sábado, 29 de octubre de 2011

flashes de la ciudad

(área de descanso nº 154)

Semáforo rojo.
El vehículo se va deteniendo y queda emparejado con otro, lado a lado, tras la línea blanca que delimita la intersección, igual que dos navíos que decidieran abordarse. Pero en lugar de cañonazos, se cruzan miradas.
Desde la ventanilla trasera contemplo a la mujer que, como en un espejo, aparece tras la ventanilla trasera del automóvil detenido a la izquierda. Ella me devuelve una mirada, pero es una mirada distinta a otras.
No escudriña la corteza, no escanea lo evidente, no es un repaso superficial.
Y frente a la frialdad de lo inmediato, esa mirada detiene el tiempo, se espacia en el instante para adentrarse bajo la piel y hacerse sentir cálida en el interior. Es una sonrisa con los ojos, un regalo inesperado entre el bullicio de la ciudad.
Semáforo verde.
Los motores se revolucionan de nuevo, preparándose para retomar la marcha por las calles. Ya nunca más volveré a ver a la mujer. Se perderá entre la muchedumbre de este hormiguero para siempre. Y, aun sabiendo que su recuerdo perdurará a lo largo de lo que resta de jornada como una fragancia suave, voy a cometer la estupidez de dejarla marchar sin hacer nada. Como siempre.

No. Esta vez no.

- Por favor, taxista: siga al taxi que está girando hacia esa calle...


miércoles, 26 de octubre de 2011

enemigos

(área de descanso nº 153)
"Elige bien a tus enemigos porque, tarde o temprano, acabarás pareciéndote a ellos".
(Jorge Luis Borges)

Uno de los piques más célebres del llamado Siglo de Oro de la literatura española fue el que enfrentó al madrileño Francisco de Quevedo con el cordobés Luis de Góngora: el peso pesado del conceptismo contra el peso pesado del culteranismo. Dicho de otro modo: paradojas y elipsis versus hipérbatos y ornamento en abundancia. Si tuviera que elegir bando, me quedaría con el de don Francisco. No despreciando algunas brillantes obras de Góngora, he de reconocer que el estilo ágil y agudo de Quevedo me resulta más agradable. Empero, esta batallita no se peleó solo con palabras.
Góngora tuvo dos ilustres enemigos literarios declarados: Lope de Vega y el ya nombrado Quevedo. Pero qué diferencia entre ambos. Por un lado, aunque Lope creía que la poesía debía ser de fácil comprensión para el lector y eso le llevaba a tomarle el pelo al retorcido poeta cordobés, también es cierto que admiraba a Góngora. "Canta, cisne andaluz, que el verde coro del Tajo escucha tu divino acento", llegó a escribir en referencia a su enemigo, a pesar de haber recibido de él piropos como este: "con tus versos cansas aun a Job". Por otro lado, la actitud de Quevedo era bien distinta. La lucha enconada no se limitó a darle palos con las letras (incluso denunciando sus orígenes de cristiano nuevo, le había dedicado esta perla: "Yo te untaré mis versos con tocino / porque no me los muerdas, Gongorilla"), sino que lo llevó a un terreno todavía más personal. Por ejemplo, con premeditada mala voluntad, Quevedo llegó a comprar la casa de Góngora en Madrid (a la muerte de Felipe III, el poeta cordobés se encontraba en graves dificultades por la caída de sus rentas y las enormes deudas de juego que había contraído) y don Luis, enfermo, se ve obligado a abandonarla. Y no se queda ahí la faena, sino que la compra de la casa fue comentada por el propio Quevedo con estos versos insultantes: "...Y págalo Quevedo / porque compró la casa en que vivías, / molde de hacer arpías; / y me ha certificado el pobre cojo / que de tu habitación quedó de modo / la casa y barrio todo, / hediendo a Polifemos estatíos, / coturnos tenebrosos y sombríos, / y con tufo tan vil de Soledades, / que para perfumarla / y desengongorarla / de vapores tan crasos, / quemó como pastillas Garcilasos: / pues era con tu vaho el aposento / sombra del sol y tósigo del viento". Pero no conforme con todo esto, todavía tuvo tiempo Quevedo de escribirle un epitafio, aunque Góngora aún no había muerto:
Este, que en negra tumba, rodeado / de luces yace muerto y condenado / vendió el alma y el cuerpo por dinero / y aún muerto es garitero... / La sotana traía / por sota, más que no por clerecía; / hombre en quien la limpieza fue tan poca / (no tocando a su cepa) / que nunca que yo sepa, / se le cayó la mierda de la boca. / Este a la jerigonza quitó el nombre, / pues después que escribió cíclopemente, / la llama jerigóngora la gente... / Fuese con Satanás culto y pelado: / ¡mirad si Satanás es desdichado!

