(16ª parada)
“Le respondió Dios a Samuel: No te fijes en su apariencia, ni en su elevada estatura, porque yo no lo tengo en cuenta. Dios no mira lo mismo que miran los hombres: los hombres miran lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”.
(Libro 1º del profeta Samuel, cap. 16: 7)
Voy a comenzar como lo dejé, con Umberto Eco. Hay un momento en su novela “
El nombre de la rosa” que disfruto con especial deleite: sucede en
‘Tercer Día. Vísperas’. Fray Guillermo de Baskerville y Adso de Melk (tal como si fueran los Sherlock y Watson medievales) están tratando de descifrar los secretos del laberinto que es la biblioteca de la abadía donde transcurre la trama del libro. Guillermo (gran erudito, él) piensa en lo bueno que sería contar con una máquina para orientarse dentro del laberinto (“capaz de reconocer el norte de noche y en un lugar cerrado, desde donde no se pudiera ver el sol ni las estrellas”), que funcionara tanto dentro como fuera de la biblioteca. Esta máquina aprovecharía la fuerza de una “piedra prodigiosa que atrae al hierro”. Varios científicos de la época ya han estudiado el fenómeno: Roger Bacon, Pierre de Maricourt e, incluso, el sabio árabe Baylek al Qabayaki, quien ha descrito la manera más sencilla de utilizar la máquina. Sí, ya sé que nunca habéis oído hablar de nada tan parecido a una brújula... pero estamos en la primera mitad del siglo XIV y las cosas no son tan sencillas... En medio de la conversación que ocupa a los dos personajes, se enciende una bombilla en la cabeza de Guillermo, y aquí es donde yo ya me relamo de gusto. Voy a transcribir partes del diálogo (comienza hablando Guillermo):
- (...) Espera, se me ocurre otra idea. La máquina señalaría también hacia el norte si estuviésemos fuera del laberinto, ¿verdad?
- Sí, pero entonces no la necesitaríamos, porque tendríamos el sol y las estrellas.
- Lo sé, lo sé. Pero si la máquina funciona tanto fuera como dentro, ¿por qué no sucedería otro tanto con nuestra cabeza?
- ¿Nuestra cabeza? Claro que también funciona fuera. ¡Desde fuera sabemos perfectamente cuál es la orientación del Edificio! ¡Pero cuando estamos dentro es cuando ya no entendemos nada!
- Eso mismo. Pero, olvida ahora la máquina. Pensando en la máquina he acabado pensando en las leyes naturales y en las leyes de nuestro pensamiento. Lo que importa es lo siguiente: debemos encontrar desde fuera un modo de describir el Edificio tal como es por dentro...
(...)
- Espléndido descubrimiento, pero entonces, ¿por qué es tan difícil orientarse en ella?
- Porque lo que no corresponde a ley matemática alguna es la disposición de los pasos. (...) El máximo de confusión logrado a través del máximo de orden: el cálculo me parece sublime. Los constructores de la biblioteca eran grandes maestros.
(...)
- ¿Cómo habéis sido capaz de resolver -dije admirado- el misterio de la biblioteca observándola desde fuera, si no habíais podido resolverlo cuando estuvisteis dentro?
- Así es como conoce Dios el mundo, porque lo ha concebido en su mente, o sea, en cierto sentido, desde fuera, antes de crearlo, mientras que nosotros no logramos conocer su regla, porque vivimos dentro de él y lo hemos encontrado ya hecho.
- ¡Así pueden conocerse las cosas mirándolas desde fuera!
- Las cosas del arte, porque en nuestra mente volvemos a recorrer los pasos que dio el artífice. No las cosas de la naturaleza, porque no son obra de nuestra mente.
