domingo, 15 de agosto de 2010

res non verba

(99ª parada)
"El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder".
(1ª carta de Pablo a los Corintios, cap. 4: 20)

Después de diez años de combates encarnizados, sólo se atisbaba un gigantesco caballo ante los muros de Troya. Era la forma en que los aqueos parecían expresar su renuncia a conquistar una ciudad que se había mostrado inexpugnable: un espía griego hizo creer a los troyanos que la colosal estatua era una ofrenda a la diosa Atenea, procurando buenos vientos en el regreso a casa. Ahora, sólo quedaba por saber si los teucros morderían el anzuelo ideado por el adivino Calcas. Otros textos dicen que fue Odiseo (es decir, Ulises) el padre del ardid. De cualquiera de las dos maneras, Odiseo comandaba la avanzadilla de selectos guerreros griegos en el vientre del caballo, con la misión de abrir las puertas de Troya para la invasión a cargo del grueso del (temporalmente oculto) ejército de la coalición aquea, una vez que el artefacto hubiera sido introducido en la ciudad por los propios troyanos.
Pocos fueron los habitantes de la ciudad que se opusieron a no mirarle el diente al caballo regalado. Casandra (sacerdotisa de Apolo) ya había predicho la destrucción de Troya y Laocoonte (también sacerdote de Apolo) expresó su recelo de hacer entrar el caballo en la ciudad con la conocida frase recogida por Virgilio en la Eneida: "Timeo Danaos et dona ferentes". Es decir: Temo a los griegos incluso cuando traen regalos. Pero la intervención de Atenea (dispuesta a enredar en favor de los griegos), provocando que unas serpientes devoraran a Laocoonte y sus dos hijos, hizo creer por fin a los troyanos que rechazar la ofrenda de los griegos no era sino un desplante que desagradaba profundamente a la diosa. Conclusión: caballo pa'dentro. Y, como consecuencia lógica, fin de la guerra de Troya, con el desenlace ya por todos conocido.

En ocasiones, los regalos se tornan de lo más peligroso, como auténticas armas arrojadizas... A veces, incluso sin que el oferente sea consciente de ello. A propósito, recuerdo la película Concursante, dirigida por Rodrigo Cortés, en que un profesor de Historia de la Economía (interpretado por Leonardo Sbaraglia) se ve envuelto en una situación de lo más surrealista después de ser el ganador de un premio millonario en un concurso de preguntas y respuestas. Resulta que la cantidad de gastos generados por el mantenimiento de los regalos, además de los impuestos que debía pagar por poseerlos, acaban arruinando al desconcertado profesor.
En otras ocasiones, la concesión de regalos sí que provoca a quien lo recibe un daño que ya ha sido previamente calculado (grosso modo) y que es, por tanto, un objetivo perseguido por quien regala. O bien, el regalo otorga al oferente una ventaja o una posición privilegiada que no tenía antes. Este tipo de regalos no son fines en sí mismos, sino medios que pueden permitir alcanzar otros fines que permanecen ocultos. Ejemplos los hay a montones... Se me ocurre pensar en esas estrategias de mercado en que se regalan ciertos productos que deberán ser mantenidos periódicamente a un costo que supone mucho más que la amortización del regalo. Pensemos, por ejemplo, en el área de la informática, con su software y su hardware: ¡actualizaciones sin fin! Es el precio que hay que pagar para estar al día en un terreno en que la obsolescencia es la norma.