Después de tales ensañamientos, uno se pregunta si merece la pena tener enemigos con los que comportarse como un auténtico canalla, capaz de las mezquindades más abyectas. Para sacar lo peor que hay en uno mismo y multiplicado, mejor dedicarse a otra cosa ...y que los enemigos se busquen la vida por su cuenta.
Cierto es que muchas veces no hay oportunidad de elegir a los enemigos (como sugiere Borges), sino que te vienen dados como por sorteo. Lo que sí se puede hacer es tunearlos. Y, después de un buen lavado de cara, la tarea de enfrentarlos resulta mucho menos dramática y de una facilidad asequible para el ánimo de los días corrientes.

Ejemplo de esto último puede ser la experiencia de Georges Remi, es decir, Hergé (que es como se leen las iniciales de su nombre en orden inverso: R. G.). Desde que leí algunas entrevistas al creador de Tintín y empecé a conocer más de su vida personal, me ha parecido que fue Hergé un espíritu atormentado por una larga historia de concurrencias... Los años adolescentes de boy-scout, la influencia del padre Norbert Wallez, la amistad de Tchang Tchong, la ocupación nazi de Bélgica, las sospechas de colaboracionismo, la lucha contra el espíritu de suficiencia burguesa y "belganista"... Tintín es el héroe que Hergé quizás deseó encarnar. Se inspira para dibujarlo en su hermano (menor que él y con quien apenas tuvo contacto) y lo pone en el mundo como un quijote enfrentado a molinos de viento. Sus enemigos son los enemigos de Hergé. Pero esta constante lucha en el barro, contra los mismos villanos en su horrible plenitud a lo largo de numerosas viñetas en un buen número de álbumes, se cobra su precio y termina por explotar en un momento determinado. Hergé atraviesa una verdadera crisis personal, llena de sueños blancos, como si fuera una nostalgia de la pureza. Comienza a dibujar Tintín en el Tíbet (blanquísimo de tanta nieve, a la vez que un canto a la amistad de su amigo Tchang) con muchos problemas. El mismo Hergé relata que tuvo que acudir al médico suizo Ricklin, discípulo de C. G. Jung, quien le aseguró que no le sería posible terminar su trabajo. "Usted debe exorcizar sus demonios, sus demonios blancos", le había dicho Ricklin. Y la forma que encontró Hergé para lograrlo fue comportarse como el boy-scout que había sido y llegar hasta el final de la crisis con mucho esfuerzo. Después de esto, se entrega a un álbum de tranquilidad, Las joyas de la Castafiore, para luego lanzarse a la liquidación definitiva de sus enemigos. En Vuelo 714 para Sidney, queda reflejada esta "toma de conciencia". En el curso del relato, los temibles villanos Rastapopoulos y Allan Thompson, quienes personificaron todos los males del universo de Hergé, quedan retratados como poco más que unos pobres diablos. De tan grotescos, dejaron de impresionar al autor. Los "malos" habían sido desmitificados. En definitiva, resultan ridículos, lastimosos, apabullados sin piedad. Y una vez desenmascarados, los "terribles" parecen algo más simpáticos: son unos piratas, pero unos pobres piratas.
Un necesario ajuste de cuentas para gozar de paz interior. La forma de sacudirse el barro de los zapatos después de un transitar tan penoso.

Enemigos. Ahí estarán: porque ellos decidieron serlo, porque no soy capaz de asumir cuán parecidos somos en realidad y los considero una amenaza... Por cualquiera de estos o de otros motivos, pero ahí están.
Ahora queda atreverme a fumar con ellos la pipa de la paz, como en ESTE VÍDEO de Paul McCartney.
O dejar claro que tendré como enemigo a quien decida tenerme como enemigo a mí (tal y como lo cantan The Waterboys).


Mira, mira: en plan "me estás buscando ...y me vas a encontrar" xD

sábado, 22 de octubre de 2011

sublimando el evento

(sucedió en una fiesta ...es decir: ¿sucedió en una fiesta?)