Hasta aquí con “El nombre de la rosa”. Ahora paso a una denuncia: un claro
anti-ejemplo de lo expuesto anteriormente es el museo Guggenheim de Bilbao del arquitecto (?) Frank Gehry. Y ya sé que este tipo de declaraciones sirve para ganarse ‘enemigos’ (aunque por este motivo, no me importa lo más mínimo: ¡vale la pena!). También sé que no es comprensible que raindrop (alias
don-nadie, en este mundillo) critique a todo un premio Pritzker (no sé qué tiene este premio que acaba por reblandecer el seso de los premiados) de reconocida fama internacional. Me da igual... el capricho me lo he dado fuera de aquí y me lo doy también aquí. Pero debo justificar mi denuncia: ¿Una irregular
boñiga de titanio para albergar salas paralelepipédicas? ¿Quién lo entiende? Uno de los valores por excelencia de la arquitectura (¡de la arquitectura de verdad!) es su coherencia formal. Y uno de los matices de esa coherencia es la estudiada correspondencia entre el interior y el exterior. En este museo no existe ese valor. Desde este punto de vista, no se puede justificar arquitectónicamente. Para el caso, se podría haber concebido una escultura y no pasaría nada. La mayor parte de la gente conoce al Guggenheim de Bilbao como una escultura. Luego, entras al edificio y es como si entraras en otro edificio diferente.

Comprendo que hay una justificación como icono mediático, como imagen de una ciudad (todo Bilbao concentrado en este edificio), que es lo que lo ha llevado a la fama ...aparte de la brutal campaña
propagandístico-interesada que se hizo en su momento para encumbrar a esta
birria arquitectónica a la altura de
‘maravilla del mundo mundial’. Pero ésta es una cuestión que está al margen de lo real y meramente arquitectónico y tiene más que ver con lo mercantil.
En realidad, la
práctica de la arquitectura nunca estuvo desvinculada de la
práctica del poder. Y, en muchas ocasiones (sobre todo las más recientes), ha sido toda una pena. El momento más dulce de la reciente arquitectura, el
Movimiento Moderno de los grandes maestros de la primera mitad del siglo XX, padeció por este motivo. El auge de los totalitarismos de todo signo que cubrieron la Europa de aquellos años provocó un extraño fenómeno: En la Alemania nazi, grandísimos arquitectos como Mies van der Rohe, Walter Gropius, Erich Mendelshon y tantos otros tuvieron que exiliarse a Estados Unidos (difíciles comienzos ¡hablando alemán en Chicago!), mientras en el viejo continente triunfaban tipos como Albert Speer (condenado a 20 años de prisión en el proceso de Nüremberg), de sobrada capacidad de trabajo y bastante talento, pero consagrado a satisfacer el ‘gusto’ de su patrón por un rancio clasicismo, adicto a saludar al estilo de los emperadores y llenar frontispicios con sus águilas. En Italia, más de lo mismo, aunque con matices: vuelta a la Roma clásica y saludo con brazo extendido, algo así como un anacrónico
¡ave, duce!, mientras el (ingenuo pero audaz)
manifiesto futurista de Marinetti y los suyos irá quedando muerto de risa en la práctica, pese a la admiración inicial y adhesiones
a la causa. Y es así como algunos pocos arquitectos que emprendieron la interpretación (que no copia) de lo clásico, igual que sus exiliados colegas alemanes, no desaparecen completamente de escena (por ejemplo, el genial Terragni deja obras igualmente geniales como la
Casa del Fascio en Como), sino que
sobreviven porque su producción se adapta con maestría a una imposición de estilos más ‘apropiados’ para el régimen. Curioso es el caso de la Unión Soviética, donde toda una generación de buenos arquitectos, muchos de ellos integrantes de la corriente del
constructivismo ruso (Tatlin, Ginzburg, los hermanos Vesnin, Melnikov e incluso El Lissitzky desde Alemania), ven difícil continuar con sus trabajos por el deseo de Stalin de imponer un clasicismo que, siendo ajeno a la tradición rusa, se reconoce como ‘arma de poder’ para apabullamiento del pueblo con estilos de otra época pero considerados universales, en cuanto a demostración de intenciones se refiere.

