(área de descanso nº 190)
Me comentaba un colega, hace ya un tiempo, que es necesario mantener siempre una actitud de
chaqueterismo, que esto es bueno para progresar como profesional y como persona. Después de observar mi expresión algo ojiplática (mi gran colección de ademanes y repertorio posicional de cejas, expuesta en modo automático, me ha impedido desde siempre alcanzar un buen nivel como jugador de
poker), mi compañero de charla entendió que era mejor explicarse un poco. ¡Ah, qué fácil es caer en malentendidos! El concepto "chaquetero" se asocia comúnmente a todas aquellas personas que cambian de forma de pensar, filiación o lo que sea, sin que medie algún tipo de convencimiento o de compromiso, por mero interés (materialista, en casi todos los casos). Pero su idea se centraba más en la necesidad de experimentar los cambios antes que mantenerse a toda costa en posiciones que se intuye que van quedado caducas. En otras palabras, estaba oponiendo
chaqueterismo a cerrilismo. Visto así, me pareció una afirmación bastante sensata... y más con la plaga de cerriles y fanáticos que pululan por doquier.
Tengo pocas dudas respecto a la mutabilidad y a la fugacidad de las cosas: todo está sometido a cambios, en ocasiones incluso muy rápidos. Y la adaptación a tantos cambios es un requisito para el progreso. Es posible que eso lleve a cierto desapego. ¿Cómo comprometerse con algunas ideas o situaciones que se sabe que son pasajeras? Parece un desgaste inútil de energías (si lo que hoy es amarillo, mañana es azul, ¿por qué discutir sobre ello? ¿para qué arrojar el ancla en aguas en las que se está de paso?). Entonces, ahí es dónde habrá que encontrar el punto de equilibrio en este campo de cambia-chaquetas. Algunas ideas, creencias, convicciones, opiniones... deberían ser mantenidas con más fuerza que otras, pero también habrá que ver hasta qué extremo. Esa es la clave. En la vida hay pocas constantes y hay que saber identificarlas, porque de lo contrario uno puede hallarse abrazado a momias ideológicas, caminando entre osamentas de dinosaurios...
Aunque la conversación se podría haber aplicado a temas de política, economía, filosofías, ideologías, etc., en realidad habíamos comenzado hablando de cuestiones de estilo artístico. Hay quien mantiene un estilo a toda costa, pase lo que pase, así se desplomen los cielos. ¿Es necesaria tanta fidelidad a una forma de hacer las cosas? No sé, allá cada cual. En ocasiones, el orgullo de un artista (sí, este es un mundillo dominado por egos enormes) le impide reconocer como buena la producción de otro artista que esté alejada de su estilo. Mal por él. Es alguien que no ha aprendido a ser chaquetero. En el buen sentido.
Por eso me parece alucinante cuando, por ejemplo, después de las broncas arquitectónicas entre
Le Corbusier y
Hannes Meyer (aunque remaban en barcos parecidos, siempre se puede montar la gresca por desacuerdos que parecen pequeños al profano pero descomunales al artista), lo primero que se le ocurre al bueno de Hans cuando el Corbu termina la construcción del
edificio Clarté en Ginebra, es hacerse una foto los dos juntos en la azotea de esta obra. Hay que echarle un par, porque cualquiera entendería que su credibilidad había quedado en entredicho: ¿Tanto follón para esto? Pues sí, ya ves. Cuando algo merece la pena, se reconoce y ya está, aunque venga de un
enemigo. No pasa nada. Quizás algunos divos de la arquitectura han demostrado menos soberbia que el político medio, tan necesitado de pedigrís. Y ya es decir...
Podría pensarse que el fondo de esto es una cuestión de honestidad. Pero no lo creo. El orgullo nubla la razón y la honestidad se convierte en algo tan secundario que deja de tener valor. No hay más que fijarse en el comportamiento del fanático tipo, que se cree ciegamente todo su ideario y entiende su cerrilidad como virtud. ¿Se puede estar más honestamente equivocado? El otro día, me contaba una persona (la llamaré
"A") que trataba de hacerle ver a otra (la llamaré
"B") un error en algo que sostenía con vehemencia. Por más argumentos bien razonados que
A le daba,
B estaba completamente convencida de que no había tal error. Pasados bastantes días, vuelven a conversar sobre el tema y ahora resulta que
B opina igual que
A. Sorprendida
A, le pregunta a
B cómo es que ha cambiado de opinión al respecto. Y resulta que
B le asegura que se ha dado cuenta
'por sí misma' de que estaba
'ligeramente equivocada'. Tiene bemoles la cosa, ¡cómo cuesta dar el brazo a torcer!
Decididamente, a la gente no te la puedes tomar muy en serio.
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El adivino Prolix, ¿haciendo gala de sus dotes no-chaqueteriles (ejhem), en "Astérix y el adivino"? |
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UNA HISTORIA DE DOS VECINOS
Dos vecinos tienen sus ventanas una al lado de la otra.
Uno tiene macetas con geranios en el alféizar de su ventana. El otro no.
Un día, el equipo de fútbol de la ciudad asciende de categoría. Un vecino sigue con sus geranios en la ventana. El otro exhibe un trozo de tela con franjas alternas azules y blancas. Al vecino de los geranios esta exhibición le parece oportunista.
Otro día, el equipo de fútbol del país gana un prestigioso torneo internacional. Un vecino sigue con sus geranios en la ventana. El otro exhibe un trozo de tela con una gran franja amarilla flanqueada por otras dos franjas rojas a ambos lados. Al vecino de los geranios esta exhibición le vuelve a parecer una nueva muestra de oportunismo.
Algunos días después, a la ciudad llega el verano, pero ya no solo de nombre. Un vecino riega los geranios de la ventana para que no se le sequen. El otro exhibe un trozo de tela de estampado vistoso y colores chillones. Esta vez, el vecino de los geranios en la ventana pasa de juzgar la toalla de su vecino, el de las telas en la ventana.
Quizás se haya cansado de su chaqueterismo, quizás haya decidido que no puede tomarse en serio tantas muestras de efusividad.