Estás de copas con los amigos en el bar y alguien te lanza la pregunta: "Bueno, y entonces, ¿qué hiciste anoche?". Y ahí es donde se presenta la oportunidad de reescribir la historia. Nada de quedarse con el regusto a fracaso si tienes ocasión de darle la vuelta al relato. A fin de cuentas, es la ventaja de poder contarles las cosas a personas que no han sido testigos presenciales de lo ocurrido.
- Uy -les digo-, os puedo asegurar que ha sido una gran noche. Lo que pasó fue que...

No me invitó, pero yo fui.
Posiblemente, la única verdad en toda la historia. Me enteré por varios amigos en común, que mi ex había organizado una fiestecilla para esa noche, algo informal, así que decidí presentarme allí para incordiar un poco. Por pura tontería, para hacerle ver que sus amigos también siguen siendo mis amigos.
Quizás algún día madure y me deje de estas batallitas estúpidas...
Tras la esquina esperé el momento
en que no me miren y meterme dentro.
Es una manera muy "fantasma" de decirlo. En cuanto llamé a la puerta, salió mi ex y me preguntó: "¿Se puede saber qué haces tú aquí? Ya te estás largando".
Y, dicho eso y sin esperar respuesta por mi parte, me cerró la puerta en las narices. 
Era mi oportunidad,
unos entran, otros van saliendo
y entre el barullo yo me cuelo dentro.
Lo dicho: cuando volví a llamar un minuto más tarde, parece ser que ella estaba ocupada sacando algo del microondas, porque me abrió la puerta un invitado (un compañero de mi trabajo), así que con esa excusa me acabé infiltrando.

Allí me colé y en tu fiesta me planté.
La fiesta tenía pinta de muermazo, por cierto.
Coca-cola para todos y algo de comer,
El alcohol había desaparecido rápidamente.
Había unos canapés que no estaban nada mal, eso sí.
mucha niña mona pero ninguna sola,
Eran en total seis mujeres (incluida mi ex, que seguía en la cocina) y se acompañaban mutuamente, como si fueran una manada de gacelas acosadas por siete leones hambrientos...
luces de colores, lo pasaré bien.
Apenas unas velas aromáticas eran toda la decoración festiva que allí había.
Pero si les digo esto a mis compañeros de birras, no encuentro manera de que la historia parezca interesante antes de llegar al clímax. La perspectiva no era muy halagüeña...

Yo me preguntaba: ¿Quién me la puede presentar?
Yo me preguntaba: ¿Qué es lo que le voy a contar?
...pero cambió cuando aparece la séptima mujer trayendo una bandeja de la cocina con más comida. Y a esta no la conocía de nada. ¡Y cómo estaba la tía! ¡Uf!

La vi pasar y me escondí.
Me escondí cuando vi que mi ex también aparecía en escena, detrás de ella. Afortunadamente, aún no me había visto a mí. Comenzó a atender a unos invitados.
Con su traje transparente
iba provocando a la gente.
El vestido que llevaba era muy mono, cierto, pero no estaba yo por la labor de fijarme en eso.
Transparente no era, pero yo ya la había desnudado con la vista. Así que como si lo fuera.
Ella me vio y se acercó,
La chica ya se había percatado de mi babeante presencia. Por la cara que trae, diría que pueden empezar a sonar todas las alarmas.
el flechazo fue instantáneo
Más que "flechazo", fue como si me atizara con un bate de béisbol, ¡qué corte!
Pero les estoy notando esa mezcla de envidia y admiración en los ojos a mis amiguetes y para eso se cuentan estas historias entre amigos: para matarlos de envidia.
y cayó entre mis brazos.
Esto voy a tener que explicarlo mejor, porque tiene miga...

Allí me colé y en tu fiesta me planté
Coca-cola para todos y algo de comer
mucha niña mona pero ninguna sola
luces de colores, lo pasaré bien

Yo me preguntaba: ¿Quién me la pued...
Sí, blablablá... Todo esto es una repetición que queda muy bien, pero es para evitar contar el verdadero final, porque esto acabó como el rosario de la aurora...
Resulta que noto unos golpes en el hombro, me vuelvo y es mi ex con cara de pocos amigos. Con la impresión, doy un paso atrás y soy yo el que acaba en brazos de la tía buena, que se deshace de mí dándome un empujón. De rebote, arrollo a mi ex, que casi termina sentada en otra bandeja de comida, la mesa cede un poco, ella cae, la bandeja se vuelca y la cubre de pinchitos, croquetas, empanadillas y de la bebida de algunas copas...
Le echo una mano para levantarse. Cuando se incorpora, me larga un tortazo (y con razón) que se escuchó más que la música de fondo, aunque coincidiera con un golpe de percusión...
En fin, que creo que es el momento oportuno de despedirme y la próxima vez que tenga otra de "mis brillantes ideas", mejor me quedo en casa hasta que se me olvide.

