lunes, 17 de enero de 2011

shibboleth

(área de descanso nº 112)
"(...) entonces le decían: Ahora, pues, di shibboleth. Y él decía sibboleth; porque no podía pronunciarlo correctamente".
(Libro de los Jueces, cap. 12: 6)
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No cuesta entender cómo se van fabricando las jergas. Lo que empieza siendo una evidente necesidad (el diccionario no siempre nos provee de suficientes vocablos como para nombrar los conceptos y objetos que se manejan habitualmente en cada profesión, modo de vida, etc), también se acaba convirtiendo en la formalización del gusto que tenemos por la fisura, el exclusivismo, la separación o la distinción. Esto no se queda sólo en palabras específicas o maneras de hablar diferentes, sino que se va extendiendo a las localizaciones, las vestimentas, las parafernalias, los manifiestos... Se constituyen microsociedades dentro de otras sociedades mayores, como tribus urbanas. Se delimitan y atomizan aún más los espacios vitales, se multiplica la confusión babélica. Parecemos sentirnos más satisfechos cuando pregonamos a los cuatro vientos nuestra especificidad, aunque resulte un tanto contradictorio que para mostrar nuestra individualidad lo hagamos agrupándonos en manadas. Ya dijo el sabio Salomón que nada hay nuevo bajo el sol. Por ejemplo, un vistazo a ecosistemas naturales (como son una selva tropical, un bosque templado o la sabana) podría confirmar esta antigua sentencia. Un grupo humano no deja de ser un macroorganismo gregario de los que tanto abundan en el medio natural. Un bosque de abedules, un cardumen de sardinas o un rebaño de ñus podrían ser los equivalentes naturales de un congreso de odontólogos, de un grupo de góticos o de una reunión de nerds.

La identificación entre individuos, que lleva a esta cristalización social, está basada en principios obvios: nivel socio-cultural semejante, raza, religión, ideología, profesión, intereses comunes, objetivos comunes, gustos comunes... a la vez que los miembros pueden llegar a organizarse para llevar a cabo una defensa frente a agresiones externas o incluso el ataque hacia otros grupos que se consideren rivales (simplemente, por la vocación agresiva, competitiva o depredadora de ciertos grupos). Así sucede en algunos casos que la creación de un grupo determinado suele provocar, como reacción, la creación de un grupo antagónico. En ocasiones, unos se cuelgan orgullosamente distintivos a sí mismos, pero también colocan sobre otros marcas censuradoras, etiquetas para denigrarlos (que pueden llegar a ser literales: dramáticamente conocido es el caso de los nazis, que llevaban cruces gamadas en sus brazaletes a la vez que ponían estrellas amarillas en las vestimentas de los judíos). Y, de esta manera, se va rellenando el espacio total, quedando únicamente reservados los intersiticios del entramado (cada vez más pequeños) a aquellos individuos de vocación solitaria o poco dispuestos a integrarse en una de las numerosas tribus del cada vez más saturado panorama social.
La contraseña para entrar en uno de estos grupos o distinguirlo de otros será su shibboleth. Es lo que diferencia a un iniciado de un diletante: sólo los iniciados conocen los ritos, las costumbres, la jerga, que los convierten en aceptables para los demás miembros. Por el contrario, una duda o un error en el momento de mostrar el shibboleth provocará el rechazo o incluso la represalia. Shibboleth viene a ser el examen de pertenencia o de exclusión en diferentes sociedades.

Shibboleth (שבולת) es una palabra hebrea que significa "espiga" (aunque también se le da el significado de "torrente", "corriente de aguas"). En el libro de los Jueces se registra la historia por la que este vocablo se ha logrado introducir como parte de nuestro acervo. En resumen, la cosa sucedió de esta manera: En tiempos del juez Jefté (en el siglo XII antes de la era cristiana), los amonitas atacaron las tierras de Israel. Jefté, que era galaadita, una de las grandes familias de la tribu de Gad, emprendió una campaña contra los de Amón y los venció. Pero hete aquí que los de la tribu de Efraín, muy descontentos porque no se había contado con ellos para la batalla, se enfrentan a los de Galaad. Estos se imponen en la refriega y toman los vados del Jordán a los efrateos. Y sucedía que, cuando uno de los fugitivos efrateos quería atravesar los vados, los de Galaad le preguntaban si era de la tribu de Efraín. Si la respuesta era "no", entonces era sometido a una sencilla prueba: se le pedía que dijera la palabra "shibboleth", porque los de Efraín no podían pronunciar correctamente el sonido sh y decían "sibboleth". El santo y seña imposible de eludir: ya no hay excusa para el que se hace pasar por mecánico pero no sabe qué llave de boca fija debe utilizar, para el que se dice gótico vistiendo de blanco, para el presunto punk que no luce cresta, para el autoproclamado estricto musulmán que se baja el bocata de chorizo con un lingotazo de tintorro, para el que se llama a sí mismo pacifista mientras aporrea a otro tipo con una barra de acero...

Con el nombre Shibboleth, estuvo expuesta en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres (entre octubre de 2007 y abril de 2008) una obra de la artista colombiana Doris Salcedo. La escultura en cuestión era una grieta de 167 metros sobre el suelo de hormigón de la sala. Se trata de una escultura subterránea, que no ocupa el volumen del lugar en que se expone, sino que está realizada creando un vacío en el propio material del edificio (al terminar la exposición, la grieta se volvió a rellenar de hormigón). Haciendo referencia a la acepción más desgarradora de la palabra, que significa la exclusión que sufre una persona por parte de un grupo, la fisura en el suelo divide la sala en dos partes, simbolizando las divisiones que inundan el mundo. La propia artista expresó a la BBC sus intenciones al trazar esta grieta, con las siguientes palabras: "La obra lo que intenta es marcar la división profunda que existe entre la humanidad y los que no somos considerados exactamente ciudadanos o humanos, marcar que existe una diferencia profunda, literalmente sin fondo, entre estos dos mundos que jamás se tocan, que jamás se encuentran. Yo creo que el racismo no es, digamos, un síntoma de un malestar que sufre la sociedad del primer mundo, sino que es la enfermedad misma".

2 comentarios:

  1. Alguien dijo, "Donde hay educación no existe distinción de clases".

    Espero que estés bien, hace tiempo que no te veo, y tampoco he encontrado por aquí tu "Punto Final de Camino".

    Besos.

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  2. En lo básico, en lo esencial, los seres humanos somos iguales pese a que nos empeñamos en resaltar lo que pretendemos que nos hace diferentes. Este empeño de hoy día por remarcar aún más la diferencia me resulta incomprensible, nos destruye desde dentro.

    Cambiando de tono y en referencia a los Ñus, recuerdo las fiestas de Fallas de hace unos años, centenares de personas cruzando una gran avenida de Valencia... pense "dios mío son como las grandes manadas de Ñus que cruzan el río Ngoro Ngoro que vemos en lso documentales"... horrible.

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