domingo, 12 de julio de 2009

de las uniones y de las fuerzas

(76ª parada)
"El pequeño vendrá a ser por mil, y el menor, un pueblo fuerte".
(Libro del profeta Isaías, cap. 60: 22)

- Fíjate en ese chavalín de ahí…
- ¿Cuál?
- Ése, el que lleva la camiseta del *****.
- ¿Y qué pasa con él?
- Nada. Fíjate el nombre que lleva a la espalda. ¿A quién pretende engañar? Jajajaja Y, sin embargo, me he fijado en que se mueve como él, intenta jugar con su mismo estilo, incluso gesticula como él y hasta protesta como él… Pero no entiendo por qué, en lugar de poner su propio nombre y aspirar o conformarse con un estilo propio, ha preferido adherirse a uno ajeno. Y, además, teniendo que pagar unos cuantos euros por haber elegido precisamente esa camiseta…
- Nada nuevo. Sobre la afición de los seres humanos a hacerse ídolos de cualquier cosa que les impresione, qué te voy a contar.
- Ya, claro.
- Y, luego, también está esa otra costumbre de devorar todo aquello que se desea alcanzar, como hacían algunos antiguos guerreros con los cuerpos de sus enemigos para conseguir apropiarse de su fuerza y poderes… Ellos practicaban el canibalismo ritual, pero como este chaval no puede zamparse a su ídolo, pues trata de absorberlo por otros medios: se viste como él, actúa como él… la finalidad es la misma. Este mocoso se comporta como aquellos guerreros que te digo, porque piensa que adoptando su identidad puede llegar a convertirse en algo parecido a su estrella.
- Aquí creo que estás forzando un poco la nota.
- Es posible. Pero el subconsciente de la humanidad está tan lleno de cosas extrañas que puedo permitirme la licencia. Mira, por ejemplo, cómo se sigue vendiendo la carne de los toros que se sacrifican en las corridas. A mí me parece una aberración. No creo que, después de haber sido maltratado hasta morir, la carne de ese bicho sea muy apta para el consumo. Estará envenenada por las toxinas que habrá generado el propio animal a causa del terror y de la agonía que se le ha provocado hasta su último aliento.
- No encuentro la relación.
- Bueno, supongo que ancestralmente esa carne se comía para asimilar la fuerza del toro y reafirmar la superioridad del hombre sobre el animal, como si también fuera un guerrero. ¡Bueh, una superchería…!
- ¿Y qué quieres, que la tiren?
- Y yo qué sé… Que hagan lo que quieran con ella. Pero yo no me la comería. Además, aborrezco las corridas de toros.
- Yo también. Pero eres tú el que ha sacado el tema.
- Vale. Pues rebobino… A propósito, fíjate en el chaval: apenas lo han tocado y mira el teatro que está haciendo en el suelo jajajaja ¿A quién me recuerda?
- Oye, ya que ha salido antes el tema de las camisetas y los jugadores de fútbol, ni te cuento las polvaredas mediáticas que se están levantando últimamente con el asunto este de los fichajes, los jugadores, sus precios y sus salarios…
- ¿Por?
- ¡Por qué va a ser, hombre! Por la burrada de millones que se están gastando en fichar a unos tíos que no hacen más que pegar patadas a un balón.
- Sí, una tontería como cualquier otra. Lo que no entiendo es por qué afectan unas tonterías desproporcionadamente más que otras.
- Bueno, ya. Pero porque haya otras cosas indignantes, eso no quiere decir que esta otra no lo sea también.
- Sí, claro. Pero se insiste mucho en esto en concreto, mientras que no deja de ser un mirar para otro lado.
- No te entiendo.
- Es como cuando intentas que un gato mire algo: tú señalas ese algo con el dedo, pero el gato nunca mira a lo que señala el dedo. El gato se queda mirando la punta del dedo. Pues aquí sucede lo mismo.
- Una vez más, consigues que me pierda en tus razonamientos…
- A ver si consigo explicarme… pero, por favor, no te quedes mirando la punta del dedo.
- Já-já, muy-gra-cio-so…
- Jejeje Es brooooma, no te enfades. Te cuento: ahora parece como si los culpables de la situación económica internacional fueran los clubes de fútbol. Bueno: algunos clubes de fútbol, que gastan montones de dinero que deberían destinarse a otros fines.
- Y esto último es cierto, ¿no? A veces pienso que es una completa injusticia que los bancos presten dinero para fichajes, pero no lo presten para permitir el desarrollo de pequeñas y medianas empresas, por ejemplo.
- Y si eso es una injusticia, ¿quién es el responsable de esa injusticia?
- Pues no sé… Los bancos, los clubes de fútbol…
- Apunta más a la base.
- ¿Quiénes?
- Empieza por los aficionados. ¿Cómo crees que se pagan esos fichajes? Ahí tienes una muestra: mira esos críos con esas camisetas. Y eso es sólo la punta del iceberg. Es curioso que se critique hasta la saciedad algo en lo que tantos y tantos acaban participando… ¿No es una contradicción?
- Oye, que a mí el fútbol tampoco me va mucho y tengo que sufrir las consecuencias de esta situación.
- Eso es lo de menos. Que te guste o no el fútbol, quiero decir. Sus tentáculos cubren una muy extensa superficie: medios de comunicación de masas, publicidad, merchandising, nuevas tecnologías… Al fin, todo líder de masas ha descubierto que una de las claves para alcanzar un progreso en la dirección que se desee está en que la unión hace la fuerza. Esto en manos de un buen líder, que ha entendido en qué consiste el verdadero liderazgo, es una pasada. Pero el mismo principio puesto en manos de un líder que sólo busca su propio provecho o el de sus favoritos es una desgracia.