Y los imbéciles de mis amigos, mientras tanto, haciéndome la ola.
¡Qué majos que son!


Así quedó la versión definitiva del evento sublimado:

jueves, 20 de octubre de 2011

vapor y raíles

(área de descanso nº 152)

Estaba hoy escribiendo esto y, antes de publicar, me he encontrado con esto otro. Una impresionante coincidencia. Lo digo porque ayer mismo cavilaba para mis adentros acerca de la muerte (o, al menos, lenta agonía) de los blogs...
¡Cómo nos hemos vuelto! La vorágine de noticias y sucesos nos envuelve, y nadie quiere quedarse con la sensación de haber malgastado ni un segundo, invertido en el lugar equivocado, en el momento equivocado. A fin de cuentas, demasiadas prisas... Si escribes cuatro párrafos en un post, alguien se va a desesperar y desistirá de la lectura: ¡demasiadas palabras!
Recuerdo algo parecido en el film Amadeus, dicho por el personaje que encarnaba al director de la Ópera Nacional, conde Orsini-Rosenberg, refiriéndose a la música de Mozart: ¡demasiadas notas!
Es posible que muchas de estas impaciencias hayan acabado por engrosar las filas del twitter y otras redes similares, más escuetas, tipo microblogs. El análisis de la vida en 140 caracteres, todo un mundo de arrobas y armaduras, un piar incesante, cacofonías de gorjeos... También es cierto que son medios distintos, con pretensiones y alcances distintos y, por tanto, no comparables. Es más, celebro que haya más plataformas de comunicación, no menos. Pero ahora seguiré hablando (es decir, escribiendo) acerca de los blogs, aunque tenga que dar un rodeo y aunque alguien se me desespere...

Cuando tienes un gato en casa (especialmente si es de pelo largo), suceden dos cosas. Una, cuando tienes que limpiar con una frecuencia exagerada montones de pelo de gato de todos los rincones de la vivienda (sobre todo, si te visita algún familiar que sea alérgico al pelo de gato) y entonces piensas que por qué se te ocurrió adoptar al animalito en casa. Otra, cuando escuchas el sonido más relajante del mundo, que es el de tu mascota ronroneando plácidamente en tu regazo, o cuando juegas con él, lo acaricias, lo cepillas, sientes su compañía... y entonces piensas en qué feliz idea fue adoptar a ese adorable bichiño en casa.
Los sentimientos nos zarandean de un lado a otro y es fácil que seamos manipulados por ellos. Los publicistas, por ejemplo, lo saben muy bien. Sin embargo, junto a este baile de sentimientos se mantienen constantes ("constantes" en cada etapa de la vida, aunque por supuesto en evolución de unas etapas a otras) los principios, la razón de ser, que definen quiénes somos. Y tenemos libertad para hacer caso a los sentimientos o a los principios en cada momento, y actuar en consecuencia.
Creo que con los blogs (con este y con ih8mondays, un poco de difusión para el hermano pequeño) me pasa lo mismo. Luchan sentimientos y principios para mantener estas bitácoras abiertas o para cerrarlas definitivamente. Hay días en que un arrebato me puede llevar a desear terminar con este viaje: muchos compañeros han ido abandonando, quedan pocas cosas que decir, es una ocupación que ya no me gratifica como antes... Pero su razón de ser sigue intacta en esta etapa y pienso que, en realidad, el abandono de los compañeros no debe afectar mi trayectoria hasta el punto de imitarlos, que siempre habrá cosas que decir y no callar, que la gratificación permanece ahí cuando sigo ejercitando mi creatividad, mi capacidad de expresión, mis ganas de soñar...

Hay días en que el blog me parece como un tren. En ocasiones, la locomotora avanza solitaria, sin vagones. Otras veces, es un largo convoy de locomotora y vagones acompañando. Los vagones nunca empujan, solo van enganchados, quien pone la fuerza motriz es la máquina.
Y sí, hay días en que la razón de ser de este blog camina solitaria, pero sigue avanzando. Y otros días puede arrastrar una multitud de sentimientos que hacen más interesante y ameno el viaje.
Un viaje que seguirá. Seguirá mientras quede vapor manando de la caldera y raíles por los que transitar.