Quizás el ejemplo más sangrante de griegos a los que temo aunque traigan regalos (¡y más si los traen!) es a la clase política. Hay dos tipos de "regalos" concedidos por estas personas que se dicen nuestros representantes pero que cada vez entiendo menos en qué nos representan, si sus vidas y las del resto de la población no se parecen en casi nada. Esos dos tipos de regalos los agrupo en: regalos materiales propiamente dichos (cosas, servicios) y en dichos propiamente regalados (palabras, aunque debería decir palabrerío).
Los momentos en que más se prodigan en regalos suelen ser los periodos pre-electorales. Ellos saben que cuentan con la memoria de pez de los votantes, entonces para qué dejarse la piel a 3 ó 4 años de una cita con las urnas si los pobrecitos desmemoriados de los electores recordarán con más claridad lo que se haga en el último mes de mandato. Es en este mes en que se deberá volcar la mayor parte de los esfuerzos: inauguraciones de última hora, cortes de cintas por aquí y por allá, promesas de futuros esplendorosos, regalos-soborno por los motivos más peregrinos... y lo mejor de todo es que serán regalos a los contribuyentes pagados con dinero de los contribuyentes. Y aun mejor todavía es que estos rastreros métodos de captación de votos les funcionan campaña tras campaña. Precisamente, tenemos los políticos que nos merecemos. Porque no aprendemos. Quizás un día sí aprendamos (como ya he leído en algún sitio) que un político se convierte en un estadista sólo cuando es capaz de cambiar su horizonte de las próximas citas electorales al de las próximas generaciones de ciudadanos. Entonces quizás seamos capaces de elegir como nuestros representantes a estadistas de verdad y no a políticos preocupados más que nada de su propia sillita, auténticas garrapatas del poder.
Un regalo muy barato en apariencia (pero muy caro a la larga) es el de las palabras que, a golpe de marketing y con toda la persuasión de que son capaces, nos dedican con sus sonrisas-profidén de cartón-piedra. A veces, la nauseabunda atmósfera de demagogia políticamente correcta se torna por completo irrespirable. Ya no hablo de los mítines, esas arengas vacías destinadas a arrancar el aplauso fácil de una multitud entregada de antemano. Me refiero más al frustrante día-a-día de declaraciones sin sentido y a los debates políticos, desarrollos caóticos de programas electorales (auténticos brindis al sol) que, como no suponen vinculaciones contractuales con la ciudadanía, se pueden incumplir a voluntad sin que exista más represalia o indemnización que una amenaza de voto de castigo en las próximas elecciones. Pero de las nefastas políticas implementadas, de las ruinas provocadas y de los dineros malversados no se pedirán cuentas en ningún caso, a no ser que se demuestre en los tribunales de justicia que haya habido delitos de corrupción tipificados. Pero como la incompetencia no es delito, entonces aquí paz y después gloria. Ya volverán dentro de equis años o, si no vuelven, que nadie se preocupe porque vivirán felices en sus retiros pagados con dinero público por los mismos a quienes previamente han defraudado. Esto es lo que hay. Y como las normas las ponen los mismos a quienes esas normas tienen que satisfacer, la política se ha convertido en una especie de juego para mediocres en que no importa equivocarse porque los participantes (no así la ciudadanía) están blindados frente a sus propios errores. ¡Ay, sí, temo a los políticos y más cuando nos vienen con sus regalitos!

Es irónica esta disociación entre lo que se persigue y lo que se consigue en los regímenes democráticos. Es cierto que la democracia es una forma de gobierno muy adecuada para la preservación de los derechos fundamentales de las personas y para el desarrollo de sociedades saludables, pero es igualmente ingenuo pretender que nuestras democracias son esos paraísos donde todo es quasiperfecto. No lo creo. Desde luego, nuestro nivel de ironía no ha alcanzado el punto cruel y desagradable de las mentalidades totalitarias, capaces de tener confinados a los condenados a trabajos forzados (hasta la muerte más atroz) tras unas alambradas cuya verja de entrada luce las palabras "Arbeit macht frei" (El trabajo hace libre), como las tristemente célebres del campo de concentración y exterminio nazi en la ciudad polaca de Oświęcim (Auschwitz). No, la ironía de los demócratas no es tan estomagante como la de los dictadores, aunque la demagogia que encierra puede resultar en ocasiones sorprendentemente similar... Para evitar una mímesis que sería catastrófica, no hay que dejar para más adelante el momento de dar un golpe de timón que encauce el rumbo de la nave hacia un horizonte en que lo que se diga sea el fiel reflejo de los elevados principios que son nuestra razón de ser y, por tanto, el espíritu que consecuentemente anime todas nuestras actuaciones.

Hechos, no sólo palabras.

2 comentarios:

  1. Difícil sustraerse a la tentación de los regalos desde los tiempos de Troya hasta los de las actuales democracias.
    Tan difícil como estructurar la participación ciudadana por medio de los representantes que deberían encauzarla.
    Hay que combatir, sin embargo, el abandono ante la dificultad: el decir que no queremos saber nada de política y dejar de votar a una de las alternativas que se nos presentan es dejar puerta abierta a los que sí se comprometen.
    A mí me desespera el sometimiento a las leyes de la publicidad en vez de a las del razonamiento, de las ideas y de los programas.
    Si de mí dependiera, el día de reflexión anterior a las votaciones se extendería a los cuatro años anteriores y se repartiría a cada ciudadano un folleto con los programas de cada partido, que sería a lo único que se votaría.
    Desgraciadamente el hecho de que determinadas opciones se conviertan en un brindis al sol suele ser debido a la presión de los auténticos poderes que rigen el mundo: el mercado, el capital, las multinacionales, las grandes potencias, los grupos de presión, los grandes medios de comunicación...
    Y al final, toda la buena voluntad de los partidos se estrella cuando cualquier medida social que intente mejorar el estado de bienestar se estrella contra la imposibilidad de hacerlo sin que se recorten los medios necesarios para lograrlo.
    A pesar de todos los pesares yo nunca cederé mi derecho a participar y a exigir lo razonable por encima de lo mediático.

    Un abrazo.

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  2. Buff!! Al principio del post pensé:¡¡¡¿Pero que le han regalado a este hombre?!!!
    He seguido y me topé con "los políticos y su políticas"..... Más buff, ya sabes que no son santo de mi devoción ninguno siempre he pensado que son el mismo galgo con diferente collar, la poltrona y cargar el cazo. No he cambiado de opinión desde.... años y años y tampoco es que se hayan esforzado en hacerlo.
    ¡¡Besos guapo!!

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