lunes, 30 de marzo de 2009

omnipresente "publi-acidez"

(69ª parada)
“A algunos que dudan, convencedlos”.

(Epístola del apóstol Judas, 22)

No recuerdo cómo, pero se me instaló en la mente un juego de palabras que Mafalda lanzaba junto al televisor y que publiqué <aquí> (por cierto, creo que a estas alturas ya le debo una pasta gansa a Quino en concepto de derechos de autor… :P): “¿…y cuando la sociedad de consumo llegue a la saciedad de consumo?”. Me respondían en un comentario en el mismo post que la sociedad de consumo nunca puede ser saciada. Es posible que ésa sea la razón por la que los contenidos publicitarios se hayan multiplicado por infinito hasta taponar cada poro de nuestro ser con un sentimiento de saciedad-de-incitación-al-consumo. En los canales de televisión creo que aún queda algo de programación entre los anuncios, y ya existen canales dedicados en exclusiva a contenidos publicitarios (¿para qué mancharlos de programación?). Es difícil hacer un click en la cosa esta que llaman internet sin que aparezca repentinamente (y sin ser requerida) una ventana con un adquiera, compre, pruebe, visite, consiga, regístrese, suscríbase... todo en letras muy gordas y en globos de cómic que parecen los de una explosión. ¡Bufff, qué cansinos!
En ocasiones, y ya renunciando a toda posibilidad de resistencia ante tamaño asedio constante, me da incluso por analizar con cierta dosis de humor los absurdos y facilones contenidos de tanto eslogan invasivo. Vaya por delante que para nada soy ni mínimamente experto en estas cuestiones de publicidad, pero me queda la sensación de que todo este montaje parece basarse (además de en la insistencia machacona) en la exageración y el engaño indisimulados. Quizás sea la clave para que el público trague con relativa facilidad lo que no colaría si la dimensión de la deformación fuera más ajustada a la realidad. Es otra vertiente de la Hollywood-fascination. En los anuncios (de radio, prensa, vallas, televisión... ¡ah, la publicidad audiovisual!) todo debe ser perfecto. Y éste es el gancho para vender: presentar como “normal” lo “excepcional”. Pero, ¿tan hastiados parecemos de nuestra sencilla forma de vivir que estaríamos dispuestos a cambiarla por otra tan guapa por fuera como vacía por dentro?

Un recurso bien explotado por los publicistas es el de la ignorancia del público y (mejor aún) el de la aversión de la gente a reconocer esa ignorancia. No faltan anuncios donde aparece Perico el de los palotes o Perica la de los palotes (toda una autoridad, ¡vamos!) dando alucinantes clases magistrales de bioquímica, por ejemplo. Quizás me quedé retrasado en estos temas, pero que alguien me explique ¿qué carajo es (por citar un par) la co-enzima q-10 o el ácido hialurónico? Nombras estos palabros en un anuncio y parece la repera. Sin embargo, me da que pertenecen más a la mitología cosmética que a una realidad bien probada. Y casi nadie que use palabrejas de este tipo querrá reconocer que no tiene ni idea de qué está hablando. Además, existe una fórmula mágica (en un par de palabras) que, introducida en la propaganda de turno, tiene un efecto demoledoramente convincente: “Estudios demuestran...”. Lo que no se dice nunca es quién financia esos estudios tan demostrativos. Así, tenemos que empresas cerveceras pagan a laboratorios para que estudien y divulguen las bondades del consumo de cerveza, consorcios cárnicos lograrán que nos enteremos de lo sanísimo que es comer hamburguesas, y así hasta el infinito (y más allá). Por eso, no será raro encontrarse a un ama-de-casa+agente-comercial (que no deja de ser una actriz) sentada al aire libre en un sofá de diseño situado a la orilla de un estanque-lámina-de-agua (también muy fisno y de mucho diseño... ¡por favor, qué derroche de naturalidad!) contándonos que tal yogur rico en no-sé-cuantófilus y omegas-jota le sienta como gloria bendita, con el estrés de esta vida moderna, y que también se lo da a sus ninios para que rindan más en el cole. Por cierto, ese bendito yogur viene a ser más de lo mismo de lo que se puede comprar en cualquier sitio pero con otra marca, eso sí, a un precio muchísimo más caro. En otros anuncios puedes ver a auténticas sílfides cenando a base de carbohidratos. ¡Jopé, todo lo que me enseñaron los dietistas a la porra! A no ser que lo que pretendan esas estilizadas señoritas sea ganar algo de peso, de tan delgadas que están. Pero, claro, los cereales de marras tendrán oligoenzima-L-carnitínico-pancreática (o vaya-usté-a-saber-qué) y, entonces, aquí paz y después gloria.
¡Pero qué fácil es aborregar a las masas con cuatro o cinco términos (pseudo-) científicos que nadie entienda! Hemos conseguido hacer con la ciencia lo mismo que en la Edad Media se hacía con la religión.
Ni qué decir de aquella compañía de automóviles que nos aseguraba que los vehículos de su marca eran los únicos con ziritione. Ahí queda eso. Hasta con un poco de humor se le puede tomar el pelo al potencial cliente.