- ¿Por?
- No tienes más que fijarte en cómo temen los dictadores al poder que hay en cada persona. Su primer objetivo consiste en anular ese poder, arrancando de cada individuo sus libertades intrínsecas, sus derechos innatos… La unión de todos esos (en apariencia) pequeños poderes acaba resultando ser un poder extraordinario. Pero en democracia también se puede intentar controlar el poder de las masas, a la manera de los peores tiranos.
- ¿Cómo?
- Si piensas un poco, se te pueden ocurrir unas cuantas maneras… No voy a insistir por ahí. Pero hay una clave común: a mí se me ocurre que con un pequeñito pellizco que se extraiga de cada uno, se puede llegar a alcanzar un total descomunal al servicio del poder. Mira, volviendo al caso del fútbol: si durante todo un año, la media de lo que se ha gastado un aficionado de un club de fútbol en asuntos relacionados con su club llegara a los 10 euros (un día, compras un partido en pago-por-visión… otro día, vas al estadio… otro día más, compras una bufanda o una camiseta…) y si ese club es tan poderoso que cuenta con (pongamos un número) diez millones de aficionados en todo el mundo, las matemáticas no engañan cuando me dicen que todos los aficionados han aportado cien millones de euros a las arcas del club en ese año. Vale, los números están puestos sólo como ejemplo… Es una forma facilona de contar las cosas, la realidad es algo más compleja: habría que descontar gastos, por ejemplo. Pero el principio es el mismo.
- Ya, pero cuando aprieta la crisis económica, la gente no está para gastar el dinero en estas tonterías.
- ¿Tú crees? Yo pienso que es todo lo contrario. Cuando las cosas van mal, la gente lo que quiere es gratificarse con esas tonterías que le sacan de una penosa realidad. Esto es lo triste del asunto.
- Bueno, me recuerda eso que leí en una ocasión que un típico indicador de tiempos de crisis económica es el aumento en las ventas de lápices de labios.
- Cierto. No sé si se conoce la relación entre una cosa y la otra, pero siempre parece cumplirse esa correspondencia. ¿Será una válvula de escape? Bien, pues los panem et circenses que valían para los romanos siguen valiendo para los que vivimos después de la caída del Imperio Romano.
- No hemos cambiado nada, ¿eh?
- Parece que no. La publicidad, por ejemplo, nos enseña a despreciar el valor de las cosas pequeñas… Quiero decir: que nosotros, consumidores, despreciemos el valor de lo ínfimo, para que las empresas a las que promocionan vayan amasando la suma de esas pequeñeces hasta obtener beneficios gigantescos. ¡Ellos no desprecian nada!
- ¡Uy, sí! Mucho me cabrea la típica frase: “por un miserable euro…”, o esas otras en que te dicen: “por sólo quince (por ejemplo) euros al mes…”. Y lo dicen con todo el morro del mundo.
- Sí, “sólo”. Pero tú multiplica y verás. Hay compañías que hasta parecen aprovecharse de ese desprecio por lo pequeño. Te estafan una mínima cantidad por un aparente error, descuido o lo que sea, de modo que tú no estés dispuesto a pelear por tan poca cosa. A ver quién está dispuesto a mover cielos y tierra para recuperar “un miserable euro”. Pero si consigo birlar un euro a un millón de pardillos me encuentro con la jugosa cantidad de un millón de euros. No es mal pellizco, ¿eh? Pues el mecanismo es siempre el mismo.
- Así se acaban pagando los fichajes de fútbol y cualquier cosa.
- Cualquier cosa que quiera la mayoría de la gente. Lo que se esté dispuesto a financiar es lo que será financiado. Es así de simple.
- Imagina, entonces, que una mayoría de la gente estuviera dispuesta a dar sus “miserables” 10 euros para otras causas, como apadrinar a niños de países subdesarrollados, o a construir infraestructuras para lanzar el progreso de zonas pobres, o a mejorar las condiciones de los más desfavorecidos…
- Sí, y luego voy yo y me despierto.
- Oye, no te burles, que lo digo en serio.
- Sí, y yo. Mira ahí, en la cafetería del parque. Está hasta arriba, como siempre. Y luego dicen que hay crisis. Já.
- Bueno, que la gente tiene derecho a tomarse un cafecito o una cervecita sin estar pensando siempre en los grandes dramas de la vida.
- Ya… y, mientras tanto, delante de la cerveza, a arreglar el mundo sin arrimar el hombro… que es más fácil criticar y protestar que arremangarse. Es más sencillo echarle las culpas al fútbol, a las multinacionales o a lo que sea, antes que reconocer que esos grandes enemigos no hacen más que recolectar las fuerzas que nosotros les entregamos voluntariamente.
- O inconscientemente.
- Vale. No cambia las cosas.
- Pues no.
- Mira: el chaval ya está otra vez retorciéndose en el suelo…

domingo, 21 de junio de 2009

aquí hay gato encerrado

(75ª parada)
"No temáis a nadie, porque nada hay encubierto que no haya de ser manifestado, ni oculto que no haya de saberse".
(Evangelio según Mateo, cap. 10: 26)

