(62ª parada)
“Y aunque tu inicio haya sido insignificante, tu futuro prosperará en gran manera”.
(Libro de Job, cap. 8: 7)

El título: igualito que el de la primera película española oscarizada, aquella de Garci. Pero con el argumento que cada cual quiera ponerle. Curiosa costumbre, ésta de empezar cada nuevo año un 1 de enero. No coincide con ningún solsticio ni equinoccio. No es el día de una gran fiesta señalada. No se conmemora nada que fuera vital para el desarrollo de la Humanidad... Eso sí, queda muy bien empezar un 1 de enero. Mejor que un 8 de abril, por decir un día al azar
(que habrá ochos de abril muy importantes para alguien, seguro). Trato de ponerme en el pellejo de un extraterrestre que observara ese júbilo y centelleo de fuegos de artificio y luces variadas, de campanadas, canciones y algarabía, extendiéndose en la noche como una oleada que recorriera los husos horarios a la velocidad de la rotación terrestre. Supongo que me sentiría algo perplejo por esa casi unanimidad para celebrar algo relativamente trivial, cuando luego faltan y faltan acuerdos para cosas muchísimo más importantes. En fin, un día es un día
(o “se hundía, se hundía...”, como decía aquel otro). Aquí estamos, deseándonos felicidad... como si la felicidad fuera el resultado de un sorteo que toca a algún que otro afortunado de los que compran boleto, como si no se pudiera hacer por alcanzarla nada más que quedarse esperándola. Los más
listos saben que la felicidad no es amante esquiva, sino que se puede cultivar en el jardín interior (aun independientemente de los temporales de afuera) y verla florecer a diario. Pero hay que trabajárselo. Así que yo no voy a desearos felicidad, sino, más bien, que la cultivéis.
Una forma interesante de ponerse manos a la obra con ese
sembrao, sería
recomenzar. Puede que haya que comenzar desde cero o puede que no, pero siempre hay algo nuevo que emprender o algo viejo que retomar. Recuerdo una frase de Norman Rockwell cuando ardió completamente su estudio en Arlington:
“En parte, el fuego fue beneficioso... se llevó por delante muchas telarañas”. A veces, nos quedamos lamentándonos por la desgracia que merodea alrededor o nos quejamos por tantas cosas que van mal, pero pocas veces estamos dispuestos a desterrar esas ideas preconcebidas, hábitos viciados o incluso comodidad de acción y pensamiento, que nos impide progresar hacia mejores cotas. Como diría un filósofo de la calle, preferimos involucrarnos a comprometernos. Lo que pasa al preparar unos huevos con
beicon (vamos: panceta de toda la vida): la gallina se involucra, pero el cerdo se compromete. Así, nos ahorramos ingresar en el hospital durante una temporada por tratar de mediar en un caso de maltrato (aunque hay quien lo hace), no tenemos que ir en persona a socorrer a nadie de la más absoluta indigencia con el riesgo de perder la propia vida o recursos (aunque hay quien lo hace), podemos escribir acerca de lo que se debería hacer, en lugar de ser consecuentes y actuar (aunque hay quien hace esto último) ...y un largo etcétera con el que me pego un tirón de orejas. No soy yo nadie para decir a los demás lo que deben o no deben hacer. No es ése mi cometido. Por eso pido que no se me tomen estos pensamientos en voz alta
(en letra escrita) como un reproche para nadie que no sea yo mismo. Sobre todo, porque es a quien más conozco y con quien me puedo permitir este tipo de licencias.
Y así estuve estos días de despedida y bienvenida de año: recomenzando. La
edad de piedra fue un buen lugar para recomenzar. Me convertí por unos días en mi propio abuelo. Es decir, el padre de mis padres. Y puedo asegurar que me he sentido inmensamente feliz. Prepararles la comida, cuidarles, sacar a mi madre a pasear (que tanto necesita moverse, aunque se resista), llevarles ilusión y algún que otro consejo, animarlos a mejorar y que no permitan la victoria de las depresiones... Hace un tiempo, no estaba preparado para esto. Me desesperaba, me superaba, me tenía desarmado... No podía (no quería) ni imaginar a mis padres en semejante estado. Pensaba:
¿tendrá que ver la crisis de los 40 (tan cercanos) con el relevo generacional? Pero una vez asumida la situación, desterrados los lamentos y acopiados los recursos en la mente, se tiene la claridad y sencillez para ser útil. Y cuidándoles y haciendo algo por ellos, ellos me han cuidado y han hecho algo por mí. Siempre lo harán: son mis padres. Y otra vez he sido su hijo, el que vivía con ellos, aunque fuera por unos días. Ha sido hermoso volver a empezar.