Algo que no entiendo es la manía de hacernos creer que lo que nos vendieron hasta ahora es una porquería. Resulta que la empresa de turno de productos de limpieza que hasta hace nada nos vendía un detergente que dejaba todo como los chorros del oro, ahora nos anuncia su producto mejorado que demuestra lo poco que limpiaba el anterior (…con lo que brillaban los suelos, ¡y sólo era un espejismo!). Es posible que se hayan planteado llegar a la hiper-mega-asepsia. ¿Cómo ha llegado a sobrevivir la humanidad entre tantos gérmenes? Y lo mismo pasa, por ejemplo, con las cuchillas de afeitar. Propongo que, a partir de ahora, la fecha de nacimiento para los varones no haga referencia al año del alumbramiento sino al número de hojas que llevaba instaladas la cuchilla de afeitar en el momento de su primer afeitado. Ahora vamos por la cinco, creo. Yo nací en el salto de una a dos. Y decían que la primera afeitaba y la segunda apuraba. Pues, entonces, la quinta de ahora debe de rascar directamente la calavera, de tanto apurar. Si éramos capaces de afeitarnos con aquellas cuchillas de doble hoja ¿a cuento de qué meterle tres más? ¿Es que sobra acero en el planeta? Y como siga creciendo el número de hojas, no va a haber cara tan grande como para apoyar la cuchilla en ella.

Siempre funcionará la táctica del “púdrase de envidia porque su vecino ya disfruta de algo que parece que usted no puede permitirse”. ¡Pardiez! ¿Voy a consentir que la gente que me rodea piense que no soy capaz de gastarme un pastón en algo que no necesito? ¡¡De ninguna manera!! Sí, ya sé que suena absurdo, pero es una táctica que da buenos resultados. Los seres humanos somos animales políticos y no soportamos ser excluidos de una comunidad a la que hemos creído haber alcanzado el derecho a pertenecer colocando nuestras posesiones materiales, nuestra forma de pensar, nuestras creencias, nuestro comportamiento, en el altar-escaparate de lo convencional. Defendemos con furia el individualismo (quizás porque todos lo hacen), para poder ser ‘exclusivos’ (es decir, como todos) y comportarnos a nuestra manera (que es la misma de todos). Vivimos en un mutuo-marcaje constante. Y es raro aquél que realmente se sale de la formación por donde desfila esa muchedumbre que se cree dueña de sus pensamientos, actos y destino. Esto último, otro de los logros de la publicidad.
Y, hablando de animales políticos y política, ya me gustaría que en la propaganda política se hiciera constar esa recurrente coletilla publicitaria: “Y si usted no queda satisfecho, le devolvemos su dinero”. Pero nada. Todo lo más, te dan la oportunidad de que otras siglas te vuelvan a dejar insatisfecho después de las próximas elecciones.

Ahora que ya han pasado unos meses, no me resisto tampoco a comentar lo engañoso e inútil de una publicidad como la de los llamados (supongo que mal llamados) buses ateos. Y tendré que justificar el empleo de ambas palabras: engañoso e inútil.
En primer lugar, como decían Les Luthiers en El Sendero de Warren Sánchez, "analicemos la frase":

probablemente. Aquí está la parte engañosa. Se ha utilizado mal esta palabra, aunque supongo que no por descuido, sino con toda la intención. Quizás el público no distinga entre “probablemente” y “posiblemente”, pero el matiz está claro (ya lo meto en negrita):
....probable (adj.)
..........1. verosímil, o que se funda en razón prudente.
..........2. que se puede probar.
..........3. dicho de una cosa: que hay buenas razones para creer que se verificará o sucederá.
....posible (adj.)
..........1. que puede ser o suceder.
..........2. que se puede ejecutar.
La existencia o no existencia de Dios no se puede catalogar como probable por la sencilla razón de que no se puede probar. Ni lo uno ni lo otro. Al menos de momento, es algo que queda fuera de nuestro alcance. Así que hay que dejarlo en posible, no en probable. Decir que se puede probar la no existencia de Dios es un acto de arrogancia, puesto que, entonces, ¿dónde están las pruebas? Nunca se han presentado pruebas de tal afirmación. Y decir que se puede probar la existencia de Dios sería incurrir en la misma arrogancia por igual motivo.