Aunque la expresión del título podría ser habitual en el campo de la Física Cuántica, para nada hace referencia al gato de Schrödinger. A mediados de la década de los 30 del siglo pasado, el físico (y Premio Nobel en aquellos años) Erwin Schrödinger propuso un experimento imaginario o mental en que un gato es introducido dentro de una caja cerrada (que no se pueda ver su interior) y que también contiene un curioso y peligroso dispositivo. Este dispositivo está formado por una ampolla de vidrio con un veneno muy volátil y por un martillo sujeto sobre la ampolla de forma que si cae sobre ella la rompe y se escapa el veneno, con lo que el gato moriría. El martillo está conectado a un mecanismo detector de partículas alfa. Si llega una partícula alfa, el martillo cae rompiendo la ampolla, con lo que el gato muere. Por el contrario, si no llega la partícula de marras, no ocurre nada y el gato continúa vivo. En otras versiones del experimento, la partícula que provoca la activación del artilugio es un electrón. Cuando todo el dispositivo está preparado, se realiza el experimento. Al lado del detector se sitúa un átomo radiactivo con unas determinadas características: tiene un 50% de probabilidades de emitir una partícula alfa en una hora. Evidentemente, al cabo de una hora habrá ocurrido uno de los dos sucesos posibles: el átomo ha emitido una partícula alfa o no la ha emitido (la probabilidad de que ocurra una cosa o la otra es la misma). Como resultado de la interacción, en el interior de la caja sucede que el gato está vivo o está muerto. Pero no podemos saberlo si no la abrimos para comprobarlo.

El objetivo del experimento es poner en evidencia una de las dificultades intelectuales más grandes y complicadas de explicar que tiene la física cuántica: el concepto de superposición cuántica. Al contrario de lo que sucede con la relatividad, a veces la física cuántica va contra preceptos tan instalados en la mente que hace bastante difícil su divulgación y comprensión. Es por eso que deja tantas preguntas abiertas. En muchas ocasiones, encarar la solución de un problema es el mejor método para aproximar una teoría tan rica y compleja y que ocupa a miles de científicos en todo el mundo.
Para poder interpretar el resultado del experimento es necesario entender lo que se llaman estados cuánticos. Un estado cuántico es un objeto matemático en el que se contiene toda la información de un objeto físico. De acuerdo a la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica (formulada en 1927 por Niels Bohr, en colaboración con Werner Heisenberg y Max Born, entre otros), el principio de superposición lo que dice es que si el mundo puede estar en un estado A y también en un estado B, entonces también podrá estar en un estado que sea la combinación de ambos (estado mixto). Sin embargo, al efectuar una medición de este estado sólo se podrá obtener A o B. Esto quiere decir que hasta el momento en el que se mide, el mundo estaba en los dos estados simultáneamente. Pero, luego de realizar una observación, el estado colapsa a uno de los dos posibles: el A o el B. En el experimento de Schrödinger, el gato puede estar tanto vivo (V) como muerto (M) y, como ambos son estados posibles, también puede estar en una combinación que sea vivo y muerto, V + M.

Si lo que ocurre en el interior de la caja lo intentamos describir aplicando las leyes de la mecánica cuántica, llegamos a una conclusión muy extraña. El gato vendrá descrito por una función de onda extremadamente compleja resultado de la superposición de dos estados combinados al cincuenta por ciento: "gato vivo" y "gato muerto". Es decir, aplicando el formalismo cuántico, el gato estaría a la vez vivo y muerto; se trataría de dos estados indistinguibles.
La única forma de averiguar qué ha ocurrido con el gato es realizar una medida: abrir la caja y mirar dentro. En unos casos nos encontraremos al gato vivo y en otros, muerto. Pero, ¿qué ha ocurrido? Ambas realidades coexistirán hasta que un observador abra la caja. Al realizar la medida, el observador interactúa con el sistema y lo altera, rompe la superposición de estados y hace colapsar el sistema a uno solo de sus dos estados posibles: o vivo o muerto. Eso sí: el sentido común nos indica que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Pero la mecánica cuántica dice que mientras nadie mire en el interior de la caja el gato se encuentra en una superposición de los dos estados: vivo y muerto, la paradoja de Schrödinger.
Aunque parezca descabellado en un primer momento, experiencias en las que se tienen diferentes estados superpuestos se llevan a cabo diariamente en laboratorios de todo el mundo. Es una concepción de la realidad que se aleja un montón de lo que se pensaba hasta el siglo XX (y de lo que aún hoy se piensa cotidianamente) y presupone grandes desafíos no sólo para los físicos, sino también para los filósofos de la ciencia, ya que se está planteando que la realidad es en función de que se la observe. Si nadie hubiera abierto la caja, el gato continuaría estando vivo y muerto; es ahí cuando surge una pregunta crucial: ¿el gato sabía que estaba vivo?