Un día de los que pasé en Castellón, en casa de mis padres, encontré en un cajón unas fotos de hace bastantes años. Me hizo gracia ver de qué manera va pasando el tiempo... madreeeeé... Y no sé cómo hago yo que no tengo estas viejas fotos de familia. Así que, con los medios de los que disponía, hale! a digitalizar esas instantáneas familiares para mi colección personal. Apenas tengo fotos mías, ni pasadas ni actuales. Y no sé por qué, con lo que me gusta la fotografía (o quizás por eso, que siempre estoy al otro lado del objetivo). Y aunque siempre he sido bastante reservado en este blog acerca de mis cosas más personales (y lo sigo siendo), por esta vez, y ya que estoy compartiendo algunas vivencias de estos días, voy a pegar aquí parte del
botín-gráfico-navideño-castellonense de mi propio pasado.
(click en la imagen para ver grandecita)
En la foto
1: mis abuelos maternos. Mi abuela materna (y madrina) falleció hace un par de años, un diciembre. Con su muerte, me quedé sin abuelos. Mi abuelo materno había muerto mucho antes (creo que yo tenía 7 u 8 años, no recuerdo bien). Ahí se lo ve... con su bastón, por culpa de las heridas de metralla de las que nunca acabó de recuperarse y que sufrió en la guerra civil, esa mierda de la que tanto nos gusta discutir todavía y que tuvieron que padecer dos o tres generaciones de españoles. También fue a causa de
esa mierda que un aragonés de cerca de Zaragoza y una gallega de cerca de Ferrol se acabaron conociendo en el hospital y voilà! primer acto de nuestra carambola familiar. En la foto
2: esa bolita gorda en brazos de mi
yaya soy yo. Mi madre sostiene a no sé quién
(porque a mi hermana aún le faltaban 4 años para aterrizar por estos lares). El nene de la corbata y los pantalones cortos
(jajaj qué elegancia) es mi hermano mayor. La nena de al lado es hija del señor de traje oscuro que parece mirarnos desde atrás, un hermano de mi abuela. Sobre lo que se celebra: ni idea, créanme. Posiblemente, el bautizo de
la criatura desconocida. Foto
3: cumplo un par de añitos. De esta foto he visto varias versiones, pero sólo encontré ésta en la que me hace eclipse de cara la mano del
doble de Picasso (eclipsado, a su vez, por los restos del botellón). Me gusta de todas formas. Uno de los piropos más majos que me han dicho en esta vida
(mi amiga A) fue que le gustaba mi sonrisa, porque es una sonrisa con la mirada. Creo que tiene razón. Ya me lo noto en esta instantánea: me imagino la sonrisa picarona que tengo ante esas velas que voy a soplar. Por cierto,
el doble de Picasso es mi abuelo paterno. Detrás de mí, una prima mía (sobrina de mi padre). Mi abuela de pie
(y con ese mandil de gallega-gallega) y un familiar de mi padre a la derecha de la foto (no recuerdo bien su parentesco). En la foto
4: mamá y los tres hermanitos. A mi padre, que no sale en ninguna de éstas, le debe de pasar como a mí: que está siempre al otro lado del objetivo. Sintiéndose orgulloso de su familia, seguro. Aunque a su manera, claro. En la reserva, calladamente. Más de una vez me hubiera gustado que fuera más abierto expresando sus sentimientos de cariño, pero también he aprendido que (como escribió Shakespeare)
Descubrirás que sólo porque alguien no te ama de la forma que quieres, no significa que no te ame con todo lo que puede. Porque hay personas que nos aman, pero que no saben cómo demostrarlo... El de abajo con sonrisa picarona ya sabéis quién es. Por los cortes de pelo de ambos hermanos varones, diríase que la producción de tazas en el país iba viento en popa a toda vela. Bien. A los dos
elementos que me flanquean en la foto los eché mucho de menos estos días... No fue posible reunirnos. Seguramente, este año nos desquitaremos. Son personas geniales, de quienes lamento no haber disfrutado y aprendido más en los años pasados. Pero nunca es tarde.
En fin. Lo que me pasa un día que no tengo muchas ganas de escribir cosas elaboradas y bien estructuradas es que el lector desprevenido que se deje caer por aquí puede encontrarse con estas zarandajas. Y quedarse con la misma cara que un pavo escuchando una pandereta. Bueno, como decía al principio:
“se hundía, se hundía...” y otro día, otras cosas.
No quería terminar sin dejar una cancioncilla, de ésas de recomenzar. Hay una que me gusta mucho y que siempre me ha dado bastantes esperanzas, porque demuestra que hasta los tipos más tristes por naturaleza se pueden permitir una alegría en la vida.
Al lado también de unos amigos tan queridos como vosotros.
Que sepáis que estuve de viaje, pero os llevé en la maletita de mi corazón.