Muchísimas gracias por tu afectuosa mención, amiga Jo.
Con este gesto, logras hoy que unos preciosos vagones de sentimientos más se hayan enganchado detrás de la locomotora ;)

jueves, 13 de octubre de 2011

fragilidad

(detención por avería)
- Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-: vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
- Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. (...)
- Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
- ¿Cómo?
- Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
- ¿Os burláis?
(...)
- Os aseguro que en los quince días con que contáis no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
- ¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
- Todos os comunicarán su inercia.
···················(Mariano José de Larra, "Vuelva usted mañana")

Quizás no se me ocurre mejor palabra para describir la vida en las ciudades. Fragilidad. Algo parecido a lo que les pasa a los diamantes: son extraordinariamente duros, pero un golpe mal dado pone a prueba la enorme fragilidad de su estructura cristalina. ¿Qué decir de las ciudades? Hacinados cientos de miles de personas (o incluso varios millones, en grandes conurbaciones o megalópolis), quedan todas ellas a merced de cualquier golpe en sus estructuras menos perceptibles: las instalaciones, suministros y comunicaciones.
Leía hace poco que la capital de Yemen (Saná, que supera ampliamente el millón y medio de habitantes) estaba en serio riesgo de desabastecimiento de agua por un descenso alarmante en los freáticos. Bueno, ¿y qué sucederá con esos casi dos millones de seres humanos? Es un grave problema de logística. Ya no se trata de llevar agua con camiones-cisterna a un poblado de cien personas, sino que el problema se multiplica casi 20.000 veces. Y, además, la proliferación de epidemias podría ser devastadora.
Sí, hemos avanzado mucho en desarrollo tecnológico y científico. Pero nuestras necesidades básicas (alimento, agua, sanidad, seguridad...) siguen siendo las mismas y hemos confiado su resolución a un cuello de botella. Yo lo estoy viviendo a escala estos días. Una tubería del edificio ha tenido el capricho de permitir que se le escape el agua, así que ha habido que cerrar las válvulas de paso hasta las viviendas para evitar una inundación. Otra cosa es que nos diéramos con fruición a la práctica del piragüismo doméstico, pero creo que no va a ser así. Lo cierto es que se hace extrañísimo vivir en un piso sin agua corriente. Esto, que sería lo más normal del mundo hace bastantes décadas, ahora parece algo de locos. Solo me queda imaginar qué pasaría si tampoco tuviéramos electricidad. Un piso se convertiría en un calabozo de otros tiempos. Añadamos que los supermercados estuvieran desabastecidos. Y, para colmo, que esta situación la padecieran decenas de miles de personas al mismo tiempo.
El progreso pende de finos hilos, ¿no es cierto? Si se cortan unos cuantos, volvemos de cabeza a una especie de edad de piedra en el siglo XXI.

Admito que algún lector me diga: "Haaaaaaala, raindrop, qué exageraaaaaado". Bien, pues le propongo un reto: tres o cuatro días sin agua ni electricidad en casa. Y sin hacer trampa. Puedo asegurar que los segundos duran horas esperando una solución y que, en principio, cualquier inconveniente de fácil resolución es mucho más complicado de lo que parece. Luego, claro, si no quedara más remedio, nos asilvestraríamos un poco y nos dejaríamos de remilgos. Pero una situación mantenida así indefinidamente nos lleva de vuelta a las cavernas.

Otra cosa sorprendente que estoy descubriendo es que el bueno de Larra tenía más razón que un santo. Si la pereza hace que (por pura economía de medios) nos acostumbremos a las comodidades sin saber ya hacer fuego frotando dos palitos o sacando agua de debajo de las piedras si fuera preciso, también es cierto que la pereza nacional consigue dilatar la resolución de los problemas hasta cotas inexplicables. Ventaja: no habrá gente con tanta paciencia como los habitantes de la piel de toro. Inconveniente: como no aprendas paciencia, te pueden venir unos peligrosos instintos asesinos que para qué voy a contar.

Cuando se digne a aparecer por el edificio el fontanero del seguro, me le voy a lanzar a la yugular sin mediar palabra. Ya verás.


domingo, 9 de octubre de 2011

nívea ensoñación

(área de descanso nº 151)