Y vuelvo de nuevo al tema de las percepciones que no he abandonado desde hace un tiempo en el blog. La paradoja de Schrödinger es un buen ejemplo de uno de los pilares de la interpretación de la mecánica cuántica: el observador es tan importante como el sistema que observa. Sin él, el sistema está indefinido entre cualquiera de las situaciones posibles. Esta visión del mundo de la teoría cuántica está profundamente conectada con la interpretación de los muchos mundos, según la cual cada observación de la caja provoca la formación de dos mundos paralelos, uno en el que el gato está vivo y otro en el que el gato está muerto. Según dicha interpretación, cada instante se genera un número infinito de tales universos.

Aparte de las mareantes disquisiciones que este experimento plantea acerca de los universos múltiples, no he podido evitar que algunas ideas me hayan sobrevolado la azotea... Y no importa que todo lo anterior no se haya entendido demasiado. Decía Richard Feynman que a quien no le deje pasmado la física cuántica es que no la ha comprendido. O, también: "creo que puedo decir sin miedo a equivocarme que nadie entiende la mecánica cuántica". Mejor que cada uno saque sus propias conclusiones. Algunas mías:

Por un lado, si es cierto que los gatos tienen siete vidas, este experimento llevado a la práctica sería un fracaso seguro por la cantidad de conclusiones erróneas que arrojaría. Así que, aparte de parecerme bastante bárbaro hacerle semejante faena a un pobre minino, lo mejor es que a nadie se le ocurra ponerlo en práctica. Y, además, es seguro que un gato preferiría imaginar el experimento del profesor de física metido en la caja de Schrödinger, pero no sigamos por ese camino…
Por otra parte, hay quien ha propuesto el experimento del gato de Schrödinger como estrategia para que físicos tímidos e indecisos se animen a ligar. Como toda potencial relación puede pensarse como buena y mala a la vez, será mejor abrir la caja para saber cómo es. Hay que tener en cuenta que la probabilidad de desengaño cuántico también existe, por supuesto.
Para terminar, recordaba aquella frase de Nietzsche (heredada de Hegel): "Dios ha muerto". Y se me ocurre que el filósofo alemán no estaba muy puesto en mecánica cuántica. Lo cual es lógico, teniendo en cuenta que, en el momento de su fallecimiento, todo esto no estaba ni en pañales. Y comento lo de la conocida frase porque si imaginamos a Dios metido en la caja de Schrödinger (o en un dispositivo semejante, ya que en realidad no lo podemos ver), no nos queda más remedio que admitir que está vivo y muerto a la vez. Agnósticos, ateos y creyentes podrían esgrimir, pues, argumentos cuánticos para defender sus posturas ...pero, ¿qué nos encontraremos en este universo en concreto cuando, al fin, se abra la dichosa caja?

el gato de Schrödinger en un antiguo programa de REDES:

domingo, 7 de junio de 2009

sí pero no, no pero sí

(74ª parada)
“Ahora, todavía vemos las cosas en forma confusa, como reflejos borrosos en un espejo”.
(1ª Epístola del apóstol Pablo a los Corintios, cap. 13: 12)

Quizás no fuera necesario repetirlo, pero ahí va: me gusta que mis textos tengan lecturas múltiples. No quiero insinuar que me identifique con todas ellas, por supuesto, aunque me satisface la variedad o la multiplicidad de los puntos de vista. Luego me reservo mi propia opinión para los comentarios, si viene a cuento. En este post quería, como excepción, matizar el anterior porque creo que es posible (lo digo por los comentarios que he leído) que se haya perdido el abanico de interpretaciones a favor de una única vía. En ningún momento quería dar a entender que el relativismo es la única opción. Es más, detestaría que fuera la única opción. Y, precisamente y como acababa concluyendo, porque sería justificar un montón de estupideces.
El mismo Daniel Schacter comentaba en la entrevista a la que aludía en el post anterior que los pecados de la memoria pueden producir consecuencias terribles. Por ejemplo, ¿qué pasa con los recuerdos de los testigos oculares de un delito? ¿Se puede relativizar con esto sabiendo que (sean sus recuerdos exactos o no lo sean) un recuerdo impreciso pudiera provocar que una persona inocente acabara en prisión? El profesor Schacter relata un caso de atribución errónea. Este error de la memoria se produce cuando recordamos algún aspecto de un acontecimiento correctamente, pero recordamos su fuente incorrectamente. El destacado caso mencionado en la entrevista tiene que ver con la mala identificación de un testigo presencial e implicó a un psicólogo llamado Donald Thomson, que también estudia la memoria. Se le acusó de una agresión sexual por culpa del recuerdo de una testigo ocular, una mujer a la que habían violado brutalmente. ¡Ella recordaba su cara con tantos detalles que la policía fue a por él y se le acusó de violación! Pero él dijo: “¿Que por qué no puedo haber cometido esta violación de ninguna manera? Pues porque mientras la mujer sufría la agresión, yo estaba concediendo una entrevista en televisión sobre (¡mira por donde!) la memoria y las distorsiones de la memoria… ¡No pude ser yo!”. Y resultó que la mujer había estado mirando el programa y recordaba su cara de la televisión pero la atribuyó (erróneamente) al violador. Éste es un ejemplo bastante extremo de atribución errónea, pero todos cometemos este tipo de error alguna vez. Lo mismo sucede con los otros errores de la memoria que comentaba anteriormente y con los que se llegan a justificar montones de barbaridades. Creo que no nos podemos permitir el dejar todo esto del lado del relativismo.