En Francia, después de terminada la guerra contra los regímenes fascistas, el sueño de la razón de
Le Corbusier (encarnado, por ejemplo, en sus
“cinco puntos de una nueva arquitectura” o en su comprensión de la vivienda como
“machine à habiter”) va produciendo
monstruos (¡benditos monstruos!) como la capilla de Nôtre-Dame-du-Haut en Ronchamp, pasando de su racionalismo-purista a un expresionismo de denuncia por la sinrazón de la guerra. Pero sigue siendo el mismo: son las otras caras del mismo genio. Éste sí es un ejemplo a seguir. Al norte, los escandinavos (aun habiendo sufrido el conflicto bélico, pero como si nada hubiera pasado) retomarán su naturalista interpretación del clasicismo. Destaca el finlandés
Alvar Aalto, que justo antes de la guerra había dejado, entre otras obras: su villa Mairea, un partenón finlandés que en nada se parece al templo griego de la acrópolis; la biblioteca de Viipuri, Finlandia (hoy Viborg, Rusia, ...cosas de la guerra) y que, después de 1945, seguirá enriqueciendo el panorama arquitectónico sin dejar de ser fiel a su estilo. Otro gran maestro que se convierte en ejemplo.
Los órdenes clásicos surgieron de necesidades constructivas y se combinaron con elementos decorativos para suavizar y completar el impacto de esas soluciones meramente funcionales. Pero de ahí, han llegado a convertirse erróneamente en fines en sí mismos. Es curioso ver cómo en tantas ocasiones se utilizan elementos tomados de esta tradición sin criterio que lo justifique (es como si fueran
buenos sólo por ser lo que son, tal como lo pensaron aquellos dictadores): columnatas, capiteles, frontones... mientras que la interpretación que los arquitectos del Movimiento Moderno quisieron dar a esta corriente no fue entendida como clásica. ¡Pero si son tan clásicos como los clásicos! Su forma responde a los mismos contenidos y es consecuencia de ellos, pero en otro momento histórico, con otros materiales, otras necesidades, otros sistemas. Eso sí, estaban impregnados de
‘insoportable democracia’, algo intolerable para aquellas mentes pequeñas. Lo otro (la mera copia) es una absurda descontextualización. Como el fin de los totalitarismos aún no ha llegado (sólo se disfrazan bajo el nombre de ‘capitalismo’) no es posible asistir al portazo definitivo a lo peor de lo clásico: sus copias o sus reacciones. En este sentido, contamos con el adaptado (¿o adoptado?) Gehry, quien se ha especializado en ser voz de su amo, en inflar presupuestos con sus exagerados honorarios y en sacar rentabilidad a su producción a través de la propaganda de sus promotores. Dicen que es bueno, pero yo no me lo creo. Es el tipo de farsante con quien el
capitalismo-que-utiliza-la-arquitectura está encantado, porque le permite realizar jugosas inversiones: mucha pasta a cambio de crear imágenes artificiosas que seduzcan por bombardeo y permitan recuperar varias veces el capital de partida. Pero de arquitectura, nada o casi nada. Desde mi punto de vista, así están funcionando muchas cosas hoy en día: se ha dado el carpetazo a los contenidos y se vive en exclusiva en el campo de las (más que discutibles) formas...
Tengo una manzana entre mis manos. La forma de la manzana es sensiblemente esférica, pero con matices importantes: se adivina otra geometría en su interior... La ‘cintura’ de la manzana, aunque parece circular, resulta de la combinación con un pentágono.

¿Por qué? Voy a contradecir un poco a Guillermo, ya que el conocimiento de la Naturaleza ha aumentado mucho desde entonces ...y en la Naturaleza se puede confiar más que en muchos arquitectos. No hay que olvidar que el manzano es un árbol de la familia de las
rosáceas y que éstas tienen la costumbre de producir flores de cinco pétalos. La manzana sí es un ejemplo de coherencia formal entre su interior y su exterior. Si se observa el interior de la manzana, allí donde está su corazón también está su rosa.