El aliento de nuestras bocas traza nubes fantasmales, mientras el pensamiento se diluye en ese hálito de nieve.
Sumergidos en pálidas nieblas, tú invocas el susurro de un viento frío y lúgubre que, severo, azota nuestros rostros,
y cuyos lastimeros presagios se entremezclan con el crujido del manto de nieve hollado por tus blancos pies desnudos.
Esta desvaída atmósfera, esencia de vías lácteas, aclara la tiniebla vistiéndola del esplendor que también nos envuelve.
Vas trenzando con esmero hebras de colores del éter para formar el albo tapiz de tu figura, inundada de suave luz,
de modo que apenas en iris y labios destaca un tenue pigmento, anunciando vetas de calidez en tu semblante.
Todo se desdibuja, como un desmayo fundido en blanco, como si el abismo se ataviara de blanca oscuridad.
Mis ojos consiguen acostumbrarse, poco a poco, a este espacio de infinita claridad creado por ti.
Me invade un sueño gélido, toda mi piel aterida, todos mis sentidos prestos a hibernar,
y mi único refugio es entregarme al candor de tu abrazo,
sucumbir a la nívea ensoñación.


martes, 4 de octubre de 2011

máquina del tiempo

(área de descanso nº 150)

Contemplo a los ancianos por la calle, caminando, sentados en un banco, esperando turno en cualquier ventanilla, en el mercado... y aprecio en sus rostros un gesto de seriedad natural. Quizás es que la incansable fuerza de la gravedad haya querido esculpir una mueca severa entre las arrugas del tiempo, quizás es porque sus semblantes desapuntalados encuentran descanso en esa áspera expresión que no les exige esfuerzo. ¿Es la seriedad a lo que estamos abocados en los años postreros de la vida? No lo sé.
Sin embargo, cuando una sonrisa emerge entre surcos que ya no conocen de formalismos ni de diplomacias, en medio de grietas que no se van a tomar el esfuerzo de fingir sentimientos que no existen, en ese momento sabes que el regocijo es auténtico. Y no encuentro nada más auténtico que cuando reflejan los destellos de júbilo de sus nietos. Ese centelleo es el testigo que se pasa la vida en su interminable carrera de relevos.

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Decía un joven:
- Los jóvenes esquivamos a la muerte en las guerras entre balas danzarinas, malgastamos nuestra vida en noches de insomnio y borrachera, despreciamos el peligro y arriesgamos lo que somos llevando al límite nuestros cuerpos y mentes.
Decía un anciano:
- Los ancianos esquivamos a la muerte en los hospitales entre arriesgadas cirugías, rescatamos trozos de vida entre medicamentos, píldoras e inyecciones, esperamos lo que está próximo con la serenidad de quien conoce el destino.
Vale, como sea. Pero tanto el joven como el anciano saben (por sentidos opuestos) que la vida no se puede ahorrar en este momento para poder vivirla más tarde, en un futuro del que se ignora su existencia.

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Un día, el hombre preocupado se marchó de su lugar. Los problemas crecían en su ciudad gris y cada vez necesitaba más y más huir de ese entorno opresor. Se escapó buscando lugares más agradables. Dejó atrás su presente y se adentró en parajes que le recordaban más a un idílico pasado que posiblemente nunca había vivido. Y allí quiso construir su futuro.
Al fin, llegó a un sitio que le cautivó. La hierba era más brillante, el sol lucía con otro color, la gente irradiaba alegría. La vida parecía mucho más sencilla, más satisfactoria.
Pasado el tiempo, el hombre preocupado descubrió que la hierba no era tan brillante, ni el color del sol era distinto al habitual, ni la gente era tan feliz. Al contrario, los problemas eran los mismos que en su gris ciudad.
El hombre preocupado sigue llevando su gris ciudad debajo de la piel. Y en cada nuevo destino, la ciudad gris vuelve a colonizar una etapa más de su peregrinaje sin sentido.

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Propuesta para viajar a un espacio-tiempo ya conocido:
········ ventajas - accesibilidad al alcance de cualquiera, escaso requerimiento tecnológico, coste irrelevante
········ inconvenientes - imposibilidad de alteración del tejido espacio-temporal, destino impredecible
procedimiento - estimulación sensorial, concentración mental

Anoche, cerraba los ojos y en completa calma escuché el murmullo del viento entre los árboles. Me di cuenta de que era el mismo sonido que ya había escuchado en otros lugares y en otros tiempos. Y hacia ellos me dirigí.
En la mañana, cerré los ojos y tranquilamente dejé que las fragancias del aire me transportaran a un lugar de la memoria evocado por idénticos aromas. Y pude revivir la intensidad de otros instantes sumergidos en las mismas esencias.
A veces, pareciera que la vida se va quedando a medio vivir por el camino... pero, sin necesidad de manipular neutrinos, ella misma nos reclama para retomar las experiencias que quedaron ancladas en la memoria por los anzuelos de los sentidos.