Precisamente, existe una referencia a la parábola de los seis sabios ciegos y el elefante en el libro El arte de amar de Erich Fromm cuando, en uno de sus capítulos, habla de los objetos amorosos y, más concretamente, cuando compara la lógica aristotélica con la lógica paradójica de las culturas orientales. Fromm reelabora la narración y no ofrece explícitamente las fuentes. Sin embargo, no es difícil averiguar el origen de la parábola: el sufí persa Muhammed Jalal al-Din Rumi, del siglo XIII. Existen variadas versiones del mismo relato y la que transcribo a continuación es de Pierre Crépon (Les Enseignements du Bouddha. Contes et Paraboles. Bibliothèque bouddhique chez Sully):

Una vez, Buddha estaba en Jetavana, en el reino de Sravasti. A la hora de la comida los monjes cogieron sus cuencos y fueron a la ciudad a mendigar alimento. Pero como no era aún mediodía y era muy temprano para entrar en la ciudad decidieron ir a sentarse un rato en una sala dónde se reunían los brahmanes, cogieron sitio y se sentaron.
En aquel momento los brahmanes discutían entre ellos acerca de sus libros santos y se había formado una disputa que no conseguían resolver. Llegaron a reñir y enemistarse unos con otros, diciéndose mutuamente: ''Esto que sabemos es ley, lo que sabéis vosotros, ¿cómo puede ser la ley? Lo que nosotros sabemos está de acuerdo con la doctrina, lo que vosotros sabéis, ¿cómo puede estar de acuerdo con la doctrina? Lo que debe decirse después, vosotros lo decís antes. Vuestra ciencia es vana y no tenéis el menor conocimiento''. Era así como repartían los golpes con el arma de la lengua y, por un golpe recibido, devolvían tres. Los monjes, observando a las dos partes insultarse, no autentificaron ninguna de las opiniones, se levantaron de sus sitios y fueron a mendigar alimento a la ciudad.
De vuelta a Jetavana se sentaron cerca de Buddha y le contaron lo sucedido. El Buddha contó esta historia:
Hace mucho tiempo, había un rey que comprendía la Ley búdica pero las personas, ministros o gente del pueblo estaban en la ignorancia, referente a las enseñanzas parciales, tenían fe en el resplandor de cualquier estrella brillante y dudaban de la claridad del sol y de la luna. El rey, deseando que sus gentes no se quedaran entre mares y navegaran por grandes océanos, decidió mostrarles un ejemplo de su ceguera. Ordenó a sus emisarios recorrer el reino para buscar ciegos de nacimiento y traerlos al palacio.
Cuando los ciegos fueron reunidos en la sala del palacio, el rey dijo: “Enseñadles los elefantes”. Los oficiales llevaron a los ciegos junto a los elefantes y se los mostraron guiándoles las manos. Entre los ciegos uno cogía la nalga del elefante, otro agarraba la cola, otro cogía la raíz de la cola, otro tocaba el vientre, otro palpaba el costado, otro la espalda, otro una oreja, otro la cabeza, otro un colmillo, otro la trompa.
Los emisarios llevaron después los ciegos al rey quien les preguntó: “¿A qué se parece un elefante?”. Aquél que había tocado una nalga contestó: “Oh, sabio rey, un elefante es como un tubo”. Aquél que había tocado la cola decía que el elefante era como un escoba. Aquél que había agarrado la raíz de la cola, que era como un bastón. Aquél que había tocado el vientre, que era como un muro. Aquél que había tocado la espalda, que era como un mesa elevada. Aquél que había tocado la oreja, que era como un gran plato. Aquél que había tocado la cabeza, que era como una gran mole. Aquél que había tocado un colmillo, que era como una lanza. Aquél que había tocado la trompa, contestó: “Oh, gran rey, un elefante es como una gruesa soga”.
Los ciegos empezaron entonces a discutir, cada uno afirmaba que él estaba en lo cierto y los otros no, diciendo: “Oh, gran rey, el elefante es realmente como yo lo he descrito”.
El rey rió entonces a carcajadas y dijo: “Todos vosotros sois como estos ciegos. Discutís inútilmente y pretendéis decir la verdad. Habiendo percibido una parte, decís que el resto es falso. Y por un elefante, os querelláis”.
El Buddha dijo a los monjes: “Así son estos brahmanes. Sin sabiduría, debido a su ceguera, llegan a disputar entre ellos. Y debido a su discusión quedan en la oscuridad y no hacen ningún progreso”.


