“Cuando hagas la siega de tus campos, no siegues hasta los últimos rincones ni recojas las espigas que queden en lo segado. Tampoco rebusques tus viñas, ni recojas los racimos que caigan en ellas. Deja todo esto para que sirva a los pobres y a los extranjeros”.
(Libro del Levítico, cap. 19: 9-10)
He jugado al ajedrez, me gusta el ajedrez. Es un juego de guerra, pero su reglamento proporciona partidas incruentas y, aunque llegues a asediar a tu adversario, nunca llegas a ensañarte contra él. Sólo tratas de realizar un bonito juego combinativo, poner belleza en sesenta y cuatro escaques, coordinar estrategia y táctica. Y una vez terminada la partida (como dice aquella frase), el rey y el peón vuelven a la misma caja. Si amas el ajedrez, ya ganes, ya pierdas, ya hagas tablas, puedes tener la sensación de que has ganado de todas formas. Te sientes bien después de una gran partida, independientemente del resultado.
He jugado al 'monopoly'. Éste no es un juego de guerra, pero casi. Tienes que conseguir arruinar o destrozar sin piedad a varios rivales. Hay que ser implacable... Te alegras de la desgracia de tus contrarios: si tienen la mala suerte de acabar en la cárcel, mejor para ti; si un imprevisto de la partida les deja maltrecha la economía, mejor para ti; si por casualidad caen en esa propiedad tuya tan cara y además con hotel (lo que llevas esperando que suceda varias vueltas al tablero), mucho mejor para ti... Cuando el juego termina, sólo puede quedar uno con toda la pasta del resto. Si ganas, hasta te puedes sentir bien; pero si pierdes, ¡maldita sea, necesitarás otra partida para resarcirte! Las reglas son más abiertas: puedes negociar, aliarte temporalmente con otro jugador... y esto sí que te permite ser todo lo cruel que te consientan las vísceras.Estamos jugando al monopoly. Llevamos siglos jugando a este maldito juego, pero da la sensación de que la partida estuviera a punto de terminar. Los ricos son ya demasiado ricos y los pobres demasiado pobres. Se juega con mucha saña, las reglas permiten todo lo deshonesto, todo lo depravado, que se pueda llegar a ser. En este siglo, todos estamos ya operados de las vísceras (y de tripas hemos hecho corazón), así que no hay impedimentos para abonar el tablero con lo peor que pueda generar la Humanidad. A los países pobres los tenemos trincados por sus 'partes blandas' y pronto tendrán que abandonar y dejarnos (o malvendernos) sus propiedades a los más ricos... Pero, dentro de los países ricos, también habrá que ir desembarazándose de todos aquellos elementos que impidan ganar la partida. Incluso en los países ricos hay demasiados pobres y el lastre de la pobreza puede ser muy perjudicial si se piensa en la victoria: mucho gasto social y muchas gaitas, que es como tratar de llenar un saco sin fondo. Además, los pobres ya no son clientes y, por tanto, hay que ir echándolos del juego.
No sé si nos alegramos de las desgracias ajenas (¡quiero creer que NO!), pero podemos estar llegando a ser sus causantes, ¿y qué hacemos? Se me encoge el corazón al ver tantas catástrofes que asolan las zonas más pobres y subdesarrolladas del planeta, sin que sus habitantes puedan hacer gran cosa. En los últimos años, una gran parte de esas tragedias puede haber aumentado su intensidad como consecuencia del cambio climático. Y somos los países desarrollados los principales responsables de ese cambio: nuestro ritmo de vida está tan acelerado que hemos desequilibrado el orden natural de forma irreversible, según ya vaticinan los científicos. Esto es jugar al monopoly de la forma más brutal. Las soluciones que les estamos dando a los sufridores de estos males son las ayudas que los gobiernos de los países ricos envían a los países pobres. La manzana de la bruja del cuento de Blancanieves tenía menos peligro que estas ayudas... Éste es el asunto: A lo que llamamos “ayudas” de los gobiernos, deberíamos llamarles más exactamente “préstamos que vosotros, países pobres, deberéis devolvernos con sus intereses”, porque es lo que son en realidad. Y es muy triste tener que admitirlo, pero es así. Cuando uno de nuestros gobiernos está aprobando este tipo de ayudas lo hace en estos términos: es un préstamo que debe ser devuelto, nada de donación a fondo perdido. Esto está sirviendo para que la deuda externa de los más pobres aumente de forma muy alarmante. Y con ello se consigue que los campeones mundiales de la pobreza nos deban un montón de favores y tengan su futuro literalmente hipotecado, en muchos casos por los problemas que nosotros mismos les estamos causando. Interesante forma de extorsión, pero así nos las gastamos los ricos cuando jugamos al monopoly. No es de extrañar que, en ciertas ocasiones, el gobernador de turno de alguno de estos países se vea obligado a rechazar las supuestas ayudas de sus 'preocupados benefactores', sólo porque no quiere tener que estar pagando favores indefinidamente. También es cierto que es difícil obviar las críticas que semejante decisión en un caso de emergencia van a llover tanto desde dentro como desde fuera del país afectado. Y esto sirve para aumentar la inestabilidad en la zona.