dios. peroperopero... ¿qué “Dios”? ¿Zeus, Vishnú, Alláh, Kronos, Quetzalcóatl, el Sol, la Luna, Yahweh, Osiris, la Razón, Izanagi, Gea, Maradona, Guan Yin...? Si por algo se ha caracterizado el género humano es por divinizar todo lo divinizable. Habría que precisar algo más, teniendo un panteón tan nutrido.

deja de preocuparte y disfruta la vida. Supongo que es la parte inútil. No inútil en la medida en que la publicidad también pretende crear estados de opinión en que ciertas formas de pensar se consideren más válidas o preferibles que otras que se pretenden dejar en desuso (o desactualizadas). Pero sí inútil en un sentido más inmediato. Me explico:
...- Si el anuncio va dirigido a ateos, es inútil que se les diga que no se preocupen de la no existencia de Dios (supongo que ya lo hacen, por eso son ateos) y que disfruten de la vida. En la medida en que nos lo permite la situación actual, que cada uno disfrute como pueda y quiera. Ahora bien, si se trata de falsos ateos, no creo que esta palmadita en la espalda los vaya a tranquilizar en exceso, porque ¿y si Dios existiera, eh?
...- Si el anuncio va dirigido a creyentes, es absurdo decirles que dejen de preocuparse, porque para ello deberían haber empezado a considerar preocupante la existencia de Dios, algo incoherente para un creyente. Sin embargo, la no existencia de Dios sí sería un motivo de preocupación para ellos. Si un creyente asume que Dios es como un padre que le cuida y le protege, decirle que Dios no existe es como decirle que está huérfano. Pues nada, me presento en un orfanato y digo: Está probado que no tenéis padre, así que tranquilos: dejad de preocuparos y a disfrutar de la vida. Suena un tanto extraño, ¿no?
Es cierto que hay “creyentes” que han dado la sensación de vivir preocupados por la existencia de Dios. Sinceramente, los considero falsos creyentes (igual que puedan existir falsos ateos). Han sido quienes han podido transmitir a otras personas su propia idea de un Dios que se goza en la destrucción, los castigos, el ensañamiento, las prohibiciones, el servilismo y no sé cuántas cosas más por el estilo. Un Dios que sí es como para estar preocupado. Bien, están en su derecho. Cada cual está en el derecho de creer personalmente lo que prefiera sin que los demás tengan que leerle la cartilla. Pero es importante que cada uno considere en privado hacia dónde le llevan sus propias creencias. Hay realidades ineludibles ("probadas") que no queda más remedio que aceptar (o, mejor, que es conveniente aceptar), pero no tiene sentido elegir creer en lo que nos hace desgraciados o infelices, sea en la línea que sea: creer o no creer en esto o en aquello, consumir o no consumir esto o aquello, pensar o no pensar en esto o en aquello.
A pesar de todo, seguirá siendo un derecho inalienable, aunque (como ya nos tiene acostumbrados) la aplastante maquinaria de la publicidad no se dé por enterada.
En fin... no sé... que es lunes y me apetecía reírme de mi sombra ;P

Las viñetas han sido tomadas de Obélix y Compañía (de Goscinny y Uderzo).

miércoles, 18 de marzo de 2009

involución

(68ª parada)
“Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”.
(Epístola del apóstol Pablo a los Filipenses, cap. 4: 12)

Hay palabras que, dada la particular cosmovisión que se ha ido imponiendo en nuestra sociedad, no gozan de la mayor de nuestras simpatías. Es más, aun diría que son unas auténticas proscritas o que llegan a producir algún tipo de alergia emocional. Una de esas palabras está en el título. El pensamiento neodarwinista la ha convertido en una intrusa de la lengua. Otra palabra con matices similares sería arrepentimiento (es difícil encontrar hoy en día a alguien que diga: “me arrepiento de tal cosa”… lo normal es escuchar: “no me arrepiento de nada”) y que también está siendo desterrada por esa aversión a todo lo que suene a espiritual que se ha ido desarrollando con la previsibilidad y precisión de los movimientos pendulares. Y qué decir de otras palabras como regresión, retroceso y algunas más por el estilo... Es curioso, pero si yo dijera (simplemente) “volver”, esta palabra no produciría prácticamente ningún tipo de reacción. Ahora bien, “involución” o “arrepentimiento” no dejarían en ese estado de neutralidad a casi nadie. Y, sin embargo, el significado es casi el mismo: Involucionar, referido a un proceso biológico, político, cultural, económico, etc., significa retroceder, volver atrás. Y arrepentimiento es una palabra que tiene su correspondencia en la griega metanoia (algo más que un simple cambio de opinión o de forma de pensar), cuyo significado literal denota una situación en que, a lo largo de un trayecto, ha tenido que volverse del camino errado en el que se transitaba para tomar otra dirección correcta.

Bueno, y todo esto ¿a qué viene?

Simplemente, me encontraba ordenando mis libros, pasándolos de un sitio a otro (de la mesilla a las estanterías, de unas estanterías a otras…) y tuve la agradable sorpresa de reencontrarme con La metamorfosis de Franz Kafka. Tengo muy buen recuerdo de ese pequeño libro. Tan pequeño (en extensión) que me viene a la memoria haberlo leído completo por primera vez en las escasas tres horas del trayecto en tren de Coruña a Vigo (sí, en el regional que hace un montón de paradas). Es un libro que me gusta mucho aunque no he vuelto a leerlo con asiduidad como me sucede con otros libros que también me tienen enamorado. De él me queda, más bien, la idea interiorizada de que, en ocasiones, la mejor forma de avanzar es dando un paso hacia atrás. Es cierto que cada cual puede sacar su particular interpretación de la extraña historia que sucede con Gregor Samsa. Sin ir más lejos, buscando en la socorrida wikipedia, encontré esta frase: La metamorfosis es un relato abierto a múltiples interpretaciones, de hecho, en su libro The Commentator's Despair (La desesperación del comentarista) Stanley Corngold da cuenta de más de 159 interpretaciones. ¡Uf, casi nada! ¡Más de una por página impresa!
Y, como se dice tantas veces: la primera impresión es la que cuenta, lo que sí puedo decir es que, cuando cerré el libro después de esas pocas horas de lectura, tuve la sensación de que Kafka estaba delineando con una precisión admirable la estupidez del género humano cuando se resiste a avanzar dando un paso atrás. Lo que nos gusta complicarnos la existencia… Trataré de explicarme.
Antes de nada, si alguien no ha leído el libro y prefiere sacar sus propias conclusiones sin sentirse mediatizado por las ajenas, le recomiendo que se salte este post y, de momento, espere al siguiente. O, mejor, que lea el libro (que se lee rapidito) y genere sus ideas personales antes de volver aquí.
Siguiendo con La metamorfosis: No saco demasiadas conclusiones de un Samsa convertido en insecto y todas las cosas que le suceden (me parece anecdótico), excepto el hecho de que Kafka expresa cómo alguien puede sentirse oprimido y alienado por otras personas que ni agradecen ni aprecian ni se aprovechan realmente de su entrega voluntaria en vida. Pero es muy curioso ver todos los cambios que se producen en esa familia tras la muerte del insecto Gregor Samsa, y que están relatados en poquísimo espacio, en relación a la extensión total del libro (aunque para entenderlos hay que haberse leído el resto del relato, por supuesto). En pocas palabras: resulta que tenemos a la típica familia burguesa acomodada (cabalgando sobre una línea difusa que separa a los ricos de la clase media de los pobres de la clase alta) y que mantiene ese nivel de vida gracias a los ingresos que proporciona el esfuerzo de Gregor (que se siente como un auténtico esclavo para que su familia pueda vivir así), pero esto no les produce satisfacción porque ven continuamente amenazado ese estatus con la posibilidad de una caída hacia estratos inferiores y, por tanto, se sienten embarcados en una tensión, inquietud, frustración y desazón constantes. Y tanto es así que ni se muestran agradecidos con Gregor ni le expresan consideración por todo lo que hace por ellos. Sin embargo, sucede que al final desaparece el pobre Gregor (quien les proveía para sus vanidades) y, a partir de ahí, el cuadro que se presenta es mucho mejor. La familia vive con más alivio y entusiasmo, se dedican a tareas que les producen más satisfacción… y todo ello a costa de reducir sus pretensiones, de rebajar su inapropiado nivel de vida. En suma, de involucionar. Pero ¿era necesaria la muerte de Gregor Samsa para llegar a esa conclusión? ¿Por qué solemos situarnos casi siempre al límite de nuestras supuestas posibilidades? En fin… ya se sabe: quien más tiene, más quiere. Nunca un paso atrás. Nunca arrepentirse de nada.

¿Sabemos vivir en la abundancia y también en la necesidad? Eso mostraría verdadera sabiduría. Cuando las cosas van sobre ruedas, es muy posible que todos sepamos conducirnos con bastante pericia. Y, si no es así, tampoco se notan demasiado los fallos. Pero ¿y cuándo las cosas no vienen tan bien dadas? Alguien dijo: En los días de calma, incluso las veletas parecen tener personalidad. Estoy seguro de ello. Pero se desatan las tempestades y todos demuestran de qué pasta están hechos y sólo unos cuantos consiguen salir airosos.
Es posible que involución o arrepentimiento sean palabras que no caen muy simpáticas. Pero es muy posible también que se encuentren en todos los manuales básicos de supervivencia. Será porque quizás hayan salvado muchas vidas de la infelicidad crónica..