Esta pequeña parábola es una interesante explicación sobre el relativismo. Efectivamente, como señala Fromm, esta idea jamás (hasta ahora, en que nos hemos desplazado al otro extremo) podría haber tenido cabida en el pensamiento occidental, regido por la lógica aristotélica. Sin embargo, la lógica paradójica tan bien plasmada en este relato demuestra que, aunque una persona diga blanco y otra negro, ambas pueden equivocarse y tener razón al mismo tiempo. El relativismo queda eliminado por completo, puesto que se considera la existencia de una única verdad. Sin embargo, nadie puede estar en posesión de esa verdad: cada uno aportará su propia visión sobre el mundo. Aunque superficialmente pueda parecer que las visiones se contradicen, en realidad forman parte de algo mucho más complejo. La Verdad siempre será infinitamente más compleja que cualquiera de los acercamientos del ser humano. Eso sí, ya pueden luego venir ciegos que han palpado bocas de cocodrilos diciéndonos que los elefantes son como camas de fakires. Lo siento, pero no cuela. Y, por otra parte, decir que no existe en el mundo una única verdad ya es admitir la existencia de una verdad absoluta. Es una de esas paradojas a las que el ser humano jamás encontrará una solución.

La rigidez de pensamiento sólo consigue desnaturalizar el progresivo descubrimiento de las verdades objetivas. Como el mismo Fromm dejó escrito en El arte de amar, pienso que el radicalismo y el dogmatismo resulta ser un nihilismo moral. Fromm llama autómatas carentes de amor a los ‘pensadores radicales’. En cuanto a la objetividad, destaca cómo incluso entre naciones la falta de objetividad es más que notoria: “De un día para otro, una nación pasa a ser considerada totalmente depravada y perversa, al tiempo que la propia nación representa todo lo que es nuevo y noble. Toda acción del enemigo se juzga según una norma, y toda acción propia según otra. Hasta las buenas obras realizadas por el enemigo se consideran signos de una perversidad particular con las que se propone engañar a nuestro país y al mundo, en tanto que nuestras malas acciones son necesarias y encuentran justificación en las nobles finalidades que sirven”.
La facultad de pensar objetivamente es la razón y la actitud emocional que corresponde a la razón es la humildad. Ser objetivo, utilizar la propia razón, sólo es posible si se ha alcanzado una actitud de humildad, si se ha emergido de los sueños de omnisciencia y omnipotencia de la infancia.

Puedo entender que la realidad de cada cual dependa del color de los vidrios que llevamos puestos en nuestros anteojos. Es un hecho ineludible, producto de la fisiología del cerebro. Pero me cuesta más encontrar justificaciones a que cada cual elijamos en cada circunstancia de qué color serán los vidrios de nuestros anteojos. A eso se le llama conveniencia.

domingo, 31 de mayo de 2009

sesgo

(73ª parada)
"Os conocí en el desierto, en tierras de sequía. Pero cuando os saciasteis en los pastos, en vuestra hartura se llenó de soberbia vuestro corazón. Y por esta causa os olvidasteis de mí".
(Libro del profeta Oseas, cap. 13: 5, 6)


Ni vivimos en el pasado ni vivimos en el futuro. Y, sin embargo (y de acuerdo a las investigaciones de neurólogos como, por ejemplo, Marcus Raichle), una gran cantidad de la energía que consume nuestro organismo se dedica a alimentar lo que se ha llamado red por defecto. La red por defecto es el circuito neuronal que está activo especialmente en esos momentos de dispersión de los que podemos decir: “no estoy pensando en nada”. Esta red es el diálogo entre los planes de futuro (radicados en el córtex prefrontal) y la memoria (en el hipocampo). De modo que, si de todo el consumo energético del cuerpo humano el 20% corresponde al cerebro (un órgano que pesa entre un 2 y un 3% del total), resulta que la mayor parte de esa energía no se utiliza en estados de concentración, en el momento de resolución de problemas, en procesos eminentemente racionales…, sino en fantasear, procesar nuestros anhelos, evocar el pasado o navegar sobre el futuro. Quizás sea ésta una de las grandes diferencias (de las muchas que se pueden enumerar) que existen entre el cerebro humano y los procesadores sintéticos. Cuando a mi ordenador le impongo resolver una tarea compleja, que él abordará en clave matemática, compruebo cómo su ventilador comienza a emplearse a fondo… señal de que los circuitos se le calientan a base de bien. Al cerebro no le ocurre tal cosa. La sensación de agotamiento o esfuerzo que tenemos cuando llevamos un tiempo concentrados en una tarea no se corresponde con un incremento desmesurado de la actividad neuronal, que (por el contrario) resulta ser sorprendentemente reducida. La fatiga la producen otros factores.

Ya escribí en otra ocasión sobre la objetividad palmaria de las máquinas y la subjetividad intrínseca del ser humano. Es consecuencia de ese funcionamiento cerebral que dediquemos tantas energías a la exploración del pasado y la simultánea inmersión en el futuro. Vendría a cuento ahora comentar algunas conclusiones de una entrevista de Eduard Punset con Daniel Schacter que tuvo lugar en Boston y que fue emitida en el programa Redes en junio del año pasado. En ella, el neuropsicólogo y especialista en memoria Daniel Schacter ponía de manifiesto que el cerebro elabora los recuerdos manipulándolos, completándolos, rellenándolos con otras cosas, ya sean reales o no, para que tengan coherencia con la experiencia presente y con las expectativas de futuro. Los recuerdos de situaciones concretas (por ejemplo) no se guardan agrupados en las mismas regiones del encéfalo, sino que se almacenan descompuestos por categorías en el cerebro visual, en el cerebro auditivo, etc., para que luego sea el hipocampo quien realice la labor de recomponer o reunificar esos fragmentos de información. Al unirse todas esas piezas, experimentamos lo que se llama un recuerdo. Pero un descubrimiento sumamente interesante, al que se ha llegado a través de las técnicas de neuroimagen y de diversos experimentos psicológicos, es el hecho de que se activen las mismas regiones del cerebro al recordar ciertas experiencias del pasado y al imaginar otras similares acerca de lo que se hará en el futuro. Las neuroimágenes de la actividad cerebral que se obtienen en estos experimentos son tremendamente parecidas. Es importante recalcar que esta actividad también incluye el hipocampo, que es el que se activa para reunificar los elementos que constituyen la memoria. También se activa al imaginar algo que no ha pasado pero que puede suceder. Y es evidente que surgen consecuencias muy reveladoras del hecho de que utilicemos el hipocampo y otras partes del cerebro de un modo similar para recordar y para imaginar. En otras palabras, nuestras expectativas de futuro están basadas en nuestros recuerdos (componentes de la experiencia), pero también modelamos nuestros recuerdos conforme a nuestras expectativas de futuro, con lo cual hacemos que nuestro recuerdo del pasado (por tanto, el único pasado que ha existido para nuestro cerebro) no coincida exactamente con lo que objetivamente hubiera sucedido. Lo que somos es, pues, consecuencia de lo que creemos o sentimos aun por encima de las evidencias de lo que percibimos, que también es transformado por nuestras creencias o sentimientos.

El profesor Schacter dejó constancia de varias de estas conclusiones en su libro Los siete pecados de la memoria. Él los distribuye en dos grupos: los 'pecados' de omisión (básicamente, se trata de distintos tipos de formas de olvidar: transitoriedad, distractibilidad, bloqueo…) y los 'pecados' de comisión (por deformación de los recuerdos: atribución errónea, sugestionabilidad, sesgo retrospectivo…). Me resulta especialmente interesante el fenómeno del sesgo retrospectivo. Me hace pensar el por qué, en tantas ocasiones, las personas demostramos tal rigidez de pensamiento que no somos capaces de aceptar una realidad objetiva (cosa que, por otra parte, no existe para nuestro cerebro) o ajena a nuestro modo preferente de pensar, por más que se nos presenten pruebas irrefutables de que tal suceso [o lo que sea] no es tal como lo asumimos ya sin cuestionarlo. Es muy difícil, cuando se toma partido por algo de forma casi inconsciente o irracional, que se cambie la forma de pensar sólo con base en pruebas racionales. Éstas serán desechadas. El sesgo retrospectivo se refiere a que los recuerdos a menudo están influenciados y distorsionados por nuestros conocimientos, sentimientos y creencias actuales. De nuevo, no es que simplemente desenterremos algo que sucedió en el pasado de una manera totalmente neutral, sino que (a veces) lo que sabemos, creemos y sentimos en el presente afecta a nuestras evocaciones de lo que creemos que sucedió en el pasado. Esto ha quedado clarísimo en las investigaciones científicas. Probablemente, muchas de las conductas dogmáticas, totalitarias o incluso terroristas, tengan que ver con esta capacidad cerebral del sesgo. Y es así porque si las propias creencias le hacen distorsionar a uno mismo el pasado para adecuarlo a lo que uno cree, entonces esas creencias se acaban reforzando y se vuelven mucho más fuertes. Es una espiral de feedback (o retroalimentación) que se construye combinando lo pasado, presente y futuro con creencias y sentimientos actuales.

Pero todo este tema siempre podríamos zanjarlo, sin más, de un plumazo coloquial con la recurrente expresión: en la vida nada es verdad ni mentira, sino que todo es del color del cristal con que se mira.

Y, de este modo, también podríamos justificar todo tipo de estupideces, pasadas, presentes o futuras.

lunes, 18 de mayo de 2009

se nos murió...

(sin parada)

Apenas soy capaz de articular un suspiro que, como todos los poemas del genial Benedetti, hoy caminarán en el aire y se mezclarán con el espíritu de quien alumbró tanta belleza.

La cadena se hizo ingrávida y desde ayer, domingo, empezó a flotar... ya nada podía retener a don Mario a las vanidades de este mundo nuestro, el de los vivos. Aunque seguirá en nuestras mentes, únicas anclas que no le permitirán abandonarlo definitivamente.


Don Mario, como buen enamorado que fue usted, desde el fallecimiento de su esposa quedó expuesto a las acechanzas de una muerte ventajista, amante de presas fáciles. Usted bajó los brazos, un poquito, lo suficiente como para que la de negro se nos lo llevara. Pero aquí nos quedan sus poemas, intocables para la oscura dama, que seguirán alegrándonos igual que si fuera usted mismo quien nos los recitara.

Quédese tranquilo, vaya en paz.


<aquí>, la reseña en la sección de cultura del diario mejicano La Jornada.

miércoles, 13 de mayo de 2009

cuídese, don mario

(sin parada)

Hoy me lanzo a escribir (fueeeeeeeera de programa, como suelen decir Les Luthiers en sus bises) por una urgencia que me ha surgido como surgen todas las urgencias. Tengo noticia, por el <blog de Avellaneda>, de que mi querido abuelo adoptado-adoptivo (y lo digo con todo el respeto y cariño que me inspira) Mario Benedetti lleva ingresado unos días como consecuencia de una patología intestinal crónica. Y parece ser que desde <el blog de la Fundación Saramago>, Pilar de Río (esposa de José Saramago) junto a un grupo de amigos del autor, lanzaron la propuesta de formar una cadena poética entre blogs, tomando como pretexto-eslabones los poemas del genial uruguayo. Si esto no me importara demasiado, yo seguiría a lo mío y pasaría de encadenarme a esta iniciativa. Pero qué mejor forma de agradecer humildemente a don Mario (a la vez que le deseo una pronta mejoría de su convalecencia) por toda la chispa que me (nos) ha regalado con sus palabras tan llenas de calidez, vida, magia..., que engalanando este blog con uno de sus poemas. Cualquier homenaje me parece poco a cambio de tanto brillo. Y los homenajes siempre-siempre-siempre mejor en vida.
¡Que me tiene usted enamorado, abuelo!

Estaba en un gran dilema acerca de qué poema elegir entre tanto bueno… al final, dudaba entre dos posibilidades, pero como la vida es elección, elijo…

GRIETAS
.
La verdad es que
grietas
no faltan
.
así al pasar recuerdo
las que separan a zurdos y diestros
a pequineses y moscovitas
a présbites y miopes
a gendarmes y prostitutas
a optimistas y abstemios
a sacerdortes y aduaneros
a exorcistas y maricones
a baratos e insobornables
a hijos pródigos y detectives
a borges y sábato
a mayúsculas y minúsculas
a pirotécnicos y bomberos
a mujeres y feministas
a aquarianos y taurinos
a profilácticos y revolucionarios
a vírgenes e impotentes
a agnósticos y monaguillos
a inmortales y suicidas
a franceses y no franceses
.
a corto o a larguísimo plazo
todas son sin embargo
remediables
.
hay una sola grieta
decididamente profunda
y es la que media entre la maravilla del hombre
y los desmaravilladores
.
aún es posible saltar de uno a otro borde
pero cuidado
aquí estamos todos
ustedes y nosotros
para ahondarla
.
señoras y señores
a elegir
a elegir de qué lado
ponen el pie.

domingo, 10 de mayo de 2009

l'enfer c'est les autres

(72ª parada)
"El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera:
Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos y adúlteros, ni siquiera como este cobrador de impuestos..."
(Evangelio según San Lucas, cap. 18: 11)

Ya han pasado muchas décadas desde que Jean-Paul Sartre nos dejara la frase que aparece en el título de esta parada. Pero el tiempo no ha conseguido que nos la hayamos extirpado de lo más intrincado y recóndito del cerebro donde la hemos instalado, sobre todo a la hora de excusarnos por nuestros propios errores.

Es que los otros...

Para cualquier problema al que nos enfrentemos, siempre habrá un responsable distinto a nosotros mismos: el actual presidente del gobierno, o el anterior, o el anterior del anterior, o (incluso) el que venga después... el vecino, el jefe, el subordinado, la mujer, el marido o los hijos... la compañía de teléfonos, la del gas, la eléctrica... los intermediarios, los bancos, los ricos, los pobres... los profesores, los alumnos, los padres... los blancos, los negros, los listos, los tontos, los feos o los guapos, los jóvenes o los viejos... los atascos, el tiempo, el sol, la lluvia, el batir de alas de las mariposas...
Así es más fácil. No tengo más que quejarme, pero no tengo nada que cambiar en mí... muy poco esfuerzo por mi parte. El mundo se va a pique porque los demás no hacen nada.

Entre el jijí-jajá casi constante que los amiguetes nos pegamos en el féisbuc ("caralibro" ;P), hace unos días, mi amigo L me sorprendió con un vídeo que me gustaría pegar aquí también. Hace mención a los argentinos (en primera persona), pero me parece que no sería nada desacertado que los ciudadanos de otros ciertos países (por ejemplo: España) nos incluyéramos también en este asunto, porque no nos diferenciamos más que en algunos ligeros matices.

El mensaje es claro: No somos conscientes del enorme poder que tenemos en nuestras propias manos. Porque, si lo fuéramos, dejaríamos de quejarnos y preferiríamos a cambio el oportuno sacrificio, la excelencia en nuestro comportamiento y desempeño, la compasión con el desfavorecido y el respeto para todos, la honestidad como método, el equilibrado trabajo en equipo, el juicio justo... y conseguiríamos que la picaresca fuera nada más que el tema de aquellas novelas del Siglo de Oro o que dejáramos de ver infiernos ardiendo en los ojos de las demás personas.

Está en mis manos.