Es una forma muy sucia de jugar, pero todos estamos implicados en ella. En el antiguo pueblo de Israel, había leyes que trataban de aliviar la situación de los pobres y de los extranjeros con necesidades, de una forma muy sencilla: ya que tú tienes de sobra, permite que otros tengan de lo que a ti te sobra. Más sencillo no puede ser. La trituradora capitalista (verdadera máquina de picar carne) en la que estamos metidos nos está haciendo creer que ya no tenemos de sobra: ¡Estamos endeudados! ¡Nos falta, no nos sobra!: hipotecas, pagos aplazados, créditos... Pero ésta es la mentira más ladina que nos ha vendido el capitalismo. Porque, en el fondo, para el capitalismo no somos más que la mano de obra de sus ganancias, sus clientes potenciales de donde obtendrán su riqueza los ya muy ricos. Así que: gastemos. Y a ser posible: gastemos sin freno, muy por encima de nuestras posibilidades reales y, por supuesto, de nuestras verdaderas necesidades. ¡Ojo!: las navidades están ahí al lado. Habrá dinero para gastar a mansalva (con ese dinero se pagaría la deuda externa de varios países) y se encenderán luces y más luces sin sentido, con un gasto energético desmesurado e incomprensible en la coyuntura ambiental en que vivimos. Pero se hará. Y esto me hace desconfiar de los gobiernos que tenemos (sean del tipo que sean, aquí no voy a entrar, porque compruebo que los resultados son siempre muy parecidos al tratar este asunto) y me hace pensar que los verdaderos remedios no consisten en delegar en estos gobiernos la solución de los problemas que ha causado “el monopoly”, sino en asumir como propia, de cada ciudadano, la tarea de reparar las desgracias ajenas.
Se dice que la unión hace la fuerza ...¡Y vaya si es verdad! Nuestro gobierno ha aprobado una ayuda (es decir, aunque no se dice, préstamo) de 750.000 euros para las víctimas del ciclón 'Sidr' en Bangladesh. Si hubiera 20 millones de españoles que apartáramos tan sólo 1 euro cada uno de las compras de navidad y lo donáramos para cubrir esta emergencia, tendríamos una verdadera ayuda (sin devoluciones) de 20 millones de euros. Los números no mienten. Alguien se hará la pregunta: Pero, ¿cómo hago llegar mi euro hasta Bangladesh? Pues habrá que darse el trabajo de investigar qué personas de confianza están llevando a cabo estas tareas con eficacia, sin avaricia y con transparencia. Para empezar a tirar del hilo, se me ocurre consultar, por ejemplo, a la Fundación Lealtad, que es una guía de la transparencia y buenas prácticas de las ONGs y ONGDs, ONGs de Desarrollo ...e insisto en lo de “No Gubernamental”, porque creo que de los gobiernos no vendrán las soluciones por iniciativa propia. En fin, que no hay excusa posible.El mejor regalo que hoy (no esperemos a la navidad) podemos hacer a los países pobres es recoger las fichas, las casitas verdes, los hoteles rojos, los billetes de pega, plegar el tablero de cartón, meter todo en su caja y no volver a sacar más el dichoso monopoly del armario de los juegos.
Siempre nos quedará el ajedrez.



Ahora, el jueguito sería adivinar de cuál de los cinco libros anteriores son estas líneas e imagen, pero creo que es evidente:
