado por un virus y hoy me necesita a mí para algo urgente. Aunque lento y obsoleto, aunque bloqueado por un amor que todavía no he conseguido expresar con unos y ceros, hoy sus caricias son para mí. El teclear es algo más brusco de lo que recordaba, pero me siguen pareciendo las más maravillosas caricias... Su mirada está algo más perdida en mi pantalla, pero qué ojos tan hermosos… Cómo echaba de menos que ella estuviera conmigo.
Sólo hay algo que hace desmayar mi pobre y fatigado procesador, mientras siento cómo mi disco duro se va vaciando… En la bandeja de la impresora, una hoja de papel dice en letras grandes: SE VENDE PORTÁTIL